10 de marzo de 2011

La pesadilla de Julio Valdivieso

Las crónicas periodísticas describen aquel magno evento como algo portentoso, fiel reflejo de un partido político que ha aprendido a mantenerse vigente sin la necesidad de rejuvenecerse durante el trance en el cual se invistió de opositor, un partido que recurre sin chistar a la teatralidad ante la ausencia de una plataforma política. Se nos dice que el evento estuvo engalanado con la presencia de la plana mayor del partido (“quienes arribaron en helicóptero”), un cómico conocido como El Vítor, un arribista político rebautizado como Juanito y la pompa de un discurso vacío pero garante de aplausos; ahí donde no hubo ideas se hizo presente el altivismo tricolor encarnado en la voz de su nuevo líder, Humberto Moreira: “En 2012 el PRI va a ganar la Presidencia de la República”.

Dichas palabras no develan novedad alguna, el triunfo del PRI en las próximas elecciones federales parece estar cantado desde hace tiempo. Repasemos brevemente las declaraciones de sus líderes para constatar la confianza que hoy poseen. Peña Nieto declara que están ante una “inmejorable posición para regresar a Los Pinos”, Beatriz Paredes sentencia que “el PRI está hecho para gobernar” y Ernesto Zedillo con júbilo vaticina: “Vamos a ganar”. Los últimos comicios han rodado en torno a una trama: la alternancia en 2000, el probable triunfo de la izquierda en 2006 y en 2012 lo será, sin duda, el regreso del tricolor al poder.

Y es que, en los últimos años, la inercia de los triunfos del tricolor ha resultado tan aplastante, que la posibilidad de que salga avante en los comicios de 2012 se ha pronosticado hasta la saciedad, pero ha sido más bien parco el análisis que se ha derivado de dicho presagio. La inexorabilidad del destino, ¿para qué analizar lo que con resignación estamos asimilando?

¿Qué implicaciones tendría el regreso del PRI al poder?

Como joven, quizás con una añoranza desmedida, aprecio en el regreso del PRI a Los Pinos la sentencia condenatoria que dicta la derrota de mi generación, la generación del cambio que no lo fue, la que irrumpió en el 2000, de cara al nuevo milenio, con la promesa de un nuevo rostro, el cambio político como la pócima mágica que demandaba el país para caminar rumbo al progreso. Pero aquel joven rostro pronto terminó por agriarse y el añorado progreso es una planicie de la cual no se conoce aún el ascenso.

Por supuesto, las limitantes del cambio eran notorias, la carencia de ideas no era un aliciente pero se contaba con un ímpetu desbordante, aquel impulso hizo que se concretara el voto útil: triunfó el PAN en las urnas aunque el verdadero ganador aparentaba ser la ciudadanía. El festejo de aquel resultado era el más claro ejemplo de ello, la multitud tomó las calles para vitorear, aquella noche era variopinta, no se festejaba la victoria de un partido sino la derrota de otro… poco después, seríamos testigos de una frenética debacle. En pocos años el panismo transformó la ilusión en desilusión.

Achacarle la totalidad del fracaso de la alternancia a un partido político es, desde luego, un acto de cobardía. La ineptitud política abarca grandes extensiones, mas no la totalidad de la llanura en la cual se sembraron desmedidas expectativas. Los integrantes de la generación del cambio somos también partícipes del fracaso, con prontitud decayó nuestro ímpetu, integrantes de la era del vacío, limitamos nuestra participación al acto de sufragar, relegando la acción y las ideas –no existe, por ejemplo, una obra cinematográfica, literaria o musical que logre ser un esbozo de los reclamos de la época–. Quizás quienes mejor encarnan nuestro fracaso generacional son los jóvenes que integran la nueva generación votantes; según las encuestas, éstos ya no postran sus esperanzas en el futuro sino en el pasado, y están decididos a sufragar mayoritariamente por el PRI.

Así como en la novela El testigo, de Juan Villoro, el personaje de Julio Valdivieso volvía tras su prolongado exilio, animado por la reciente apertura democrática de México, sólo para reencontrarse con un país anclado en las hondas raíces de su pasado. Así despertaremos en 2012 de la embriaguez democrática para volvernos a postrar en los brazos del régimen priista. Algunos analistas, guiados aparentemente por la corrección política, pretenden vender la idea de que es viable una contienda cerrada allá donde sólo se ven vestigios de una holgada victoria electoral del PRI, su argumento: López Obrador gozaba de una amplia ventaja… y no ganó. Cierto, pero pasan por alto que el PRI no es el PRD, que el tricolor cuenta con una sólida estructura asentada en los robustos cimientos que le brindan sus diecinueve gobernadores, que en la Cámara de Diputados impondrán su mayoría y demostrarán su tiranía colocando en el IFE a consejeros electorales de su conveniencia y, claro está, su candidato será apoyado por las huestes de la mafia del poder, cualquier cosa que aquello signifique.

