28 de julio de 2010

Sobre los árboles

Ayer, Gustavo Vázquez Lozano escribió un extraordinario texto en La Jornada Aguascalientes, no me queda más que recomendar su placentera lectura.

27 de julio de 2010

La protesta infinita


Ocurrió en Aguascalientes: Un ciudadano desempleado, y por ende, necesitado, acudió a diversas dependencias gubernamentales buscando apoyo para poder enmendar su precaria situación, no fue atendido, pero jamás dobló las manos, al contrario, ante las respuestas negativas decidió dejar de lado la nobleza de la petición para adoptar la rudeza de la protesta, se sentó sobre el arroyo vehicular de una transitada avenida sosteniéndole a la autoridad que no se movería hasta ser atendido, y entonces, como por arte de magia… fue atendido.

Pese a su trivialidad, la anécdota sirve para describir ese estira-y-afloja entre autoridades y ciudadanos que se ha vuelto costumbrista, ante una autoridad tan dada a desatender, la ciudadanía se alza con la voz de la protesta.

La costumbre, sin embargo, se desgasta. El número dado a conocer por Marcelo Ebrard, más que sorprender, preocupa, que en menos de un año un grupo de ex trabajadores de la extinta empresa Luz y Fuerza hayan protestado en 859 ocasiones podrá ser calificado como un acto de perseverancia, pero dista de ser una gesta heroica. La capacidad para protestar de los mexicanos parece haberse vuelto infinita.

He escuchado y leído diversas recriminaciones sobre la abismal diferencia entre la acogida que tuvo en México la huelga de Fariñas, a quien se le beatificó, y la encabezada por algunos integrantes del SME, a quienes se les ninguneó. Ciertamente, como algunos apuntaron, ello se debió a que somos un país hipócrita que suele ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, y a que, si bien los medios empleados por ambos eran los mismos, los fines no podrían ser más dispares. Sin embargo, me atrevo a plantear una hipótesis alterna: en México la gallardía de la protesta se ha devaluado, peor aún, su falta de atractivo se ha tornado en una franca animadversión.

El abuso de la protesta ha sido nocivo para la vida nacional, el armamento de las sociedades para combatir las injusticias se ha vuelto moneda de uso corriente –¡delegados marchando en el Distrito Federal!... el colmo– Se ha creído (erróneamente) que las protestas son legítimas por el simple hecho de serlo, y, peor aún, se ha difuminado el aspecto social de éstas, que algunas protestas se vuelvan violentas (o exclusivas) solo provoca que el grueso de la sociedad no se sienta partícipe de ellas, al contrario, se huye de éstas, y por ende, se les rechaza.

Un claro ejemplo de ello es la popularidad de López Obrador, la misma no se eclipsó ni con video-escándalos, ni con campañas negras que proclamaban que el tabasqueño era “un peligro para México”; el perredista perdió adeptos cuando emprendió un plantón sobre Paseo de la Reforma, muchos de los que siguieron con entusiasmo su proyecto alternativo de nación abandonaron el barco lopezobradoristas cuando su protesta se volvió improductiva, estancándose en un plantón sin sustancia democratizadora alguna.

En nada abona al notorio desprestigio de las protestas la enigmática conclusión de una huelga como la que encabezaban catorce miembros del SME en el zócalo capitalino, no se necesita ser un genio para deducir que el único beneficiado de ese ayuno colectivo será su líder, Martín Esparza, quien jamás se sacrificó y tenía tan poca consideración para con sus agremiados, que cada que los visitaba portaba tapabocas, no lo fuera a contagiar con su insalubridad, siendo él tan burgués. Tampoco beneficia la ausencia de congruencia, recientemente en Aguascalientes una manifestación antitaurina osó portar el estandarte de la libertad, jamás se percataron de que, en el fondo, ellos eran unos represores de clóset.

Tarde o temprano se tendrán que reencausar las protestas sociales, la sociedad no puede permitir que una de sus escasas armas para combatir las desatenciones y las injusticias del Estado caiga en la esterilidad por el exceso de uso, tenemos que recordar que lo infinito pierde atractivo, hay que hacer de la actual cotidianeidad de las protestas, algo extraordinario.