31 de diciembre de 2009

No callarás


Alguna ocasión, estando presente en una cabina de radio, fui testigo de cómo una compañera le reclamaba a otro su perpetuo silencio ante el micrófono, sus palabras no-tan-textuales fueron las siguientes: “¿Sabes cual es el peor ruido en la radio? … el silencio”.

Aquella frase, pese a su estirpe espontánea, sintetiza perfectamente la más cruenta tragedia que puede acaecer sobre un medio de comunicación o un comunicólogo: el silencio. Silenciar conlleva a la incomunicación, a la ausencia de un mensaje. Sin voz, medios y comunicólogos se vuelven estériles.

Poner en tela de juicio la importancia de los mass media en las sociedades contemporáneas es una auténtica necedad, basta con prestarle atención a unas cuantas conversaciones para ser testigos del arraigo (sí, hasta las meritas raíces) que éstos tienen en nuestras vidas. A diario, y en todos los rincones imaginables, surgen conversaciones sobre series televisivas, noticias, películas, dizque celebridades…

Debido a esa importancia, se vuelve imprescindible conocer no solamente los mensajes que se transmiten a través de los mass media, sino también, la vida al interior ellos: ¿quiénes y cómo dirigen aquel medio?, ¿cómo obtuvieron la concesión?, ¿qué intereses representan?, ¿cuánto dinero reciben por el pago de espacios publicitarios que les compran diversas instancias gubernamentales?...

Importa lo que acontece al interior de los medios de comunicación porque repercutirá invariablemente en los mensajes que se transmitirán a través de ellos. Es condenable que surja el silencio en los mass media, pero tanto o más lo es cuando este silencio es impuesto por terceros, el cobarde acto de acallar, algo que atestiguamos en estas tierras recientemente. Si los medios de comunicación ayudan a las sociedades a construir una visión más amplia de la que se obtiene mediante nuestros muy limitados sentidos, las voces de esos medios deberían ser lo más plurales posibles.

Paradójico, el que un gobierno acalle con facilidad las voces no alineadas con su discurso es un claro indicio de su desmedido poder, pero es también, una impecable narración de su innegable debilidad. Solo los débiles le temen a la crítica, pues son concientes de que aquella realidad ficticia que tanto pregonan se sostiene en muy débiles cimientos.

En esta historia, sin embargo, no debemos olvidar dos débiles eslabones: los medios de comunicación locales y la sociedad.

El ejemplo perfecto de la debilidad de los mass media en el ámbito local son las patéticas entrevistas que se exhiben –y de pasada, los exhibe- en ellos. Exhibida recientemente en la muestra internacional de cine, El Divo contiene una escena fascinante: el (creo) director del periódico opositor plantea una cruenta y extensa pregunta, un recorrido que abarca la totalidad de los crímenes que se le imputan a aquel político en apariencia intocable; la réplica del audaz político es contundente, un añejo pero no olvidado pago de favores le hará ver al periodista las cosas desde otro contexto. Otro nivel tanto de comunicadores como de políticos.

En las entrevistas locales al político le bastará con un “no” contundentemente sustentado en su palabra de político para evadir cualquier culpa, el entrevistador se conformará con ello y evadirá cualquier tema escandaloso en lo posible, el resto de la entrevista será un pedestal que servirá exclusivamente para promover la imagen personal de su entrevistado.

El eslabón más débil, como suele suceder, somos los de la sociedad. Coartada la pluralidad por un gobierno acallador, y en otras ocasiones por la falta de profesionalización de los comunicadores. En las (des)provincias, al parecer, estamos condenados a la desinformación.

29 de diciembre de 2009

Las cenizas del padre de mi amigo

Como todo ser humano que se precie de serlo, fantaseo en demasía (y no solo sexualmente), en mi mente cojo, como y viajo a donde me plazca, pese a ello, jamás llegue a imaginarme velando el cuerpo de un conocido la mismísima noche de navidad, como por desgracia me ocurrió la semana pasada.

¿Qué pasó? Falleció el padre de un gran amigo, el cáncer lo apagó, aquel señor que en nuestra tierna infancia acudía a ver como jugábamos fútbol con más ilusiones que talento, aquel señor que animaba a su hijo desde la banda llamándole “Pelé”, nos dejó.

Los amigos acudimos la madrugada del 25 de Diciembre a acompañar a nuestro amigo y a despedirnos de su padre, no obstante, fue hasta el sábado por la noche, bebiendo y platicando con un primo de mi amigo cuando pude dilucidar la imagen que recordaré del padre de mi amigo. Sucede a menudo, convivimos a diario o con relativa frecuencia con personas que, pese a su cercanía, nos son difíciles de resumir en una sola palabra o frase.

Recordaré de él los días en los que éramos invitados a comer a su casa, en aquel acogedor jardín se reunían sus familiares pero siempre nos hicieron un lugar a nosotros, simples amigos. Don Alfredo llegaba y nos saludaba, nos atendía, fue siempre un extraordinario anfitrión, pero no solo eso, de vez en cuando se daba tiempo para platicar con nosotros y resaltar sutilmente algunas de nuestras cualidades. Eso recordaré de él, más allá de la compañía, veía en la amistad un conjunto de cualidades.

Coincidencia o no, en el velorio y en la misa de cuerpo presente nos despedimos por último, en ambas ocasiones, de “chelis”, el abuelo de mi amigo. La primera ocasión nos pidió que cuidáramos a su muchacho, la segunda, optó por contarnos un chiste. El cuidado y la alegría, dos de las grandes cualidades de una buena amistad, cualidades que sin duda apreciaba Don Alfredo.

En el último viaje que hice a la ciudad de México tenía en mente comprarme un libro: Las cenizas de mi padre de Claudio Issac. No lo compré, y hoy me arrepiento de ello.

22 de diciembre de 2009

Beto Béjar y "el Güero" Juárez

Durante el octavo semestre de la carrera, un grupo de compañeros y yo realizamos un muy humilde cortometraje, tan humilde, que no teníamos dinero para pagarle a los actores, quizás por ello, una de nuestras más grandes dificultades fue precisamente la de encontrar un par de actores que protagonizaran nuestro trabajo. En aquella búsqueda nos topamos con Beto Béjar y "el Güero" Juárez, quienes con toda la disposición del mundo aceptaron colaborar a cambio de algo más que un par de comidas calientes: tres comidas calientes, en dos ocasiones pizzas y otra más barbacoa.

Ambos acaban de ser despachados de uno de sus tantos trabajos por no seguir la línea que dicta Lady Macbeth, se han convertido en un claro ejemplo de los limitados márgenes que se le otorga a la libertad de expresión en ésta entidad federativa (que al parecer, no es la única que cojea de este pie). Triste, mientras existen en las calles una multitud de reporteros que en la intimidad del facebook andan amigeando con multitud de actores políticos -me pregunto: ¿qué objetividad podremos esperar de ellos?-, quienes demuestran una mínima independencia son despachados.

Hoy se publica una carta de Béjar y Juárez en La Jornada Aguascalientes. Pueden leerla por acá.

16 de diciembre de 2009

¿Y tu nieve?


Recuerdo aquella jornada muy vagamente. Aquel histórico día acudimos mi familia y yo a visitar a la Virgen de Guadalupe en su día, el frío era cruel con los feligreses, exhalábamos vapor mientras nuestras narices y pómulos se congelaban al estar en contacto con aquel aire tan gélido.

Era de noche, para evitar lidiar una dispar batalla contra las inclemencias del clima urdimos un plan familiar: nos turnaríamos, mi padre y mi hermana irían al templo mientras mi madre y yo les esperábamos (y nos resguardábamos) en el coche, cuando ellos regresaran, cambiaríamos los papeles.

Así lo hicimos, en nuestros andares paralelos ambas parejas realizamos una parada estratégica: nos detuvimos con un vendedor ambulante que ofertaba bufandas, gorros y guantes, creo que aquel anónimo comerciante jamás realizó tantas ventas en su vida como aquella noche glacial, la virgen le hizo el milagro, pues no fuimos pocos quienes pretendimos combatir el clima con un par de harapos.

Culminada la visita, decidimos retornar a casa. En el trayecto únicamente nos detuvimos para repostar combustible, no sabiendo que ahí ocurriría una premonición a la que desgraciadamente no le prestamos la atención requerida: un anónimo despachador, perfectamente arropado, nos hizo un curioso comentario: nos dijo que el agua con la cual limpiaba los parabrisas de los coches se había congelado, incluso, llegó a enseñarnos la cubeta con el líquido escarchado como prueba fehaciente de sus palabras … y de la tormenta que se avecinaba. Su comentario provocó estupor y sorpresa entre nosotros, pero no pasó de ahí, pues la mayor prueba del cruento frío que hacía aquella noche, la sentíamos en carne propia penetrándonos hasta el tuétano.

Llegamos finalmente a casa, el boom de la televisión por cable aún no arribaba a nuestro hogar, por lo que, al ser el teletón la única oferta viable por televisión aquella noche, opté mejor por recostarme en la cama.

