23 de febrero de 2010

You can´t see me


En algún borroso recuerdo que guardo del quinto grado de primaria, un compañero pegó por devoción el póster de un luchador en la pared del aula escolar, bastó con ese acto aislado para que en un santiamén la pared entera quedara tapizada con múltiples afiches de diversos enmascarados. Una sola constante: todos los luchadores exhibidos en aquel collage eran mexicanos.

El seguimiento que se le da a la lucha libre en este país ha sido durante años una de nuestras más bellas estampas culturales, no solo hablamos de un montón de películas de inconcebible culto, de leyendas como El Santo, Blue Demon y el Cavernario Galindo, hablamos también de profesores del quinto grado de primaria que platican amenamente con sus alumnos sobre las leyendas de la lucha libre nacional; de un luchador que sin pruebas de por medio, pero totalmente convencido, sostiene que la lucha libre es el segundo deporte más popular en México (le creo); de unos niños que hasta hace no muchos ayeres escenificaban coreográficas luchas en los cruceros de la ciudad de Aguascalientes a cambio de unas cuantas monedas; de un Octagón que, en notorio estado de ebriedad, le exige a la antialcohólica que no lo detengan porque él es ni más ni menos que … ¡Octagón!

Pero algo está ocurriendo, noto un cambio que creo, no es ni una simple coincidencia, ni una obsesiva fijación de mi parte. He descubierto con la mirada que los niños prefieren ahora las playeras de John Cena, las portan con orgullo … y no son pocos.

Ahí no termina la creciente fiebre por la WWE (siglas de la empresa de lucha libre dominante en Norteamérica), existen más muestras de ello: al menos un cine en esta ciudad anuncia magnánimamente la transmisión de los eventos pay per view (a precios elevadísimos, por cierto) en sus salas cinematográficas; en los puestos de revistas los pósters de los luchadores mexicanos, de a poco, han sido desplazados por afiches de musculosos luchadores norteamericanos, se venden también pulseras, collares y, obvio, la anaranjada playera de John Cena; si algo no ha desaparecido de nuestra cultura luchística son las máscaras y, me temo, ello se debe a que en la WWE los luchadores no utilizan máscaras.

La lucha libre mexicana está perdiendo su arraigo a pasos agigantados, pruebo de ello fue el rotundo fracaso de la cinta AAA, la película, sus productores esperaban una recaudación de 80 millones de pesos y la semana de su estreno no recaudó siquiera los tres millones; en Aguascalientes su paso fue fugaz y se estrenó únicamente en una sala de cine. Algunos argumentarán que la lucha libre es un elemento secundario en este momento en el que tenemos otras prioridades, a ellos les recuerdo las palabras de Carlos Monsiváis: “La lucha libre en México […] un reducto popular donde se encienden y tienen cobijo pasiones inocultables; ídolos que lo son porque muchos pagan por verlos […] pasión gutural y visceral por los “rudos” y admiración dubitativa por los “científicos”; espectadores levantiscos que gritan ‘¡Queremos sangre!’ tal vez para imaginarse los sacrificios en el Templo Mayor; nombres que representan gruñidos de la rabia escénica y el estruendo sinfónico de la caída de los cuerpos”.

Héctor de Mauleón escribió en su libro El tiempo repentino una formidable crónica sobre Black Shadow titulada La lucha del siglo, el testimonio de cómo una de nuestras grandes leyendas de la lucha libre terminó sus días sobreviviendo como vendedor ambulante, alejado por completo de la gloria que algún día tuvo: “Alejandro Cruz, el vendedor ambulante, se pone a acomodar artículos sobre la manta y entonces Black Shadow vuelve a convertirse en una sombra”. Es triste leer como Black Shadow terminó sus días de una manera opaca, sin el lustro de su brillante carrera deportiva, pero más tristeza da el atestiguar cómo estamos haciendo lo propio con nuestras tradiciones, herencias culturales de las que decimos sentirnos sumamente orgullosos, y sin embargo, poco nos empeñamos en conservarlas, hoy volteamos nuestras miradas a los cuadriláteros de la WWE, dejando los nuestros en el olvido.

