12 de enero de 2010

El (otro) arte cinematográfico

Entre los múltiples libros que he tenido en mis manos pero no he leído, se encuentra uno llamado El cine como arte. Confieso mi miseria: no lo he leído, en gran medida, porque los precios de la editorial Paidós son un asalto a mano armada narco-sicariamente (osease, armada con un alto calibre monetario) para mi muy desfalcado bolsillo, sin embargo, me he conformado (por ahora) con leer su contraportada, en ella se destaca que el libro narra las travesías que tuvo que sortear el cine para que se le hiciera un lugarcito entre las bellas artes, pues, como se sabe, en un principio el cine era considerado un acto circense, perfecto para entretener al vulgo, pero, como dice el buen Anton Ego, “lo nuevo necesita amigos”, y el cine tuvo varios de éstos, destacados intelectuales que aseguraron que aquella carpa de circo en la que se proyectaban imágenes en movimiento era un arte, el séptimo arte.

Existe también el (otro) arte cinematográfico: el mero acto de ver cine. Yo, por ejemplo, ejecuto mi muy peculiar ritual cuando acudo a un cine: me siento (siempre y cuando se pueda) en las butacas centrales, llego completamente en blanco –es decir, cuando entro a ver una película, de ésta solo conozco el nombre del director y el de alguno que otro actor, no leo ni por error alguna sinopsis, menos aún críticas-, nunca llevo alimentos, apago puntualmente mi celular y, lo más importante de todo, una vez instalado en el asiento, me quito siempre los zapatos.

Ayer, Carlos Reyes Sahagún publicó un evocador texto en El Heraldo Aguascalientes, un recorrido por los cines que existían anteriormente, todos ellos ahora extintos a excepción de uno que ¿se mantiene? exhibiendo películas pornográficas. Más importante aún, en su texto el historiador recuerda la vida al interior de aquellos cines.

Concluye Carlos Reyes: “El Alameda perdió el nombre y la reputación. No sé cómo sobrevive (claro, tampoco estoy ahí viendo a ver quién entra a las películas porno como para ver cómo sobrevive), pero el edificio forma parte muy principal del patrimonio arquitectónico de Aguascalientes, y merece preservarse; ojalá y no llegue algún modernizador que se le ocurra echarlo abajo.”

Jamás puse un pie en alguna de esas salas cinematográficas, mis primeras aventuras como espectador comenzaron cuando las cadenas cinematográficas parían cinemas gemelos, pero aún así, concuerdo con Carlos Reyes. Creo que rescatar ese cine que aún se mantiene en pie, para hacer de él un recinto dedicado al cine, es una magnífica idea. ¿Qué se puede hacer en él?, muchas cosas: una videoteca cultural que realmente valga la pena; impartir cursos de apreciación cinematográfica, dirección de actores, guionismo… serían la masa ahora que tantos jóvenes sueñan con ser cineasta; un acervo fílmico en el que se conserven todos los cortometrajes que se hacen en el estado pues, por increíble que parezca, es una labor que actualmente nadie hace –yo me prometí a mí mismo, pero sin fijarme aún alguna fecha, que pronto me empeñaría en dicha labor: recolectar y conservar la mayor cantidad posible de la producción cinematográfica local-; y por supuesto, un lugar en el que se puedan disfrutar amenos ciclos de cine, alejados del olor a confitería de las grandes cadenas cinematográficas, pero también, de la frialdad de los centros culturales –acudir a Los arquitos o a Casa Terán a ver una película es un suplicio-, en resumen: un lugar en el que se pueda apreciar el arte cinematográfico y el (otro) arte cinematográfico.

Caray, que lindo se leen estas últimas líneas, si soñar no cuesta nada chingao.

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