21 de julio de 2008

Más sobre De Memín Pinguín a Barack Obama

Heriberto Yépez escribió para Laberinto un pequeño ensayo titulado Memín Pinguín y el mexicano en el cual sostiene: "En esta cultura (la mexicana), a la tortura se le cree ternura. Y al racismo: cariño."

El artículo de Yépez me parece absurdo, no sólo porque brinca libremente de un tema a otro con una superfluidad pasmosa; no por sustentar arteros juicios con argumentos apenas sostenidos con alfileres; sino porque muestra un marcado conservadurismo enmascarado por un lenguaje de onda e infestado de adjetivos calificativos basura.

Evodio Escalante en su ensayo Fichas para (des)ubicar a Heriberto Yépez sostenía: "Desde la época de Alfonso Reyes y de José Emilio Pacheco, heresiarcas modestos pero a la vez imprescindibles, no había surgido entre nosotros alguien que tuviera este sentido de la inteligencia promiscua, este disfrute lúcido del logos convertido en heterología." ... bastante condescendiente. A mí, alguien que concluye su ensayo con una defensa de la censura: “en esto, Wal-Mart, ¡incluso Wal-Mart!, es más sensata. Memín es nuestro racismo más amable.", me deja severas dudas sobre sus portentos intelectuales.

De Memín Pinguín a Barack Obama


La semana pasada, las historietas de Memín Pinguín fueron retiradas de los establecimientos de Wal-Mart en los Estados Unidos. Bastó con que un cliente reclamara, arguyéndose insultado, para que la cadena de supermercados decidiera adoptar una decisión así de drástica. ¿Por qué tomaron una medida tan expresa y tan radical? En un comunicado daban su argumento: “dada la sensibilidad a la imagen negativa que puede representar para algunas personas, sentimos que era mejor ya no presentar el artículo en nuestras tiendas. Ofrecemos disculpas a aquellos clientes que se hubieran ofendido por las imágenes del cuento”.

Si la polémica de Memín Pinguín suscitó pequeñas lloviznas, una portada de la revista The New Yorker ha desatado un verdadero vendaval en los Estados Unidos. La tapa es una auténtica bomba molotov, una caricatura de Barry Blitt que contiene: A Barack Obama vestido de musulmán, a su esposa con un atuendo de guerrillera, el cuadro de Osama Bin Laden pendiendo en la Oficina Oval de la Casa Blanca, y una bandera de los Estados Unidos ardiendo en una chimenea.

Ambas portadas se conectan, Obama y Memín Pinguín, dos personajes de raza negra que contienden por la presidencia. Todos sabemos que en la batalla para llegar la Casa Blanca están en disputa diversos intereses. Estados Unidos, pese a todo, sigue siendo la gran superpotencia mundial, el poder y el dinero que están en juego son muy amplios; contienden visiones del mundo divergentes, la continuación del bushismo contra el cambio que dice representar el senador por Illinois... pero otro elemento importantísimo será sometido a votación, la condición de su sociedad ¿Está la sociedad norteamericana preparada para acoger a un presidente de color en la Casa Blanca?

Las elecciones que se llevarán acabo en noviembre próximo serán un retrato de la idiosincrasia de la sociedad norteamericana, ¿Cómo encarará la cultura norteamericana su tardía bienvenida al siglo XXI?, ¿Ha cicatrizado realmente la herida racial que tanta sangre derramó en su territorio?. La apuesta de The New Yorker me parece clara, lanza un cuestionamiento público: ¿De verdad hemos superado nuestros complejos raciales, o vivimos en una total hipocresía?

Las reacciones que provocó la interrogante gráfica –“de mal gusto y ofensiva” según Bill Burton, vocero de Obama- me hacen inclinarme por la respuesta negativa, que una portada devenga en semejante polémica quiere decirnos que la temática racial muy lejos está de haber sido superada, el cuestionamiento es el origen de la duda, The New Yorker nos ha puesto a dudar a todos sobre los supuestos avances sociales, que no legales, en torno a la discriminación.