Minutos después recibiríamos en casa una llamada telefónica a deshoras, contestó mi padre, quien inmediatamente después llamó a la puerta. Era mi tío, quien desde Tijuana, nos avisaba que estaba nevando en Aguascalientes.

Incrédulos y jubilosos, salimos a recorrer las calles de la ciudad y ser testigos de la nevada … en coche –nunca comprenderé porque no salimos caminando-. Recorrimos sigilosamente algunas avenidas, el paisaje nevado era bellísimo. Tiempo después regresamos a casa y estuvimos un breve rato en la cochera, entonces mi padre hizo con la nieve un minúsculo mono de nieve sobre el cofre de la camioneta, tras ello, nos fuimos a dormir porque teníamos que trabajar al día siguiente.

Salimos de viaje de madrugada, en la familia pasábamos por premuras económicas y trabajábamos los fines de semana en otra ciudad, teníamos allá un negocio y habíamos de atenderlo, dejamos (resignados) a nuestras espaldas la estampa de una ciudad insólitamente nevada, postal que difícilmente vamos a poder volver a ver en vida. Durante el trayecto, me imaginé a aquel despachador de la gasolinera, feliz por poder tener entre sus manos, ya no agua congelada, sino nieve. Me arrepiento de no haber tocado la nieve con mis manos, de no poder andar y derrapar en bicicleta por las calles congeladas, de no haberme tomado una foto en tan insólito paisaje… recuerdo muy vagamente lo ocurrido hace ya doce años. Las noticias provenientes de Copenhague no son alentadoras, si en los tiempos del calentamiento global le pidiera a la madre naturaleza una nueva nevada, ésta seguramente me replicaría: “¿Y tu nieve, de qué la quieres tomasin?”.

10 de diciembre de 2009

Trono de sangre


Es prácticamente imposible pasarlo por alto, cualquier ciudadano mínimamente observador es asfixiado desde ahora por la presencia de vestigios de las elecciones para suceder gobernador, alcaldes y demás gusgueras de elección popular en el estado de Aguascalientes. Las elecciones se encuentran a la vuelta del próximo año (y el presente, pronto acabará).

Los síntomas son variopintos: se puede chismear sobre los aspirantes que salen frecuentemente retratados en las páginas de las revistas del corazón –si es ese su modo de hacer política, ¡imagínense como nos gobernarán!-, quien se sentó junto a quien en el palco de otro quien en la magna corrida de toros, quien adornó la ciudad con espectaculares que (como pretexto) anuncian la presentación de un libro de su autoría, quien ha forrado los taxis de la ciudad con calcomanías que llevan su nombre…

La batalla por el poder, aquello que el cineasta Akira Kurosawa definió en imágenes como el Trono de sangre, se ha desatado. Ahora es cuando el verdadero rostro de los políticos sale a relucir: el rostro de su ambición.

Las precampañas son sin duda alguna el desfile de modas de la ambición, la mayoría de los modelos tropezarán y caerán abruptamente de la pasarela, el prêt-à-porter (la grilla) podrá lucirlo cualquiera, es un utensilio de uso diario, pero las elecciones, sobretodo la elección para elegir al próximo gobernador, es una pasarela destinada en exclusiva a la Haute Couture. Son demasiados los nombres de quienes aspiran a ocupar los tan escasos espacios existentes en la boleta electoral.

He ahí el discreto encanto de las precampañas, mientras las campañas se hacen de frente, dándole la cara a la cámara, al público, y, por lo mismo, se cubren estilísticamente tras máscaras e hipocresías; en las precampañas las imperfecciones no se cubren con maquillaje, salen a relucir, su cierta clandestinidad les otorga este dejo de libertad, es por ello que en ellas podemos descubrir el verdadero rostro de ciertos políticos, facetas que nunca descubriríamos en las campañas: alianzas por conveniencia, artimañas, egos, relaciones peligrosas, traiciones, y sobretodo, desmedidas ambiciones.

Nada más representativo de esta desmedida ambición que el actuar de nuestro Lady Macbeth, quien ahora sin aparente disimulo, y contra viento y marea, pretende heredarle el trono a su hijo político, su misión en lo que resta de su sexenio parece no ser otra que la de mantener el control del poder legándoselo a su vástago. ¿Fiel reflejo de su sexenio?, quien no opta ahora porque sea la democracia, sino su imposición, la que dicte el futuro del Trono de sangre, sería lógico pensar que jamás gobernó por los ciudadanos (por la democracia), sino únicamente para lograr la imposición de sus designios.

La contienda pronto comenzará de manera oficial: escucharemos discursos muy parecidos a los jingles radiofónicos que, más que definir, indefinen; se firmarán promesas ante notarios que bien pronto se archivarán, y por ende, olvidarán; den por sentado que ningún candidato logrará plasmar una visión del futuro que quiere para nuestro estado –“Yo veo un Aguascalientes…”-, y eso sí, no lo duden ni tantito, nos encontraremos con hartas plásticas sonrisas, y entonces, comprenderemos la sabiduría shakesperiana: “Hay sonrisas que hieren como puñales”.

9 de diciembre de 2009

Parque vía

Leo en el blog del simpático crítico cinematográfico Ernesto Díezmartinez una interesante clasificación de Abbas Kiarostami: las generaciones de cineastas. Tras ver Parque vía, da gusto descubrir que todavía existen en el rancho cineastas de la segunda generación según Kiarostami.

Tomo prestada una palabra de la sinopsis de la película: confinamiento. Es ese el gran tema de la película, no se hable más. Leí por ahí algunas críticas europeas que dicen que la película habla sobre las clases sociales… como sabido es que los críticos europeos se la jalan demasiado y que están obsesionados con ver tercermundismo en cualquier película proveniente del tercer mundo, no les hagan demasiado caso.

Al grano: Beto ha habitado por años una enorme casa que está a la venta, propiedad de una viuda y acaudalada señora. Todo este tiempo -el dato exacto será develado a media película y usted probablemente se consternará al escucharlo- el único oficio de Beto ha sido el de cuidar y darle mantenimiento a aquella faraónica propiedad, debido al largo periodo de tiempo que en ella (y solo) ha habitado, ha llegado a establecer un extraño vínculo con aquella casa: se ha acostumbrado a habitarla. Sabe que no es suya y respeta ese hecho (duerme y hace el amor en el cuarto de la servidumbre pese a poder disponer de cualquier rincón de la morada), pero sabe también que ahí, bañándose a jicarazos, leyendo prensa sensacionalista y viendo Primer impacto, se siente como en casa, ahí es feliz.

Sus vidas, sin embargo, cambiarán cuando la casa finalmente se vende. Beto deberá desprenderse de su confinamiento; la acaudalada señora, de su posesión, al parecer, el único recuerdo que guarda de su anterior vida conyugal. No les será fácil.

La vida diaria, en apariencia tan ajetreada, nos tiene confinados. Estamos atados a las rutinas: largas jornadas de trabajo que pocas veces varían en cuanto a su ejecución, a embriagarnos en los bares de siempre con las bebidas de siempre, a dominguera en casa viendo el partido de fútbol del equipo al cual se ha apoyado toda la vida, a recorrer la ruta de siempre en el transporte público o en coche, e incluso, a las personas que amamos (“no puedo vivir sin ti”). Ese es el gran tema de Parque vía: las férreas ataduras que vamos tejiendo a lo largo de nuestras vidas, ataduras de las cuales, difícilmente podemos desprendernos.

Una escena resumen perfectamente este hecho: el gélido abrazo entre Beto y la señora, han perdido aquella mansión tan simbólica para ambos, y no encuentran el modo de sortear dicha perdida, el gélido abrazo en realidad, no les sirve de consuelo, quizás por ello se separan a la brevedad. Es fácil compartir alegrías pero difícil compartir el dolor.

A todos nos duele el desprendernos de la rutina, de aquello que por momentos quizás pueda resultarnos fatigante y tedioso, pero que en el fondo, es agradable y necesario -y de lo cual, si logramos despendernos satisfactoriamente, albergaremos por siempre gratos recuerdos en la memoria-: cepillarse los dientes por las noches, frecuentar los fines de semana a las amistades de toda la vida, sacar la quincena del cajero, darle un fuerte abrazo a quien tanto estimamos, incluso, las frívolas compras de cada temporada navideña.

Enrique Rivero, en apariencia, es un cineasta perteneciente a la segunda generación según Kiarostami. Veremos que le depara en un futuro a este novel director, espero en lo personal, que se haga rutina el que nos legue obras tan gratas como la magnífica Parque vía.

8 de diciembre de 2009

Sobre guajolotes

Si la memoria no me falla, no he tenido el placer de degustar guajolote en ninguna cena navidadeña, mi familia opta por platillos menos sofisticados (pozole y tamales), cuando voy de visita a casa de amistades, mi estómago ya va tan lleno que no acepto los manjares que en ellas me ofrecen. Por lo mismo, Magú no podría culparme de masacrar guajolotes, pero él insiste en salvarlos año con año. El día de hoy inició su siempre hilarante serie sobre los guajolotes.







