26 de noviembre de 2008

La fabulosa vida

El ejercicio del zapping, siempre satanizado, nos ofrece en ocasiones descubrimientos deslumbrantes. Uno puede toparse con una variedad de programas que van desde la orgiástica vida en la mansión playboy, en la cual un viejecito vive rodeado de tetas enormes y delineadas por unas circunferencias perfectas; hasta la transmisión de misas dominicales en directo desde el vaticano. Una de estas resientes conquistas con las que un servidor se ha topado es un programa llamado La fabulosa vida.

La estructura del programa es sencilla: una voz en off que se debate entre la galantería y la altivez se encarga de narrar la fabulosa vida de las celebridades –en la vida de las celebridades no hay cabida para las desdichas-; y algunos insufribles expertos en súper estrellas –una rara especie de periodistas que almacenan un montón de datos inútiles como el olor que despide la axila izquierda de Brad Pitt o la cena que le sirvieron al perro de Paris Hilton el día de acción de gracias-, hacen comentarios sobre la magnífica vida que se dan los artistas.

El programa es una especie de recorrido cultural mediante el cual se logran conocer las inmensas mansiones de la celebridades, sus parrandas costosísimas en las cuales supuestamente se derrocha sensualidad al por mayor, el trato que le dan a sus hijos mimados, los paradisíacos resquicios en los cuales suelen vacacionar, lo carísimo de las ropas que visten, las altísimas velocidades que alcanzan sus automóviles y bla bla bla…

El común denominador es siempre el dinero, las proezas de las celebridades consisten en gastar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible, si se compran un reloj lo importante no es que tan útil sea éste sino que tan caro es, los comentaristas festejan todos sus despilfarros como si se tratase de algo regocijante: Puff Daddy gastó un millón de dólares en su fiesta de cumpleaños, ¡genial!; Donald Trump cinco en su boda, ¡maravilloso!; Madonna otro tanto en su jet privado, ¡increíble!.

¿Qué pasará con esta farsa después de esta crisis que nos tiene a todos planteándonos preguntas y para la cual no hemos encontrado respuestas?, ¿Qué pasará con este american way of life que tan bien nos vendieron los norteamericanos?

Si los estadounidenses fueron eficaces para acaparar los monopolios de la tecnología, tanto o más lo han sido para crear consumidores a modo, desde el star-system hollywoodense hasta la denominada generación x que tuvo por padres adoptivos a la music television (MTV), su manejo de la cultura del consumo ha sido perfecto.

Se está hablando actualmente de regular el mercado, de ponerle ciertos límites a la especulación, que los gobiernos vuelvan a tener mecanismos de control sobre sus economías, de resucitar las teorías de Keynes… pero poco se habla del consumidor: de la creación de fondos de ahorro directos al salario, de seguros de desempleo, y porque no, de posibles fondos gubernamentales que ayuden a los deudores con problemas en sus créditos, logísticamente es mucho más complicado el ayudarle a un millón personas que a cien instituciones de crédito, pero es menos costoso, y sobretodo, solventaría un problema antes de que éste tenga vistos de crisis.

Pero no hay que ser complacientes con nosotros mismos, tenemos que aprender a regular nuestros gastos, es pasmosa la vida quincenal que se lleva, es inconcebible que los niños ya no sepan lo que es una alcancía –no lo cree, cuando la cajera de Walt-Mart le pregunte automatizadamente: “¿Encontró todo lo que buscaba?”, pregúntele usted si tiene alcancías, seguramente le responderá que no (como a mí)-, resulta sorprendente el frenesí y el delirio provocados por las ventas nocturnas de Liverpool…

Será fundamental el papel que en ello desempeñen los medios, los mensajes que se le transmitan a las masas a través de películas, canciones, programas de televisión… tras la gran depresión de 1929 en Hollywood se comenzaron a manufacturar películas esperanzadores, el director Frank Capra encabezó la realización de un tipo de cine que apostaba por ofertar un futuro halagüeño en una época en la que no había esperanzas. ¿Qué nos recetarán en ésta ocasión?, ¿Nos seguirán vendiendo la idea de La fabulosa vida?