El norteamericano suele exhibirse como un liberal ante temas que no le atañen directamente, las caricaturas de Mahoma publicadas en un diario holandés, y las reacciones de los musulmanes, les sirvieron para ejemplificar la intolerancia de una cultura, ¿Qué debemos pensar de lo que acá estamos viendo?

El tema del racismo no suele ser paradigmático para el norteamericano, hace tres años decidieron premiar a Crash con el Oscar a la mejor película, cinta que contiene un discurso sobre el racismo, ¿Por qué censuran entonces a Memín Pinguín y cuestionan a The New Yorker? Porque las formas les importan, Crash es una película que irradia hipocresía, a grado tal que un policía racista se redime y termina salvando a la mujer negra que yace debajo del coche, el de Paul Haggis es un filme narrado a manera de ensayo, que concluye con una edificante moraleja, de esas que le llegan a los corazones sensibles... sensibilidad, la palabra empleada por Wal-Mart. En los temas de racismo, el norteamericano apela a la sensibilidad y la evasiva, la caricatura interrogativa de Barry Blitt no va dirigida a la sensibilidad de la epidermis, a la superficie, sino a las vísceras estomacales, a lo hondo, las respuestas han sido la sensibilidad y la evasiva... Bertrand Russell decía que la modestia es un comportamiento que oculta el sentimiento de inferioridad, asumo que apelar a la sensibilidad y actuar con evasivas, es un modo de esconder la hipocresía.

Contemplar pasivamente el horizonte


Una noticia me llamó poderosamente la atención, en los Estados Unidos, la gente ha dejado de comprar mayoritariamente los vehículos denominados SUV’s, esas camionetas que son deseadas por gran parte de las madres de familia para acarrear en ellas a sus crías... ¿La causa? Los altísimos precios de la gasolina que, acá en México, no se han visto reflejados debido a un subsidio federal que, muy probablemente, pronto perecerá.

La prevención del pueblo norteamericano, que la mayoría de las ocasiones me había parecido una obsesión proveniente de la paranoia, como toda aquella parafernalia para combatir la supuesta amenaza del Ántrax en el período posterior al 11/09, me parece admirable, y para decirlo con mayor contundencia, envidiable.

Acá en México, la cultura de la prevención es inexistente en todos sus sentidos, los mexicanos no parecemos darnos cuenta de lo que realmente está ocurriendo en el mundo, o hacemos como si no nos enteráramos de ello, el valemadrismo impera entre nosotros, ni nos ocupamos, ni nos preocupamos de lo que nos perjudicará el día de mañana, al ser escasamente precavidos, terminamos por improvisar, y nuestras improvisaciones sueles fraguar y fracasar, no actuamos, aguardamos con cautela los designios del destino, de último, esperamos que la Guadalupana o algún súper-político nos salven de caer en la desgracia.

El desinterés impera entre nosotros, nos tomamos la vida demasiado a la ligera, y ejemplos de ello abundan. Vaya usted a alguna universidad, lugar que ejemplifica la excelencia y la prosperidad por antonomasia, cualquiera, pública o privada, es lo de menos, vea las actitudes de alumnos y maestros, escuche las conversaciones. Notará usted que la mayoría de los estudiantes están más ansiosos por salir de clases, que por entrar, mientras menos tiempo dure la cátedra, mucho mejor; algunos profesores adoptan una actitud salomónica: “que aprenda el que quiera”, su obligación, por la cual le pagan, se la cede a su alumnado; las conversaciones giran entorno a casi-todo: lo que deparará el fin de semana, la pareja sentimental, el amor platónico... pero escasamente se aborda el tema académico.

Ilusionarnos con el futuro es común entre nosotros, pero actuar por en pro de ello no lo es, y otro ejemplo de esto lo encontramos en nuestros políticos: Sus estrategias políticas, que no ambiciones, están puestas en el presente y/o el futuro inmediato, sus discursos y acciones apuestan por una popularidad que, como sabemos, suele ser efímera, los proyectos a largo plazo suelen ser mera llamarada de petate, y las reformas que aprueban pocas veces atienden el futuro, lo importante para nuestros políticos no es edificar paso a paso una nación, sino elevar el raiting, salir en televisión, y ver a que puesto saltarán, cual grillos, en la próxima administración.