Más sobre ideas para un país en ruinas

Aparecen nuevos ensayos sobre posibles futuros para México: De María Amparo Casar, José Córdoba, y por último, uno más de Roger Bartra.

4 de diciembre de 2009

Ideas para un país en ruinas


El pasado lunes 9 de Noviembre, Naranjo publicó en El Universal un cartón soberbio: el presidente Calderón, parado sobre una columna, anunciaba con una cínica sonrisa y cierto dejo de triunfalismo: “se acabó el catarrito amigos”, a su alrededor, sin embargo, se aprecian los restos de un país devastado por la catástrofe, un país del que únicamente se conservan sus escombros, sus ruinas.

Es una imagen ciertamente catastrofista, pero, ¿acaso podemos esbozar otra imagen de México en la actualidad?, ¿se debe dejar de lado la crítica para olvidar nuestras penas y poder respirar oxigenante felicidad?, ¿se puede ser optimista dadas las circunstancias?

El pasado mes de Noviembre, dos importantes revistas de circulación nacional han coincidido en sus propuestas, en sus dossiers, invitan a pensar e imaginar un futuro para México. El extraordinario slogan de la revista Replicante, que tomo ahora prestado: “ideas para un país en ruinas”, nunca había sido más atinado … y necesario.

Festejo estos atrevimientos. Dejar de lado la queja eterna para pasar a las ideas, contener la agresividad del puñetazo para iniciar el diálogo, acortar las insanas distancias para optar por la cercanía, tragarse el inmoral escupitajo para esbozar una sonrisa.

Imposible sintetizar en tan breve espacio la cantidad de ideas expuestas en los textos publicados en nexos y Replicante, me conformaré con citar dos contundentes verdades: “las nuevas generaciones se contaminarán, pero cada vez menos, del rancio nacionalismo” y “la base social que aspira a mover esta agenda es clara: la creciente clase media mexicana, vieja y nueva, que requiere desesperadamente un horizonte de expansión”. Cortar con el pasado y actuar por el futuro.

Nuestro pasado nos condena, fecundó en diversas generaciones dogmas y tabúes que fueron adoptados religiosamente, desconocemos en realidad nuestro pasado pero recitamos devotamente lo que por él nos dieron a entender, profesamos una creencia que nos mantiene atados al estancamiento, nos proveyeron de talentos revolucionarios y, como en la parábola, renunciamos a expandir nuestros talentos y los enterramos en la rotonda del nacionalismo ilustre. Al edificar nuestro futuro, preferimos volver la vista hacia aquel nostálgico pasado, y perdemos así de vista, nuestros pasos y el rumbo de nuestro porvenir.

Siempre he creído que el futuro es el tiempo perfecto para el idealismo, la morada imaginaria de los enamorados, el paraíso de la esperanza y las oportunidades. Leyendo la revista Replicante me deprimí, si ni siquiera nuestro futuro lo idealizamos próspero, ¿qué amarga realidad nos deparará?. Ahí está el imaginario apocalipsis que nos espera: un país sin economía, sin ideas, sin petróleo, e inclusive, ¡sin poetas!

Sin embargo, quizás el mejor texto de todos sea el de Ernesto Priego, porque en sus palabras nos encontrarnos con una valiosa lección que nos hace albergar ciertas esperanzas. México es un país sin movimiento, estático, si llega a avanzar, lo hace “pasito a pasito”. Ciertamente, lo es: nuestros legisladores sugieren reformas que nunca se discuten, nuestros futbolistas tardan más en emigrar al fútbol europeo que en regresar, los ciudadanos se quejan vocalmente y segundos después tiran la toalla, estancándose así en la improductiva pasividad … podremos pensar mucho nuestro futuro, hacer decálogos, proyectos estratégicos y demás pretensiones, pero más importante aún, debemos de comenzar a actuar, como dice el adagio popular: “no dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy”. Nunca más cierto que ahora, de lo contrario, terminaremos arruinados.

2 de diciembre de 2009

Investigadores y películas sin gloria (ni pena)

Leo hoy en La Jornada Aguascalientes:

“La experiencia de la socióloga Claudia Delgado que empezó con una investigación como parte de un trabajo universitario terminó por convertirse en una publicación, Lucha libre en Aguascalientes, que sienta un precedente en un fenómeno social importante y desde el que se pueden analizar otros fenómenos religiosos, deportivos, culturales e incluso educativos.”

La nota promete erudición al desnudo y al por mayor, en un solo párrafo nos receta: “experiencia”, “socióloga”, “investigación”, “trabajo universitario”, “publicación”, “precedente”, “importante” … uf, uf y re-contra-uf. Tiene usted que no solo poseer agallas y pantalones, sino también, amplias neuronas para adentrarse a tan profundo trabajo. Claudia Delgado promete aleccionar a la plebe siempre ignorante que ve en las luchas “sólo un espectáculo”. Pero, ¿qué chingaos es lo que descubrió tan connotada socióloga? –se preguntará usted-. Algo asombroso –agárrese-:

“La máscara que los luchadores utilizan no es para protegerse de un golpe, es un elemento de transformación”.

¡Nooo!, ¡en la madre!. Yo siempre creí que El santo aguantaba los chingadazos que recibía de momias, zombies y demás, porque su máscara Nique tecnología Jeta-Yucateca-Air le amortiguaba el titipuchal de guamazos recibidos. Pues na nais, la máscara es un simple “elemento de transformación” (de identidad … en fin). ¡Oh!.

Pero eso no es todo, con humildad la socióloga reconoce que “Para Delgado sería importante que existiera otra publicación a este respecto porque este libro dejó todavía mucha lagunas”. Osease, es probable la aparición de una secuela, faltaba más.

… y pasando a las películas …

De El estudiante, mejor ni hablar, pasemos entonces a Bastardos sin gloria.

Me trago el orgullo (mi baguette no, sabía asqueroso). El primer capítulo de la película es una puta joya, pero, lástima tarantinito, ahí no terminó tu película.

Para ser breve: todas las secuencias de Brad Pitt y sus bastardos parecen dirigidas por un torpe imitador de Guy Ritchie; a los diálogos de Tarantino, siempre masturbatorios (y por ello geniales), acá les falta orégano, pimienta, sal y un par de gotas de semen, pues, carecen de toda gracia; la inmolación del cine, ha de ser, junto con la pelea entre la novia y la morena en Kill Bill vol. 1, lo peor que jamás filmó Tarantino.

En fin, mañana, a ver Parque vía a la muestra, esperando tener mejor suerte cinematográfica.

30 de noviembre de 2009

Aquel gélido mausoleo


Contaré una anécdota: cursaba el noveno semestre de la licenciatura, y en plena clase, la novel catedrática -nunca supe si en un desliz o en un arranque de sinceridad- dijo algo muy parecido a esto: “será cuando comience a egresar la gente que actualmente cursa la licenciatura, cuando la profesionalización de los medios locales irá en aumento”. Aquello me sorprendió, más que nada, porque en aquellos entonces la hoy extinta Licenciatura en Comunicación Medios Masivos cumplía veinte años, ¿acaso los medios locales no habían mejorado con veinte generaciones de profesionistas?. Dejo ahí la anécdota, espero que se entienda su significancia.

La UAA se encuentra, quizás no de moda, pero sí, en boca de muchos: desde sus alumnos y catedráticos marchando por las calles de la ciudad de Aguascalientes; hasta el hueco discurso de los políticamente correctos -que, dicho sea de paso, son una dañina (y populosa) plaga- quienes se llenan la boca emitiendo un discurso con el que supuestamente pretenden defender a la universidad, pero cuya única finalidad, es la de jalar agua para su molino. La batalla es una y es simple: que se le otorgue a la universidad el presupuesto que por ley le corresponde.

He de confesar mi enorme extrañeza ante tan unánime muestra apoyo, pues, para nadie es un secreto, la educación que tenemos en México es uno de nuestros más sonoros fracasos como nación (y miren que tenemos fracasos de sobra): nuestros alumnos se destacan sobretodo por su pereza, nuestras maestros reprueban cuanta cantidad de pruebas de aptitudes les ponen enfrente, las instalaciones de las escuelas son insuficientes y precarias… pensé que a estas alturas, la sociedad (o al menos, quienes se proclaman como voceros de ésta) se habría vuelto más crítica. Sí, presupuesto para la UAA … pero, ¿a cambio de qué?

Debido a la oleada de voces que le han ofrecido todo su apoyo a la UAA, se han visto sofocadas las voces críticas, de la buena crítica, aquella que apunta a las debilidades, no para desprestigiar, sino para que éstas sean fortalecidas. No deja de ser sensible ésta ausencia pues, una buena educación, no se logra exclusivamente en base a la cuantía del presupuesto adquirido.

