30 de enero de 2010

El costo de la salud

Traigo en el cuello una notoria erupción, algunos me dicen que es un chupetón (bueno fuera), yo creo que es una mordida de Nosferatu, y la dermatóloga afirma que se trata una enfermedad cutánea cuyo nombre no recuerdo. Como la irritación va en aumento y ataca ahora al miembro más preciado de mi anatomía (eso espera al menos mi ego siempre latente), el tratamiento ha cambiada de cremitas a inyecciones.

Después de verificar telefónicamente los costos de las medicinas (actualmente hay que cuidar hasta el último centavo), eligo la opción más económica y acudo a surtirme de los fármacos prescritos. Ya en la farmacia, delante de mí, un par de señoras de aparentes escasos recursos surten tres kilométricas recetas y la cuenta de éstas resulta abultadísima. Me pongo a pensar entonces en los costos de la salud, pero inmediatamente reparo y concluyo, son sin duda mayores los costos de la enfermedad.

Espero que la kilométrica lista de medicinas ayuden a los familiares de aquellas simpáticas señoras ... espero también que las méndigas inyecciones me ayuden a mí y a mi preciado miembro.

28 de enero de 2010

Posicionamiento y popularidad


En publicidad el posicionamiento es fundamental, una marca compite y perdura haciéndose un nicho en el mercado, existen carros que se distinguen por su deportividad, ofreciendo centenares de caballos de fuerza de diversión, y otros descuellan por su confort y elegancia; hay bebidas que pretenden identificarse con el mercado juvenil y otras apelan a la exclusividad de la marca. Lo importante al final del bombardeo publicitario es lograr posicionarse en el conciente colectivo.

Sin embargo, que el posicionamiento sea no solo indispensable, sino aparentemente el único argumento capaz de sostener las ambiciones políticas, nos ilustra la obsesión política de obtener el poder por el poder. En las precampañas observamos, no a políticos que compiten con proyectos, sino a políticos que compiten exclusivamente presumiendo la egocéntrica y huérfana estola de su popularidad, sus partidos encima avalan esto y realizan encuestas para corroborar la popularidad de sus precandidatos. No hay proyecto político que valga, única y exclusivamente se remiten a la popularidad.

Tiene cierta lógica dicho argumento, debido a que en la democracia triunfan las mayorías, la jornada electoral se ha convertido en una especie de superfluo concurso de belleza. Pero si todo se remite a ello, a un simple concurso de popularidades en el que la oferta política no va más allá del reconocimiento de un rostro, nuestra democracia está resultando bastante cara pese a su banalidad, si no se discuten proyectos ni siquiera superficialmente, ¿para qué invertir tantos recursos públicos en concurso de belleza que podría ser auspiciado por el mismísimo Donald Trump?

El problema no termina ahí. Ricardo Alemán publicaba la semana pasada en El Universal un breve resumen sobre quienes podrían encabezar las Mel-Brooks-frankesteinianas alianzas entre el PAN y el PRD, no se trata de recatados panistas ni de inquebrantables luchadores sociales perredistas, sino de: ¡expriístas!. Más allá de la deformación ideológica, lo que se está exhibiendo es un franco extravío de identidad y un desprecio ideológico.

Podría argumentarse que aquello no es tan preocupante, el siglo pasado se defendieron con pasión (y algo más) las ideologías, pero ese fervor no contribuyó a la construcción de un mundo mejor; se podría argumentar también que la popularidad podrá ser todo banal, criticable y superficial, pero es la esencia de la democracia, el triunfo de las mayorías.

Pero esclavizarnos al popularómetro es perjudicial, algunas de las derrotas a la cuales nos tiene condenados son: el culto a la persona y la derrota del pluralismo. Una de nuestras mayores fragilidades democráticas es que en las urnas votamos por personas y no por proyectos, éstos a su vez, resultan en su gran mayoría una caricatura porque, al ser juzgados por el rigor del popularómetro, no se permiten en lujo de la incorrección política, mucho menos la radicalidad o la inclusión abierta del discurso de las minorías, si el triunfo lo otorgan las mayorías se opta entonces por lo convencional.

Somos testigos del resurgido fervor cinematográfico por la tercera dimensión, y tenemos la otra cara de la moneda, el posicionamiento y la popularidad condenan al planteamiento político a permanecer en la bostezante planicie de la primera dimensión. Esclavos del todo poderoso popularómetro, los políticos no construirán proyectos, lo importante para ellos no es el buen gobernar sino el ganar, valiéndose de medios tales como: la frase bonachona, la jeta increíblemente reluciente tras el peeling, la sonrisa perpetua y la ayuda de algún brillante mercadólogo … como en los concurso de belleza de Donald Trump.