En la radio se escucha una canción de Julieta Venegas: “El presente es lo único que tengo, el presente es lo único que hay”, parece que así es como obramos los mexicanos, lo apostamos todo al presente, acá las SUV’s siguen teniendo un cierto atractivo, acá no pensamos en los elevados precios del combustible, acá no pensamos en la próxima extinción del oro negro... acá improvisaremos algo cuando el futuro nos alcance.

15 de julio de 2008

El espectador de cine, ¿especie en extinción?



La revista argentina El Amante lanza un cuestionamiento: "El espectador de cine, ¿especie en extinción?"

En un foro de cine se comparte información y se debate al respecto, Los espectadores de cine se están extinguiendo?


A continuación, mi aporte:

Basándome meramente en lo que acá he leído, debo de decir que coincido con la opinión del forista Dedalus, iniciar un debate ofendiendo al espectador (“manada de ovejas, que se comporta de manera estúpida y dócil”), me parece atroz... ¿A qué conclusiones nos puede llevar un debate que así se inicia?. Más conveniente me parecería plantearle incógnitas al espectador, interrogarlo.

Noto que nadie da un concepto de lo que se entiende por "espectador tradicional de cine", mi intuición masculina me dice que los autores están preconcibiendo una imagen excesivamente romántica de aquellos... ese lugar común del “todo tiempo pasado fue mejor”.

Yo tampoco podría aportar una definición precisa, pero fundamentándome en algunas referencias, creo que el cine nunca fue el espacio predilecto para ir a poner a prueba el intelecto. Recuerdo las novelas de Garibay, Ramírez y Zapata, las películas de Fellini, Hermosillo y Tornatore, las historias del cine de García Riera, Gubern y Sadoul... en ellas se describe o se plasma la vida al interior de los complejos cinematográficos, y en ninguna de ellas se les retrata como el lugar preferido para la reunión de las elites culturales, se le describe como un lugar de esparcimiento, para la broma, para la convivencia, para el ligue... un quiebre para descansar de la acidez provocada por la rutina laboral.

Hoy en día sigue ocurriendo algo semejante, para mucha gente, el cine representa la única salida que se tendrá en la quincena, trabajan duramente durante quince días y su único esparcimiento será reírse de Ben Stiller o vitorear a Vin Disel.

En México, el entretenimiento en el cual más dinero gastamos los mexicanos, es en la ida al cine... los conciertos, los balnearios, las vacaciones... son demasiado caros, la gente prefiere, o se conforma, con ir a desestresarse al cine.

Creo que quienes hoy denigran al espectador cinematográfico, exhibiendo con ello su desbordante vanidad y su muy nublada lectura sociológica, no recuerdan del todo como fue el nacimiento del cine, su esencia: Una atracción de feria, más cercanas a las carpas, que al vedetismo de la “culturita” (Armando González Torres dixit).

No es gratuito que a quien acude al cine se le considera como un espectador, no es un lector que descifra un texto, sino una persona a la expectativa de lo que la magia del cine le obsequiará por un lapso de dos horas.

14 de julio de 2008

Sobre los blogs y las librerías


Dos artículos publicados el día de hoy:

En Milenio Xavier Velasco escribe sobre El juego más jugado, el blog: "Dudo que alguna vez se haya escrito tanto, con tamaño entusiasmo, en todas partes... lo que busca quien escribe no es el espacio oceánico que todo lo admite, como el camino poco a poco definido que se inventa sus reglas y sus límites, como es el caso de todos los juegos. Más todavía si el juego, escritura al fin, ha sido diseñado para comprometer a quien lo practica. Tarde comprende uno, y en ello se complace, que con algunos juegos no se juega."