Estoy convencido de que uno de los mayores problemas de la universidad, es el hecho de que las autoridades universitarias suelen dejar de lado la voz de su alumnado. Si vivimos en un país en el que a los gobernantes le valen sorbete sus gobernados, ¿porqué pensar que rectores y decanos le dedican tiempo y espacio a sus alumnos?, es una cuestión de idiosincrasia. No deja de ser significativo el hecho de que alumnos y autoridades universitarias estén protestando por separado, no congenian, no están unidos… aquello de la “comunidad universitaria” parece ser un mito.

Como exalumno de la universidad fui testigo de un abismo que nos separaba a los alumnos y a las autoridades, el roce del estudiante con las autoridades es nulo, no existen los canales para que se dé el diálogo entre ellos. A raíz de esa separación, las autoridades van perdiendo el tacto acerca de cuáles son las necesidades de sus alumnos, y sus decisiones, podrán no ser las adecuadas para que éstos reciban una educación idónea. He ahí el ejemplo extremo: el decadente caso de la U de G, cuyas cúpulas se peleaban la rectoría hasta con la cubeta porque el presupuesto es mucho y la transparencia poca, lo de menos, claro está, eran sus alumnos.

Recuerdo aquellas, en apariencia, lejanas noches de invierno, bien arropados y reunidos en círculo, mis compañeros de la licenciatura y yo hablábamos, entre otras muchas cosas, de nuestros sueños, a qué nos dedicaríamos cuando recibiéramos nuestros títulos. Nuestros sueños solían ser claros y de altos vuelos –los estudiantes solemos ser perezosos para muchas cosas, pero no para soñar-. Es ese el mayor recuerdo que guardo de la UAA, y es, a la postre, la mejor descripción que podría hacer de ella: la de aquel gélido mausoleo en el cual se resguardan los fallecidos sueños de centenares de jóvenes idealistas.

23 de noviembre de 2009

Sobre la queja

Todos nos quejamos en algún momento de nuestras vidas: de nuestros padres autoritarios, de la incomprensión de nuestras parejas sentimentales, de nuestos salarios miserables, del exceso de pellejos en nuestros tacos de bistek, del mísero tamaño de nuestro pene (o del tamaño del pene de nuestra pareja), del siempre impuntual transporte público, de la puta programación televisiva en la cual nunca encuentro nada interesante a pesar de contar con más de sesenta canales, del barro que me salió en la naríz... somos el país de la queja.

Hoy, Héctor Aguilar Camín da inicio a su Fenomenología de la queja pública, vale la pena leerlo por acá, acá(2), acá(3), acá(4) y acá(5).

20 de noviembre de 2009

Algo más sobre mí y mis hogares

Siempre lo he sostenido: si algún día un locuaz aventurero osa escribir la biografía de un servidor, se verá en serios aprietos. Por ejemplo: no sabrá en que lugar inicié mi vida, de hecho, yo tampoco lo sé, sé en que hospital fui parido, pero después de eso: ¿a dónde fui llevado?

Ojo, no es que no lo recuerde, es que simple y sencillamente no lo sé, no sé donde dí mis primeros pasos, donde dije mi primera palabra, donde me dieron de comer aquella (supongo) suculenta papilla de plátano… el recuerdo de mis hogares arranca por ahí de mis 4 o 5 años de vida. Y es en realidad un recuerdo sumamente confuso y vago.

Confuso porque el orden cronológico está hecho un lío, vago porque recuerdo muy poco de aquellos fugaces hogares. Ahora que lo pienso, quizás, mi desconocimiento y desmemoria se deban a ello: en mi tierna infancia, de algo estoy seguro respecto a mis hogares: todos ellos fueron fugaces.

De los 4 a los 6 años (aprox.) viví en una casa que quedaba frente a un kinder, el único recuerdo que guardo de ella es el perro de los vecinos, era enorme, o al menos, así me parecía, sin duda, del tamaño de un dinosaurio; recuerdo aquella otra casa dúplex que era un verdadero dolor de cabeza para todos nosotros, los deshumanizados vecinos de abajo (nosotros, vivíamos en la segunda planta), al no recorrer la reja, nos dejaban encarcelados en nuestra propio hogar, encima, las llantas de nuestro carro amanecían siempre sin aire. Es una de las pocas ocasiones en las cuales han emanado de mi interior instintos asesinos, deseaba hacerme de una metralleta y descargar todas las municiones del mundo en el piso de aquellos deshumanizados vecinos (eso instintos nacieron probablemente porque un servidor veía innumerables películas de acción en su tierna infancia); recuerdo también dos casas en Veracruz: una de ellas era enorme, verde (no sé si este dato sea verídico o un producto de mi dañada imaginación), infestada de cucarachas y ubicada, para nuestra desgracia, a un costado de la avenida más ruidosa de la ciudad (era imposible dormir con tanto ruido), sin duda, el set idóneo para rodar alguna película de Cronenberg; la otra, era un pequeño departamento ubicado a un costado de la playa, extremadamente caluroso, en mi recámara había un enorme ventanal con vista al mar, a través de él veía todos los días el amanecer (no tenía cortinas), recuerdo que en aquel lugar viví la primera noche en la cual no pude conciliar el sueño, una hazaña inolvidable.

Tras aquella orgía de hogares (hubo otros que no vale la pena mencionarlos), instalado en un plano más sedentario, habité en dos hogares:

El primero de ellos era bastante feo para ser sinceros, pero eso sí, ¡tenía una tina! (ni crean, cuando uno tiene tina en su casa, ésta pierde todo su encanto), recuerdo que en alguna ocasión comprobé que bastaba con un sobre de Kool-Aid para colorear la totalidad de su contenido líquido, el agua se volvió roja, según yo, era sangre… vaya que sí tenía imaginación. Aquella casa contaba con un jardín que nunca lo fue (o, ¿existen los jardines de tierra?), una cocina que se resumía en una triste estufa, un boquete por el cual podría irrumpir el ladrón más obeso del mundo, un barandal completamente oxidado, ¡ah!, también tenía una chimenea, la cual, si mal no recuerdo, se utilizó únicamente en una ocasión. En aquella casa plantamos entre todos un pino que, creo, todavía existe y es alto y frondoso, tuvimos por mascotas un par de patos (uno de ellos, ya envejecido, lo fuimos a donar al entonces conocido como el “Parque Héroes Mexicanos”). No recuerdo como fue la despedida de aquella casa, en realidad, fue un hogar que nunca he extrañado.

El segundo hogar, pese a su enorme defecto (era más frío que una mujer frígida), era un sitio sumamente acogedor, con una linda ubicación, un enorme jardín que mi mamá poco a poco fue labrando… pero, más que el hogar en sí, son los recuerdos de lo que ahí viví lo que nunca olvidaré: ahí, por vez primera, entablé una entrañable amistad con mis vecinos, hacíamos nuestros campamentos en el jardín de mi casa o de la suya; en la avenida ubicada a espaldas de mi casa aprendí tardíamente a andar en bicicleta; “adoptamos” mi familia y yo un par de gatos que pronto se convirtieron en un batallón; ahí nació, creció, murió y nunca se educó nuestra mascota, una perra llamada coqueta; ahí nació, gateó, caminó y habló por vez primera mi sobrino Santiago; ahí sostuve relaciones con algunas de las mujeres a quienes más he querido en mi vida; ahí realicé algunas fiestas, una de ellas, la última, permanecerá imborrable en la memoria colectiva de mis amistades; ahí tomé por primera vez las llaves de un coche para manejarlo; ahí fue a dejarme mi primera novia una noche en la cual me encontraba en completo estado de embriaguez, me dio un muy cachondo beso a pesar de haber vomitado minutos antes de despedirnos, aquello era amor; hasta ahí me dio aventón aquella niña que tanto me gustaba en la preparatoria (yo también le gustaba … pero estábamos bastante pendejos como para darnos cuenta de ello); ahí comimos numerosas carnes asadas, algunas jugosas, otras secas; ahí llenamos la barra de envases de cervezas en una de mis más célebres fiestas de cumpleaños; ahí realicé mi primera y única cena romántica, todo terminó en sexo oral, idiota de mí, olvidé comprar los preservativos; ahí escribí mi primer artículo publicado en un diario; ahí escribí junto a mi entonces mejor amigo una canción sobre el suicidio, proféticamente, una compañera de clases se suicidaría una semana después… ahí dormí por última vez el domingo pasado.

Ahora duermo en una nueva casa, adaptarme arquitectónica y geográficamente a ella no me ha costado ningún trabajo … pero los recuerdos, esos sí me costarán un arduo trabajo, tendré que ir construyendo los cimientos de mis nuevas aventuras en este nuevo hogar.

Mis potenciales biógrafos pueden dormir tranquilos, sé que nunca existirá algún locuaz aventurero interesado en escribir mi muy aburrida biografía, por ello, yo algún día escribiré mi autobiografía, acción que, encima, resulta mucho más entretenida.

12 de noviembre de 2009

Algo más sobre mí y mis estudios, presupuestos y la UAA

El pasado 20 de Octubre publiqué en este blog un texto sobre la apatía de los jóvenes, ese mismo día, gracias al blog llamado crimentales, pude acceder a un delicioso texto de Heriberto Yépez de similar tonalidad.

