29 de diciembre de 2010

Entre el júbilo y el tumulto

Atole en mano y con un burrito de papas con chorizo sobre el regazo, así te reciben los vendedores de ese conglomerado de puestos que, más que conformar un tianguis mercantil, forman parte de una gran familia que come y vive del comercio. Aquella estampa gastronómica no es gratuita, denota dos de las principales características de la Purísima: el carácter cálido y familiar del lugar, y la exposición alucinógena que multiplica la capacidad de percepción de nuestros sentidos.

La estructura sobre la cual se erige la Purísima es la familia, las estructuras desmontables de hierro son un actor secundario en aquella compleja puesta en escena en la que día a día se representa el acto de la vendimia. La Purísima está conformada por puestos tan diversos como aquella pirámide de textil en la que tres generaciones de vendedores ofertan pantalones de mezclilla por cien pesos, y donde puede escucharse al abuelo aconsejar sabiamente a su nieto sobre las complejas relaciones de amor-odio que se sostienen con los proveedores; o aquel puesto de videojuegos prehistóricos en el que el pequeño hijo no es capaz de distinguir entre el Nintendo y el Super Nintendo, pero juega con maestría al PlayStation mientras el padre olvida su rol familiar para investirse en el del cruento gerente que reprende la incapacidad de su “empleado”; o la presencia exótica del avejentado geek que oferta la ostentosa colección de juguetes que en otra época le obsequió su madre, colección que es coronada por un impecable e invaluable Castillo Grayskull. Todos estos puestos, en apariencia disímiles, son escenografías teatrales unidas por un fuerte eslabón familiar que dota a la Purísima de un aire tradicional incomparable.

La Purísima es también una experiencia multisensorial, infinidad de cartulinas fluorescentes marcadas con precios razonablemente accesibles toman por asalto nuestra vista; los vendedores componen una sinfonía con el: “¡Pásele, pásele!”, que hipnotiza los oídos; los sabores del tejuino y la tentación de un duro con salsa recorren los pasillo asimétricos del tianguis; el tacto entra en contacto con el dinero en efectivo en este resquicio en el que el plástico resulta una excentricidad. Adentrarse en la Purísima es un viaje psicodélico por el mercantilismo tercermundista.

Pese a que la Purísima palpita a unas cuantas cuadras del centro de la ciudad, los escenarios no podrían ser más disímiles entre sí, mientras el afamado tianguis es plenamente consciente de su veta popular, y la explota con creces, el centro se cimienta en una gelatinosa vaguedad. Combina establecimientos de prestigio con una cantidad pasmosa de vendedores ambulantes –nunca tantos como en esta época del año–; en el centro pueden encontrarse lo mismo unos tenis Puma con un costo de dos mil pesos, que unos Panam por solo 200 devaluados; de un CD con empalagosos villancicos, a los acordes satánicos interpretados por Deicide.

El centro de la ciudad se sostiene sobre los hombros del tumulto, ningún otro punto de venta acumula tal cantidad de gente. El andador Allende y el mercado Terán son invadidos por una marea incesante de cuerpos humanos. La concurrencia es variopinta, ya sea por un libro de Guillermo Fadanelli en la Educal, por unos pants económicos en Los Mesones o por una corbata para papá en El Danubio Azul. El abanico de posibilidades que ofrece el centro corresponde a la muchedumbre iconoclasta que se congrega en él. El centro es la fortaleza de la diversidad cultural existente en la entidad.

En la amplitud de su oferta radica la magia que distingue al centro, sus calles y comercios son una invitación abierta para quien desee aceptarla. El centro no discrimina, no lo abarca todo (es imposible) pero lo intenta, de la tradición a la vanguardia, de la vejez a la juventud, de la cultura a la contracultura… la diversidad del centro no se aprecia en sus comercios –arquitectónicamente carentes de visibilidad–, sino en la pluralidad de la gente que acude a ellos.

El sentido común insinuaría que el centro comercial Altaria dista de ello, el lugar que oferta la exclusividad vendría a ser un club privado comparado con los brazos abiertos que ofrece el centro de la ciudad, y si bien es cierto que su oferta no es ni remotamente variopinta, aquello dista de ser la guarida del glamour. Ni Hugo Boss, Lacoste, Nike o Pepe Jeans, ninguna nomenclatura multinacional serena el júbilo navideño.

En Altaria la calidez no la brinda el entorno, el vendedor no llega a tocarte el hombro para saber qué es lo que se te ofrece –como sucede en un mercado–, pero la frialdad establecida por los corporativos comerciales y la gelidez de la mole de concreto es abatida por la alegría de la gente. Amigos, familias y parejas van de tienda en tienda destilando un aura festiva. Si en la Purísima se admira el arte de vender siendo transmitido de generación en generación, en Altaria seduce la tentativa del comprar.

Andan los compradorcillos en el centro comercial de altura, llevan de tanto gastar los bolsillos rotos, pese a ello, permanece inquebrantable ese semblante fraternal que portan en el rostro. En su presurosa andanza recuerdan a sus seres queridos, adquieren múltiples obsequios: la falda para la sobrina, el suéter para el abuelo y el pomo de tequila para el compadre. Pero el dinero se agota, las posadas fenecen, la cruda deriva en jaqueca, la ingesta indiscriminada de romeritos se transforman en-unos-cuantos kilitos de más y este humilde servidor debe ocuparse de otros quehaceres. Ni siquiera la magia de la Navidad es capaz de eclipsar la sinceridad de la realidad.

20 de noviembre de 2010

Más sobre en el aula de la juventud perdida...

Por supuesto, en el aula escolar no todo es malo, el día de ayer un alumno –quizás, de quien menos lo esperaba– me sorprendió. Por primera vez en el semestre un estudiante me pidió prestada una lectura (una revista) para leer en casa, para ello hubo que romper esquemas, la lectura en cuestión fue una crónica –subgénero literario que no está incluido en el plan de estudios– en la cual se aborda una temática de moda: el narcotráfico.

En el aula de la juventud perdida


La anécdota me la contó un buen amigo: asfixiado por el estrés inducido por el mal comportamiento de sus alumnos –comportamiento coloquialmente conocido como el desmadre–, un profesor abandonó el aula escolar con tan alto grado de tensión, que camino a casa la derrama innecesaria de bilis provocó que se le nublara el juicio –y al parecer, también la vista– desembocando todo aquel coctel de adrenalina en un accidente automovilístico… al día siguiente, el profesor presentó su renuncia. La anécdota hizo que mi buen amigo y yo nos partiéramos de la risa, pero a su vez, resumió el amargo sentir que, como noveles profesores de preparatoria, nos hemos encontrado al atestiguar el pobre desempeño de nuestros alumnos.

Juventud, divino tesoro. Ciertamente, la juventud es la edad del hedonismo pleno, época en la que pueden ingerirse cantidades faraónicas de cerveza sin que el abdomen se inflame; los problemas en las relaciones sentimentales no inmiscuyen hijos y matrimonios sino simplemente un par de cachetadas; la popularidad, tan preciada a esa edad, depende de empeños tan simples como pisar a fondo el acelerador de un automóvil… la única responsabilidad de estos jóvenes privilegiados pareciera ser el estudio. Estudiantes ajenos a la marginación social y al fenómeno de los “ninis”, estudiantes a quienes la órbita de los juvenicidios no les atañe, a estos colegiales no les preocupa la dura realidad que viven otros jóvenes ni la cruenta realidad del país con la cual tendrán que lidiar en un parpadeo.

El Universal publicó el lunes una nota en la cual se revela que el 70% de los alumnos presentan un importante rezago educativo, se señala en la misma que la principal causa de este rezago es la falta de disciplina para estudiar, y lo peor, los alumnos seguirán arrastrando este rezago educativo inclusive a nivel licenciatura, derivándose en la titulación de un montón de profesionistas patito.

En el mismo tenor encuentro la nota publicada el domingo en el diario Página 24, Juan Manuel Trujillo, director de Educación Básica del IEA culpa a los alumnos de provocar parte del vandalismo que se registra en las escuelas (cristales rotos, pintas con aerosol), los alumnos no solo tienen un desdén por el estudio sino que minan la de-por-sí precaria estructura física de las instituciones educativas.

Sé muy bien que no estoy descubriendo el hilo negro, mi planteamiento podría ser incluso juzgado como ingenuo y timorato, lo admito. De James Dean a Lady Gaga, la juventud ha sido identificada con cierto halo de rebeldía, a esa edad resulta difícil no corear el himno de Judas Priest (Breaking the law) o cualquier otro himno que inste a la anarquía. Pero existe un largo trecho entre la rebeldía como ruptura y derrocamiento de un sistema preestablecido y la cómoda desobligación en la cual están postrados el grueso de los jóvenes estudiantes –si la transición democrática falló en México, la culpa va más allá de la probada y sufrida ineficacia de los panistas–.

