31 de diciembre de 2008

Algo más sobre mí y la magia de hacer cine

Un par de semanas atrás, acudí al cine a ver la nueva película de Michael Gondry. Confieso que La ciencia del sueño no me gustó y que Eterno resplandor de una mente sin recuerdos no me pareció tan híper-hilarantísima-mega-genialius como a muchos pero, pese a ello, compré sin remilgo alguno mi ticket para entrar a ver Originalmente pirata.

Tan pronto como comenzó la proyección pude encontrarme con todo aquello que me suponía con predisposición: un estilo gondriesco infectado por el humor Jack Black y con cierta dosis de cursilería, sin embargo, de a poco la cinta me fue ganando, me fui dando cuenta de que el peculiar estilo de Michael Gondry no era tan marcado como en el resto de sus películas, que toda esa estética y temática cool, que tanto me atosiga, se desvaneció con una simple meada.

El filme terminó atrapándome, no por su manufactura ni por su artística, simplemente porque me contagió con la nostalgia que irradia a caudales. Ver a Jerry, Mike y a Alma haciendo películas con lo mínimo me remitió a mis tiempos de estudiante en los cuales hice un par de cortometrajes con lo mínimo.

Los que realicé como estudiante fueron todos ellos productos sumamente deficientes, cierto, pero (al menos así los siento yo) llenos de emociones y recuerdos. Veo el cine que actualmente se produce, sea éste de arte, comercial, oriental o mexicano, y me encuentro con un “cine sin alma” –empleo las palabras que utilizó Carlos Boyero para describir El aviador de Martin Scorsese-. Actualmente es común encontrarse con películas realizadas técnicamente con maestría pero que no transmiten mayor cosa, la misma crítica cinematográfica (al menos la que un servidor lee) está plagada de tecnicismos: “excelente fotografía”, “soberbias actuaciones” “guión sólido”… ¿y las sensaciones?

Vuelvo a la película: veo a Jerry, Mike y a Ana disfrazándose de leones, colgando fantasmas de espuma con hilo nylon, reinterpretando mágicamente a un Robocop de la serie Z. Vuelvo a mis recuerdos: experimentos cinematográficos en los que grabábamos en ocasiones sin trípode, sin iluminación, sin la más mínima idea de cómo hacer cine, pero en los cuales compensábamos nuestras deficiencias con mucho corazón, donde faltaba un steady-cam sobraban manos, donde faltaban conocimientos sobraba el entusiasmo y el ingenio. Que gratos recuerdos.

30 de diciembre de 2008

La historia enlistada


Como si se tratase de una añeja tradición, cada fin de año se publican en diversos medios de comunicación múltiples análisis que pretenden recapitular lo más destacado del año que termina, una de las grandes peculiaridades de éstos es que en su gran mayoría resumen enlistando: el top ten de los mejores libros del año, las diez películas más taquilleras, el deportista del año, los veinte sucesos que conmovieron al mundo, el hombre del año, los escándalos del 2008, las mejor vestidas…

Me parece que el enlistado es una modalidad peligrosa para resumir los acontecimientos de todo un año, reducirlo todo a un determinado y selecto número de eventos, que queden en los libros y en la memoria colectiva estas diez películas consideradas como destacadas y que el resto de ellas queden condenadas al olvido, que la humanidad recuerde ciertos eventos políticos pero que estos otros permanezcan enterrados, ensalcemos a ciertos personajes públicos y a otros condenémoslos al ninguneo… la historia ahora no la escriben los ganadores ni tampoco los perdedores, la escriben los populares.

La popularidad y la frivolidad destacan en estos peculiares resúmenes, descuella en ellos exclusivamente aquello que fue lo suficientemente masivo como que para que la gente lo recuerde con facilidad, se destaca un evento por su impacto mediático no por sus consecuencias socioculturales, se privilegian la difusión de los “qué’s” y se obvian los “por qué’s” de los citados eventos.