La semana pasada en La Jornada Aguascalientes se publicó una editorial que hacía eco de la ausencia de la solidaridad de la comunidad universitaria ante la embestida presupuestal que afectará el próximo año a la UAA. Se entiende que una de esas notorias ausencias es precisamente la de su alumnado.

La UAA tiene varias caras, sé de algunas de ellas pero en realidad solo conozco a fondo uno de esos variados rostros: el rol del estudiante, lo conozco a fondo pues estudié en ella no solamente los cinco años que dura mi carrera, sino que incluso, me extendí (no por gusto) uno más.

Me andaré sin rodeos: en mi experiencia de seis años como estudiante, siempre me dio la impresión de que la UAA ve en su alumnado una materia prescindible. Daré a continuación una serie de ejemplos (de burdos a serios) de ello:

Desde la farsa: el entonces decano José Alfredo Ortiz Garza acudío a nuestro salón (por primera y única ocasión) para invitarnos a una ceremonia en la cual se certificaría nuestra carrera (licenciatura en comunicación medios masivos), aquella cortesía fue en realidad una farsa, la licenciatura en comunicación medios masivos jamás se certificó, la acreditación la recibió la licenciatura en comunicación e información, el decano, obviamente, pretendió tomarnos el pelo. Desde aquel día dejé de creer en el decano (nunca creí en él en realidad) y en las certificaciones (¿alguien puede creerlo?, certificaron una carrera que únicamente existía en el papel, ningunos tiernos glúteos estudiantiles habían calentado siquiera los pupitres de la nonata carrera).

Pasando por el atropello: una catedrática con el grado de doctora y supuesta investigadora, de quien usted puede leer sus opiniones en La Jornada Aguascalientes (Rebeca Padilla), encargó un ensayo sobre el, en aquellos entonces, documental de moda: Bowling for Columbine de Michael Moore. Un servidor, que había visto dicho documental hasta el cansancio (y eso que desde el primer avistamiento me provocó una enorme fatiga tan vulgar documental), escribió un texto crítico, extenso y en-una-de-esas hasta mordaz sobre aquella película tan inflada como la masa corporal de su director. Me sorprendí (y no gratamente) cuando recibí mi calificación, la catedrática me acusó de haber plagiado el texto (sin decir nunca cual fue el texto original, casta víctima de mi instinto plagiario), y por consiguiente, mi calificación fue el número más redondo que existe sobre la faz de la tierra (sí, como Michael Moore … que ironía). Sabía de la existencia de unos supuestos derechos universitarios y acudí a ellos, no tanto porque me importara una calificación (el sistema numérico como reflejo del aprovechamiento siempre me ha parecido una vacilada) sino por orgullo, era mi texto y quería que se reconociera como mío. Mi derecho consistió en un hazmerreír: una revisión de examen en la cual no era la catedrática quien tenía que demostrar mi plagio, sino en la que yo debía demostrar que no lo era (y eso … ¿cómo chingados se hace?). En cierta medida, este atropello me orilló a cursar un año extra en la universidad … jamás volví a creer en los derechos universitarios.

Llegando a la banalidad: si usted acude con cierta frecuencia a la universidad, probablemente le habrá pasado lo que a mí en varias ocasiones: como se dice coloquialmente, a uno, pues, se le afloja el mastique, es natural, y para solucionarlo, pues, se acude a los sanitarios (los que están abiertos al público, los que utilizan los estudiantes) para desechar nuestros desechos (valga la redundancia), y uno descubre que, ¡zaz!, ¡no hay papel!, ¡y uno con el desecho a medio salir!, y entonces … acá le corto mejor para no caer en vulgaridades. Advertí que era un ejemplo banal, pero, pese a ello, no deja de ser ilustrativo, a pesar de haber pertenecido en mi rol de estudiante a la denominada románticamente como la “comunidad universitaria”, no era tratado como un igual, había castas: mientras la burguesía (catedráticos y demás) resguardaban bajo llave en sus fortalezas sanitaria el papel higiénico (divino tesoro); la plebe (estudiante y de menos) tendríamos que arreglárnosla como pudiéramos para limpiarnos el nalgatorio. Yo, por ejemplo, prefería cruzar la avenida universidad y adentrarme en el Sanborns donde el papel higiénico del señor Slim me recibía con los brazos abiertos para que pudiera defecar como todo un semidios. Jamás volví a creer en el romanticismo de la “comunidad universitaria”.

Sí, lo sé, estoy siendo marcadamente tendencioso, podría dar también ejemplo de los apoyos que reciben algunos estudiantes universitarios, y los estoy callando (aunque, por otro lado, podría continuar ad infinitum con los ejemplos de mis infortunios). Si estoy siendo tendencioso, como lo reconozco, es para remarcar el más preocupante de los defectos de la UAA: el menosprecio a sus estudiantes. Y lo hago porque, si lo seguimos pasando por alto (igualmente, no creo que mucha gente tome en cuenta mis personalísimas), caeremos en los niveles de la U de G, donde una reciente gresca entre cúpulas que se disputaban el control de la rectoría, dejó en claro que lo que menos le preocupa a las máximas autoridades universitarias, es su alumnado.

Hoy valdría la pena que los jóvenes estudiantes se quitaran ese estigma de apatía, y que, con los medios a su alcance (blogs, cartulinas, marchas, misivas a los medios, perifoneo, volanteo…) manifiesten la necesidad de otorgarle a la UAA el presupuesto que le corresponde; mañana, (gánese o piérdase la batalla por el presupuesto) valdrá la pena que las autoridades universitarias se alejen de pasarelas y politiquerías, y que centren su atención en su mayor tesoro: sus estudiantes.

Desde hace un par de semanas apareció este tema en la escena hidrocálida, yo prefería ver los toros desde la barrera, pero tras leer un extraordinario texto de Francisco Fernández Buey en El País, he decidido aportar este granito de arena a la discusión.

¿El crepúsculo del deber?


Hace algunos ayeres leí El crepúsculo del deber de Gilles Lipovetsky, confieso que su lectura me dejó indiferente, quizás mi indiferencia se debió a que el contexto de su crítica se ubica en el primer mundo, muy alejado del tercer mundo desde el cual se escriben estas líneas, y por ende, sentí el propósito de su libro totalmente ajeno a la realidad en la cual habito.

Sin embargo, acontecimientos recientes me han hecho virar y vacilar, quizás el llamado “crepúsculo del deber” comienza a brotar en ciertos sectores (socioeconómicos sobretodo) de la sociedad mexicana.

Célebre y (muy) vitoreado se ha vuelto el caso de internetnecesario, espacio virtual en el cual un puñado de privilegiados (en México, no cualquiera mortal tiene acceso a Internet) se organizaron, twittearon la gota gorda, y lograron (es un decir) que se derogara la hipotética implementación de un impuesto a Internet.

Reviso el sitio desde el cual lidiaron su batalla los twitteros, y no encuentro regado en el campo de batalla ningún atisbo de conciencia social, una vez derogado el impuesto los twitteros pasaron ágilmente a la celebración y dejaron en el abandono la lucha. Su lucha, visto está, no era social -nada de computadoras para todos, ni Internet para todos; aquello es una utopía que no vale una batalla- sino individual, no les motivó la urgente necesidad de la sociedad mexicana para acceder a Internet, les motivó su bolsillo, no querían pagar más. Punto.

Sorprende que en un país en el cual abundan las necesidades sociales, la disolución de un hipotético impuesto a Internet sea nuestro magro y único triunfo como sociedad organizada, pero la sorpresa se disuelve si alzamos la mirada y atestiguamos que nuestra próxima batalla social será la derogación de la tenencia -ganada recientemente por los hermanos queretanos-, un impuesto que afecta exclusivamente a ciertos sectores (ya-saben-cuales) socioeconómicos. No se trata pues de una sorpresa, es una norma: la de la conciencia social en primera persona, cuando el afectado es el yo, entonces, la inconformidad logrará hacer ruido siempre y cuando afecte a los sectores sociales privilegiados, y caeremos en consecuencia en ejemplos tan lamentables como el siguiente: si se aumenta el costo del transporte público los twitteros no se inmutan, pero luchan para derogar la tenencia, digo, es que es tan lindo aquello de estrenar un coche último modelo.

Lipovetsky describía en El crepúsculo del deber la decadencia del compromiso social, en la actualidad, el comprometerse con una causa social es un acto que comúnmente se desprecia, se apela mejor a la comodidad de la caridad: el redondeo en los supermercados, el show business televisivo de las donaciones empresariales, el hit de la conciencia ecológica…

Aparentemente algo similar está ocurriendo en México, comprometernos con una causa social nos da una enorme hueva, mejor optamos por cederle al cajero del Oxxo cincuenta centavos, le donamos cien pesos al Teletón, dejamos unos cuantos furibundos mensajes en Twitter… de mientras, a nuestros verdaderos problemas sociales preferimos darles la espalda, un cruel ejemplo de ello: Héctor Aguilar Camín hizo recientemente eco de una desgarradora realidad: la trata de blancas, narró desde su columna en Milenio la historia del rescate de niñas de doce y catorce años que estaban siendo prostituidas en Coatzacoalcos, aparentemente, pocos han alzado la voz ante este acontecimiento.