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En Excélsior Humberto Mussachio sobre los Libreros de estados contra precio único: "libreros de estados que están lejos de la Ciudad de México repudian la ley del libro por "centralista" ... en ése como en otros puntos pusieron oídos sordos en beneficio de los grandes monopolios y ahora empiezan a verse las consecuencias. Y todavía no entra la ley en vigor. Cuando eso suceda, presenciaremos el cierre masivo de las pocas librerías que hay en los estados, las que hasta ahora se mantenían en forma heroica, con más amor que ganancias."

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Sobre los blogs, las opiniones son múltiples, de todos olores e insabores, una de las que más me ha llamado la atención, es la de José Pablo Feinmann, quien habla despectivamente sobre el Bloc (sic)... a mí en lo personal, me anima esto de los blogs, y la democratización de la opinión.

Sobre las librerías, a los habitantes de las (des)provincias no nos quedará de otra más que cruzar nuestros deditos... yo, en lo personal, sigo viendo con desaliento esta ley cuyos impulsores sostenían su importancia, argumentando que es una ley que mucho benefició a los países del primer mundo... y en México, tan cerquita que estamos de ingresar a ese primer mundo...

11 de julio de 2008

Malacara


A Guillermo Fadanelli, lo había consumido en pequeñas dosis: Más alemán que Hitler, Compraré un rifle y La polémica de los pájaros. Siempre me había parecido riesgoso adentrarme en sus novelas, su introspectiva prosa, condimentada con un rutinario egoísmo, pesimismo, cinismo y holgazanería, se me figuraba placentera consumida con moderación, pero peligrosa en sobredosis, como una cerveza Corona, tres o cuatro, te hacen olvidar las penas, un cartón completo, te provoca un desagradable derrame de bilis.

Malacara, ante la imposibilidad de hacerme de Lodo, fue mi primera aventura novelesca. Todos los elementos fadanellinescos están presentes en la trama y en la prosa, un hombre, Orlando Malacara, de quien nunca conocemos su edad, perezoso de tiempo completo, vive gracias a la generosa herencia que le delegó su padre, excepcionalmente sale de las cuatro paredes que le resguardan y recluyen en su modesto departamento, dentro del cual, a través de sus ventanas, contempla la asimetría del Distrito Federal, y desde ahí, lo asimila, lo sintetiza y lo juzga.

Su contacto con el prójimo se reduce a: Dos mujeres de quienes ¿se encariña?; un par de ancianas que le achacan la autoría material de un asesinato; y una infructuosa y breve experiencia como profesor en una alicaída secundaria privada, exclusiva para señoritas.

Orlando Malacara tiene un enorme parecido con un héroe cinematográfico sobradamente valorado, Travis Bickle. Ambos observan sus respectivas ciudades a través de un cristal oscuro, New York y el Distrito Federal, son contempladas desde un taxi y desde un departamento respectivamente; ambos son un par de almas solitarias, que buscan mediante la compañía femenina, cierto acercamiento con el mundo que perpetuamente evaden; ambos tienen la cabeza contagiada de una encantadora locura... las similitudes, son inagotables.

Existe sin embargo, una marcada diferencia: Mientras que al protagonista de Taxi Driver, la contaminación moral que ve en las calles de New York le atosiga al grado del hartazgo, lo que le conduce a practicar una sangrienta doctrina evangelizante que lo encumbrará como héroe, y que nos arrogará una moraleja según la cual aún se puede hacer algo para cambiar este mundo contaminado; a Orlando Malacara lo que ve, poco le importará, lo que observa a través de las ventanas no le resulta inmoral, si no una realidad cotidiana de la que él es parte, sus descripciones cínicas solo le ayudarán a digerir la inmasticable urbe que ya no tiene remedio, un acto de sangre no redimirá ni perjudicará a la ciudad, pero saciará su curiosidad.