¿Qué ocurrirá cuando futuras generaciones quieran aproximarse a lo acontecido en un año como este 2008? Seguramente algunas, muchas de ellas recurrirán a esta historia enlistada de fácil acceso y lectura, y creerán que lo contenido en dichas listas es un claro y puntual resumen de lo acontecido en el periodo correspondiente, la curiosidad menguara pues si los contemporáneos ya hemos establecido lo que es digno de destacarse, para que molestarse en rescatar aquello que nosotros mismos hemos enterrado.

¿Cuál es el propósito detrás de esta manía por resumir la historia en una lista? Supuestamente el establecer un resumen, esquematizando por su jerarquía, prioridad y trascendencia, de lo acontecido en el transcurso del año. ¿Nos sirve ello de algo? Sinceramente creo que no, un periodo de tiempo debe de estudiarse en su conjunto, no limitarlo a un enlistado en el cual se enumeren hechos aislados, debiéramos de dedicarnos a analizar este 2008 en su totalidad y no remontarnos a acontecimientos exclusivamente anecdóticos.

29 de diciembre de 2008

Más sobre el error en carne propia

En estos días festivos en los cuales priva el desenfreno y el regocijo, en los que los diarios se encuentran desnudos, escasos de editoriales y rellenados con notas sumamente intrascendentes, es muy grato leer una columna como la que el editor Braulio Peralta publicada el día de hoy en Milenio. En ella habla de los errores.

26 de diciembre de 2008

Divagaciones # 7 ... el error en carne propia

Algunos cuantos días atrás (no más de tres o cuatro semanas atrás), me encontraba en casa de uno de mis mejores amigos a altas horas de la noche y ligeramente alcoholizado. La novedad aquel día radicó en la plática, no hablábamos ni de asuntos laborales, ni de la camaradería, ni de deportes, ni de las escasas mujeres que pueblan nuestras vidas... departíamos sobre nuestros padres.

¡Oh sí!, los padres de mi amigo cruzaban por esa etapa que todos los padres de familia viven alguna vez en su vida: la crisis matrimonial. Pero la novedad aludida anteriormente no radicaba en ello, ya que, como lo enfaticé atrás, todos los matrimonios entran alguna vez en crisis. Lo realmente novedoso fue el que mi amigo comenzara a platicarme sobre, los que él cree, son los errores de su padre como padre, no eran frivolidades las que me enumeraba, me hablaba sobre las cosas que su padre nunca le enseñó o aquellas que le enseñó erróneamente... tras algunos minutos en los cuales perfectamente me di cuenta de que lo que mi amigo buscaba era el desahogo, intervine con uno de esos discursos plagados de buenas intenciones pero completamente alejados de la realidad, sin embargo, entre tanta postura políticamente correcta creo que le dije algo que valía la pena: que se juzgara como hijo con la misma lupa con la cual juzgó a su padre.

Sé que mi discurso cursi y empalagoso se esfumó más rápido que la resaca del día siguiente, aunque debo de decir, con cierta alegría, que en estas fiestas decembrinas vi a los padres de mi amigo juntos y contentos.

Y así como los padres de mi amigo sufrieron su crisis, mi círculo de amigos vivió también algunos conflictos este año, no pasa desapercibido el que en nuestras más recientes reuniones queden algunas sillas vacías, aunque por otro lado, otros volvieron a ocupar aquel lugar que en alguna ocasión dejaron vacante.

La semana pasada regresábamos de una fiesta un amigo y yo en el coche de éste, me preguntó si me había enterado de que tuvo algunos problemas con fulanito, le dije que sí y que qué pensaba hacer al respecto, ¿hablaría con fulanito o dejaría que el tiempo sanara las heridas?, me respondió que esto último. Hace poco, también a altas horas de la noche (sí, la farra ha estado con todo últimamente), hablaba con mi amigo Cristian Mujica, la amistad entre nosotros se deterioro básicamente por mi culpa, lo acepté, lo acepto y espero que algún día la herida que muestra una costra de sangre seca cicatrice por completo. Cuando algo tan importante como lo es una amistad esta en juego, bien vale la pena aceptar y enmendar los errores que hemos cometido, más en estas épocas navideñas en las que a muchos se les ablanda el corazón.

