28 de abril de 2008

Petróleo sangriento




Se exhibe actualmente en cines una película poseedora de un título por demás sugerente dado el entorno de encono prefabricado que supuestamente se vive en el país: Petróleo sangriento, dirigida por el talentoso Paul Thomas Anderson, nominada en múltiples categorías en la pasada entrega de los Oscares, ganadora de pocos y acaparadora de múltiples elogios.

Lo que más me ha llamado la atención es la obcecada obsesión de su petulante director para remarcar sus personajes como iconos. Nos encontramos pues, ante una cinta que marca y remarca su simbología, un film que apuesta todas sus fichas a la semiología, que pretende contarnos una gran historia entre líneas.

Pocos ponen en duda que el dizque flamante debate petrolero, que será tan preciso que ahora cuenta hasta con fecha de arranque y de llegada a la meta, no pasará de ser mayoritariamente algo más que un debate de símbolos, se les aducirá, se les citará, se les defenderá, se les desvirtuará, se les profanará...

El FAP es el grupo que ha comenzado a emplear primeramente los símbolos en esta curiosa batalla, recurren a nuestros héroes patrios, citan por igual a Lázaro Cárdenas y a Benito Juárez, como sus frases no bastan, la fortaleza de su imagen luce imponente en sus manifestaciones, las adelitas no se conforman con ser así nombradas, se visten como tales, alegres, posan para la foto con el rifle de plástico con plomo que han tomado sin consentimiento del cuarto de sus hijos, sus inflamantes diputados descienden de su portentoso curul y se hacen pasar por humildes proletariados portando cascos muy monos.

La afrenta petrolera se moverá al ritmo de la porra y del cántico, abundan la retórica de los discursos románticos y se ausentan los análisis, prolifera el entramado político y las escasas propuestas pasan desapercibidas, se nos dice que es ésta la reforma de la que depende el futuro de México y pocos parecen tomárselo en serio.

El gobierno federal ha tenido un pobre desempeño en promover su reforma, más allá de un rimbombante y ultra-positivista mensaje presidencial transmitido en cadena nacional, y de una tímida Georgina Kessel que se asoma discretamente en minúsculos foros para presentar la reforma, el gobierno federal no denota la “pasión por México” de la que se ufanaba en su campaña política, parecen ver su propia propuesta como si se tratase de una herejía, primero negándola, después evadiéndola, dudando de ella, retrasando su lanzamiento, encubriéndolo...

El gobierno federal nada aporta al debate con su penoso mutismo, su ausencia le cobrará una cara factura pues llegará a la confrontación falto de ritmo. Su acotado discurso recurre al simbolismo del bienestar, la prosperidad familiar que provendrá del supuesto tesoro oculto, la reforma de la que ni el propio presidente parece satisfecho ("No es la iniciativa que hubiera deseado") nos proveerá una presunta bonanza, están más enfocados en magnificarnos sus posibles repercusiones que en explicar la mecánica de la reforma.

Los analistas políticos e intelectuales instan a un debate, pero pocos parecen querer jugarlo, tiran la pelota a la cancha pero nadie se atreve a dar la patada inicial, el grupo de notables que apoya la defensa del petróleo se atasca en la defensa y no propone la ofensiva, nos dicen que no hacer con Pemex, pero nunca proponen que hacer con la paraestatal, nos recuentan brevemente la historia del petróleo, desentierran su pasado, lo tiñen con dotes épicos, narran el cursi romance entre el pueblo y el hidrocarburo, pero no se preocupan por aclararnos el futuro.

Los de la otra acera andan prácticamente por las mismas, se han desecho en criticar el golpismo, en equipararlo con otros y en reprocharlo, en predecir el devenir de infortunios que le provocará López Obrador a la nación, llaman al debate por medio de una carta abierta pero tampoco lo inician –los cineastas, siempre atrapados en su ghetto y ausentes de todo debate nacional, fueron otros de los que se les dio por publicar cartas abiertas en pro del debate, en contra de la privatización, pero eludiendo propuesta alguna-, el grupo de Krauze, por medio de su influyente revista porfiaron “contribuir al debate” mediante una débil y opaca entrevista (La cuestión petrolera, Letras libres No. 111).

A últimas fechas vivimos días agitados en pro de un debate que nadie parece querer iniciar realmente, claro, son más contagiosos los discursos grandilocuentes, pero huecos. En el seno del verdadero pueblo mexicano, el desconocimiento de lo que realmente pretende la reforma energética termina por provocar que los ciudadanos no se contagien del intercambio de ideas y prefieran mantenerse al margen, ¿para qué ser partícipes de una discusión que desconocen? –y existen quienes salomónicamente proponen un plebiscito-, el petróleo sangriento es un tópico que dada su carga simbólica desata pasiones e iracundos discursos plagados de lugares comunes, no un debate de novedosas propuestas.