20 de febrero de 2010

Para defender al Pato Donald


La cruzada moralizante ha dictado su sentencia: son los medios de comunicación, en especial, el televisor, los principales culpables de la decadencia en la cual se encuentran sumidas las sociedades contemporáneas.

De manipuladores de cerebros a instrumentos para consolidar el colonialismo, actualmente se culpa con saña a los medios de comunicación de gran parte de los males que actualmente nos aquejan: si entre nuestro infantes priva la obesidad, alguno sugiere que se debe a que en los medios se anuncian sin restricciones engordantes e irresistibles golosinas; si las sociedades se han vuelto sanguinarias, un psicólogo afirma que ello se debe a que crecimos bajo una violenta doctrina cinematográfica dictada por Vin Diesel; si la sociedad se ha tornado acrítica y pasiva, un radical afirma que ello se debe a que la televisión nos mantiene idiotizados (a todos, menos a él, por supuesto) con noticias tan intrascendentes como el reciente caso de Salvador Cabañas… no realicé investigación alguna, sencillamente fui tropezando con estos análisis en el transcurso de la semana.

El televisor es el blanco predilecto de los señalamientos esgrimidos por la cruzada moralizante, lo es debido a que la humanidad parece haberse rendido por completo ante su innegable atractivo. Los Simpsons han sintetizado mejor que nadie este fenómeno, capítulo tras capítulo, los integrantes de la casa amarilla terminan sus actividades académicas, domésticas y laborales para matar el tiempo libre de un único modo: frente al televisor.

Por paradójico que resulte, ahí donde se cimienta el sólido poder de los medios, ahí se originan también sus agrietamientos. Las audiencias son masivas, se produce por ende un inevitablemente diálogo entre ellas que conduce en ocasiones a la crítica. El problema no es que la cruzada moralista sobreestime el poder de los medios de comunicación, pues el poder de éstos es incuestionable, el problema es que se desestima por completo la capacidad crítica de las audiencias, capacidad que se inicia desde algo tan simple como la selección de los programas televisivos. Por ejemplo: en días recientes se transmitió el Super Bowl simultáneamente por diversas cadenas de televisión, el ejercicio de selección es un sutil ejercicio crítico, la audiencia seleccionó según sus propios criterios, entre las diversas opciones optó por la que creyó más conveniente, señal inequívoca de que no solo privan los contenidos, también influyen las formas, el público es indudablemente heterogéneo.

En los hogares se ejerce la crítica televisiva, los argumentos hogareños podrán ser calificados de amateurs, débiles y frágiles, son opiniones que no se sustentan en teorías sociológicas, apelan únicamente al gusto personal, pero inclusive en esa trivial degustación se encuentra un atisbo de espíritu crítico. Solo la cruzada moralista, tan empeñada en su lucha contra los medios de comunicación, termina socavando a las audiencias al nivel de un rebaño siguiendo dócilmente a su pastor.

Es innegable como algunos medios de comunicación se extralimitan obscenamente, han amasado fortunas y amansado conciencias (políticas, sobretodo) gracias al atractivo y al poder que se deriva de la comunicación de masas, utilizan sin ética alguna un espacio que no les pertenece (se les concesiona), y claro, se transmite en ellos una multitud de programas más vacíos que nuestras carteras. Pero de este mal actuar, no es culpable el medio, sino quienes lo utilizan para lograr un fin.

El paralelismo entre quienes actualmente abanderan la cruzada moralista en contra de los medios de comunicación, y el planteamiento que Ariel Dorfman y Armand Mattelart hicieran en su clásico Para leer al Pato Donald es evidente. Ambos cruzaron la frontera de la crítica para introducirse de lleno en una improductiva satanización de los medios.

18 de febrero de 2010

Hipocresía universitaria

La Universidad Autónoma de Aguascalientes ha iniciado una campaña de boteo con el fin de recaudar dinero para la construcción de las instalaciones del futuro bachillerato. Pueden leer sobre ello por acá.