22 de diciembre de 2008

Protesta social without limits


En el más reciente número de la revista nexos aparece el diagnóstico de algunas ONG entorno a los derechos humanos que en breve será entregado a la ONU como parte del examen periódico universal en la materia. En él puede apreciarse con claridad que una de las mayores preocupaciones de las ONG es la criminalización de la protesta social por parte de las autoridades gubernamentales.

La protesta social es uno de los escasos medios de expresión con el cual cuentan los disconformes, confrontan aquello que rechazan de un modo sonoro y vistoso, de la marcha silenciosa a la bomba molotov, su propósito es siempre el mismo: manifestar públicamente una afrenta que de otra manera pasaría inadvertida.

En días pasados fuimos testigos de dos muy peculiares protestas sociales: el zapatazo que, si bien no dio en su objetivo, humilló claramente al presidente George W. Bush al hacer que éste se postrara, que se inclinara ante el insulto. El mundo entero fue testigo de la vejación que sufrió; por otro lado, las calles de Grecia fueron tomadas por ciento de jóvenes que protestan airadamente por el asesinato de un joven a manos de un policía.

A raíz de estos hechos Luis Linares Zapata se preguntaba en las páginas de La Jornada: si la muerte de un joven provocó tremendo pandemónium en Grecia, ¿Por qué en México las cifras van por los miles y nadie actúa en consecuencia?

Su conjetura es errónea, en Grecia no se protesta por un número determinado de asesinatos sino por el modo en el cual un joven pereció, no apelan a la cuantificación sino a la cualificación. No obstante, el cuestionamiento del articulista cala, ¿Por qué permanecemos pávidos ante la tempestad?

Creo que una de las posibles explicaciones es que, pese a que en México protestamos mucho, lo hacemos generalmente muy mal. No es que la protesta social esté en desuso, por el contrario, está desgastada, hemos empleado la protesta social incluso para denuncias mínimas -se han organizado protestas sociales para defender a ¡¡¡políticos!!! (Ulises Ruiz por ejemplo)-. El abuso de la protesta social en México decididamente le ha hecho perder mucho punch.

No solo se han desvalorado las causas de la protesta social sino también el acto de la protesta en sí. Un ejemplo concreto sería el plantón que por días encabezó Andrés Manuel López Obrador sobre el Paseo de la Reforma, nunca estuve presente pero las crónicas disponibles hablaban de gente jugando ajedrez, partidos de fútbol, exposiciones fotográficas… ahora que lo veo en retrospectiva me pregunto: ¿Era aquello una protesta social o una kermés?. Debo de afirmar que la espontaneidad de la protesta social se ha desvanecido por completo, viendo algunos videos de las protestas que se desarrollan en Grecia me percato de que ahí impera la anarquía, en ellas la orden del día es dictada por el mero instinto; en México en cambio, López Obrador –de organizaciones como Iluminemos México mejor ni hablar- pone fecha y hora para lo congregación de las masas, se fija un objetivo, se acude en camiones…

Y malamente, lo social se ha diluido totalmente en nuestras supuestas protestas sociales, el patético caso de los maestro del estado de Morelos es un triste ejemplo de ello, los privilegios personales pasándole por encima al bien común.

Estoy totalmente de acuerdo con las ONG, sería pavoroso el que se criminalizara la protesta social, sin ésta, viviríamos en un régimen con pavorosos rasgos autoritarios. Pero habría que hacerle un llamado a los partícipes de las protestas sociales (algunos de ellos verdaderos profesionales en la materia): sean excepcionales, sean reacios, sean espontáneos, sean concientemente sociales… y a todos los que no protestamos por una u otra razón, nunca es tarde para comenzar a hacerlo, más ahora en este país, al que por donde se le mire se le nota tan desanimado, pienso que podríamos inyectarle una dosis fuerte de entusiasmo con una airada y verdadera protesta social.

17 de diciembre de 2008

¿Oponerse a qué?

