20 de octubre de 2009

Without Cobain




La generación X, así se le bautizó a aquella emblemática generación conformada por aquellos nacidos en los 70’s y principios de los 80’s. Recupero ese anecdótico dato porque la revista Día Siete publicó hace un par de semanas un sugerente reportaje titulado: Los ni-ni.

Los ni-ni: una generación sumergida en la más absoluta inutilidad -ni estudian ni trabajan, acota la revista-, una generación que aglutina en sus filas un tumulto de frustrados: jóvenes a los que no se les han abierto las puertas, pero que tampoco han intentado abrirse camino en la maleza, sencillamente les gana la apatía.

Nada tan contundente como el popular nombre que se le asignó a aquella otra generación: X. Si alguien le apostó el futuro del país a los ni-ni –algo común en los discursos oficiales, usualmente plagados con el vacío de las buenas formas- hay que confirmarle que, definitivamente, ha perdido su apuesta. La generación que coreó a todo pulmón la alternancia en el poder, porque fue, en cierta medida, impulsora del cambio –recuerden a Vicente Fox, como un improvisado pero celebrado comediante en el programa de Adal Ramones, el programa juvenil de moda en aquellos entonces-, pero que no colaboró en la gestación de ese cambio. Fuimos (me incluyo) espectadores del fracaso mas no partícipes. En resumen: hemos sido, como el provocativo mote de la generación que nos precedió, una generación completamente X.

Ciertamente, a mi generación se le han cerrado multitud de puertas -ahí está la paupérrima educación que recibimos, ahí están los miles de egresados a quienes se les imposibilita encontrar empleo-, desmontar la obesa estructura que durante años se montó en este país no es una tarea fácil, a la distancia, pareciera incluso que es una encomienda imposible de resolver. Pero todo parece indicar que ni siquiera lo hemos intentado, vimos la enormidad del enemigo y decidimos tirar la toalla, de la ambición pasamos rápidamente a la frustración, desistimos de conquistar siquiera cumbres muchísimo más humildes que el cambiar al país.

Las manifestaciones con las que recientemente se conmemoró un aniversario más de la matanza de Tlatelolco son un ejemplo de ello, pareciera que son protestas para la foto, pictóricas, detenidas en el tiempo, caducas y sin sustancia. México hoy no es el mismo que en el 68, seguirá jodido, pero no igual, lo años no pasan en vano, y sin embargo, nuestra juventud parece haberse estancado (incluso, retrocedido), no puede cambiar el país porque ni siquiera se ha cambiado a sí misma, somos una generación que se queja pero no demanda –Luis González de Alba y compañía demandaban, porque conocían su entorno y su presente, nosotros no-. La queja jamás fructificará, la demanda probablemente lo haga.

Hoy, nosotros los ni-ni somos la viva imagen de este fracasado país, en nosotros se ve reflejada la pobreza que pernea en este territorio, basta con citar un dato arrojado por el reportaje de la revista Día Siete: siete millones de jóvenes ni estudian ni trabajan. Cierto, en el horizonte se pueden contemplar historias de éxito, se tratan sin embargo de historias individuales, como generación y como país (como conjunto) no hemos logrado progresar, como nación no hemos logrado generar riqueza (mucho menos distribuirla equitativamente), como jóvenes no hemos redactado un discurso generacional, sin éste no habrá demandas, y sin éstas, no existirá la posibilidad del progreso.

¿Y por qué Cobain? Este año se conmemoraron quince años del fallecimiento de Kurt Cobain, uno de los iconos de aquella otra generación, de la generación X. Se me ocurre una metáfora de su muerte: el blondo líder de Nirvana quizás se suicidó, entre otras cosas, porque pudo percibir el amargo destino que vivirían las futuras generaciones, para quienes probablemente seguiría siendo un ídolo, y no queriendo ver materializado tan estruendoso fracaso generacional, prefirió privarse de la vida y no vivir en carne propia tan desahuciado futuro. Que pobres somos los ni-ni, ni siquiera contamos con un mártir para rendirle pleitesía.

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