Alumnos que bajan la tarea de internet creyendo que engañan al maestro –quizás lo logren con más de uno–; estudiantes que dormitan rutinariamente sobre el pupitre pero despiertan el día de la evaluación para estar prestos a ejecutar el ritual del copiado; o lo ocurrido con otra amiga, quien me contaba recientemente que, en el colmo la desfachatez, sus alumnos le exigieron que les diera una juego de copias de sus apuntes pues, de lo contrario, le pedirían al director de la escuela su cabeza… si en el presente y en el futuro nos encontramos (encontraremos) con corruptelas en la vida diaria, en gran parte se debe a que las escuelas son instituciones certificadas en la práctica de triquiñuelas.

Quizás exagero, he caído en las garras del tremendismo; quizás me adentré a la aventura de impartir clases con desmedidas expectativas, a fin de cuentas, la educación preparatoria no es parte de la construcción del ser humano sino un mero trámite de la burocracia educativa; quizás no debiera de preocuparme el descubrir que aquellos jóvenes en quienes ingenuamente supuse que podría encontrar vestigios de rebeldía no saben escribir ni siquiera correctamente la palabra revolución (rebolución, revolusión), después de todo, hace tiempo que la épocas revolucionarias se extinguieron, el centenario de la Revolución pasa medio desapercibido y lo más revolucionario en lo que piensan nuestro jóvenes es el más reciente producto ideado por la billetera Steve Jobs.

15 de noviembre de 2010

La ley del plomo


Se perpetuó una nueva ejecución en Aguascalientes, el comandante José Luis Marmolejo cayó abatido, tres balazos se incrustaron en su humanidad. Me sincero desde ahora, nunca he sido un asiduo lector de la nota roja, desconozco la suma de las ejecuciones que se han registrado en la entidad en el año y durante el sexenio, no es que lo considere un dato anecdótico ni mucho menos, pero tampoco lo considero un parámetro único e inobjetable para medir la delincuencia, como ciudadanos del siglo XXI asentados cómodamente en un individualismo de tintes egoísta, únicamente nos preocupa aquello que nos afecta directamente.

Reforma publicó la semana pasada a ocho columnas una noticia desoladora, el ejecutómetro (tal cual le llaman) rebasó la cifra de las diez mil muertes relacionadas con el crimen organizado en lo que va del año, la cifra se ha incrementado por cuarto año consecutivo, nada parece frenar la violencia que cual cáncer se ha ido expandiendo indiscriminadamente, llegando a afectar directa e indirectamente a diversos sectores de la sociedad mexicana. Aguascalientes nutre este número, según el recuento del periódico capitalino nuestra entidad aporta una porción mínima de víctimas en este cruento panorama (6 muertos). ¿Cómo debemos leer este dato?, ¿es preocupante o un alivio?

Analizándolo desde una frialdad numérica, la violencia parece estar aglutinada lejos de nuestro entorno. Reforma publica en otra nota que más de la mitad de los homicidios se concentran en quince municipios del país; la revista nexos publica un ensayo de Eduardo Guerrero que focaliza la violencia en seis puntos rojos localizados en cinco estados (Baja California, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y Sinaloa).

La frecuencia de las ejecuciones no es ni remotamente la misma en Aguascalientes que en una ciudad que se ha visto asfixiada por la violencia como lo es Juárez, pero el repudio popular a éstas tampoco lo es. En Juárez han comenzado las protestas de estudiantes, madres de familia y asociaciones civiles; en Aguascalientes predomina la inacción y se tolera la violencia, quizás empezaremos a organizarnos y preocuparnos cuando se haya extendido el problema y sea demasiado tarde para sofocarlo.

Aguascalientes es un claro ejemplo de la pasividad ciudadana. Hace tres años la ciudad se cimbraba con una balacera: las personas se comunicaban por celular previniendo a los seres queridos para que se anduvieran con cautela; las estaciones de radio interrumpían sus transmisiones para narrar en vivo los sucesos; permeaba en las calles cierta estela de angustia y desesperación; los periódicos se agotaban al día siguiente; pero sobretodo, se sentía una condena ciudadana, un rechazo unánime a la violencia.

Las últimas semanas Aguascalientes ha vivido una seguidilla de ejecuciones que no trascendieron más allá de la noticia periodística, en el seno de la sociedad, la violencia se ha vuelto una anécdota: “¿que mataron a unas putas en el violento? … ¡sí!, ¿no te la supiste? … nel, que gacho … simona, dicen que las quebraron porque le pegaron el sidral a un narquillo”… y colorín colorado, la anécdota de este homicidio se ha acabado. Ciertamente, ya no cunde la histeria, dejamos de ser unos primerizos en materia delictiva, perdimos la virginidad y se desvaneció junto con ella el clamor por la justicia y la condena social, si la violencia permanece entre nosotros, subsiste como el alimento con el cual saciamos nuestro morbo.

Las pasadas elecciones fueron una prueba de ello, hace tres años, en las campañas políticas privó el tema de la inseguridad, este año la economía familiar y el progreso dejaron a la seguridad en un segundo plano. ¿Qué opinión tienen nuestros futuros gobernantes de este clima de inseguridad, más allá de afirmar que lamentan lo sucedido?, ¿qué acciones emprenderán los próximos gobiernos en materia de seguridad?

No nos hemos acostumbrado a la violencia, nos hemos resignado a ella. Ante la incompetencia de los distintos niveles de gobierno para brindar seguridad, el ciudadano ha optado por cruzar los brazos y tolerar en silencio las terribles consecuencias de la criminalidad, las balas no nos rozan pero las extorsiones y el robo nos atosigan, no vivimos con histeria pero persiste cierta incomodidad. En un breve paseo que di por la purísima y el centro, no escuché ninguna sola conversación que hiciera alusión al asesinato del comandante, en Aguascalientes y en México nos hemos acostumbrado, nos hemos resignado a convivir con la ley del plomo que ha sido instaurada por los criminales.

2 de noviembre de 2010

La ciudad silente

La observé a la distancia, ella estaba sentada en una banca ubicada a las afueras de la clínica número 10 del IMSS, detenía con una mano lo que aparentaban ser unos estudios clínicos, con la otra pretendía cubrir su boca mas no podía, su mano temblorosa y la notoria apertura de sus fauces se lo impedían, sus ojos se notaban enrojecidos y su rostro descompuesto… era obvio, ella lloraba. Historias como la anterior, historias en apariencia exiguas ocurren a diario en la ciudad de Aguascalientes y forman parte nuestra anatomía citadina, son pequeñas tramas urbanas que pasan desapercibidas, historias que se pierden en una ciudad porque, entre otras cosas, carecemos de cronistas.

Se enumeran con cierta frecuencia nuestras carencias: los apocalípticos no dudan en asegurar que seremos una de las primeras ciudades en quedarnos sin agua, los letrados lamentan la ausencia de la literatura aguascalentense en el panorama literario nacional, la izquierda añora que la sempiterna pasividad de una ciudadanía que ante la tempestad ha permanecido siempre ecuánime algún día se desvanezca… yo solamente deseo poder disfrutar de la lectura de un par de cronistas hidrocálidos los fines de semana.

La crónica, amiga inseparable de las costumbres, los hombres y la vida, ha permanecido ausente en la construcción de Aguascalientes, la ciudad tiene más de cuatro siglos de historia pero pocas historias escritas en su haber, no es que no contemos con ellas, nuestra tradición oral es riquísima, hablar con una persona mayor es como abrir un archivero arrumbado que contiene en su interior anécdotas infinitas sobre Aguascalientes, por desgracia, en la ciudad no hemos tenido en el pasado a un Micrós o un Salvador Novo, y tampoco lo tenemos actualmente.

En una entrevista Juan Villoro sostuvo recientemente: “mientras los periodistas engordan (porque cada vez salen menos a la calle) los periódicos adelgazan”. Para Villoro, la calle ha dejado de ser noticia, las encuestas y la estadística han reducido el sentir popular a un cuestionario y un par de fórmulas matemáticas, la crónica, sostiene el escritor, ha sido orillada a refugiarse en revistas y libros. Pero en Aguascalientes no existe una guarida para la crónica, en revistas como Parteaguas y Tierra Baldía el género ha estado ausente, y el único libro de crónicas que se ha editado en los últimos 10 años ha sido La vuelta a Aguascalientes en 80 textos, loable esfuerzo que paradójicamente refleja la ausencia del ejercicio crónico, el libro está saturado de nostalgia y carece de narración.

