3 de diciembre de 2008

La duda, el montaje y el Photoshop


Describiré brevemente una pequeña anécdota que aconteció en el lugar en el cual trabajo: uno de los trabajadores que laboran conmigo no tiene oportunidad alguna de accesar a una computadora, el suyo es un trabajo netamente físico, pero por azares del destino tuvo la oportunidad de entretenerse durante algunos minutos en una computadora. Se sentó y comenzó a teclear lentamente, aparentemente el resultado de su búsqueda por Google fue satisfactorio pues sonrió sonoramente, de inmediato nos invitó a todos los que estábamos a su alrededor a que atestiguáramos su descubrimiento: el video de Belinda que tan comentado fue durante el transcurso de la semana pasada. Lo que me llamó poderosamente la atención no fue el que todos accediéramos a ver el breve momento íntimo de una adolescente hecho público, sino los comentarios que se suscitaron, ninguno de los ahí presentes emitió comentario alguno sobre la anatomía de la expuesta, toda la tertulia se debatió entorno a la veracidad o no del video. Los argumentos no faltaron, desde el timbre de su voz hasta el tamaño de su seno, no se llegó a conclusión alguna más allá del escepticismo.

Pues sí, así de mal andamos, nos tenemos tan poca confianza que no atinamos a afirmar siquiera si un video es verídico o no. Entre nosotros todo se ha vuelto suspicacia, ir a denunciar un delito suele ser sumamente infructífero pues se tiene menores probabilidades de obtener alguna resolución favorable que el obtener alguna remuneración económica apostando en la ruleta, ahí está el ejemplo de Nelson Vargas: un padre de familia que asfixiado por la impotencia que siente expresa coléricamente que la inefectividad policiaca es el símil de “no tener madre”. Un otrora ícono de la fiabilidad ciudadana, como lo era el policía, es ahora puesto en duda.

Pero se tendría que ser sumamente ingenuo como para creerse que el problema de la falta de confianza recae exclusivamente sobre nuestras autoridades, por el contrario, es parte de nuestra cultura: el compañero de trabajo es poco fiable porque es dado a chismorrear, el esposo porque llega tarde a casa, el peatón aquel porque está atiborrado de tatuajes y seguramente ha de ser un ladronzuelo…

Hemos perdido la confianza en el prójimo, dudamos de las personas que nos rodean, la convivencia diaria se sostiene pero está infectada por la epidemia de la desconfianza, las relaciones no se han roto, quizás incluso éstas se hayan fortalecido, pero no es lo conocido lo que se ha puesto en tela de juicio, es lo desconocido lo que se ha vuelto dubitativo. En este contexto en nada nos favorece que diversos gobiernos estén lanzando una convocatoria a la población: denuncien al prójimo, sospechen del otro.

En una época en el cual lo que debemos de procurar es la cohesión social, nuestros gobernantes nos piden que nos fragmentemos. Para ayudarles a sacar adelante su chamba debemos de contemplar con ojos quirúrgicos al vecino, dudar del carro nuevo que se ha comprado, de sus ausencias, de las horas en las cuales arriba a su casa… los bancos pueden bostezar en las pesquisas de lavado de dinero pero el ciudadano debe de ser férreo para con el prójimo.

Actualmente vivimos afectados por un grave problema de desconfianza: pilares como la economía y la seguridad están fisurados y nos hacen temblar; en la vida diaria nos topamos ocasionalmente con personas que nos venden gato por liebre; como ciudadanos sorteamos la vida con gobernantes que mucho prometen y poco cumplen a grado tal que ya no les creemos absolutamente nada. Habitamos un México en el cual debemos de sortear dudas a diario, llegando a grado tal que no sabemos siquiera si el video de Belinda que circula por la Internet es real o no.

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