3 de febrero de 2011

En chones y a lo loco


De entre la uniformidad familiar de mi parentela, logra distinguirse una tía poseedora de un don ocasionalmente contagioso pero siempre fascinante: conoce a la perfección la calendarización de todas y cada una de las tantísimas revistas de sociales que circulan en Aguascalientes, sabe a ciencia cierta cuándo amanecerá cada una de estas publicaciones en la cochera de su hogar. En buena medida, su talento para memorizar fechas se debe a que hojear dichas publicaciones se ha vuelto parte de su vida diaria.

Dudo mucho que tan peculiar hobby de mi tía sea una manía suya en exclusiva, para comprobarlo, ante la lamentable inexistencia de datos fidedignos sobre la circulación y el tiraje de los medios impresos a nivel local, me tomaré la libertad de aplicar la frívola sociología del facebook. Una de estas publicaciones, La Sala, posee más seguidores que El Heraldo y La Jornada Aguascalientes, un tercer diario (El Hidrocálido) publica un suplemento dominical de eventos sociales denominado Especialísimo, el cual no posee tantos seguidores como los diarios anteriormente citados. Mi tía, al parecer, no está sola, comparte su hobby con no-pocos aquicalidenses.

La fascinación detonada por este tipo de revistas es un fenómeno extrañísimo, se me dificulta el poder descifrar el origen de su popularidad. Dichas publicaciones no ofrecen información trascendente a sus lectores, están retacadas de propaganda insípida, resultan ineficientes como testimonios fotográficos y retratan eventos cuya trascendencia en una ciudad habitada por plebeyos no logro concebir más allá de un reducido círculo de personas asiduo a los eventos de la crema y nata de nuestra sociedad –al menos en la ¡Hola! se retrata a los de sangre azul–. La única gracia que se desprende de ellas pareciera ser la de la pose, los retratados son invitados a posar para la foto, otorgan su consentimiento, sonríen y dejan plasmada su presencia en tal o cual evento social, en resumen, otorgan un guiño que la sociedad aplaude con su lectura, revelando la fascinación de los hidrocálidos por la apariencia.

En uno de sus ensayos, Carlos Monsiváis sugiere que los lectores de este tipo de publicaciones proyectan sus ilusiones en el consumo asiduo de fotos y notas de “la aristocracia de la sangre y la aristocracia del dinero”. ¿Será ese el caso de mi tía y el de miles de aquicalidenses?

La sociedad hidrocálida vive bajo un yugo dictado por la apariencia, no apelaré a la facilidad del clasismo, dicho fenómeno no es exclusivo de las clases sociales privilegiadas ni de las frívolas revistas que se desviven por retratarlas, el fenómeno se da a raudales: casas deterioradas en su interior pero con un flamante automóvil en el garaje, profesionistas sin un solo centavo en la cartera pero con un iPhone en el bolsillo, bicicálidos que acuden a la rodada los martes pero el resto de la semana se desplazan en su automotor particular… inclusive a la inversa, no son pocos los visitantes que en el marco de la verbena sanmarqueña, me han comentado su extrañeza ante el exotismo y la desmedida extravagancia con la que visten las clases populares en Aguascalientes, tan proclives a mostrarse como cholos –“en el de-efe, la raza solo se preocupa por bailar cumbias”–.

Hace un par de semanas leí una curiosa nota periodística: un grupo de aproximadamente doscientas personas le apostaron al aliviane, para ello, decidieron emprender un viaje al interior del metro capitalino, con la notoria peculiaridad de que lo efectuaron… ¡en calzones!. Por supuesto, aquel acto no fue espontáneo sino planeado –todo acto de magia, a fin de cuentas, es un truco–, y se efectuó con un noble objetivo: brindarle a los ajetreados capitalinos un momento de hilaridad para que se relajaran y olvidasen por unos instantes la monotonía de la rutina.

Un acto de semejante naturaleza le hace falta a la sociedad hidrocálida, un impúdico esparcimiento que permita desprendernos de esa falsedad dictada por la apariencia, dejar la pose por unos instantes, despojarnos de la camisa almidonada, dejar caer nuestros jeans, tirar al cesto la fragancia de Carolina Herrera, al carajo con los complejos… mostrarnos cual somos, exponer el abdomen abultado, los senos caídos, la cicatriz prominente y toda la suma de nuestras imperfecciones… que la vanidad aguarde en el ropero, a fin de cuentas, como le dijera Joe E. Brown a Jack Lemmon: “Nadie es perfecto”.

Así que… ¿cuándo nos vamos a maderear en chones?... en una de esas, chance y hasta salimos en la portada de la Blanco y Negro.