A últimas fechas he escuchado voces que celebran la democracia twittereana, ven a Twitter como el ciber-templete en el cual se hace eco de la voz de la plebe. Nada más alejado de la realidad, los twitteros son un microcosmo de privilegiados, por sus ciento cuarenta caracteres no se transmite la (parafraseando a Borges) “befa de la plebe”, por el contrario, Twitter parece invitarnos seductoramente a ejercer el crepúsculo del deber desde la comodidad de una laptop.

9 de noviembre de 2009

...

Cuando uno va entrando en años, su casa va tomando el especto de un mausoleo. Todos sabemos de que forma vamos a morir, sólo debemos ser sensibles a las insinuaciones que acostumbra hacernos la vida.

Leído en: Lodo de Guillermo Fadanelli.

5 de noviembre de 2009

Un bife de chorizo


La semana pasada Guillermo Fadanelli publicó un muy provocativo texto en El Universal, el corpus del mismo puede resumirse con la transcripción del siguiente párrafo: “Joseph de Maistre […] escribió: ‘El hombre debe obrar como si lo pudiera todo y resignarse como si no pudiera nada’. Detrás de la rebelión está el fracaso y el hombre romántico se rebela, porque en su más profunda intuición sabe que ha perdido de antemano la batalla”.

Su instigador artículo no pudo haber llegado en mejor momento, los ánimos de la nación han estado caldeados, el último par de semanas la rebeldía se escuchó con frecuencia y a grandes decibeles en charlas, se difundió por Internet, se plasmó contundentemente en los periódicos, tuvo cabida en muy diversos medios de comunicación, pero a final de cuentas, el viaje del alarido fue breve y sus frutos nulos, el desenlace fue otra batalla perdida por parte de la rebeldía. ¿Tendrá razón Fadanelli?

La reciente aprobación del aumento a impuestos como el IVA, ISR y un largo etcétera, encolerizó a muchos, la ley de ingresos dictaminada por diputados, y aprobada después (con mucho teatro de por medio) por senadores, no fue bien recibida, acogió abucheos y rechiflas, nuestros legisladores se ganaron en la treta algunos de los siguientes adjetivos: “farsantes”, “imbéciles”, “ineptos”, “ignorantes”, “torpes”… pero tan peculiar dispendio de enjundia sirvió para muy poco, los nuevos impuestos pasaron prácticamente sin modificación alguna por la cámara alta.

¿Por qué fracasa el discurso rebelde? La respuesta parece ser en apariencia sencilla, podría argumentarse que el discurso disidente proviene de esferas muy alejadas del poder, ajenas al microcosmo en el cual se toman las decisiones en México; podría sostenerse también que el discurso rebelde no fracasa, o al menos, no lo hace en su totalidad, la rebeldía se sabe estéril de nacimiento, y su intención, por lo mismo, no es la de rendir frutos legislativos sino la de crear conciencia social.

La rebeldía probablemente naufrague debido a su masculino y vigoroso afán de confrontación, el insulto a los legisladores es aplaudido porque provoca alegría y desahoga, es un acto valiente, viril, hilarante y jocoso, una merecida afrenta contra tan impronunciables ciudadanos… pero la arenga verbal se estanca en la masturbación, en el monólogo del grito münchiano que no conduce hacia la construcción y el diálogo.

Extrañé que en la reciente trifulca, además de haber aprendido los múltiples e ingeniosos nombres con los cuales se re-bautizaron a nuestros legisladores, se distinguieran también heroicamente voces de economistas que nos hicieran comprensible al resto de los mortales nuestros problemas económicos como nación, no me conformo con que me digan que el gobierno derrocha dinero irracionalmente y que las empresas evaden impúdicamente impuestos. Que se explayen nuestros economistas, que nos eduquen, que nos indiquen dónde está derrochando inmoralmente dinero el gobierno, cómo evaden las empresas impuestos, y si se puede, que nos digan nombres.

El ánimo rebelde está ahí: en la madre de familia indignada, en el pobretariado inundado de deudas, en los jóvenes twitteros que conforman comunidades en el ciberespacio, en egresados sin chamba… nos hace falta encausar tanta enjundia, pasar del insulto a la propuesta.

Fadanelli sostiene en su artículo: “si uno nunca experimenta el deseo de rebelarse contra una injusticia o una opresión, entonces es que se ha convertido en santo y es la peana de un oratorio y no la sociedad su verdadera morada”. Quizás esa sea la esencia de la rebeldía, un acto tan inocuo, pero necesario, como el ordenar un bife de chorizo en un restaurante vegetariano.

4 de noviembre de 2009

La lección del día # 12 ... los primero pasos de la Internet

Probablemente usted sea un longebo en los quehaberes de la Internet, bosteza ante el messenger y el skype, recuerda con nostalgia aquella verdadera maravilla que era el ICQ, pero, siempre existe un antecedente, ¿Sabe usted cual fue el primer mensaje enviado de una computadora a otra?

No se preocupe, no tiene que indagar, gente como Edilberto Aldán se dedicó a ello y nos da la respuesta en un artículo publicado recientemente en Crisol Plural:
Hace 40 años, el 29 de Octubre de 1969, Leonard Kleinrock junto al estudiante de programación, Charley Kline, envió el primer mensaje de una computadora a otra. Eran las 10:30 de la mañana cuando el servidor SDS Sigma 7 de la UCLA logró conectarse con el servidor SRI SDS 940, en el centro de investigaciones de la Universidad de Stanford, del otro lado de la pantalla Douglas Engelbart (inventor del mouse y desarrollador del hipertexto) recibió las letras “l” y “o”, después se cayó el sistema. Una hora después, apareció en la pantalla “login”, la primera la palabra que intercambió un equipo con otro, ARPANET estaba funcionando. A partir de ese momento, el desarrollo de internet ha sido acelerado.
Para que no le digan, no le cuenten ... ni lo cuenteen.

28 de octubre de 2009

Sobre el menudo

El domingo al mediodía, después de una muy buena guarapeta la noche anterior, le hablé por teléfono a un amigo, pero no lo encontré en su casa, se había ido a desayunar menudo. La envidia recorrió todo mi cuerpo, yo apenas y desayuné, los domingos tengo encima doble trabajo, pero sobretodo, como se me antojó el méndigo menudo. Tengo tanto tiempo de no atragantarme con un rico plato de menudo un domingo por la mañana.

Hoy, en el blog de José de la Colina aparece un curioso poema dedicado al menudo:
Oh menudo sabroso, te saludo
en esta alegre y refrescante aurora
en que pido alimentos, pues es hora
en que tú estás cocido y yo estoy crudo.

Manjar tan delicioso jamás pudo
colocar en su mesa una señora,
con más razón si es dama de Sonora
la tierra favorita del menudo.

Por eso te distingo y te respeto,
por eso te dedico este soneto
de tu grato sabor en alabanza.

Canten mis versos frescos y elocuentes
en honor de tus cinco componentes
caldo, pata, maíz, tripas y panza.
Este domingo, sin falta, iré a desayunar menudo.

27 de octubre de 2009

Sin City


Aguascalientes, una ciudad que no oculta sus aspiraciones, entre ellas, una de las principales es el desarrollo. Actualmente nuestras autoridades municipales gastan nuestros impuestos en la elaboración de un sin fin -en realidad, se pueden contar con los dedos de las manos- de pasos a desnivel con la intención de agilizar la circulación vehicular en el vulgarmente conocido como el segundo anillo y, claro está, que la ciudad se vea modernísima por obra y gracia de los citados pasos a desnivel.

Si el desarrollo es una de nuestras aspiraciones, propongo que seamos sinceros como ciudadanía, el crecimiento conlleva ventajas pero arrastra consigo ciertas desventajas. Si la ciudad se expande, si se ensanchan nuestras avenidas, si engordan nuestros ingresos y nuestras billeteras (jaja), debemos reconocer, tarde o temprano, que nuestros pecados serán más notorios y oscuros, que los vicios germinarán en las calles y se arraigarán en los hogares de ésta ciudad.

Somos, en apariencia, una ciudad que conserva una muy refinada compostura: las bebidas alcohólicas se dejan de expender a temprana hora, la prostitución y los table-dance están recluidos en una zona llamada “de tolerancia”, lo centros nocturnos cierran temprano sus puertas… nuestras composturas son en realidad una suma de hipocresías. El alcohol se vende clandestina (y quizás adulteradamente) en varios puntos de la ciudad y la prostitución se ejerce sin disimulo en ciertas calles.

El mejor ejemplo del cómo no hemos sabido reconocer nuestros pecados fue la abrupta llegada de la violencia a las calles de ésta ciudad, los sicarios, se decía, vienen de fuera, era inconcebible que en la ciudad de la gente buena se hayan procreado seres humanos con una nula calidad moral.