En México la oposición partidista (entiéndase por ello, la de izquierda) vive momentos aciagos, más allá de aquellos sectores que supuestamente tienden al radicalismo o de sus insorteables divisiones internas, es su incapacidad para la negociación y el diálogo lo que la mantiene atascada. Dos aspectos a destacar: su incapacidad para tolerar las ideas, ya no digamos las ajenas sino incluso las divergencias que se suscitan bajo su propio techo; y su imposibilidad para hacer valer una fuerza en el congreso que nunca antes habían tenido.

El ejercicio de la oposición desde las trincheras de la política partidista (sea del color que ésta sea) resulta siempre un albur, usualmente lo que se busca no es la edificación, se busca destruir al rival para intentar reconstruir al país una vez afianzados en el trono. Siendo el protagonismo y la popularidad los ejes de la democracia participativa –en la cual, no en balde, gana quien más votos obtenga-, estamos sometidos a este tipo de comportamientos.

Cuando este tipo de oposición tiene problemas en su funcionamiento, existen otros sectores que debieran de ejercer la crítica objetiva sobre el partido político que se ostenta en el poder: ONG’s, intelectuales, periodistas…

Es este último sesgo al cual le deberíamos de prestar particular atención, pues creo que vive también momentos, si bien no aciagos, si definitorios. Veía el martes pasado el programa televisivo Espiral conducido por Ricardo Raphael y al cual se dieron cita tres periodistas, entre ellos los destacados Jenaro Villamil y Alejandro Páez Varela. El pretexto era comentar sobre un reciente libro titulado Los intocables.

Como su nombre bien lo indica, el libro trata sobre personajes de la vida pública, personajes con una amplia exposición en los medios de comunicación, de lo contrario, el libro no vendería, personajes que a su vez rompen la ley asiduamente y no son castigados, son inmunes, son intocables. El libro no es ninguna novedad, muy por el contrario, dicha actitud de denunciar exclusivamente a personajes de la vida pública se ha vuelto un lugar común dentro del periodismo de oposición, no me cree, vaya usted al Sanborns y verá la cantidad de libros que existen del mismo corte.

¿Sirve esto de algo? A mí en lo personal, sin parecerme una banalidad, sí me parece un periodismo que optando por la popularidad mediática desecha lo sustancioso, no se pude poner en tela de juicio la valentía de quienes denuncian con base al ejercicio periodístico bien ejercido a los Bibriesca, a Mario Marín, a Emilio Azcárraga… sin embargo los periodistas de oposición debieran de hacer algo más que denunciar al corrupto, si creen que su oficio culmina ahí los ciudadanos estamos en serios aprietos, los periodistas debieran también de darle seguimiento a los programas del gobierno, a sus políticas, a sus administraciones… hechos que afectan de manera directa la vida diaria de la ciudadanía.

Al retratar a los protagonistas de la vida pública como antagonistas los periodistas buscan también asirse de cierto protagonismo, nuestro pequeño héroe que con una lap top, una enorme dedicación y un montón de información logra desenmascarar las tropelías de gobernantes tiranos y empresarios embrutecidamente ricos. Cierto, es una labor invaluable, pero no es la única que debe de ejercer el periodismo de oposición, la farándula de la politiquita atrae al ciudadano pero escasamente le afecta, temas que al ciudadano le pasan desapercibidos y que le atañen directamente debieran de ser abordados por los periodistas. Un ejemplo: los intereses obscenos que están cobrando los bancos vía sus tarjetas de crédito, quien puso en la mesa de debate el tema no fue un periodista sino un empresario: Carlos Slim.

9 de diciembre de 2008

Humberto Moreira as Travis Bickle

Quizás ustedes recuerden aquella película que causó cierto impacto en la década de los 70’s: Taxi Driver. En ella su protagonista, Travis Bickle, decide llevar su discurso con tintes evangélicos de las palabras a las acciones, cansado de ver a diario el como una cantidad considerable de escorias humana infectan las calles de Nueva York se decide a limpiar éstas con sus propias manos, armándose hasta los dientes confronta y ejecuta a un grupo de padrotes que explotan las carnes de una indefensa adolescente.

Quizás también hayan escuchado en las noticias que el flamante gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, se ha aventado la puntada de proponerle al Congreso de su entidad la legalización de la de la pena de muerte en contra de los secuestradores que maten o torturen a sus víctimas.