Desconozco a que se deba esta ausencia de cronistas en la ciudad, quizás sea simple y llano desinterés. En los últimos años el Consejo de la Crónica se derritió y nadie pareció verter una lágrima al respecto; de los múltiples articulistas con los que hoy contamos –en la actualidad, prácticamente la totalidad de los diarios locales cuentan con una robusta sección de opinión– ninguno aprovecha el espacio que se le brinda para contar la anécdota, el chisme o la jocosa banalidad de la semana, nadie osa en convertirse en el gran murmurador de la ciudad; históricamente los escritores de Aguascalientes se han decantado por el cuento y la poesía, tan es así, que el programa editorial primer libro del ICA innova con subgéneros como la historieta, dejando a la crónica en el olvido.

Pero no todo está perdido, en tiempos recientes dos jóvenes, Ángela Piedad y Mónica de Luna, esbozaron algunas crónicas en la prensa local; El Heraldo Aguascalientes es la trinchera desde la cual todos los lunes nuestro único cronista, Carlos Reyes Sahagún, retrata la ciudad de Aguascalientes; y aún con su exceso de nostalgia, el libro coordinado por Salvador Camacho Sandoval presenta algunas crónicas plausibles como la de Con estos ojos… de Gustavo Arturo de Alba, un ejemplo perfecto de la crónica citadina, un texto que refleja la vida urbana, que se ocupa de darle voz a quienes no la tienen.

El pasado viernes se celebró el 435 aniversario de la fundación de Aguascalientes, en las calles, la ciudad y sus ciudadanos parecían ajenos a la celebración, en la Plaza de Armas se montó un escenario que más parecía un spot móvil de una estación de radio que el escenario en el que se conmemoraría un aniversario más de la ciudad, no hubo un ambiente festivo ni en las calles del centro, ni en la barra de bebidas del Yambak bar, ni en los puestos desmontables de los tianguis, ni en el puesto de las deliciosas gorditas Mary… la urbe desatendió el aniversario de su ciudad porque Aguascalientes nunca se ha preocupado por su vida urbana. Rafael Pérez Gay concluyó su libro Paraísos duros de roer con la siguiente sentencia: “la crónica es en género diabólico”… despierten pues los demonios aquicalidenses.

16 de octubre de 2010

¿La nueva era del periodismo?


La semana pasada tuve una premonición apocalíptica: el futuro del periodismo está en internet. No llegue a esta conclusión impulsado por un desmedido amor hacia la internet, por el contrario, soy un convencido de que en un país con tanta desigualdad, la internet contribuye a acentuar la discordancia entre clases socioeconómicas, llegando a ser en algunos casos factor de exclusión, como por ejemplo, los sociólogos del facebook, aquellos jóvenes que buscan entender el comportamiento de la sociedad hurgando en las redes sociales, no en las calles, pasando por alto que solo pequeño porcentaje de la sociedad accede a ellas… llegue a esta conclusión viendo el bajo nivel del periodismo a nivel local.

Factor clave para concebir este manso periodismo que padecemos en Aguascalientes son los gobiernos locales, incapaces de admitir a estas alturas un derecho constitucional como lo es la libertad de expresión. Mientras el gobierno de Felipe González pretendió acabar con el periódico Página 24 retirándole toda la publicidad gubernamental, el gobierno de Luis Armando presionó para que se despachara a Heriberto Béjar y El Güero Juárez de Cablecanal, mientras que el secretario de Seguridad Pública, Hidalgo Eddy, no se cansa de amedrentar a reporteros con la clara venia de su jefe.

Hasta aquí un lado de la moneda, porque ante gobiernos represores podríamos concebir la errónea idea de un periodismo combativo y heroico en Aguascalientes, pero existe la otra cara de la moneda, un periodismo sumiso ante el gobierno y otros poderes fácticos. Durante la presente administración, no fueron pocas las noticias locales que trascendieron en diarios nacionales ante el mutismo de los locales. El programa televisivo Machetazo a caballo de espadas ha sido (quizás sin proponérselo) un claro ejemplo de la frivolidad de nuestro periodismo, los periodistas ahí entrevistados no disertan sobre sus hazañas periodísticas, ni sus reportajes… priva en el programa las banalidades, cómo era tu relación con fulanito, con quién te tomaste tal foto…

La semana pasada una noticia cimbró Aguascalientes (no creo exagerar), era una noticia atractiva, documentada, de corte romántico-represivo, en fin, tenía todos los elementos necesarios para ocupar la primera plana de algún diario, pero ningún medio impreso publicó la nota –la noticia era tan impactante que en El Universal online estuvo entre las más leídas y un día después comenzó a circular en el buscador Yahoo–. El suceso: un par de estudiantes fueron expulsados de la UAA so pretexto de “una falta grave de respeto a todos los profesores universitarios”.

La novedad estriba en que, ante el notorio ostracismo de los medios impresos, la nota no se perdió, sino que sobrevivió gracias a los medios digitales, el medio precursor fue La Palestra Aguascalientes, y de ahí, la noticia se propagó como pólvora por la red. Una novedad que vale la pena aplaudir, internet logra que lo que ayer se callaba hoy se informe, y probablemente el día de mañana, cuando la población logre acceder masivamente a Internet, el periodismo se volcará a los medios digitales.

La noticia iba ganando notoriedad y fue así como los medios impresos fueron abriéndole ciertos espacios, El Heraldo Aguascalientes y La Jornada Aguascalientes fueron los medios que mayor cobertura le dieron al suceso, aunque privó en ellos un claro sesgo –el segundo de ellos incriminó incluso a un pequeño movimiento estudiantil en un trascendido publicado el domingo–, ambos medios cubrieron únicamente una de las partes involucradas en el conflicto, recabaron la opinión del rector de la universidad, ninguno buscó a los agraviados. Los micrófonos de la prensa no le sirvieron a Rafael Urzúa para pacificar el conflicto sino que lo avivó con declaraciones patéticas y soberbias como la publicada en Página 24: “A lo mejor ustedes tienen mayor información que yo” –inquirió al reportero–.

Umberto Eco dice en Nadie acabará con los libros: “El libro es como la cuchara (…) una vez que se ha inventado, no se puede hacer nada mejor”. Aquella máxima no aplica para el periodismo local, que puede y debe mejorar. Recientemente, cuando The New York Times se vio envuelto en una crisis económica, el periodismo se debatió a nivel mundial, la sobrevivencia del periódico, se concluyó, estará sujeta a su profesionalización. Todo lo contrario se hace en Aguascalientes, el caso que he comentado es un claro ejemplo de ello, sé muy bien que una golondrina no hace verano, los medios digitales apenas comienzan, pero de continuar los medios impresos sumidos en la docilidad, estarán escribiendo con su actuar su propio epitafio.

8 de octubre de 2010

Madre e hijo

Mis días aparentemente transitan por la vereda de la inalterabilidad, unos y otros guardan tantos parecidos entre sí que en más de una ocasión los he confundido, en rutinas como la ingesta de alimentos, las horas de sueño y los quehaceres laborales parece írseme la vida entera. Pero la rutina guarda también sus muy gratas recompensas, a unos cuantos metros del lugar en el cual laboro, soy testigo día a día de una escena bellísima: en un gimnasio, una joven madre de familia hace ejercicio en la caminadora, frente a ella se encuentra la carreola de su hijo, me encanta la simbiosis, una mujer que no ha dejado su individualidad para enfundarse en el rol de madre, sino que complementa a la perfección ambas actividades.

23 de septiembre de 2010

Un festejo culinario


La mañana del 15 de septiembre fui testigo de dos actos contrastantes: por un lado observé desde una ventana, con cierto fervor patrio, la mecánica con la que mi vecina, con ciertas dificultades, colocaba una bandera de México en el faro que alumbra su cochera; por el otro, leía en La Jornada Aguascalientes un texto de Joel Grijalva que me causó cierta indigestión, el articulista narraba como se ha ido desfigurando el concepto de lo mexicano, todo iba de maravilla hasta que, en su afán por abordarlo todo (del tequila a la nanotecnología), se mofaba de mi muy estimada comida mexicana: “Entre al amplísima oferta de comidas nacionales, elegimos la mexicana como nuestra favorita –¿los chinos llaman a su comida comida china, o sólo comida?– ”.

Dicha sentencia capturó mi atención, el autor hacía burla de un supuesto tufo chovinista que consiste en una inocentada como la preferencia culinaria de los paladares mexicanos o el nombre con el que se bautiza vulgarmente a la comida nacional.

Aquella tarde del Bicentenario decidí acudir a la plaza de armas, dar un paseo por el lugar en el que horas más tarde se escenificaría el Grito de la Independencia. La plaza estaba custodiada en su perímetro por un fuerte dispositivo de seguridad, pero era cobijada en su corazón por una multitud de vendedores que ofertaban lo imprescindible: comida mexicana.