Orlando Malacara es pues un Travis Bickle sin sotana, el no azotará, cual Jesucristo, a los pecadores. Malacara, un eficaz retrato retórico de la ciudad de la desesperanza, atiborrado de virtudes, que, no obstante, sí cae en lo que me temía, conforme la lectura de la novela avanza, la mordacidad se va erosionando, su lucidez se ve opacada... “Hoy en día es tan sencillo vivir más allá de lo necesario” diserta Orlando Malacara en la primera página de su historia, a la escritura de Fadanelli le ocurre lo mismo, resulta más eficaz en breves relatos, en pequeñas dosis.

9 de julio de 2008

A Life For Sale


Ian Usher vendió su vida, al menos, su vida material: Su casa, su carro, su moto esquí, su trabajo... lo abandonó todo cuanto tenía para comenzar una nueva vida, para empezar desde cero.

¿Por qué? ¿Qué pudo orillar a alguien con una vida aparentemente confortable a dejarlo todo? Sencillamente, una desilusión amorosa, su esposa está enamorada de otro hombre. ¡Sorpresa!, en el mundo globalizado los sentimientos humanos siguen teniendo (en ocasiones) una mayor jerarquía que el consumismo material, el corazón herido de Ian Usher le dictó este inesperado viraje a su vida.

Pero... ¿Por qué hacerlo público?, ¿Qué necesidad hay de ello?, ¿Por qué no mantenerlo dentro de la íntima circunferencia de la privacidad? ¿De dónde proviene la imperiosidad de manifestarlo online?. La Internet está cambiado nuestras vidas y éste es un ejemplo de ello, lo privado se diluye de a poco, las posibilidades de la libre y abierta expresión aumentan.

Internet es un medio que se ha vuelto moneda de uso corriente, constantemente crece el número de cibernautas que se conectan desde la comodidad de su hogar, o en su defecto, desde el cibercafé de a algunos-cuantos-devaluados-la-hora. Pero es un medio del cual mayoritariamente desconocemos, su historia -encontrar un libro sobre la historia del Internet es imposible-, su evolución, y las posibilidades e imposibilidades que nos deparará en el futuro... es un completo enigma.

¿Cómo ha cambiado Internet nuestras vidas?, ¿Cómo las cambiará en un futuro?, ¿Cómo nos ha globalizado sin movernos de una silla?, ¿Cómo nos ha enclaustrado para conocer el mundo a través un monitor? Están las novedades cada día más cotidianas: De repente algunos blogs se vuelven importantes fuentes de noticias y de opinión, las novedades se propagan visual y democráticamente por YouTube, las relaciones en pareja se inician y se terminan en el hi5, la convivencia diaria se fomenta mediante el Messenger...

Las potencialidades del Internet están resultando infinitas: La industria discográfica ha evolucionado, ahora las novedades se descargan, no se adquieren haciendo largas filas en las tiendas de discos; la industria cinematográfica explora posibilidades que vayan más allá de los trailers; los medios impresos mejoran constantemente sus sitios webs pese a que en la actualidad les brinda cuantiosas pérdidas económicas...

Las visiones apocalípticas comienzan a brotar, Umberto Eco ha disertado sobre los supuestos peligros de la pérdida del conocimiento, deteriorándose y fragmentándose el concepto histórico y universal, para dar paso a la aprobación de la opinión personal, aislada y desinformada, el libro aniquilado por al blog, la enciclopedia opacada por la Wikipedia... probablemente. Existen también problemas mucho más tangibles, el aislamiento y la irrupción a la vida privada son dos de ellos. Google Earth y Street View son el ejemplo de esto, desde cualquier PC, con estos programa, uno puede ver diversas partes del mundo, cuyo principal inconveniente es que incluye rostros de personas, matrículas de automóviles... esto pasa hoy, ¿Qué acontecerá mañana?

Ian Usher vendió su vida por Internet, también vendió la idea de vendernos su vida por Internet, y nos regaló la interrogante de lo que en un futuro nos deparará a través de la Internet. Ni Los supersónicos, ni H. G. Wells, ni Fritz Lang, ni George Méliès, ni Aldous Huxley... nadie visionó la Internet, soñábamos con llegar a la Luna, con la invasión alienígena, con la capacidad de volar, con viajar en el tiempo... ¿A dónde nos llevarán los múltiples caminos de la Internet?