26 de enero de 2010

Sobre míseras inteligencias y egos periodísticos

Recupero en corto dos textos publicados el día de hoy, antónimos en cuanto su calidad:

En El Universal Guillermo Sheridan cuestiona acertadamente: "el espíritu de la UNAM se debilita si tienen mayores ingresos los funcionarios y los académico-administrativos que los maestros y los investigadores". Si en la célebre baticueva de la inteligencia nacional se remunera mejor a un administrador que un académico, la inteligencia nacional seguirá siendo mísera en más de un sentido.

En otro texto publicado en La Jornada Aguascalientes, el análisis sucumbe hilarantemente ante el ego: "Esta sesuda conclusión desarrollada en toda una plana, (privilegio que no tenemos algunos colaboradores)". De risa loca, la diputada se queja como infante (¡y lo publica!).

25 de enero de 2010

...

DIFERENCIAS

Tú: Los Supersónicos
yo: Los Picapiedra
tú: La Cartuja de Parma
yo: Rojo y negro
tú: las Chivas
yo: las Águilas
tú: los wafles
yo: los huevos con longaniza
tú: legislas
yo: soy legislado
¿a dónde vamos a llegar
mi cielo
con tantas diferencias?
¿Será por eso
que tanto
tanto
nos peleamos?
sólo unos favores te pido
cariño
para arreglar las cosas
que no vuelvas a decirme inútil
enfrente de mis amigos
que dejes de legislar
cuando estás en la casa
que le pongas la tapa al champú
al salir de la regadera
que ya no uses zapatos feos
y que no eructes
por favor
cuando me besas en la boca.

Leído en: Poesía era tú de Francisco Hinojosa.

19 de enero de 2010

Y retiemble en su centro la tierra


En el camino, Sal Paradise, el álter ego de Jack Kerouac, narraba una aparente banalidad que, en el fondo, ilustraba una certera realidad nacional: viajaba por las carreteras de nuestro país, su destino final no era otro que la Ciudad de México, durante el trayecto contempló con curiosidad que prácticamente la totalidad de los señalamientos viales contemplaban un único destino: la Ciudad de México.

Aquel avejentado centralismo se mantiene arraigado entre nosotros, prueba fehaciente de ello, más allá de gobiernos estatales que poco dinero recaudan pero no chistan en estirar la trompa para mamar de la ubre financiera de la federación, y de medios de comunicación locales que copian a la imperfección las ya de por sí gastadas y obsoletas fórmulas empleadas por los medios nacionales, es la reciente aprobación, por parte de la ALDF, del matrimonio entre personas del mismo sexo.

He tratado de seguir con atención el desarrollo de este tema en la prensa local, y pude notar en mi ejercicio una constante: un seguimiento acucioso pero distante, de Esteban Arce a Ratzinger, se analiza con rigor telescópico el temblor ocurrido en el distante centro del país, pero ni con lupa observamos la realidad de nuestro estado.

¿Hace falta que se aprueben y discutan leyes semejantes en Aguascalientes? por supuesto, rompamos con nuestros tabúes; ¿Qué se legisle para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo en la entidad? que se legisle, para que ponerle trabas al amor; ¿Qué se les permita adoptar hijos? que se les permita, la homosexualidad no disuelve el amor paternal.

Simples preguntas que pocos han planteado porque, típico entre nosotros, constantemente hacemos eco de lo que ocurre y acontece en el centro, pero ese comentario, esa aparente fascinación escasamente se traslada a nuestra realidad, somos espectadores privilegiados, pero a la vez, pasivos actores, nos fascina el escándalo surgido en la periferia, pero bostezamos ante la realidad de nuestra entidad.

Aguascalientes -dicen algunos (¿y otros más se lo creerán?)- se transforma, se moderniza a pasos agigantados, se adentra sin titubeos en el naciente siglo XXI, es una entidad que mira hacia el futuro, de la mano de estéticos pasos a desnivel y de un faraónico óvalo NASCAR estaremos destilando un envidiable progreso improductivo.

Sin embargo, en esta entidad el atraso visto desde una perspectiva social resulta evidente. Por citar un ejemplo: efectivamente, quienes suelen ver el vaso medio lleno argumentarán que acá no se ha penalizado el aborto como en otras retrógradas entidades federativas, sin embargo, nuestro atraso consiste en que no hemos sido capaces siquiera de debatir respecto a una posición legal frente al aborto, permanecemos varados en la indefinición porque el peso de nuestros tabúes excede con creces los llamados a debatir entorno a tal o cual tema, no es que neguemos una ley, pero aún, negamos un debate, un tema, y con ello, nuestra realidad.