En la plaza de armas hervía el aceite y la manteca, atendían con amabilidad personas con un paliacate muy mexicano en la cabeza, alguna niña vestida a la usanza veracruzana ofrecía enchiladas (no me pude resistir)… no recuerdo un solo puesto que no fuera de comida, ni artesanías, ni libros, ni recuerdos del Bicentenario… pura glotonería.

Un par de puestos de hot-dogs y un montón de coca-colas no ensombrecían la fascinación por la comida mexicana ni desnaturalizaban la celebración. Un par de payasos preparaban su show, los niños resoplaban sus trompetas tricolores, los observaba atentamente su madre con una gelatina (también tricolor), un indigente dormía cómodamente en una banca, arrullado quizás por la música de Lola Beltrán.

Me gustan los platillos mexicanos, portan orgullosos los colores de su patria en sus ingredientes: enchiladas rojas bañadas en crema y acompañadas con nopales; tamales oaxaqueños en los que el verdor de la hoja de plátano envuelve la masa y la cochinita pibil; la blancura de la crema de nuez y la granada cubren al chile poblano.

Dentro de la celebración del Bicentenario no existieron requisitos, si en los juegos de la selección mexicana de fútbol la identidad nacional se porta en una playera, en el Grito de Independencia bastaba con la sangre, la multitud era multicolor, los charros se extrañaban, eran escasos los sombrerudos que se dejaban ver en la plaza de armas, abundaban las familias, todas con las pómulos entintados con los colores patrios –único servicio que aún se cobra a un peso–, la gran mayoría de lo presentes traía antojitos mexicanos en la mano.

Me alejé de la plaza de armas, me despedí de la birria, las gorditas estilo Michoacán, los tacos… me persiguió por Juan de Montoro el inconfundible olor de las tripas que siempre se resisten a no ser engullidas. Fui testigo de una multitud de mexicanos que, pese a todo, arribaban para arengarle ‘vivas’ a la patria en su aniversario.

En noviembre de este año la UNESCO proclamará a la comida mexicana, aquella que demerita Joel Grijalva, como patrimonio intangible de la humanidad. La gastronomía mexicana seguirá resguardando y dándole sabor a nuestras fiestas patrias, deleitando paladares extranjeros, nacionales y llenando de nostalgia a nuestros connacionales que tuvieron que emigrar y están condenados a la comida-sin-sabor, su alto contenido en carbohidratos seguirá abultando las panzas de los mexicanos, quienes hemos roto todos los récords mundiales en obesidad. Que entre nuestros héroes patrios se re-dignifique a la honorable comida mexicana como uno de los platillos infaltables dentro del orgullo de ser mexicanos.

22 de septiembre de 2010

Una foto de Karl

Hoy, el periódico en el cual trabajo publicó una foto que transmitió el día de ayer la Agencia de Noticias del Universal. El retrato capta el descanso de cinco niños que, abatidos por la furia del huracán Karl, se resguardan en un refugio. La foto me encantó desde el momento en que la ví, me recordó al afiche de la película El Dulce Porvenir. El fotógrafo de tan bella imágen es Fernando Ramírez, comparto la estampa que captó.


14 de septiembre de 2010

¡Sobreviva México!



Me gusta la foto de mi amiga, me confiesa la historia detrás de aquel retrato fotográfico: ella atravesaba por una etapa amarga de su vida, desubicada, fatigada, sin esperanzas, y por si fuera poco, con el corazón destrozado. Pese a todo, tuvo la capacidad de voltear a la cámara y sonreír para el retrato.

Algo similar parece acaecer en el ánimo de la nación, es inminente la conmemoración del Bicentenario pero el ambiente predominante dista de ser festivo, por el contrario, se debate entre la amargura y la tristeza. Obvio, las fiestas no deslucirán, las plazas se llenarán, nuestros pómulos se entintarán con el verde, blanco y rojo, perneará el olor a pólvora, se ingerirá harto tequila y se gritará a todo pulmón el inefable “¡Viva México!”.

Pero la algarabía no ocultará la sensación de vacío, y razones para ello hay muchas. Por principio de cuentas el gobierno federal ha sido un parco animador de tan importante celebración, una suma de erratas que han culminado en la incapacidad de aportar siquiera un monumento arquitectónico que vigorice y simbolice la conmemoración del Bicentenario. Ayer símbolos del Centenario y hoy referentes de México, el Ángel de la Independencia y el Palacio de Bellas Artes son edificaciones inconcebibles en la presente administración. Reflejo de los cambios que hemos tenido en México en los últimos 100 años: de la época del dictador que todo lo podía a la del presidente que nada lo puede.

Sentimos que el país se tambalea, porque nos tambaleamos junto a él. Más allá de una suma de gobiernos que brillan por su ineptitud, lo que nos asfixia es una ola de violencia que ha desnudado nuestras múltiples carencias: policías corruptos por todas partes, cárceles porosas, un periodismo estéril, una debacle educativa en la que gobierno, sindicato, maestros, padres de familia y alumnos comparten la culpa, una pobreza que parece infinita… en este país nada funciona como debiera, en gran medida, porque somos una sociedad que parece haber perdido la noción de la ética.

Pero ninguna de nuestras carencias está siendo tan dañina como nuestra falta de cohesión social, el país ha sufrido por años una enorme desigualdad y tenemos que lidiar ahora con las consecuencias de ello: un congreso sumamente improductivo; un conservadurismo católico que se empeña en impedir el progreso, choca (y se asemeja) a nuestra izquierda cuya base social es el corporativismo más rancio; la expansión del bullying escolar, en parte, por cuestiones sociales… síntomas de un resentimiento social que va mucho más allá de la explicación simplista de Enrique Krauze, quien culpa al lopezobradorismo de la división que ensombrece al país.

La tragedia acontecida en la guardería ABC, sin duda, el más turbio de nuestros dramas, es un claro ejemplo de nuestra falta de fraternidad. Ni siquiera en nuestras tragedias tenemos la capacidad de mantenernos unidos, los padres de familia de los infantes fallecidos o heridos no se han mantenido unidos, unos acuden con el presidente y otros lo desprecian; unos buscan en el peritaje, otros en el cese de funcionarios y los más se en el cobijo del seno del hogar, la fórmula para poder lidiar con el dolor y la tragedia –al respecto, se pueden consultar los extraordinarios reportajes de Daniela Rea, reportera del periódico Reforma–. Si ni siquiera en las tragedias podemos mantenernos unidos, nos espera un futuro desolador.

Pero también puede apreciarse la luz al final del túnel, los llamados de los Nostradamus mexicanos no tuvieron eco alguno, pese a que no fueron pocos quienes profetizaron (y desearon) una revuelta social en el 2010, la insurgencia jamás llegó. Las guerrillas han permanecido cautas, López Obrador ha anunciado que buscará la presidencia por la vía democrática, el estado más pobre del país apostó por la alternancia, el narcotráfico está lejos de ganar aceptación social y más de cien millones de mexicanos somos concientes de la adversidad pero seguimos respirando en el suelo que nos vio nacer.

Recuerdo la introducción del libro Siglo de caudillos (sí, de nueva cuenta Krauze). Para contarnos los primeros 100 años de nuestra historia como nación independiente, Krauze nos remite a los festejos del Centenario de nuestra Independencia. Las conmemoraciones, visto está, van más allá del anecdotario, el Bicentenario, hoy presente fugaz, será mañana parte de nuestra historia. Espero que como nación tengamos la capacidad de mi amiga, ponerle una buena cara a la adversidad y legar una bella estampa del Bicentenario, recordemos que, pese a todo, México es un país que se sostiene en pie, que sobrevive.

24 de agosto de 2010

La urbe conservadora


Del “se prohíbe la entrada a perros y homosexuales”, al “¿a ustedes les gustaría que los adopten maricones o lesbianas?”, pasando por la orden del obispo José María de la Torre de borrar un mural en auditorio municipal de Encarnación de Díaz, Jalisco; estos tres acontecimientos que tuvieron su epicentro en Aguascalientes y retumbaron a nivel nacional poseen un común denominador: un marcado conservadurismo. No es casualidad.

Pocos días después de las desafortunadas declaraciones del cardenal Juan Sandoval Íñiguez el periódico Hidrocálido publicó una nota reveladora, sin ningún rigor estadístico de por medio pero recabando numerosos testimonios, la publicación afirmaba que ocho de cada diez aguascalentenses apoyan las palabras del obispo -en éste caso, sobre el supuesto maiceo a los ministros de la SCJN-.

