
Alguna ocasión, estando presente en una cabina de radio, fui testigo de cómo una compañera le reclamaba a otro su perpetuo silencio ante el micrófono, sus palabras no-tan-textuales fueron las siguientes: “¿Sabes cual es el peor ruido en la radio? … el silencio”.
Aquella frase, pese a su estirpe espontánea, sintetiza perfectamente la más cruenta tragedia que puede acaecer sobre un medio de comunicación o un comunicólogo: el silencio. Silenciar conlleva a la incomunicación, a la ausencia de un mensaje. Sin voz, medios y comunicólogos se vuelven estériles.
Poner en tela de juicio la importancia de los mass media en las sociedades contemporáneas es una auténtica necedad, basta con prestarle atención a unas cuantas conversaciones para ser testigos del arraigo (sí, hasta las meritas raíces) que éstos tienen en nuestras vidas. A diario, y en todos los rincones imaginables, surgen conversaciones sobre series televisivas, noticias, películas, dizque celebridades…
Debido a esa importancia, se vuelve imprescindible conocer no solamente los mensajes que se transmiten a través de los mass media, sino también, la vida al interior ellos: ¿quiénes y cómo dirigen aquel medio?, ¿cómo obtuvieron la concesión?, ¿qué intereses representan?, ¿cuánto dinero reciben por el pago de espacios publicitarios que les compran diversas instancias gubernamentales?...
Importa lo que acontece al interior de los medios de comunicación porque repercutirá invariablemente en los mensajes que se transmitirán a través de ellos. Es condenable que surja el silencio en los mass media, pero tanto o más lo es cuando este silencio es impuesto por terceros, el cobarde acto de acallar, algo que atestiguamos en estas tierras recientemente. Si los medios de comunicación ayudan a las sociedades a construir una visión más amplia de la que se obtiene mediante nuestros muy limitados sentidos, las voces de esos medios deberían ser lo más plurales posibles.
Paradójico, el que un gobierno acalle con facilidad las voces no alineadas con su discurso es un claro indicio de su desmedido poder, pero es también, una impecable narración de su innegable debilidad. Solo los débiles le temen a la crítica, pues son concientes de que aquella realidad ficticia que tanto pregonan se sostiene en muy débiles cimientos.
En esta historia, sin embargo, no debemos olvidar dos débiles eslabones: los medios de comunicación locales y la sociedad.
El ejemplo perfecto de la debilidad de los mass media en el ámbito local son las patéticas entrevistas que se exhiben –y de pasada, los exhibe- en ellos. Exhibida recientemente en la muestra internacional de cine, El Divo contiene una escena fascinante: el (creo) director del periódico opositor plantea una cruenta y extensa pregunta, un recorrido que abarca la totalidad de los crímenes que se le imputan a aquel político en apariencia intocable; la réplica del audaz político es contundente, un añejo pero no olvidado pago de favores le hará ver al periodista las cosas desde otro contexto. Otro nivel tanto de comunicadores como de políticos.
En las entrevistas locales al político le bastará con un “no” contundentemente sustentado en su palabra de político para evadir cualquier culpa, el entrevistador se conformará con ello y evadirá cualquier tema escandaloso en lo posible, el resto de la entrevista será un pedestal que servirá exclusivamente para promover la imagen personal de su entrevistado.
El eslabón más débil, como suele suceder, somos los de la sociedad. Coartada la pluralidad por un gobierno acallador, y en otras ocasiones por la falta de profesionalización de los comunicadores. En las (des)provincias, al parecer, estamos condenados a la desinformación.
Aquella frase, pese a su estirpe espontánea, sintetiza perfectamente la más cruenta tragedia que puede acaecer sobre un medio de comunicación o un comunicólogo: el silencio. Silenciar conlleva a la incomunicación, a la ausencia de un mensaje. Sin voz, medios y comunicólogos se vuelven estériles.
Poner en tela de juicio la importancia de los mass media en las sociedades contemporáneas es una auténtica necedad, basta con prestarle atención a unas cuantas conversaciones para ser testigos del arraigo (sí, hasta las meritas raíces) que éstos tienen en nuestras vidas. A diario, y en todos los rincones imaginables, surgen conversaciones sobre series televisivas, noticias, películas, dizque celebridades…
Debido a esa importancia, se vuelve imprescindible conocer no solamente los mensajes que se transmiten a través de los mass media, sino también, la vida al interior ellos: ¿quiénes y cómo dirigen aquel medio?, ¿cómo obtuvieron la concesión?, ¿qué intereses representan?, ¿cuánto dinero reciben por el pago de espacios publicitarios que les compran diversas instancias gubernamentales?...
Importa lo que acontece al interior de los medios de comunicación porque repercutirá invariablemente en los mensajes que se transmitirán a través de ellos. Es condenable que surja el silencio en los mass media, pero tanto o más lo es cuando este silencio es impuesto por terceros, el cobarde acto de acallar, algo que atestiguamos en estas tierras recientemente. Si los medios de comunicación ayudan a las sociedades a construir una visión más amplia de la que se obtiene mediante nuestros muy limitados sentidos, las voces de esos medios deberían ser lo más plurales posibles.
Paradójico, el que un gobierno acalle con facilidad las voces no alineadas con su discurso es un claro indicio de su desmedido poder, pero es también, una impecable narración de su innegable debilidad. Solo los débiles le temen a la crítica, pues son concientes de que aquella realidad ficticia que tanto pregonan se sostiene en muy débiles cimientos.
En esta historia, sin embargo, no debemos olvidar dos débiles eslabones: los medios de comunicación locales y la sociedad.
El ejemplo perfecto de la debilidad de los mass media en el ámbito local son las patéticas entrevistas que se exhiben –y de pasada, los exhibe- en ellos. Exhibida recientemente en la muestra internacional de cine, El Divo contiene una escena fascinante: el (creo) director del periódico opositor plantea una cruenta y extensa pregunta, un recorrido que abarca la totalidad de los crímenes que se le imputan a aquel político en apariencia intocable; la réplica del audaz político es contundente, un añejo pero no olvidado pago de favores le hará ver al periodista las cosas desde otro contexto. Otro nivel tanto de comunicadores como de políticos.
En las entrevistas locales al político le bastará con un “no” contundentemente sustentado en su palabra de político para evadir cualquier culpa, el entrevistador se conformará con ello y evadirá cualquier tema escandaloso en lo posible, el resto de la entrevista será un pedestal que servirá exclusivamente para promover la imagen personal de su entrevistado.
El eslabón más débil, como suele suceder, somos los de la sociedad. Coartada la pluralidad por un gobierno acallador, y en otras ocasiones por la falta de profesionalización de los comunicadores. En las (des)provincias, al parecer, estamos condenados a la desinformación.