Marco García Robles escribió en La Jornada Aguascalientes: “si el propio gobierno del estado reconoce en sus boletines informativos que hay cinco niños con discapacidad así como otros más que por su edad no son solicitados para obtener su tutoría legal, ¿por qué no permitir que obtengan amor y educación de mamás lesbianas o de padres gay?”. Esa debería de ser nuestra postura, no seguir siendo testigos privilegiados de lo que acontece en aquel distante epicentro nacional, sino convertirnos en activos actores de nuestro propio epicentro, dejar de rascarnos el ombligo mientras la vida avanza y el estado se estanca.

El fantasma de Kerouac deambula por las carreteras de México y aún permanece estupefacto, se ha dado cuenta de que la 45 sur es conocida por el vulgo como la salida a México. Si el epicentro de nuestros debates se originan en la Ciudad de México, esperemos que pronto se sientan sus réplicas en nuestra entidad, si realmente aspiramos a la modernización, no podemos permanecer por siempre pasivos.

12 de enero de 2010

El (otro) arte cinematográfico

Entre los múltiples libros que he tenido en mis manos pero no he leído, se encuentra uno llamado El cine como arte. Confieso mi miseria: no lo he leído, en gran medida, porque los precios de la editorial Paidós son un asalto a mano armada narco-sicariamente (osease, armada con un alto calibre monetario) para mi muy desfalcado bolsillo, sin embargo, me he conformado (por ahora) con leer su contraportada, en ella se destaca que el libro narra las travesías que tuvo que sortear el cine para que se le hiciera un lugarcito entre las bellas artes, pues, como se sabe, en un principio el cine era considerado un acto circense, perfecto para entretener al vulgo, pero, como dice el buen Anton Ego, “lo nuevo necesita amigos”, y el cine tuvo varios de éstos, destacados intelectuales que aseguraron que aquella carpa de circo en la que se proyectaban imágenes en movimiento era un arte, el séptimo arte.

Existe también el (otro) arte cinematográfico: el mero acto de ver cine. Yo, por ejemplo, ejecuto mi muy peculiar ritual cuando acudo a un cine: me siento (siempre y cuando se pueda) en las butacas centrales, llego completamente en blanco –es decir, cuando entro a ver una película, de ésta solo conozco el nombre del director y el de alguno que otro actor, no leo ni por error alguna sinopsis, menos aún críticas-, nunca llevo alimentos, apago puntualmente mi celular y, lo más importante de todo, una vez instalado en el asiento, me quito siempre los zapatos.

Ayer, Carlos Reyes Sahagún publicó un evocador texto en El Heraldo Aguascalientes, un recorrido por los cines que existían anteriormente, todos ellos ahora extintos a excepción de uno que ¿se mantiene? exhibiendo películas pornográficas. Más importante aún, en su texto el historiador recuerda la vida al interior de aquellos cines.

Concluye Carlos Reyes: “El Alameda perdió el nombre y la reputación. No sé cómo sobrevive (claro, tampoco estoy ahí viendo a ver quién entra a las películas porno como para ver cómo sobrevive), pero el edificio forma parte muy principal del patrimonio arquitectónico de Aguascalientes, y merece preservarse; ojalá y no llegue algún modernizador que se le ocurra echarlo abajo.”

Jamás puse un pie en alguna de esas salas cinematográficas, mis primeras aventuras como espectador comenzaron cuando las cadenas cinematográficas parían cinemas gemelos, pero aún así, concuerdo con Carlos Reyes. Creo que rescatar ese cine que aún se mantiene en pie, para hacer de él un recinto dedicado al cine, es una magnífica idea. ¿Qué se puede hacer en él?, muchas cosas: una videoteca cultural que realmente valga la pena; impartir cursos de apreciación cinematográfica, dirección de actores, guionismo… serían la masa ahora que tantos jóvenes sueñan con ser cineasta; un acervo fílmico en el que se conserven todos los cortometrajes que se hacen en el estado pues, por increíble que parezca, es una labor que actualmente nadie hace –yo me prometí a mí mismo, pero sin fijarme aún alguna fecha, que pronto me empeñaría en dicha labor: recolectar y conservar la mayor cantidad posible de la producción cinematográfica local-; y por supuesto, un lugar en el que se puedan disfrutar amenos ciclos de cine, alejados del olor a confitería de las grandes cadenas cinematográficas, pero también, de la frialdad de los centros culturales –acudir a Los arquitos o a Casa Terán a ver una película es un suplicio-, en resumen: un lugar en el que se pueda apreciar el arte cinematográfico y el (otro) arte cinematográfico.