Me gustaría tener a la mano elementos para poder refutar aquella nota -más allá de su nulo rigor metodológico-, pero no solo carezco de ellos, sino que, en el fondo, creo que lo publicado no dista mucho de nuestra realidad, quizás en mayor o en menor medida (es lo de menos), lo cierto es que no es un ningún secreto el elevado conservadurismo que se concentra en esta ciudad.

Recientemente se vislumbró la posibilidad de ampliar el horario para la venta de bebidas alcohólicas, antes de que siquiera se pusieran sobre la mesa los pros y los contras de adoptar semejante medida la idea fue rechazada de forma tajante por el titular del ayuntamiento, y a ese rechazo se le sumó, tristemente, la prensa local que por unanimidad condenó la medida como si se tratase de una perversión. Si la boda de Caná se hubiese desarrollado en Aguascalientes, Jesucristo hubiese sido encarcelado y hoy se le recordaría como un anárquico transgresor.

La ciudad no ha sido capaz de aceptar el sexo con naturalidad. El oficio más antiguo del mundo, la prostitución, se ejerce en una zona sitiada llamada “de tolerancia”, algo tan añejo sigue siendo intolerado en nuestras entrañas urbanas; las escasas sex-shop que se dejan ver en Aguascalientes no pueden siquiera anunciarse como tales, por más juguetes sexuales y pornografía que almacenen en su interior, por fuera deben anunciarse como boutiques exóticas; un céntrico cine porno no puede exhibir en su exterior afiches de las películas que exhibe como lo hace cualquier otro cine comercial.

Pero el conservadurismo predominante en esta ciudad no se limita a un par de aspectos que, ciertamente, más de alguno pudiera calificar como banalidades que no repercuten en el desarrollo de la ciudad. El problema es que el desarrollo de la entidad también se atasca debido al conservadurismo.

Nuestro sector empresarial vive contemplando con orgullo el legado que le fue heredado, apuesta por lo seguro, encontrar en Aguascalientes a un empresario dispuesto a fomentar la innovación suele ser una búsqueda infructuosa.

Un amigo se encontraba hace un par de años en Alemania, se le dio la oportunidad de encabezar un proyecto que buscaba fomentar las exportaciones de Aguascalientes hacia aquel país europeo, encontró apoyo tanto de la embajada de México como del gobierno del estado, sin embargo, el empresariado aguascalentense jamás le respondió, sumidos en su conservadurismo, cortos de miradas, no encontraron ningún atractivo en el ejercicio de explorar nuevos mercados para sus productos.

Por supuesto, la condena a las bravatas del cardenal no se ha hecho esperar, las conciencias liberales de la entidad no han desaprovechado esta oportunidad para condenar y mofarse de Sandoval Íñiguez, pero no dejo de pensar que aquello es una perdida de tiempo, después de todo, la iglesia católica es una entidad tan caricaturizada que ha sido capaz de incluir estampitas de sus superhéroes eclesiásticos en el interior de una bolsa de papitas. Hay que decirlo, el verdadero enemigo del desarrollo de Aguascalientes no es el conservadurismo de nuestras élites sino el que está bien afianzado en la idiosincrasia de nuestras masas.

21 de agosto de 2010

Momentáneo elogio de la miopía

Una de mis primeras lecturas fue Cuentos de lo grotesco y lo arabesco de Edgar Allan Poe, libro en el que se incluye un cuento que recuerdo con afecto, Los anteojos, en el cual se narra el amor a primera vista entre un joven y una dama bajo muy extrañas circunstancias.

Traigo a relación el cuento de Poe porque he comenzado a usar gafas, compruebo lo obvio, el mundo es más claro (y bello) de lo que pensaba; pero descubro también, con sorpresa, que la miopía limitaba mi percepción, me explico: anteriormente era conciente de mi miopía, pero desconocía la claridad con la que veían (me veían) las otras personas, con mis anteojos me siento un superhéroe, soy capaz de ver con una claridad digna del high definition, me asombra el conglomerado de hojas que forman la copa de los árboles y me aterra el descubrir que mi barba desalineada es más notoria de lo que yo suponía.

Por ahora, echo de menos mi miopía, extraño aquella falsa ilusión que era capaz de crear lo difuso: el enigma que representaba aquel borroso, pero en apariencia, bello rostro; la falsa confianza generada al creer que aquel corte hecho con el rastrillo se extraviaría ante la supuesta borrosidad de las miradas ajenas… pero no tardaré en adaptarme a la perfección visual, después de todo, aunque falsa, la perfección resulta tan tentadora.

18 de agosto de 2010

La lección del día # 14 ... la palomita de Nike

Recuerdo que, en la escuela, los tenis que calzábamos nos legaban cierto status, los más cotizados, sin duda, eran los Jordan(tenis que, a la postre, nunca tuve). En aquel entonces la marca Nike confeccionaba los tenis Jordan, y la popularidad de ambos era asombrosa. Recuerdo que no pocos compañeros dibujaban la palomita de Nike en el cuaderno o el pupitre -con la edad, el nombre del amor platónico o real iría desplazando el dibujo de la palomita-, aquello era un síntoma claro de la relación sentimental que se establecía entre nosotros como infantes y nuestros preciados tenis.

Pese a aquel fervor imperante, jamás descubrí el significado de la mentada palomita de Nike, pero en estos días, la lectura de un texto de Rafael Osío Cabrices publicado en la revista Letras Libres me despeja de aquella añeja duda:

El guiño grecorromano de la estatua no es arbitrario. Nike era una diosa griega de la victoria y el logo de la marca emula sus alas. Y sabemos cómo los deportes pueden sublimar los ritos bélicos y erigir a los campeones como dioses. En The Guardian, Stephen Armstrong sugirió que el pasado nazi de Adolf Dassler, el fundador de Adidas, contagió a Nike, que ahora hace comerciales como si fueran de Leni Riefenstahl.

3 de agosto de 2010

Cautiverio

Leo en la revista nexos un dato que me parece sumamente curioso: un elefante en libertad vive en promedio 56 años, mientras que uno en cautiverio alcanza a vivir únicamente 17 años en promedio.

Mi ausencia de este blog (y de muchos otros lugares) durante los últimos meses se debieron a que permanecí en una especie de cautiverio laboral, jornadas de trabajo de 16 horas diarias apenas me dejaban tiempo para dormir y escurrirme muy de vez en cuando en otros asuntos.

Descubro en mi trabajo que las jornadas laborales de 16 horas no son algo extraordinario ni heroico, por diversos motivos (económicos en su mayoría), no son pocos quienes optan por dejar su vida en el trabajo.

Reconozco que no es algo que quiera para mí, extraño recostarme en mi cama los clásicos ‘cinco minutos más’, pasear por las calles, leer un par de revistas de cabo a rabo, ir al cine, comer con la familia, reventarme con los amigos… por eso ayer renuncié a uno de mis dos trabajos.

Desconozco si llegaré a vivir 56 años o me estancaré en los 17 o en cualquier otro número (no soy un paquidermo después de todo). Lo que sí sé, es que prefiero vivir mi vida en libertad que condenarme al cautiverio… aquel dato curioso de la revista nexos resultó bastante significativo después de todo.

28 de julio de 2010

Sobre los árboles

Ayer, Gustavo Vázquez Lozano escribió un extraordinario texto en La Jornada Aguascalientes, no me queda más que recomendar su placentera lectura.

27 de julio de 2010

La protesta infinita


Ocurrió en Aguascalientes: Un ciudadano desempleado, y por ende, necesitado, acudió a diversas dependencias gubernamentales buscando apoyo para poder enmendar su precaria situación, no fue atendido, pero jamás dobló las manos, al contrario, ante las respuestas negativas decidió dejar de lado la nobleza de la petición para adoptar la rudeza de la protesta, se sentó sobre el arroyo vehicular de una transitada avenida sosteniéndole a la autoridad que no se movería hasta ser atendido, y entonces, como por arte de magia… fue atendido.

Pese a su trivialidad, la anécdota sirve para describir ese estira-y-afloja entre autoridades y ciudadanos que se ha vuelto costumbrista, ante una autoridad tan dada a desatender, la ciudadanía se alza con la voz de la protesta.

La costumbre, sin embargo, se desgasta. El número dado a conocer por Marcelo Ebrard, más que sorprender, preocupa, que en menos de un año un grupo de ex trabajadores de la extinta empresa Luz y Fuerza hayan protestado en 859 ocasiones podrá ser calificado como un acto de perseverancia, pero dista de ser una gesta heroica. La capacidad para protestar de los mexicanos parece haberse vuelto infinita.