Si no ha visto la cinta y tampoco se enteró usted de la ocurrencia del gobernador coahuilense, al menos debió de percatarse del escandalazo que esta última provocó en los medios de comunicación: moneros, columnistas, bloggers, políticos, abarroteros… un elevado número de mexicanos queriendo ser partícipes del argüende del momento.

Que gasto tan innecesario de saliva y de energías, supongamos por un momento que llegara a aprobarse dicha medida –algo tan improbable como el que México llegue a ganar algún día el Mundial de fútbol-, sus consecuencias sería infructíferas. Que ilusos son, como si en México se capturaran a tantísimos secuestradores, como si nuestro sistema de justicia fuera recto, como si acá se aplicara siempre la ley con estricto apego a la norma escrita. Podríamos tener presente en nuestras leyes la posibilidad de aplicar la pena de muerte y nadie la aplicaría, como tantas leyes que si bien escritas, no se aplican en la realidad este país.

Ante la imposibilidad de proponer soluciones reales recurrimos a la vacilada, la imaginación se nos eclipsó y apelamos al lugar común de la justicia aciaga: la pena capital. No sé que es más triste, el saber que tenemos serios problemas en cuestiones de seguridad, o el ser concientes de que no tenemos ni la más remota idea de cómo resolverlos.

La oleada de violencia que azota al país está trayendo como una de sus lamentables consecuencias a gobernantes y opinólogos que, a sabiendas de que la ciudadanía está desilusionada y se siente impotente, no dudan en tomarle el pelo ofertándole propuestas de humo. Unos hacen de la propuesta un auténtico show business y los otros hacen de la denuncia una arenga mediante la cual pretenden solventar favorablemente viejos diferendos partidistas.

Quizás recuerden ustedes que como introducción traje a la memoria colectiva a aquel personaje cinematográfico llamado Travis Bickle. La ocurrencia de Humberto Moreira nos invita a todos a convertirnos en verdugos, el gobernador coahuilense cree que un festival de sangre nos revitalizará, piensa que el impacto de ver rodar cabezas en la plaza publica nos hará sentir seguros, cavila por su mente un pueblo mexicano sediento de venganza, ve como heroico y patriótico el acto de privar de la vida a un delincuente. Pero estamos lejos de ello, no somos un pueblo de Travis Bickles buscando justicia por medio de armas y balas, sencillamente queremos sabernos y sentirnos seguros.

6 de diciembre de 2008

Las enseñanzas de mamá # 5 … la nota roja que alecciona

Mi mamá es una asidua consumidora de esas noticias a las cuales se les conoce coloquialmente como: la nota roja. Eventualidades que entre más sangre, más venden; más sesos regados por el asfalto, más exquisita la nota.

Pues bien, en el transcurso de la semana mi mamá me dio a conocer la más reciente tragedia que leyó en la nota roja: un choque, provocado por uno de esos espléndidos ciudadanos cuya rebeldía anárquica consiste en pasarse los altos, colisionó contra un automóvil conducido por eso ciudadanos apáticos que únicamente avanzan cuando la luz del semáforo está en verde, el saldo, dos personas muertas, obvio, viajaban en el vehículo conducido por el apático.

Siempre me he preguntado que ganan aquellos ciudadanos rebeldes sin causa cuando se pasan un alto, he llegado a pensar que a los hombres anárquicos les crece el pene cada que violan una señal de tránsito y que a las mujeres anárquicas les ocurre algo similar pero con su busto, pero aquello me parece un disparate, creo que en realidad no ganan absolutamente nada.

La rebeldía de pasarse un alto es un acto francamente absurdo, una manifestación estéril que no brinda beneficio alguno, no le encuentro nada célebre, no es realidad un acto anárquico sino uno netamente egoísta.

Mi mamá me contaba la noticia compungida por la tragedia, a mí me conmocionó la absurda dizque rebeldía que la provocó.