Curiosa campaña, pese a que hacia finales del año pasado se aprobó un incremento al presupuesto universitario –presupuesto que se aprueba tras ser elaborado y analizado, incomprensible que en él no se haya incluido ninguna partida para la construcción del futuro bachillerato-, la campaña se ha lanzado bajo el supuesto de que la universidad “no tiene recursos” -si nos guiamos por declaraciones de los rectores, las pobres universidades públicas nunca tienen recursos-.

Se recurre entonces a algo más que la bondad monetaria del pueblo, se le pide a la “sociedad de Aguascalientes” que tome el proyecto “como suyo”. Plan con maña por supuesto, el día de mañana, cuando las autoridades universitarias pidan (exijan) más presupuesto, alegarán, no que es para el bachillerato, sino para NUESTRO bachillerato, el que construimos entre TODOS los hidrocálidos. Populismo educativo del más rancio.

Pero cualquiera que haya ojeado el día de hoy los periódicos locales habrá notado la tremenda hipocresía de las autoridades universitarias. En todos los periódicos apareció la nota de la donación de 130,000 pesos por parte del colegio de notarios de Aguascalientes. Uno supondría que las donaciones de caridad se hacen con humildad, pero no, quizás como somos ya tantísimos seres humanos en este planeta, hay que anunciar nuestras buenas obras con bombo, platillo y periodicazos con el fin de que diosito, tan ocupado, note nuestra nobleza y nos aparte un boleto para el área VIP del cielo.

Lo obsceno de esta historia es la forma en la que la universidad ha decidido dar las gracias al colegio de notarios de aguascalientes, no bastó con un apretón de manos o un fuerte abrazo, si usted siguió ojeando los periódicos habrá notado que en todos ellos apareció una inserción pagada de un cuarto de plana como muestra de agradecimiento. Estas inserciones no son nada baratas, rondan entre los cinco mil y dos mil pesos, el costoso agradecimiento habrá salido en poco más de veinte mil pesos, un derroche de recursos incomprensible para una universidad que “no tiene recursos”.

La ofensa para quienes de buena fe han contribuido a la campaña donado cinco, cincuenta o cien pesos es palpable, creyeron que con su donativo contribuirían con un par de tabiques, pero su dinero terminó derrochándose en costosos e incomprensibles agradecimientos.

10 de febrero de 2010

Mecanografiar


Esta labor aparenta una enorme sencillez, es un proceso tan o más insípido que el fast food, el trabajo consiste en: sentarse, atrapar mientras se divaga un par de ideas errantes (ajenas incluso) y mecanografiarlas con cierto estilo periodístico. Cumplo por estas fechas tres años practicando semanalmente esta altiva labor: intentar resumir en una cuartilla la paradisíaca cotidianeidad que, en ocasiones, no se extiende más allá del microcosmos político. El proceso culmina al ver ese puñado de palabras impresas en las páginas del Página 24.

En los aniversarios se suelen renovar convicciones, son el pretexto perfecto para proponer un brindis y celebrar sonoros festejo, pero también, son momentos idóneos para ejercer la reflexión y la siempre necesaria autocrítica. ¿A qué he jugado a lo largo de estos tres años, en los cuales, he ejercido (sin licencia de por medio) como un malogrado mecanógrafo?

Como en la mayoría de los mecanógrafos, cierta dosis de egocentrismo se ha hecho presente en mí, jamás he creído en mi importancia, pero sí llegue a creer en la de mis palabras, en algún momento llegue a creerme poseedor de una opinión tan buena o importante, que era preciso mecanografiarla y publicarla.

Sin embargo, a lo largo de este periodo he errado muchas veces: mi ortografía y sintaxis deslucen en ocasiones, insignificancias que resaltan mi insignificancia, retratan al crítico mecanógrafo que ha tropezado con la minúscula barrera de la redacción; soy conciente de que en ocasiones, aburro, tardo una eterna cuartilla en mal-transmitir aquello que contundentemente puede resumirse y transmitirse mediante una frase concreta; me he descubierto como un pésimo gurú de los resultados electorales, jamás apuesten a mis pronósticos; pero sobretodo, ha dejado una enorme cantidad de temas en el olvido. Aunque también, he de confesarlo, he mecanografiado un par de artículos de los cuales estoy realmente orgulloso.