He escuchado y leído diversas recriminaciones sobre la abismal diferencia entre la acogida que tuvo en México la huelga de Fariñas, a quien se le beatificó, y la encabezada por algunos integrantes del SME, a quienes se les ninguneó. Ciertamente, como algunos apuntaron, ello se debió a que somos un país hipócrita que suele ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, y a que, si bien los medios empleados por ambos eran los mismos, los fines no podrían ser más dispares. Sin embargo, me atrevo a plantear una hipótesis alterna: en México la gallardía de la protesta se ha devaluado, peor aún, su falta de atractivo se ha tornado en una franca animadversión.

El abuso de la protesta ha sido nocivo para la vida nacional, el armamento de las sociedades para combatir las injusticias se ha vuelto moneda de uso corriente –¡delegados marchando en el Distrito Federal!... el colmo– Se ha creído (erróneamente) que las protestas son legítimas por el simple hecho de serlo, y, peor aún, se ha difuminado el aspecto social de éstas, que algunas protestas se vuelvan violentas (o exclusivas) solo provoca que el grueso de la sociedad no se sienta partícipe de ellas, al contrario, se huye de éstas, y por ende, se les rechaza.

Un claro ejemplo de ello es la popularidad de López Obrador, la misma no se eclipsó ni con video-escándalos, ni con campañas negras que proclamaban que el tabasqueño era “un peligro para México”; el perredista perdió adeptos cuando emprendió un plantón sobre Paseo de la Reforma, muchos de los que siguieron con entusiasmo su proyecto alternativo de nación abandonaron el barco lopezobradoristas cuando su protesta se volvió improductiva, estancándose en un plantón sin sustancia democratizadora alguna.

En nada abona al notorio desprestigio de las protestas la enigmática conclusión de una huelga como la que encabezaban catorce miembros del SME en el zócalo capitalino, no se necesita ser un genio para deducir que el único beneficiado de ese ayuno colectivo será su líder, Martín Esparza, quien jamás se sacrificó y tenía tan poca consideración para con sus agremiados, que cada que los visitaba portaba tapabocas, no lo fuera a contagiar con su insalubridad, siendo él tan burgués. Tampoco beneficia la ausencia de congruencia, recientemente en Aguascalientes una manifestación antitaurina osó portar el estandarte de la libertad, jamás se percataron de que, en el fondo, ellos eran unos represores de clóset.

Tarde o temprano se tendrán que reencausar las protestas sociales, la sociedad no puede permitir que una de sus escasas armas para combatir las desatenciones y las injusticias del Estado caiga en la esterilidad por el exceso de uso, tenemos que recordar que lo infinito pierde atractivo, hay que hacer de la actual cotidianeidad de las protestas, algo extraordinario.

17 de junio de 2010

Sobre el ¡Sí se puede!

Cayó el segundo gol de la selección nacional, y ella, una mujer que debido a las grietas que surcan su rostro aparentaba una edad más avanzada de la que se desprendía de aquel ánimo inquebrantable y contagioso, nos invitaba a quienes la "acompañábamos" (sus hijos adoptivos por un instante), a que pasáramos de ser el México de "sí se puede", al México del "sí se pudo". Mensaje contaminado por la mercadotecnia gubernamental, lo sé, pero era el mensaje sincero de una madre.

Recordé de súbito un fascinante texto de Juan Villoro titulado La inquebrantable pasión azteca, en el que dice: "Por eso nuestro grito de guerra es: '¡Sí se puede!', constatación empírica de que muchas veces no se ha podido".

12 de mayo de 2010

Me acuerdo

El año pasado intercambié un par de mensajes con cierta persona, me llamó poderosamente la atención que en aquella breve conversación me recalcara que no le gustaba recordar.


Hace un par de meses leí un libro que ni por equivocación le recomendaría a aquella persona, pero que al resto se lo recomiendo ampliamente: Me acuerdo de Joe Brainard.


El libro de Joe Brainard se cimienta en la sencillez de los recuerdos, su edificación va de recuerdos tan personales que parecen no tener cabida en el libro, a otros tan “universales” que invariablemente remiten al lector a la evocación de otros tiempos. Transcribo más-de-un-par de recuerdos contenidos en el libro:


Me acuerdo del problema casi exclusivo de la infancia de perder cosas a través de un agujero en el bolsillo


Me acuerdo de los grabados en los pupitres y de pasar la punta del Boli una y otra vez por encima


Me acuerdo de los calcetines que siempre se bajan


Me acuerdo de pasar la mano por debajo de las mesas de los bares y notar todos los chicles


Pensándolo bien, a aquella persona que no gustaba recordar, le recomiendo ampliamente la lectura del libro de Brainard para que se cerciore de que recordar, no es tan malo; al resto, le recomiendo que no solo lean, sino que escriban (aunque sea oralmente) la infinita e interesantísima historia de sus recuerdos.

18 de abril de 2010

Artículo indigno

Con frecuencia leo (y escribo) artículos periodísticos aburridos, encuentro en ocasiones yerros garrafales en esos breves análisis -por ejemplo: el pasado viernes Nicolás Alvarado aseguraba en El Universal que no se han publicado libros de Pauline Kael en español ... falso, yo tengo uno en mi buró-.

Pero una cosa es Juan Domínguez y otra no la chingues. Hoy en La Jornada Aguascalientes se ha publicado uno de los texto más infumables que he leído en mucho tiempo, Jesús Mejía se lanza contra "La tauromaquia, espectáculo indigno". Podría desglozar una extensa crítica del citado texto pero ... ¡que flojera!, reparo únicamente en esto: el periodista cita (entre otros) a Mario Vargas Llosa y Fernando Savater como personajes que tienen "una aversión a la tauromaquia". Falso. De Vargas Llosa recuerdo un texto publicado en El país defendiendo a la tauromaquia y Fernando Savater fue partícipe este año de un manifiesto "en defensa de la fiesta".

Es una cobardía que Jesús Mejía se escude falsamente tras el nombre de terceros para validar su crítica a la tauromaquia, se llevó de corbata a Savater y Vargas Llosa quienes ni la deben ni la temen, pero ahí se les embarra; es lamentable también que los editores de dicho periódico hayan publicado en un texto que, más allá de su pobreza, difama a terceros.

Acá le dejo, no vaya a ser que Jesús Mejía lea estas líneas y me califique de alcoholíco sin razón, algo que, tras haber leído su artículo indigno, parace que se le da con naturalidad (hasta al pobre de Hemingway le tocó). Quizás debería enviar mi queja al correo deslustrado del periódico en cuestión pero ... ¡que flojera!

...

¿De los toros? ... confieso que me gustan los olés, los pasodobles y no mucho más, espero que viva (eternamente) la fiesta brava, nada más retrógrada que la prohibición.

13 de abril de 2010

Vivir de periodismo


“El periodismo es un pase gratis para presenciar
desde la primera fila el espectáculo de la vida”

Marco Aurelio Carballo en Morir de periodismo

En alguna ocasión platicaba con un compañero del trabajo sobre sus constantes faltas, se debían, según me confesó, a que uno de sus pequeños padecía una enfermedad en las vías respiratorias y su salud recaía constantemente, para consolidarme con aquella confesión le platiqué sobre la hija de mi amigo, a quien por esos entonces le habían diagnosticado (erróneamente, por cierto) microcefalia, requería una operación que tenía un costo tan obscenamente elevado que exhibía perfectamente la extinción de la ética médica, entonces, mi compañero me interrumpió y me dijo algo que nunca olvidaré: “dile a tu amigo que vaya a la tele, que ahí le ayudan”. Me sorprendió la fe, sí, la fe que depositaba en los medios de comunicación.

La pasada ha sido una linda semana para ponerse a reflexionar sobre nuestros medios de comunicación. Por un lado hemos sido testigos del pornográfico espectáculo mediático que se ha montado entorno a la fallecida Paulette, la principal culpable de tan lamentable exhibición ha sido su propia madre, quien, ingenuamente, quiso utilizar a los medios -no la culpo, son pocos quienes aún creen en la justicia que se imparte en esta nación- y terminó siendo una marioneta de éstos, su fe ciega en el poder de la televisión desembocó en una dura penitencia (para el televidente): una insoportable entrevista con Adela Micha.

Por el otro tuvimos la muy difundida entrevista de Scherer a Zambada. Anunciada (y justificada) con bombo y platillo –“si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”-, la entrevista logró su objetivo: vendió muy bien, el mismísimo lunes ya estaba agotado el semanario Proceso, al menos, en el par de lugares donde intenté adquirirlo.

