21 de agosto de 2010

Momentáneo elogio de la miopía

Una de mis primeras lecturas fue Cuentos de lo grotesco y lo arabesco de Edgar Allan Poe, libro en el que se incluye un cuento que recuerdo con afecto, Los anteojos, en el cual se narra el amor a primera vista entre un joven y una dama bajo muy extrañas circunstancias.

Traigo a relación el cuento de Poe porque he comenzado a usar gafas, compruebo lo obvio, el mundo es más claro (y bello) de lo que pensaba; pero descubro también, con sorpresa, que la miopía limitaba mi percepción, me explico: anteriormente era conciente de mi miopía, pero desconocía la claridad con la que veían (me veían) las otras personas, con mis anteojos me siento un superhéroe, soy capaz de ver con una claridad digna del high definition, me asombra el conglomerado de hojas que forman la copa de los árboles y me aterra el descubrir que mi barba desalineada es más notoria de lo que yo suponía.

Por ahora, echo de menos mi miopía, extraño aquella falsa ilusión que era capaz de crear lo difuso: el enigma que representaba aquel borroso, pero en apariencia, bello rostro; la falsa confianza generada al creer que aquel corte hecho con el rastrillo se extraviaría ante la supuesta borrosidad de las miradas ajenas… pero no tardaré en adaptarme a la perfección visual, después de todo, aunque falsa, la perfección resulta tan tentadora.

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