La realidad es sin embargo tan distinta, recientemente, en un periódico de circulación local aparecieron notas periodísticas en las que se deja en claro que el estado ocupa algunos de los primerísimos lugares a nivel nacional en el consumo de diversos vicios, por ejemplo: “Aguascalientes, se encuentra entre los diez estados con mayor porcentaje del consumo de bebidas alcohólicas y cigarrillos entre la población adolescente de entre 10 a 19 años de edad”, “Aguascalientes es el estado con el mayor número de consumidores activos de tabaco”, “La droga ilegal más consumida en Aguascalientes es la marihuana con 25 mil 914 consumidores equivalentes al 3.3 por ciento de la población total del estado, en segundo lugar la cocaína […] con 20 mil 147 consumidores”. ¿Porqué entonces ese afán de negar nuestros vicios como sociedad?

El acto de negar nuestros pecados nos condena a la toma de decisiones reprobables, he ahí aquella medida insostenible: el ayuntamiento de la capital ha implementado una triste estrategia, en ciertas colonias se ha decretado una especie de toque de queda travestido, quien vague por las calles a deshoras será detenido.

En esta ciudad no podemos seguir ocultando lo que somos, nuestros vicios no pueden seguir arrinconados porque algún día esa realidad contenida nos estallará en las manos y nos tomará muy mal parados. Son bienvenidas las aspiraciones de desarrollo, que la ciudad se agilice, crezca, se enriquezca, se modernice… pero también nos enviciaremos y pecaremos, es tiempo de irlo aceptando.

25 de octubre de 2009

Una lección de vida y otra más de amor

Mi trabajo me ofrece pocas satisfacciones, pero me ofrece algunas. El viernes pasado, por ejemplo, conocí a una persona asombrosamente decidida, su increíble capacidad para decidirse llamó poderosamente mi atención y, para romper la barrera del silencio existente entre nosotros, le pregunté de dónde era, de Zacatecas -me respondió él-, continué con el interrogatorio, le pregunté entonces que hacía en tierras hidrocálidas y me respondió con suma naturalidad que venía a que le dieran quimioterapia.

Me helé, la sangre se me fue a los pies, pero como no percibí en el semblante del señor ningún gesto de dolor tras develarme su realidad, seguí platicando amenamente con él. Al despedirse me quedé pensando en aquel señor, deduje imaginariamente que su sorprendente capacidad para decidirse se debía a su enfermedad, él sabe que no tiene tiempo para dudar y vive su vida tomando decisiones sin chistar. Me gusta su filosofía.

Un día antes, el jueves por la noche, le pinté sus uñas de color negro, nunca antes lo había hecho, me desempeñé muy probablemente con suma torpeza, pero lo hice y me gustó. Fue curioso, el día que nos pintamos entre los dos (ella me pintó un dedo a mí) concluimos la velada viendo como pintaban un mural, uno de los artistas nos pidió que firmáramos el libro de visitas, y así lo hicimos.

Mientras ella y yo decidíamos que anotar pude contemplar fijamente su pómulo izquierdo, en él, se podían apreciar pequeñas arrugas, ella, en apariencia tan perfecta, me mostraba sus imperfecciones sin temor alguno. Corroboré que me gusta porque con ella puedo desenvolverme naturalmente, le muestro mis múltiples imperfecciones y no le oculto mis escasas perfecciones, sé que ella es también así, sé que cuando está a mi lado, cuando está conmigo, se muestra tal cual es: una imperfecta pero extraordinaria mujer. Aquel jueves, me moría de las ganas de besarle en aquel momento su imperfecto pómulo, pero no lo hice. Estoy seguro que si hubiese conocido antes a aquel señor de Zacatecas probablemente lo hubiese hecho, me hubiese decidido en ese momento a besarle su pómulo. Me gusta tanto ella.

20 de octubre de 2009

Without Cobain




La generación X, así se le bautizó a aquella emblemática generación conformada por aquellos nacidos en los 70’s y principios de los 80’s. Recupero ese anecdótico dato porque la revista Día Siete publicó hace un par de semanas un sugerente reportaje titulado: Los ni-ni.

Los ni-ni: una generación sumergida en la más absoluta inutilidad -ni estudian ni trabajan, acota la revista-, una generación que aglutina en sus filas un tumulto de frustrados: jóvenes a los que no se les han abierto las puertas, pero que tampoco han intentado abrirse camino en la maleza, sencillamente les gana la apatía.

Nada tan contundente como el popular nombre que se le asignó a aquella otra generación: X. Si alguien le apostó el futuro del país a los ni-ni –algo común en los discursos oficiales, usualmente plagados con el vacío de las buenas formas- hay que confirmarle que, definitivamente, ha perdido su apuesta. La generación que coreó a todo pulmón la alternancia en el poder, porque fue, en cierta medida, impulsora del cambio –recuerden a Vicente Fox, como un improvisado pero celebrado comediante en el programa de Adal Ramones, el programa juvenil de moda en aquellos entonces-, pero que no colaboró en la gestación de ese cambio. Fuimos (me incluyo) espectadores del fracaso mas no partícipes. En resumen: hemos sido, como el provocativo mote de la generación que nos precedió, una generación completamente X.

Ciertamente, a mi generación se le han cerrado multitud de puertas -ahí está la paupérrima educación que recibimos, ahí están los miles de egresados a quienes se les imposibilita encontrar empleo-, desmontar la obesa estructura que durante años se montó en este país no es una tarea fácil, a la distancia, pareciera incluso que es una encomienda imposible de resolver. Pero todo parece indicar que ni siquiera lo hemos intentado, vimos la enormidad del enemigo y decidimos tirar la toalla, de la ambición pasamos rápidamente a la frustración, desistimos de conquistar siquiera cumbres muchísimo más humildes que el cambiar al país.

Las manifestaciones con las que recientemente se conmemoró un aniversario más de la matanza de Tlatelolco son un ejemplo de ello, pareciera que son protestas para la foto, pictóricas, detenidas en el tiempo, caducas y sin sustancia. México hoy no es el mismo que en el 68, seguirá jodido, pero no igual, lo años no pasan en vano, y sin embargo, nuestra juventud parece haberse estancado (incluso, retrocedido), no puede cambiar el país porque ni siquiera se ha cambiado a sí misma, somos una generación que se queja pero no demanda –Luis González de Alba y compañía demandaban, porque conocían su entorno y su presente, nosotros no-. La queja jamás fructificará, la demanda probablemente lo haga.

Hoy, nosotros los ni-ni somos la viva imagen de este fracasado país, en nosotros se ve reflejada la pobreza que pernea en este territorio, basta con citar un dato arrojado por el reportaje de la revista Día Siete: siete millones de jóvenes ni estudian ni trabajan. Cierto, en el horizonte se pueden contemplar historias de éxito, se tratan sin embargo de historias individuales, como generación y como país (como conjunto) no hemos logrado progresar, como nación no hemos logrado generar riqueza (mucho menos distribuirla equitativamente), como jóvenes no hemos redactado un discurso generacional, sin éste no habrá demandas, y sin éstas, no existirá la posibilidad del progreso.

¿Y por qué Cobain? Este año se conmemoraron quince años del fallecimiento de Kurt Cobain, uno de los iconos de aquella otra generación, de la generación X. Se me ocurre una metáfora de su muerte: el blondo líder de Nirvana quizás se suicidó, entre otras cosas, porque pudo percibir el amargo destino que vivirían las futuras generaciones, para quienes probablemente seguiría siendo un ídolo, y no queriendo ver materializado tan estruendoso fracaso generacional, prefirió privarse de la vida y no vivir en carne propia tan desahuciado futuro. Que pobres somos los ni-ni, ni siquiera contamos con un mártir para rendirle pleitesía.

13 de octubre de 2009

Un poema de Sergio Loo

Desde hace tres semanas se encuentra rodando por ahí y por allá el nuevo número de la revista Parteaguas, dedicado en esta ocasión a: las letras.

Confieso que por primera vez el Dossier de la revista me ha dejado indiferente; por el contrario, Columnas, una breve sección a la cual el pequeño editor de revistas que llevo dentro de mí nunca le ha encontrado la cuadratura, contiene en esta ocasión una multitud de plausibles textos; lo mejor de la revista se encuentra quizás en narrativa, donde "La reina del carnaval" de Saúl Juárez y "El rastro de nuestros días" de Fernando Paredes, destacan; pero lo más sobresaliente, creo yo, es el extraordinario poema de Sergio Loo titulado "Geos" ... en la semana trataré de adquirir su poemario Sus brazos labios en mi boca rodando para acercarme así a la obra de este joven poeta.

Destaco algo más: es ésta una buena oportunidad para acercarse por primera ocasión a la revista (si aún no lo han hecho), pues en facebook existe un concurso que premiará gratamente a quien logre la mejor reseña del nuevo número de la revista.

7 de octubre de 2009

Del Ipod a Google Books ... ¿un solo paso?