Una de las dichas del mecanografiar son las lecciones que, como en todo oficio, deja la práctica. Hay lecciones desgarradoras, quizás la mayor de ellas sea el asimilar (como egocéntrico mecanógrafo) la intrascendencia de tu monólogo textual, el texto publicado es una bala perdida que únicamente hiere al vacío, la concientización y la insurgencia no son mechas que logren incendiarse por obra y gracia de alguna gélida columna mecanográfica.

Una valiosa lección que he aprendido a lo largo de estos tres años, es que la labor del mecanógrafo es siempre pasajera, una opinión caduca más rápido que un litro de leche pasteurizada, gracias a ello, he asimilado que no se mecanografía para concientizar ingenuamente a un puñado de lectores, sino para iniciar un diálogo (quizás, también ingenuamente). El diálogo puede ser impersonal y sordo, pero es probable que se expanda gracias al enorme atractivo del murmullo, la concientización social en cambio, podrá entonarse furibundamente y en voz alta, pero, al ser un producto de la vanidad periodística, no encontrará eco alguno.

Hace relativamente poco tiempo leí un texto de Fernando Rivera Ibarra cuyo título me dejó perplejo, el mecanógrafo en cuestión elaboró un reclamo con un dejo impotencia, comentaba en las páginas de La Jornada Aguascalientes que los políticos, no le leen (“menos nos leen”). No comparto en absoluto aquella posición, nunca he aspirado a que la conciencia moral y social transiten ingenuamente por mis textos, y jamás he aspirado, ni muy remotamente, a convertirme en el Pepe Grillo de algún trasnochado político. Desear la influencia política me parece tan fútil como desear el poder político.

Tres años mecanografiando, no me queda más que agradecer a quienes hacen posible la publicación, y sobre todo, a quienes leen estas líneas tan pobremente mecanografiadas, de pasada, aprovecho para confesarles que seguiré mecanografiando, pues es ante todo, una viciosa labor que disfruto enormemente.

8 de febrero de 2010

Lluvia de lecturas # 2

Mi padre, tan afecto a darle seguimiento a los pronósticos meteorológicos, me dice que para finales de esta semana se pronnostican lluvias, para contrarestarlas, nada mejor que una lluvia de lecturas:

Este precioso texto de Arnoldo Kraus publicado en Letras Libres.

La crónica de La ruta de sangre de Beltrán Leyva a manos del mejor cronista que actualmente tenemos en México, Héctor de Mauleón. En la misma revista, este fabuloso ensayo de Claudio Lomnitz.

Una notable entrevista a Juan Domingo Argüelles publicada en El búho.

El ensayo Público para la historia de Calíope Martínez publicado en Parteaguas ... pídasela a su voceador.

Y como pilón, un divertidísimo texto de Carlos Reyes Sahagún, publicado hoy en Crisol Plural.

4 de febrero de 2010

Como no leer en el urbano

Uno de estos acuosos días abordé un camión urbano … no sabía en la que me metía. Pensé que, aparte de transportarme, el urbano lograría resguardarme, que su techo de lámina, si bien gélido, me protegería de la lluvia, tenue, pero criminalmente incesante. Abordé el urbano y tardé en tomar asiento, no porque no hubiese disponibles, sino porque la totalidad de éstos estaban mojados y humedecería irremediablemente mis nachas recientemente inyectadas, no supe el porqué de aquel inusual charquerío –desgraciadamente, no soy de los que capta las cosas a la primera-, fue hasta que por fin me senté y abrí la Letras Libres (ahora a sesenta pesotes) que lo supe, el urbano goteaba y mojó sin escrúpulos mi costosa revista, observé entonces como el techo del urbano hacía agua por todas partes.