3 de diciembre de 2008

La duda, el montaje y el Photoshop


Describiré brevemente una pequeña anécdota que aconteció en el lugar en el cual trabajo: uno de los trabajadores que laboran conmigo no tiene oportunidad alguna de accesar a una computadora, el suyo es un trabajo netamente físico, pero por azares del destino tuvo la oportunidad de entretenerse durante algunos minutos en una computadora. Se sentó y comenzó a teclear lentamente, aparentemente el resultado de su búsqueda por Google fue satisfactorio pues sonrió sonoramente, de inmediato nos invitó a todos los que estábamos a su alrededor a que atestiguáramos su descubrimiento: el video de Belinda que tan comentado fue durante el transcurso de la semana pasada. Lo que me llamó poderosamente la atención no fue el que todos accediéramos a ver el breve momento íntimo de una adolescente hecho público, sino los comentarios que se suscitaron, ninguno de los ahí presentes emitió comentario alguno sobre la anatomía de la expuesta, toda la tertulia se debatió entorno a la veracidad o no del video. Los argumentos no faltaron, desde el timbre de su voz hasta el tamaño de su seno, no se llegó a conclusión alguna más allá del escepticismo.

Pues sí, así de mal andamos, nos tenemos tan poca confianza que no atinamos a afirmar siquiera si un video es verídico o no. Entre nosotros todo se ha vuelto suspicacia, ir a denunciar un delito suele ser sumamente infructífero pues se tiene menores probabilidades de obtener alguna resolución favorable que el obtener alguna remuneración económica apostando en la ruleta, ahí está el ejemplo de Nelson Vargas: un padre de familia que asfixiado por la impotencia que siente expresa coléricamente que la inefectividad policiaca es el símil de “no tener madre”. Un otrora ícono de la fiabilidad ciudadana, como lo era el policía, es ahora puesto en duda.

Pero se tendría que ser sumamente ingenuo como para creerse que el problema de la falta de confianza recae exclusivamente sobre nuestras autoridades, por el contrario, es parte de nuestra cultura: el compañero de trabajo es poco fiable porque es dado a chismorrear, el esposo porque llega tarde a casa, el peatón aquel porque está atiborrado de tatuajes y seguramente ha de ser un ladronzuelo…

Hemos perdido la confianza en el prójimo, dudamos de las personas que nos rodean, la convivencia diaria se sostiene pero está infectada por la epidemia de la desconfianza, las relaciones no se han roto, quizás incluso éstas se hayan fortalecido, pero no es lo conocido lo que se ha puesto en tela de juicio, es lo desconocido lo que se ha vuelto dubitativo. En este contexto en nada nos favorece que diversos gobiernos estén lanzando una convocatoria a la población: denuncien al prójimo, sospechen del otro.

En una época en el cual lo que debemos de procurar es la cohesión social, nuestros gobernantes nos piden que nos fragmentemos. Para ayudarles a sacar adelante su chamba debemos de contemplar con ojos quirúrgicos al vecino, dudar del carro nuevo que se ha comprado, de sus ausencias, de las horas en las cuales arriba a su casa… los bancos pueden bostezar en las pesquisas de lavado de dinero pero el ciudadano debe de ser férreo para con el prójimo.

Actualmente vivimos afectados por un grave problema de desconfianza: pilares como la economía y la seguridad están fisurados y nos hacen temblar; en la vida diaria nos topamos ocasionalmente con personas que nos venden gato por liebre; como ciudadanos sorteamos la vida con gobernantes que mucho prometen y poco cumplen a grado tal que ya no les creemos absolutamente nada. Habitamos un México en el cual debemos de sortear dudas a diario, llegando a grado tal que no sabemos siquiera si el video de Belinda que circula por la Internet es real o no.

1 de diciembre de 2008

Más sobre la fabulosa vida

Si en VH1 le llaman La fabulosa vida, en su blog Guillermo Sheridan bautiza dicha actitud aderezada a la mexicana como las Buenas noticias.

No es que esté en contra de que la gente se divierta con las posibilidades que su bolsillo les conceda, pero hacer del derroche un acontecimiento celebrable me parece más frívolo que las películas cuya sustancia son los senos de Martha Higareda.