Gil Gamés elabora simpáticas entregas que mensualmente publica la revista nexos, en esta ocasión, logra un muy ameno texto sobre un hipotético suicidio masivo de libros ocurrido a raíz de la irrupción de Google Books ... texto ameno pero: ¿es su conclusión correcta?

Según el autor, en este país tan carente de tecnología (por ser un país carente de dinero ... explicación express), Google Books no modificará nuestros mínimos hábitos de lectura porque en multitud de hogares no se tiene todavía computadora. Creo que el autor está equivocado porque olvida que la pequeñísima porción de mexicanos que leen, sí tienen, en su gran mayoría, acceso a la tecnología.

Hoy imaginé un futuro dominado por Google Books, mi búsqueda infrutuosa de un libro (En el café de la juventud perdida) en un par de librerías me llevó a ello, a imaginar un paraíso en el cual se tenga al alcance de un click el texto deseado. Sobre todo en estas (des)provincias en las que es tan difícil hacerse de una multitud de libros.

Recordé el Ipod, ese aparatito sin el cual multitud de jóvenes no le encuentra sentido a su vida, y que, a pesar de su costo (lean esta nota), y de nuestra carencia de tecnología, es inmensamente popular. Cada que le pregunto a alguien cuándo fue la última ocasión en la cual compró un CD, ese alguien me responde con un prolongado "uuuuuhhhhhhh".

6 de octubre de 2009

Más sobre en los años del botox

Con mucho mayor talento, Guillermo Sheridan escribe hoy también sobre Juanito, en El Universal.

En los años del botox


Hagamos un breve ejercicio, apelemos a la memoria: ¿Qué podemos recordar de las pasadas campañas electorales? La propuesta inenarrable: pena de muerte a los secuestradores, sí; el ingenuo y romántico slogan: siga valiente señor presidente, también; el amasiato incomprensible: Jesús Ortega y Marianita, of course. No obstante, lo más recordado debe de ser la imagen impecablemente plástica de los candidatos: en tiempos de crisis, sonreían despreocupadamente de oreja a oreja; las empresas recortaban personal, la gente recortaba sus gastos, y ellos, ellos renovaban sin empacho su clóset para mostrarse atractivos ante las cámaras; era el momento idóneo para la autocrítica y la reflexión, para el surgimiento de ideas y propuestas, pero la única preocupación de nuestros candidatos era ocultar sus defectos físicos por obra y gracia del photoshop.

La cima de esa elevada montaña de plasticidad la encontramos sin embargo después de las elecciones, la encarna un personaje que, en apariencia, no es plástico, pero que acumula una multitud de paradojas tan vasta, que lo hacen más falso que unos labios rellenos con colágeno: su partido ya no es más su partido, su triunfo nunca fue en realidad su triunfo, su supuesta enfermedad no es ninguna enfermedad, incluso, su nombre no es su nombre… sí, me estoy refiriendo a Juanito.

Rafael Acosta representa nuestra fascinación por el plástico. Si unas tetas de silicón provocan múltiples erecciones, si los plásticos glúteos de Latin Lover arrancan una enorme cantidad de suspiros femeninos, si la tarjeta de crédito afianza las relaciones amorosas con altas pretensiones económicas… Juanito llegó para develar nuestra fascinación por la política de plástico.

Desde su concepción, en un templete en Iztapalapa, su creador le advertía, aparentemente con suma sabiduría: “no te la vayas a creer”. Craso error, López Obrador no advirtió que en estos aciagos tiempos de la falsedad, uno es capaz de dejarse seducir por cualquier cirugía plástica. Como aquel personaje de una película de Almodóvar que, siendo virgen, quería convertirse en el mejor follador del mundo; Juanito voló alto, jamás tocó el piso, perdió de vista la realidad, se creyó su triunfo, el acaparar unas cuantas notas y los flashes de las cámaras fotográficas pronto lo cegaron. Se creyó también el político poderoso que nunca fue.

Si la embriaguez de Juanito es ejemplo de plasticidad, la fascinación de los seguidores de su historia lo es también. La fugaz historia de Rafael Acosta fue estruendosa, mediática, dejó a pocos indiferente ante ella, el ceniciento de la política ganó adeptos, algunos se mofaban de su ingenuidad y de su porte, pero pocos criticaron lo que Juanito representa: una clase política que no conoce los límites de su falsedad.

La mayor falsedad de esta historia no es sin embargo superficial, es profunda: el líder surgido del pueblo. Christopher Hitchens advertía en sus Cartas a un joven disidente: “Muchos rebeldes y disidentes […] actúan y hablan en nombre de las personas sin voz y no representadas. Por ‘elitista’ que sea esto […] queda no obstante santificado por la referencia que se hace del ‘pueblo’”.

Su advertencia no ha sido escuchada en este país en el que el nombre del pueblo es constantemente profanado por políticos que dicen representarlo: El recientemente electo diputado federal que dice aspirar ahora a la gubernatura porque el pueblo así se lo demanda, el servidor público con conciencia social que anuncia con bombo y platillo que donará parte de su sueldo a la plebe sumamente hambreada, el Juanito que no desperdiciaba oportunidad alguna para legitimar su causa porque se dice surgido del pueblo…

Cómico: en un país en el que nos sabemos subrepresentados, todos los políticos dicen representarnos. En los años del auge del botox, nadie más falso que ellos, los políticos que dicen encarnar y representar los designios del pueblo. Lástima que nuestros políticos carecen del atractivo que ostentan los quirúrgicos senos de Carmen Electra.

1 de octubre de 2009

¿Y nuestros moneros?


Hace un par de semanas estuve de viaje brevemente en Guadalajara, allá, me encontré con una persona que nos cuestionaba, a mis compañeros de viaje y a mí, sobre el nombre del autor de la pintura que se encuentra a la entrada de la ciudad de Aguascalientes. Saturnino Herrán, pensé mas no respondí. El curioso interrogador comenzó entonces a describir la supuesta pintura y me dí cuenta de que en realidad estaba hablando de un grabado, obra de José Guadalupe Posada, que se encuentra en la entrada sur de la ciudad: La Catrina. Debo confesar que me llamó poderosamente la atención el que el sujeto relacionara la ciudad de Aguascalientes con la obra de José Guadalupe Posada.

A raíz de este hecho reflexioné brevemente: pese a que Aguascalientes vio nacer a gente como José Guadalupe Posada y Antonio Arias Bernal, la sátira política gráfica permanece ausente en esta entidad. Quizás dos nombres no alcancen a formar una tradición, pero algo debimos aprender de ellos, y al parecer, no lo hicimos.

Hojeo con relativa frecuencia los periódicos locales, y en esas páginas, no logro encontrar la picardía de un monero que plasme con ingenio y mordacidad la noticia del día. Todo parece indicar que los moneros se extinguieron en este estado, y debido a ello, ya no existen los ilustradores de la vida pública de la entidad. Ello entristece.

Cuando leo los periódicos de circulación nacional, es siempre refrescante encontrarse a media lectura con el humor de Boligán, Jis, Magú y compañía. Sus cartones son una especie de antiácido que nos ayuda a digerir, sin problemas estomacales, nuestra precaria realidad. Las páginas de los diarios hidrocálidos no cuentan con ese antiácido, con ese cartón capaz de hacer llevadera la digestión informativa.

Más preocupante aún, es el hecho de que nuestra picardía se ha evaporada no solamente de los periódicos, sino en distintos rincones de la vida diaria: en los cruceros viales es común ver cómo los indigentes apelan únicamente al sentimentalismo, piden para una supuesta operación incosteable, para el taco diario para el estómago hambreado, o simple y sencillamente estiran la mano, pocos intentan algo más pícaro, pocos como aquel héroe, payaso de profesión, que expende saludos a diestra y siniestra, común es encontrárselo en el crucero de Héroe de Nacozari y Madero; improvisan actos ambulantes las batucadas juveniles, los vistosos breakdancers acrobáticos y el melancólico imitador vocal de José José, pero pocas veces se asoma el humor en esas manifestaciones, ya no recuerdo cuando fue la última ocasión en la cual un mimo me regalara una sonrisa; los merolicos hablan de enfermedades, profecías tétricas, religiones mágicas, remedios aún más mágicos… pocas ocasiones emplean sus dotes de oradores para amenizarnos el día contándonos un par de chistes o sátiras políticas hilarantes.

Enrique Rodríguez Varela anunciaba la semana pasada en La Jornada Aguascalientes la creación de un interesante colectivo en varias ciudades del país, entre ellas, Aguascalientes. Espero que dicha propuesta (y otras más) logre germinar en Aguascalientes, espero que logre concientizar, y espero, personalmente, que contenga altas dosis de picardía, que se coloree un poco esta ciudad tan grisácea.

En este estado hemos perdido varias cosas, parece que entre los tantos extravíos que hemos tenido se nos fue incluso nuestra picardía. Que en los periódicos locales no exista un espacio para los moneros, es un claro ejemplo de ello.