21 de noviembre de 2008

Algo más sobre mí y mis traumas de la pubertad

Acabo de ver El llanto de la mariposa y he recordado de súbito una etapa de mi pubertad que permanecía enterrada.

La película narra la historia de Jean-Do, quien ha sufrido un extraño ataque que le ha paralizado la totalidad de su cuerpo, únicamente tiene movilidad en su párpado izquierdo, a la postre, su único método para comunicarse con el mundo. Tras semanas de permanencia en estado de coma despierta de su letargo, pero Jean-Do no se siente bien consigo mismo, al ver el reflejo de su rostro en un cristal dice sentirse "sacado de un frasco con formol", no le gusta ver su cara en el espejo, detesta su apariencia.

Pues así me sentía yo. Mi nariz nunca ha sido del todo agraciada, es tosca, ancha, y para colmo de males, inservible, una desviación en el tabique nasal me impide respirar con normalidad, lo cual provoca que me enferme constantemente de la garganta, la operación me sale tan cara como un Ferrari por lo cual prefiero comprar pañuelos desechables por el resto de mi vida.

A ello habría que sumarle el empleo de unos braquetes totalmente antiestéticos, la mitad de la comida que deglutía se me quedaba atascada entre los dientes, mi dentadura, de por sí amarillenta -no por falta de higiene, pasa que los hidrocálidos tendemos a ser de dientes amarillos debido a la alta salinidad en el agua de estas tierras- era ornamentada por unos metales abominables.

Pero por sobretodo ello, era el acné lo que realmente me afligía, ver mi cara salpicada por barros y espinillas a mansalva afectaba severamente mi autoestima, no ocultaba mi rostro pero lo mostraba con suma inseguridad, acercarme a una mujer lo veía tan lejano como el emprender un viaja a la India.

Ese coctel hacía sentir a un servidor -en aquellos entonces Tomás, no tomasinjaja- como un ser sacado de un frasco con formol, me veía en los espejos pero no con mucha simpatía ... todo ha cambiado, no me he vuelto guapo, sencillamente he dejado de sentir lástima para conmigo mismo.

Ampliamente recomendable El llanto de la mariposa por cierto.

Sobre alumnos y maestros

En una entrevista la escenógrafa Mónica Raya acota: "(le) faltan maestros y (le) sobran alumnos"... algo tan cierto.

18 de noviembre de 2008

La ilusión viaja en Barack Obama


La perspectiva que tenemos sobre los políticos generalmente resulta contradictoria, albergamos en ellos esperanzas que van más allá de sus capacidades, al ser estos los personajes que conducen el timón de los trasatlánticos nacionales les legamos un poder imaginario tanto fastuoso como omnipresente; como si al director de la escuela le legáramos los deberes tanto de alumnos como de maestros, a los políticos les cedemos por completo los designios de nuestras naciones.

La encuesta dada a conocer por la revista Día Siete el mes pasado resulta en este sentido sorprendente, el político, casi siempre reprobado en cuanto a su desempeño, es en el fondo una figura querida –término empleado por la encuesta-. La votación que buscaba descubrir a las figuras publicas más queridas del país estuvo copada y encabezada por políticos, cierto, desempeño similar tuvieron como las figuras públicas más odiadas, pero el seguimiento que se les da se encuentra ahí perfectamente ejemplificado.

El político acapara espacios en los noticieros estelares, encabeza los titulares de los periódicos de mayor circulación, su sola presencia es capaz de concentrar a multitudes en diversas plazas públicas, el furor por él provoca que la gente adorne sus carros con horrorosas calcomanías que llevan el nombre del susodicho…

El político es un fenómeno capaz de albergar esperanzas y de generar desilusiones. Entre estos fenómenos ninguno se equipara en la historia reciente al de Barack Obama.

La conmoción que ha provocado traspasa las fronteras de su nación, según las encuestas, salvo en Irak, en ningún otro rincón del planeta Obama hubiese perdido la elección presidencial, apoyar al candidato demócrata no solo parecía un acto eufórico sino también uno sumamente racional. Las expectativas que carga sobre sus hombros son enormes, se espera que sea un verdadero líder mundial en una época en la que la desorientación del mundo entero tiene tintes de caos.