Caray, que lindo se leen estas últimas líneas, si soñar no cuesta nada chingao.

6 de enero de 2010

La lección del día # 13 ... la rana y el escorpión

Vimos juntos (muy juntos) Juego de lágrimas, lo recuerdo ahora. Jamás había visto tan afamada película -y tan cinéfilo (según yo)-, pero he sido desde siempre un admirador confeso e histérico de aquella canción homónima que emana de dicha cinta, interpretada por Boy George antes de su total y triste debacel. La ví con V, ella me la recomendó y, tal y como acostumbrábamos a hacerlo, la vimos tumbados en la cama... en esas estábamos cuando de repente Forrest Whitaker y su ojo melancólico comienzan a contar la fábula de la rana y el escorpión, me sorprendió gratamente que V se supiera aquella fábula cuasi de memoria, Whitaker y V remataron al unísino (pero en distintos idiomas): "es mi naturaleza".

Después, escuché, leí o ví (nótese que no lo recuerdo con exactitud) la misma fábula en otra obra, pero no logro recordar cual. Hoy en su camaleónica columna, Luis Miguel Aguilar retoma dicha fábula y se remonta a Orson Welles:

—Y contribuyó no en poco a que le dieran el Óscar por mejor guión original a Neil Jordan, quien también la dirigió. No creo que al recibirlo le haya hecho siquiera un guiño a Orson Welles.

—Welles ya había muerto en 1985.

—Bueno, no creo que Jordan al recibirlo le haya hecho un guiño a la memoria de Welles. Lo del escorpión y la rana aparece por vez primera en su película Mr. Arkadin de 1955.

Va así, aunque muchos ya la sepan. (Y va también porque Welles la fijó o la condensó limpiamente; hay, por el contrario y por ejemplo, versiones en internet demasiado largas o desabrochadas.) En un banquete el personaje propone un brindis y dice estas palabras:

“Ahora voy a hablarles de un escorpión. Este escorpión quería pasar el río y le pidió a la rana que lo llevara.

—No —le dijo la rana—, no gracias. Si te dejo que subas a mi espalda puedes picarme y la picadura del escorpión es mortal.

—¡Qué! —dijo el escorpión—. ¿Dónde está la lógica de tus palabras? —los escorpiones siempre tratan de ser lógicos—. Si yo te pico, tú te mueres y yo me ahogo.

Al oír estas palabras la rana quedó convencida y permitió que el escorpión se subiera encima de ella. Pero cuando estaban en medio del río sintió un dolor terrible y se dio cuenta de que, pese a todo, el escorpión la había picado.

—¡Y tú hablabas de lógica! —gritó la rana moribunda cuando comenzó a hundirse, arrastrando al escorpión bajo las aguas—. ¡No hay lógica en esto!

—Ya lo sé —respondió el escorpión—, pero no he podido evitarlo. Es mi naturaleza”. Arkadin concluye: “Brindemos por la naturaleza…”.

—Es lo que yo te digo: yo tampoco puedo evitar cosas que están en mi naturaleza. Pero ¿la historia es de Welles?

—Camaleón: durante algún tiempo yo me puse a buscarla a saltos en Las mil y una noches por algo que leí en el disfrutabilísimo mamotreto de las conversaciones de Orson Welles con Peter Bogdanovich (This is Orson Welles, 1992; traducido un poco bobamente al español como Ciudadano Welles, Grijalbo, 1994). Hay este diálogo: “PB: ¿Cuál es el origen de la fábula del escorpión y la rana? OW: ¡Quién sabe! Yo se la oí a un árabe”. Yo no he encontrado su fuente en otra parte, camaleón; entonces, por lo que a mí respecta “El escorpión y la rana” es de Welles.

Sin embargo, jamás he visto Mr. Arkadin, Welles no recordó donde escuchó dicha fábula, y yo tampoco lo recuerdo. ¿Estamos ante una lección del día incompleta? Tal parece.

La demasiada publicidad

Amanece nublado, el frío coloretea mis mejillas -¿o acaso continúan las secuelas de aquella alergia recientemente contraida?-, más modorro que despierto (y algo tembeleque) me introduje en la camioneta, enciendo el motor y veo que no-veo nada a través del parabrisas, éste está completamente empañado, enciendo los limpiabrisas (el antiemañante de los pobres) pero no "jalan", ¿qué está pasando? -me pregunto-, descubro pronto el origen del inconveniente: un montón de publicidad impresa atasca los parabrisas, desciendo de la camioneta, retiro la publicidad y la arrojo sin más al suelo ... ¿sirven de algo estas toneladas de basura publicitaria que a diario contaminan nuestras vidas?