La entrevista ha sido calificada como fallida. López Dóriga apuntaba en Milenio la falta de rigor de Scherer y Jorge Fernández Menéndez hacía algo similar en Excélsior; sin embargo, la crítica medular (y más polémica) vendría a cargo de Héctor Aguilar Camín, cito un par de párrafos: “Si alguien conservaba alguna duda de que el narco sabe usar a la prensa y hay prensa que se deja usar por el narco, no tiene más que acudir al encuentro que Julio Scherer aceptó tener con Ismael El Mayo Zambada […] ¿A cuántos periodistas habrán mandado matar El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán? ¿A cuántos tendrán sentenciados, amenazados o en la mira? ¿A cuántos habrán silenciado o comprado? No es un asunto que importe en el reporte lírico que hace Scherer del encuentro, dedicado a la glosa de las opiniones de Zambada”.

Más allá de lo fallido o no de la entrevista, el director de la revista nexos animaba el debate entorno a la función del periodista en tiempos de guerra. Si Scherer, nuestro mayor periodista, no fue ni siquiera solidario con las causas de los propios periodistas, como esperar que, parafraseando a Marco Aurelio Carballo, el periodismo sea un pase gratis para presenciar desde la primera fila la guerra contra el narco.

No es un lugar común, pero sí una constante, que algunos reporteros sueñen con ser corresponsales de guerra, en el ámbito local, así lo han expresado al menos un par de ellos en el programa Machetazo a caballo de espadas conducido por Mario Mora. Uno se pregunta: en estos tiempos de guerra contra el narco, ¿dónde están nuestros corresponsales de guerra?

Quizás la totalidad de nuestros corresponsales de guerra ya han sido asesinados, sentenciados, amenazados o silenciados. El caso más emblemático de ello ha de ser el de Alejandro Xenón Fonseca Estrada, una especie de John Reed contemporáneo que dejó las trincheras del periodismo para pasar al frente de batalla (obviamente, no pido que nuestros corresponsales de guerra hagan lo mismo), tomó como arma una manta, intentó colocarla en un puente, y en el acto fue acribillado por narcotraficantes.

En tiempos de guerra parece suicida vivir de periodismo, pero morir de periodismo no es una opción, la cobertura que se ha hecho de la guerra contra el narco no puede seguir siendo, como lo hace Milenio, un simple recuento de muertes, ese periodismo es un periodismo castrado, un periodismo que no es un pase gratis el espectáculo de la vida. Gran parte de la población le tiene fe a los medios de comunicación, le tiene fe al periodismo, es hora de que nuestro periodismo le corresponda.

29 de marzo de 2010

...

Habíamos llegado a creer que era sostenible un mundo donde por un lado se muere de hambre mientras que por el otro se muere de colesterol.

Leído en: Filosofía para andar por casa de Xavier Rubert de Ventós.

23 de marzo de 2010

La internacional bostezante


“Estropear todo momento, cualquier ocasión de regocijo y esperanza, de felicidad y aun de tristeza, con la dinamita temible del bostezo”.
Luigi Amara.

La realidad nacional, aquella que aparenta ser colorida y fascinante, que es capaz de parir a diario numerosos titulares de ocho columnas, no es en realidad tan fascinante. Pasa con los partidos de la selección mexicana de fútbol, tan aburridos, que al día siguiente uno recuerda con claridad la cantidad de cervezas ingeridas, no así la cantidad de goles anotados durante el partido; pasa en el fútbol, y pasa también en muchos otros aspectos importantes en la vida pública de esta nación.

La nacional bostezante no se esconde, no hay que andarla buscando, su carácter cuasi omnipresente nos permite convivir con ella a diario, la podemos encontrar en cualquier rincón de la nación: en múltiples declaraciones vacías publicadas en diversos diarios, en una estética urbana cimentada en concreto magnificente pero gélido y grisáceo, en el albur eterno que se desgasta como suela de zapato, en los 5 o 10 rostros que infectan las pantallas del no-evo cine mexicano, en malogradas reformas anunciadas con bombo y platillo…

Esta bostezante realidad aturde al ciudadano y lo vuelve pasivo ante su entorno, ¿para qué ser partícipe de tan triste espectáculo?, mejor proceder con un bostezo y punto.

Hay que recordarlo, el bostezo es un signo inequívoco de aburrimiento, en una cita, en una reunión… si el invitado bosteza, el fracaso se ha vuelto inminente, se encuentra a la vuelta de la esquina, es solo cuestión de tiempo para que el encuentro fenezca. En un país, el que la sociedad bostece ante su realidad es una señal de su fracaso inaplazable.

Recientemente un grupo de destacados intelectuales publicó un desplegado muy comentado en contra del no. La propuesta se antoja simplista, la solución a nuestros múltiples problemas consiste en cambiar el vocablo, pasar de un monosílabo a otro: del no al sí.

A aquella iniciativa la eclipsaría otra más irreverente y necesaria: un desplegado en contra del bostezo, contra quien lo provoca y contra quien lo emite. El bostezo se ha convertido en el peor de nuestros males, la apatía aniquila nuestro entusiasmo: el fervor por la alternancia democrática se encuentra moribundo, el otrora popular ejército es non grato en varias ciudades, la selección mexicana de fútbol es desmoralizada por las declaraciones de su propio entrenador…

La semana pasada pude platicar con dos capacitadores del IEE, me dicen que, en varios casos, lograr capacitar a los futuros funcionarios de casilla se ha vuelto una proeza inconquistable, la respuesta que reciben es un no rotundo, un “no” que esconde el desánimo, el desgano y la pereza … el bostezo que somos.

Luigi Amara iniciaba un jocoso texto titulado La internacional bostezante (Letras Libres, Noviembre 2008) de la siguiente manera: “No hace mucho tiempo, con un grupo de amigos, fundamos la Internacional Bostezante. El proyecto por supuesto fracasó. Hundido bajo el peso de nuestros propios bostezos, el movimiento, que no se caracterizaba precisamente por su dinamismo, preveía desde el principio su propia destrucción”. Nuestros bostezos como nación nos conducirán irremediablemente a nuestra autodestrucción, para andar, para cambiar, para marchar… debemos primero desprendernos de la cobija del tedio que arrastramos como nación bostezante.

11 de marzo de 2010

Algo más sobre mí y mis entrevistas

Hace algunos ayeres (en realidad, bastantes), andando por el centro de la ciudad, una reportera logró abordarme por sorpresa para hacerme un par de preguntas sobre aquello de la economía familiar … no me quede mudo ante el micrófono, pero casi. Camarógrafo y reportera lograron captar lo patético que soy para contestar prácticamente cualquier tipo de pregunta.

Solo recuerdo una entrevista anterior a aquella, el director de la preparatoria me fichó antes de dedicarse a exprimir el bolsillo de mis padres, para ser admitido en el bachillerato debí redactar y firmar (¡con tinta roja!) una breve carta comprometiéndome a ser un estudiante aplicado … supongo que aquella hoja se traspapeló, pues jamás cumplí con lo firmado, y nunca sufrí las consecuencias pactadas en la entrevista.

Después de aquella malograda entrevista con la reportera, he tenido una considerable cascada de entrevistas, la mayoría de ellas francamente olvidables. Ha habido sin embargo tres entrevistas que me han marcado, quizás, por que la respuesta fue siempre la misma: un no.

La primera fue la entrevista para ingresar al CCC. Esperaba mi turno sentado en un cómodo sillón, a mi lado, una chica (MUY guapa) y un chavo hablaban sobre Ronald Barthes, fui entonces llamado, había llegado mi turno. La primera pregunta, para supuestamente romper el hielo, no logró su cometido: “¿algún platillo típico de Aguascalientes?” … maldita ciudad sin tradiciones culinarias. El acabose, sin embargo, llegó cuando me pidieron que diera mi opinión sobre José Revueltas, jamás había leído algo de él, adiós a mis aspiraciones.

La segunda fue la entrevista para ingresar al CUEC. Esperaba mi turno en una banca, a mi lado, un tipo que parecía zombi, otro acompañado de su mami, y uno más que decía estar crudo (no se le notaba), en mis manos, el número de aniversario de la revista La tempestad con Octavio Paz en la portada, el crudo me preguntó por la revista, “pura vanidad” –le repliqué- mostrándole que las primeras cincuenta páginas de la misma eran pura publicidad, comenzábamos a hablar sobre nuestros respectivos exámenes cuando fui llamado, había llegado mi turno. Entro y veo en el panel a Jorge Ayala Blanco, pero no hago expresión alguna sobre mi sorpresa, la entrevista fue francamente sosa, malas preguntas y peores respuestas, algún idiota del panel me increpó airadamente recriminándome donde iba yo a dormir siendo de Aguascalientes (como lo dije, un idiota), lo confieso, al salir de ahí, deseé no ser admitido.

