11 de julio de 2008

Malacara


A Guillermo Fadanelli, lo había consumido en pequeñas dosis: Más alemán que Hitler, Compraré un rifle y La polémica de los pájaros. Siempre me había parecido riesgoso adentrarme en sus novelas, su introspectiva prosa, condimentada con un rutinario egoísmo, pesimismo, cinismo y holgazanería, se me figuraba placentera consumida con moderación, pero peligrosa en sobredosis, como una cerveza Corona, tres o cuatro, te hacen olvidar las penas, un cartón completo, te provoca un desagradable derrame de bilis.

Malacara, ante la imposibilidad de hacerme de Lodo, fue mi primera aventura novelesca. Todos los elementos fadanellinescos están presentes en la trama y en la prosa, un hombre, Orlando Malacara, de quien nunca conocemos su edad, perezoso de tiempo completo, vive gracias a la generosa herencia que le delegó su padre, excepcionalmente sale de las cuatro paredes que le resguardan y recluyen en su modesto departamento, dentro del cual, a través de sus ventanas, contempla la asimetría del Distrito Federal, y desde ahí, lo asimila, lo sintetiza y lo juzga.

Su contacto con el prójimo se reduce a: Dos mujeres de quienes ¿se encariña?; un par de ancianas que le achacan la autoría material de un asesinato; y una infructuosa y breve experiencia como profesor en una alicaída secundaria privada, exclusiva para señoritas.

Orlando Malacara tiene un enorme parecido con un héroe cinematográfico sobradamente valorado, Travis Bickle. Ambos observan sus respectivas ciudades a través de un cristal oscuro, New York y el Distrito Federal, son contempladas desde un taxi y desde un departamento respectivamente; ambos son un par de almas solitarias, que buscan mediante la compañía femenina, cierto acercamiento con el mundo que perpetuamente evaden; ambos tienen la cabeza contagiada de una encantadora locura... las similitudes, son inagotables.

Existe sin embargo, una marcada diferencia: Mientras que al protagonista de Taxi Driver, la contaminación moral que ve en las calles de New York le atosiga al grado del hartazgo, lo que le conduce a practicar una sangrienta doctrina evangelizante que lo encumbrará como héroe, y que nos arrogará una moraleja según la cual aún se puede hacer algo para cambiar este mundo contaminado; a Orlando Malacara lo que ve, poco le importará, lo que observa a través de las ventanas no le resulta inmoral, si no una realidad cotidiana de la que él es parte, sus descripciones cínicas solo le ayudarán a digerir la inmasticable urbe que ya no tiene remedio, un acto de sangre no redimirá ni perjudicará a la ciudad, pero saciará su curiosidad.

Orlando Malacara es pues un Travis Bickle sin sotana, el no azotará, cual Jesucristo, a los pecadores. Malacara, un eficaz retrato retórico de la ciudad de la desesperanza, atiborrado de virtudes, que, no obstante, sí cae en lo que me temía, conforme la lectura de la novela avanza, la mordacidad se va erosionando, su lucidez se ve opacada... “Hoy en día es tan sencillo vivir más allá de lo necesario” diserta Orlando Malacara en la primera página de su historia, a la escritura de Fadanelli le ocurre lo mismo, resulta más eficaz en breves relatos, en pequeñas dosis.

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