La victoria de Barack Obama fue una fiesta a nivel mundial, se levantaron no pocas voces sensatas pero éstas están siendo prontamente ofuscadas por el regocijo. El ex-senador por Illinois es la viva imagen del bien que desterró a la figura del mal personificada por George W. Bush, y por ende, es un político irreprochable. El bien, a fin de cuentas, es siempre recibido con los brazos abiertos.

Pocos ponen en duda sus cualidades: inteligente, con una capacidad para la oratoria envidiable, conciliador en su actuar y de amplias metas en su ideario; no obstante, personajes con mayores cualidades han arribado al poder y han fracasado rotundamente en su desempeño como gobernantes. Ser un hombre con notables cualidades como persona no es símil de ser un gran abogado, arquitecto, médico y tampoco un gran gobernante.

Hace poco más de cincuenta años Luis Buñuel filmó una película llamada La ilusión viaja en tranvía, en la cual, dos personajes embriagados y melancólicos tomaban sin permiso del depósito un tranvía y en él recorrían la Ciudad de México, el jolgorio lo emplearon para amenizar sus penas, supuestamente iban a ser despedidos de sus trabajos. El mundo no pasa por uno de sus mejores momentos y gran parte de nuestras esperanzas se sostienen en un político, la ilusión viaja en Barack Obama.

Sobre la verdad periodística

El día de ayer en el periódico Reforma Jesús Silva-Herzog Márquez publicó una extraordinaria columna titulada Una defensa de la verdad cuya lectura recomiendo ampliamente.

14 de noviembre de 2008

Divagaciones # 6 ... revolución en primera persona

"Revolución, lo que hace falta es una revolución" ... ayer cantaba dicho coro en un bar y me puse a reflexionar -sí, a reflexionar en un bar- acerca de la película que había visto el día anterior: Camino salvaje dirigida por Sean Penn.

La cinta me pareció infumable, es de esas que "te dejan un mensaje", y ese tipo de cine expira más rápido que un pañuelo desechable. Sin embargo he de aceptar que me he puesto a pensar en este chico llamado Chris McCandless, quien odia el materialismo -lo dice abiertamente un millón de veces a lo largo del metraje- y para confrontarlo inicia una atípica revolución individual: un recorrido que culminará en las entrañas de la Alaska salvaje.

No crean que estamos ante el Jack Kerouac del siglo XXI, no, no, Chris McCandless es simple y llanamente un evangélico, no anda en busca de aventuras, en su travesía él predica cual Jesucristo -no exagero, un personaje osa compararlo con el altísimo-. Persona a la que conoce, persona a la que le reza su discurso anticonsumista y persona a la cual toca hondamente.

Sin embargo, la suya es una revolución estéril. Toca hondamente, afecta, pero no evoluciona ni revoluciona a nadie, no camina de la mano del prójimo sino delante de ellos, la suya no es una revolución de masas sino la de un ser que se cree iluminado y por ende superior al resto de los mortales. A raíz de ello su cosecha resulta manceba, las personas que le conocieron guardan gratos recuerdos de él, pero en el fondo su objetivo era transformarlos, fracasó; para consigo mismo quería erguirse como el personaje diferente y terminó sucumbiendo en una aventura que de la que no se rescata ningún propósito edificante, puro idealismo.

El tropiezo de alguns revolucionarios es creerse que ellos son la revolución y no parte de.

13 de noviembre de 2008

Porque parece mentira la verdad nunca se sabe


Tomo prestado el título de aquella fastuosa novela escrita por Daniel Sada, y tomo también prestadas algunas de sus entrañas, en el fondo, dicho libro nos retrata a una sociedad corroída por la mentira: el esposo que no le ha confesado a su concubina que viven gracias a la herencia que le legó su padre, no a las ventas de la modesta tienda de abarrotes; el gobierno que maquila un fraude electoral descabellado y sanguinario; la telefonista que no le pasa los recados a sus coterráneos pues es esta una labor sumamente extenuante…

La mentira se ha convertido para el buen samaritano mexicano en una arma infalible, una “mentira piadosa” –lindo mote- cumple a la perfección con su cometido pues evita la hecatombe que se desataría si se llegara a conocer la cruel verdad, de los males, el menor. Pero su uso corriente nos ha traído consecuencias catastróficas, una de ellas: la desconfianza.