7 de julio de 2008

Principio y fin


El principio del fin de la familia Botero. La inesperada muerte del padre irrumpe como un sismo que corroe los cimientos de la familia, cuatro hermanos y su madre, quienes tendrán que volver a edificar el hogar que ha quedado en ruinas.

Principio y fin, del prolífico Arturo Ripstein, retrata un drama urbano convencional, el deceso. La conclusión convencional sería decir que estamos en presencia de un drama cinematográfico convencional, tres horas en las que se nos muestra a una familia de clase media-baja, a la que se le niega cualquier esperanza de estabilidad, ya no digamos de superación, estamos ante la viva crónica de una de las tantas víctimas de la política-económica neoliberal. Algunos críticos duros, que ven en el convencionalismo al gran enemigo, como José María Caparrós, no dudan en calificar a la película de ser “demasiado singular”, “próxima al serial televisivo”, de contener “fáciles toques freudianos”, y, ¡para Ripley!, “hasta escenas pornográficas” (¿?).

Creo que la cinta es ni-la-una-ni-la-otra, no es una denuncia más, de esas tan comunes en un cine mexicano conformista, cuyas únicas metas son las denuncias sociales light, dizque de izquierdas, ni tampoco es un dramón lacrimógeno, infestado de un tremendismo abyecto, digno de resguardarse en las postrimerías del Hallmark Channel.

En algún momento del metraje, Gabriel Botero dice a su madre: “de mi hermana, la fea; de Nicolás, el bueno; de Guama, el malo”. Creo que de eso trata la película, es un retrato de la idiosincrasia mexicana, que va más allá de el-bueno-el-malo-y-el-feo.

Nos encontramos a una madre que, debatiéndose entre la desesperación por la premura económica y el amor que siente por sus hijos, se verá nublada de la vista, y apostará por una única salida que ella cree conveniente, se aferrará a ella pese a que no sea la resolución más benéfica, y de este modo, ejercerá, sin quererlo, un matriarcado bajo el que esclavizará a sus propios hijos; el Guama, el hermano mayor, un personaje francamente entrañable que, al verse imposibilitado para suplir la ausencia del padre (tiene debilidad por el alcohol), huye de su casa, cargando un por ello un perpetuo sentimiento de culpa que tratará de disipar ayudando económicamente a sus hermanos, cuando éstos se lo piden, sin importar a costa de que logre conseguir ese dinero; Mireya, una joven a quien su madre presiona para que se haga de un novio, que sacrifica su vida social para dedicarse a la costura y costear así los gastos de la familia, que, ingenua, se entregará al primer hombre que muestre cierto interés por ella, y que, viéndose engañada, tratará de cubrir con satisfacción sexual la falta de cariño; Nicolás, el noble hermano que no sabe decir “no”, que sacrificará sus estudios, su pasión por la escritura, y hasta el amor de una dama, para seguir costeando los estudios de su hermano; y Gabriel, el personaje sobre el que giran el resto de los miembros de la familia, y la película en sí, guapo, estudioso, con múltiples aspiraciones, y si bien, resulta el personaje más acartonado, con algunos diálogos excesivamente grandilocuentes, es también el más interesante, manipula a su madre para erigirse como la salvación de la familia, estudiará en una escuela privada, a costa del sacrificio de los demás, lo que lo hará conocer otro mundo, y al ver las delicias de la burguesía, empezará a sentir desprecio por su entorno, sin prever la enorme carga que le deparará el ser la única esperanza de la familia.

El drama se desarrollará, los personajes irán cayendo presas de sus propios defectos, y la familia Botero no podrá jamás recuperarse de la pérdida padre. Una manufactura espléndida, una impecable dirección de arte, una fotografía sobria... todo esto culminará en un espléndido y delicioso plano-secuencia final.

Una obra redonda, en la que Ripstein esboza muchos de los defectos de una sociedad, que poca resistencia le opone a su destino... “en la vida hay turnos, los turnos son para tomarse”.