La tercera fue para ingresar a laborar en un proyecto nonato llamado bitácora social, trabajo en el cual me pagarían aparentemente bien por dedicarme a una de las tres cosas que más disfruto en la vida: pensar (las otras dos, por supuesto, son coger y divertirme). La cita fue en el Marriot de Reforma, esperaba en una banca, a mi lado, solamente había cuadros, pronto fui llamado, había llegado mi turno. Tres personas aparentemente amenas me recibieron (un cuarto se sumaría después), me pidieron que les hablara de mí, misión imposible, pedirle a la persona que nunca habla de sí que se describa, a quien se sabe indefinible, que se defina. Me mencionaron que obtuve el mejor puntaje en el examen, pero fue contraproducente halagar a quien siempre ha sido humilde con sus “logros” (al menos, eso creo de mí, que soy humilde). No sentí la entrevista tan parca, pero ellos sintieron lo contrario.

Me entristezco mas no me desespero, sé que tarde o temprano (espero que lo segundo) me llegará una cuarta entrevista, sé también que algo tengo que cambiar, tres rechazos no son coincidencia, algo estoy haciendo mal, quizás, es hora de dejar en el buró las memorias de Gore Vidal y empezar a escribir (verborreicamente) mis propias memorias.

23 de febrero de 2010

You can´t see me


En algún borroso recuerdo que guardo del quinto grado de primaria, un compañero pegó por devoción el póster de un luchador en la pared del aula escolar, bastó con ese acto aislado para que en un santiamén la pared entera quedara tapizada con múltiples afiches de diversos enmascarados. Una sola constante: todos los luchadores exhibidos en aquel collage eran mexicanos.

El seguimiento que se le da a la lucha libre en este país ha sido durante años una de nuestras más bellas estampas culturales, no solo hablamos de un montón de películas de inconcebible culto, de leyendas como El Santo, Blue Demon y el Cavernario Galindo, hablamos también de profesores del quinto grado de primaria que platican amenamente con sus alumnos sobre las leyendas de la lucha libre nacional; de un luchador que sin pruebas de por medio, pero totalmente convencido, sostiene que la lucha libre es el segundo deporte más popular en México (le creo); de unos niños que hasta hace no muchos ayeres escenificaban coreográficas luchas en los cruceros de la ciudad de Aguascalientes a cambio de unas cuantas monedas; de un Octagón que, en notorio estado de ebriedad, le exige a la antialcohólica que no lo detengan porque él es ni más ni menos que … ¡Octagón!

Pero algo está ocurriendo, noto un cambio que creo, no es ni una simple coincidencia, ni una obsesiva fijación de mi parte. He descubierto con la mirada que los niños prefieren ahora las playeras de John Cena, las portan con orgullo … y no son pocos.

Ahí no termina la creciente fiebre por la WWE (siglas de la empresa de lucha libre dominante en Norteamérica), existen más muestras de ello: al menos un cine en esta ciudad anuncia magnánimamente la transmisión de los eventos pay per view (a precios elevadísimos, por cierto) en sus salas cinematográficas; en los puestos de revistas los pósters de los luchadores mexicanos, de a poco, han sido desplazados por afiches de musculosos luchadores norteamericanos, se venden también pulseras, collares y, obvio, la anaranjada playera de John Cena; si algo no ha desaparecido de nuestra cultura luchística son las máscaras y, me temo, ello se debe a que en la WWE los luchadores no utilizan máscaras.

La lucha libre mexicana está perdiendo su arraigo a pasos agigantados, pruebo de ello fue el rotundo fracaso de la cinta AAA, la película, sus productores esperaban una recaudación de 80 millones de pesos y la semana de su estreno no recaudó siquiera los tres millones; en Aguascalientes su paso fue fugaz y se estrenó únicamente en una sala de cine. Algunos argumentarán que la lucha libre es un elemento secundario en este momento en el que tenemos otras prioridades, a ellos les recuerdo las palabras de Carlos Monsiváis: “La lucha libre en México […] un reducto popular donde se encienden y tienen cobijo pasiones inocultables; ídolos que lo son porque muchos pagan por verlos […] pasión gutural y visceral por los “rudos” y admiración dubitativa por los “científicos”; espectadores levantiscos que gritan ‘¡Queremos sangre!’ tal vez para imaginarse los sacrificios en el Templo Mayor; nombres que representan gruñidos de la rabia escénica y el estruendo sinfónico de la caída de los cuerpos”.

Héctor de Mauleón escribió en su libro El tiempo repentino una formidable crónica sobre Black Shadow titulada La lucha del siglo, el testimonio de cómo una de nuestras grandes leyendas de la lucha libre terminó sus días sobreviviendo como vendedor ambulante, alejado por completo de la gloria que algún día tuvo: “Alejandro Cruz, el vendedor ambulante, se pone a acomodar artículos sobre la manta y entonces Black Shadow vuelve a convertirse en una sombra”. Es triste leer como Black Shadow terminó sus días de una manera opaca, sin el lustro de su brillante carrera deportiva, pero más tristeza da el atestiguar cómo estamos haciendo lo propio con nuestras tradiciones, herencias culturales de las que decimos sentirnos sumamente orgullosos, y sin embargo, poco nos empeñamos en conservarlas, hoy volteamos nuestras miradas a los cuadriláteros de la WWE, dejando los nuestros en el olvido.

20 de febrero de 2010

Para defender al Pato Donald


La cruzada moralizante ha dictado su sentencia: son los medios de comunicación, en especial, el televisor, los principales culpables de la decadencia en la cual se encuentran sumidas las sociedades contemporáneas.

De manipuladores de cerebros a instrumentos para consolidar el colonialismo, actualmente se culpa con saña a los medios de comunicación de gran parte de los males que actualmente nos aquejan: si entre nuestro infantes priva la obesidad, alguno sugiere que se debe a que en los medios se anuncian sin restricciones engordantes e irresistibles golosinas; si las sociedades se han vuelto sanguinarias, un psicólogo afirma que ello se debe a que crecimos bajo una violenta doctrina cinematográfica dictada por Vin Diesel; si la sociedad se ha tornado acrítica y pasiva, un radical afirma que ello se debe a que la televisión nos mantiene idiotizados (a todos, menos a él, por supuesto) con noticias tan intrascendentes como el reciente caso de Salvador Cabañas… no realicé investigación alguna, sencillamente fui tropezando con estos análisis en el transcurso de la semana.

El televisor es el blanco predilecto de los señalamientos esgrimidos por la cruzada moralizante, lo es debido a que la humanidad parece haberse rendido por completo ante su innegable atractivo. Los Simpsons han sintetizado mejor que nadie este fenómeno, capítulo tras capítulo, los integrantes de la casa amarilla terminan sus actividades académicas, domésticas y laborales para matar el tiempo libre de un único modo: frente al televisor.

Por paradójico que resulte, ahí donde se cimienta el sólido poder de los medios, ahí se originan también sus agrietamientos. Las audiencias son masivas, se produce por ende un inevitablemente diálogo entre ellas que conduce en ocasiones a la crítica. El problema no es que la cruzada moralista sobreestime el poder de los medios de comunicación, pues el poder de éstos es incuestionable, el problema es que se desestima por completo la capacidad crítica de las audiencias, capacidad que se inicia desde algo tan simple como la selección de los programas televisivos. Por ejemplo: en días recientes se transmitió el Super Bowl simultáneamente por diversas cadenas de televisión, el ejercicio de selección es un sutil ejercicio crítico, la audiencia seleccionó según sus propios criterios, entre las diversas opciones optó por la que creyó más conveniente, señal inequívoca de que no solo privan los contenidos, también influyen las formas, el público es indudablemente heterogéneo.

En los hogares se ejerce la crítica televisiva, los argumentos hogareños podrán ser calificados de amateurs, débiles y frágiles, son opiniones que no se sustentan en teorías sociológicas, apelan únicamente al gusto personal, pero inclusive en esa trivial degustación se encuentra un atisbo de espíritu crítico. Solo la cruzada moralista, tan empeñada en su lucha contra los medios de comunicación, termina socavando a las audiencias al nivel de un rebaño siguiendo dócilmente a su pastor.

Es innegable como algunos medios de comunicación se extralimitan obscenamente, han amasado fortunas y amansado conciencias (políticas, sobretodo) gracias al atractivo y al poder que se deriva de la comunicación de masas, utilizan sin ética alguna un espacio que no les pertenece (se les concesiona), y claro, se transmite en ellos una multitud de programas más vacíos que nuestras carteras. Pero de este mal actuar, no es culpable el medio, sino quienes lo utilizan para lograr un fin.

El paralelismo entre quienes actualmente abanderan la cruzada moralista en contra de los medios de comunicación, y el planteamiento que Ariel Dorfman y Armand Mattelart hicieran en su clásico Para leer al Pato Donald es evidente. Ambos cruzaron la frontera de la crítica para introducirse de lleno en una improductiva satanización de los medios.