Como consecuencia de ello la mujer habla por teléfono al trabajo de su esposo para cerciorarse de si verdaderamente tuvo que trabajar horas extras o si en realidad está pasando el rato con la amante en turno; el ciudadano no sabe si denunciar o no un delito, pues no tiene la certeza de si esto le beneficiará, o por el contrario, terminará perjudicándole; el gerente de la tienda que ha sido recientemente asaltada sospechará de la gente que tiene a su cargo antes que de cualquier otra.

Transitamos por un país afectado por las dudas y el desconocimiento, tropezamos con oscuros enigmas que sabemos, nunca se esclarecerán, hemos construido nuestra historia en base a mitos y esa vereda se extiende hasta nuestro presente en el cual afloran el misterio y las mentiras. Lo que debería de hacerse público se esconde, lo privado es divulgado en los tabloides, el chisme y la calumnia son noticia, el dato concreto y sustentado una rareza que escasas veces podemos conocer.

El accidente en el cual pereció Juan Camilo Mouriño es un claro ejemplo de ese marcado escepticismo a la mexicana siendo llevado al extremo. Habrá una versión oficial pero ya cada quien tiene su propia versión sobre el siniestro, versión que a la postre terminaremos creyéndole más que a un folio oficial aderezado con cientos de pruebas e investigaciones.

Tan o incluso más rápido que la propia noticia se propagaron las sospechas y las hipótesis, quienes ven débil al gobierno coquetean con la idea del atentado, quienes simpatizan con la presidencia ven la lógica del accidente, la pasión nos nubla el panorama, la supuesta búsqueda de la verdad queda reducida a una mera consigna partidista.

El mexicano terminará creyendo la hipótesis que le dicte la fe que profese, compartirá o rechazará la versión oficial según sus tendencias partidistas, en el fondo no le interesa que se descubra la verdad sino que germine su teoría, así sea ésta una mentira. Quienes son ajenos a las pasiones políticas verán la anécdota desde el graderío y sencillamente concluirán que todo el embrollo es muy sospechoso.

El tiempo pasará, los ánimos se calmarán, la noticia perderá raiting y en algunos meses conoceremos la versión oficial, no creeremos un ápice de lo que nos dicen, refutaremos inclusive lo irrefutable, el incidente pasará a formar parte de las páginas de nuestros grandes enigmas nacionales y comprobaremos aquello que dictaba Daniel Sada: Porque todo parece mentira la verdad nunca se sabe… y nunca la sabremos, y menos aún la aceptaremos.

4 de noviembre de 2008

Obamamaniacos

En estos momentos están sufragando millones de personas en los Estados Unidos, eligen a su próximo mandatario. Dicha nación, supuestamente en decadencia, sigue atrayendo miradas como ninguna otra en lo grueso del orbe.

El efecto Obama ha sido el eje de la campaña: Obama el que puede, Obama la esperanza, Obama el que es distinto incluso en el tono de su piel, Obama el orador prolijo, Obama el de la sonrisa irrechazable...

La enorme acogida que ha recibido su discurso en todo el mundo resulta sorprendente pero a la vez paradójica. Si algo se intuye a través de su ideario es el ansia de reposicionar el poderío norteamericano, no es casualidad que un ensayo de su autoría se titule Renewing American Leadership. De Hugo Chávez a Fidel Castro, varios personajes conocidos por su discurso antiyankee le han manifestado su apoyo al candidato demócrata, y por ende, a la reconstrucción del imperio norteamericano.

En el fondo sabemos que el mundo necesita que esa nación conocida por su altivez luzca vigorosa, lamentable, pero cierto.