Visto está, las mejoras ofrecidas (y comprometidas) a cambio del recientemente aprobado aumento son una burla a peaje armado. Y visto está (también), aquellos supuestos doctos que pregonan que la plebe intelectualmente subdesarrollada no lee ni siquiera en el urbano, es porque probablemente desde hace tiempo no abordan uno … como no leer en el urbano, lo comprobé esta semana, lo compruebo cada que abordo el maltrecho transporte público que padecemos en esta nación.

3 de febrero de 2010

Exploradores del abismo


El progreso es realmente asombroso, la velocidad a la que el mundo evoluciona resulta infartante, el presente pronto se vuelve historia y lo novedoso pasa a ser obsoleto en un abrir y cerrar de ojos, los automóviles son cada vez más rápidos, los Ipod más prácticos, los rascacielos más altos… este progreso que nos mantiene permanentemente boquiabiertos, sin embargo, también nos ciega.

El temblor ocurrido en Haití sacudió a una nación y debería de hacer lo mismo con millones de conciencias alrededor del mundo. El progreso voraz ha contribuido en gran medida a que se bostece ante esa tremenda problemática mundial que es la pobreza, en el mundo contemporáneo es común que se ondeen banderas ambientalistas, ecológicas, tecnológicas… pero la pobreza ha quedado varada en el olvido, no circula ni en el Facebook ni el Twitter, por lo tanto, no es noticia.

La estética en el posmodernismo es en apariencia impecable, lo es porque nos hemos dedicado a embellecer nuestra vida cotidiana, y para lograrlo, entre otras muchas cosas, se limpian calles y conciencias por igual, por ejemplo: se vuelven día con día más numerosas las ciudades que en el mundo (e incluso algunas en México) prohíben el mendigar, las calles entonces lucen pulcras, se libran de la fealdad personificada en el mendigo y nuestras conciencias “olvidan” tan cruenta problemática social.

Es increíble (pero ciertamente explicable) que un problema que afecta a millones de personas alrededor del mundo –el Banco Mundial reporta que mil millones de personas sobreviven con menos de dos dólares al día- permanezca relegado a un marginal segundo plano dentro de la agenda pública. Quizás se deba a que nos hemos acostumbrado a la miseria. Jesucristo sentenció “a los pobres los tendrán siempre entre ustedes”, si jamás se acabará con la pobreza, ¿para qué combatirla?, tan fácil que es arrinconarla y olvidarla.

El continente más pobre del planeta está siendo terriblemente azotado por el SIDA y, pese a ello, no tarda en aparecer el ocurrente que divulga (por Internet, of course) que el VIH es una tomadura de pelo, que no existe, que es una cortina de humo… y algunos cibernautas se tragan tamaña mentira. Si estalla una crisis económica se piensa primero en el bienestar de los bancos, ya nos ocuparemos después de las personas, preferible el bienestar de las instituciones que el de los humanos. La despreocupación ante la pobreza es mundial.

Pasa también acá en Aguascalientes, en las zonas residenciales se decoran con esmero los camellones, mientras que los habitantes de la periferia tienen que ver pasar los años para que se pavimenten las calles de sus colonias. En el colmo de nuestra vanidad, en ésta ciudad a la creciente zona oriente se le conoce con el despectivo nombre de “el otro Aguascalientes”, como si no fueran parte y realidad de nuestra entidad.

En un mundo en el que en apariencia el progreso ha dotado de voz a una multitud, en el que el megáfono de las redes sociales está al alcance de la mano, la pobreza permanece en el mutismo por su imposibilidad de accesar a estos medios. El progreso agranda la brecha entre clases sociales, pero a su vez, la desconoce, por ello se vuelven tan necesarios ahora los exploradores del abismo: cronistas, íconos de la cultura pop, líderes de opinión, luchadores sociales y sociólogos que den (y difundan) un seguimiento puntual a los estragos causados por la pobreza, pues actualmente es una realidad lo que aquel cantante y fenomenal bailarín entonaba desde la favelas brasileñas: All I wanna say is that they don’t really care about us.