Seguimos tanto a AMLO


La atracción resulta en ocasiones incomprensible. A mí, por ejemplo, me han parecido siempre sensuales las mujeres con senos pequeños; a mi sobrino de escasos dos años le llaman poderosamente la atención los colores de una colección de libros llamados Cuadernos de estudios cinematográficos, siempre que llego a la casa éstos se encuentran desordenados; muchos ven regocijante aquello de sentarse en el sofá y desperdiciar su fin de semana viendo n cantidad de partidos de un muy soporífero torneo de fútbol soccer nacional.

El fastuoso sentimiento de atracción que es capaz de provocar Andrés Manuel López Obrador me ha resultado siempre incomprensible. El tabasqueño no es un gran orador, sus discursos están atiborrados de pausas que terminan cansando a algunos de sus receptores más impacientes; su presencia física carece de algún atractivo sobresaliente: bajo de estatura, canoso y de tez apiñonada, es la viva imagen de cualquier otro mexicano; no es tampoco un personaje de ideas, sus discursos se caracterizan por la denuncia férrea, no por la propuesta concreta.

He llegado a pensar que el enorme éxito de López Obrador se debe, no a sus cualidades como líder, sino a las apasionadas alucinaciones que misteriosamente provoca en sus seguidores (sean éstos admiradores o detractores), pero: ¿por qué provoca dichas alucinaciones?

Andrés Manuel es un fiel reflejo de nuestras alucinaciones, y creo que en ello radica su poderoso atractivo. Quienes sueñan con revolucionar el país ven en él al personaje que representa la rebelión en su estado más puro, el proceso de desafuero que logró doblegar eficazmente le incrustó a su persona una áurea perpetua: el ciudadano que no se deja vencer ni por la adversidad ni por los poderes fáticos. Pasó de tener popularidad como político a tenerla como ícono de la subversión.

Sus admiradores se sintieron parte de su triunfo, López Obrador agradecía el apoyo recibido halagando a sus simpatizantes, la canallada del desafuero –decía- fue vencida gracias a ustedes, la movilización logró vencer a la tiranía. A partir de ese momento, el líder y sus admiradores caminaron de la mano en una especie de noviazgo enceguecido en el cual se prohibía hablar sobre los defectos del amasio, flotaban por las nubes disfrutando de la satisfacción de un orgasmo eterno.

Pero como la unanimidad es inalcanzable, a la par que crecía la figura admirable de Andrés Manuel, se erigía entorno a su persona un grupo de detractores que veían al ex-candidato presidencial con recelo, más tarde fueron explícitos en sus consignas: es un peligro para México, es el hombre cuya soberbia es capaz de quebrantar el peso de la ley.

El supuesto temor rayaba en la hipocresía, en un país en el cual nadie respeta la ley un político que violaba una orden de amparo era crucificado públicamente, la posible llegada del perredista al poder era malmirada, entronarlo significaba el arribo del populismo y la soberbia al trono, como si ese lugar tuviese una añeja tradición de rectitud y ética, el arribo de un altivo López Obrador a la silla presidencial era algo que debía de evitarse a toda costa.

Tengo la disparatada idea de que Andrés Manuel ha quedado atrapado en ese remolino de pasiones, el banderín que ahora dice enarbolar no es propiamente el suyo sino aquel que le han impuesto sus seguidores, si él es el representante de la rebeldía no puede aceptar sus victorias; si él representa la soberbia no puede aceptar sus errores.

La novela del petróleo nos ha mostrado a un López Obrador que ha seguido firmemente los papeles que le han sido asignados. Anteriormente reconocía sus victorias: como en el caso del desafuero; y sus errores: como la ocasión en la cual renegó por la excesiva cobertura que se le daba a la muerte del papa Juan Pablo II y posteriormente se retractó de ello públicamente. Anteriormente Andrés Manuel era un líder al cual la gente le seguía, no alguien que se dejaba arrastrar por lo que le dicta una turba enardecida… ojala recuperemos pronto a ese AMLO un tanto lúcido que cierta falta nos hace actualmente.