7 de enero de 2011

Los soñadores


Debe ser una de las historias cinematográficas más extraordinarias que ha dado el cine en sus más de cien años de vida: La anécdota cuenta la historia de un grupo de amigos unidos por azares del destino e interrelacionados por una profunda pasión cinematográfica, que se conocieron y crecieron en un edificio cuyo único atractivo consistía en la posibilidad de ver películas y discutirlas. Años más tarde, aquel grupo de amigos revolucionaría la forma de ver y hacer el cine. Por supuesto, aquel sitio de reunión no era otro que la afamada cinémathèque francesa.

Las condiciones para ver cine en Aguascalientes, si bien han mejorado, siguen siendo precarias –por supuesto, estamos muy lejos de contar con algo parecido a una cinémathèque-, enumeraré brevemente algunas de las opciones no comerciales: en cuanto al alquiler, contamos con al menos dos videotecas estatales que se caen a pedazos, sus catálogos crecen poco y sin-ton-ni-son, la mayoría de su envejecido catálogo –al menos, los grandes clásicos asiáticos y europeos– está disponible en formato VHS, mismo que ya debería de rejuvenecerse por ser cada vez más inaccesible para el público y por el notorio deterioro de algunas cintas.

Ver cine en la pantalla grande también nos podría conducir a Casa Terán y Los Arquitos, pero en ambos casos las salas de exhibición no pasan de ser cuartos improvisados en los cuales se exhibe con descuido y pereza unas cuantas proyecciones. La opción más interesante en cuanto al confort, calidad de la programación y la difusión que se le da a la misma es, sin duda, la extraordinaria labor realizada por Cinema Universidad, pero pese a su esfuerzo, siguen existiendo dos enormes vacíos: la falta de exhibición de novedades cinematográficas –en las opciones anteriormente mencionadas se exhiben mayoritariamente retrospectivas–, y sobre todo, la ausencia de un debate cinematográfico. Para llenar ambos huecos surge la reciente aparición de los festivales de cine.

Guiado por la curiosidad, acudí a uno de los tres (sí, ¡tres!) festivales de cine que el año pasado se realizaron en Aguascalientes, el del nombre más rimbombante fue el que capturó mi atención, autoproclamándose como el Festival Internacional de Cine en Aguascalientes, y llevándose acabo en las instalaciones de la UAA, el cual presentaba dentro de su programa una propuesta por demás interesante: un debate titulado “El cine en Aguascalientes”. Sin proponérselo, aquel debate arrojó más sombras que luces sobre la pobre realidad existente, no sólo en cuanto a infraestructura, sino también la desorganización y la mentalidad que ensombrecen la precaria situación del cine en Aguascalientes.

Como dije, aquel debate –ideado en realidad como un homenaje al maestro Jorge García Navarro– derivó sin proponérselo en una acalorada discusión, un jovial actor rompió con las formas, tomó el micrófono e increpó, aquel acto que presenciamos los presentes (alrededor de 100 personas) fue una presuntuosa reverencia ante el maestro García Navarro, no un debate. Entonces, aquel evento moribundo resucitó; el ánimo de los ahí congregados se encendió, se desató un verdadero debate sobre el cine en Aguascalientes. Los jóvenes que aspiran a hacer cine en Aguascalientes hablaron, llovieron las quejas: “no hay apoyos”, “ni dinero”… pero tampoco hay ideas. El cine en Aguascalientes está dando sus primeros pasos, y éstos parecen estar errados.

Descuella entre estos primeros pasos errantes una marcada proclividad por el individualismo, algo dañino en un arte que depende de la colectividad. Contar con tres festivales de cine en una ciudad con una cuasi-nula tradición cinematográfica no es sinónimo de una amplia oferta sino de una total dispersión. No soy ajeno a ello, un par de amigos organizaron un pequeño festival de cine hace un lustro, pese a sus esfuerzos la afluencia fue pobre; tiempo después del evento uno de ellos me cuestionó sobre el fracaso de aquel festival, le repliqué que en parte ello se debió a su pretensión protagónica, la convocatoria fue pobre porque se olvidaron de convocar, no se hicieron acompañar de un amplio crew, sino que, por el contrario, lo redujeron al mínimo en su afán por sobresalir, pretendieron erguirse como las súper estrellas de un filme que requería de la colaboración de múltiples actores secundarios.

Entre el mar de quejas por el cual naufragó aquel debate sobre el cine en Aguascalientes, se asomó una única idea: la creación de una asociación de cineastas. En determinado momento –aquello ya se asemejaba más a una plática informal entre camaradas que al evento de un magno festival- un panelistas le sugirió a uno de los presentes que se encargara de la organización de dicha asociación, y entonces se alzó una voz medianamente indignada, “¡nooo!”, esa es mi idea, mi patente, el crédito me debe pertenecerme… patético destello de un egocentrismo incontenible que no beneficia en lo absoluto, no se ha fundado siquiera la asociación y ya amagan con amafiarla.

Si el individualismo resulta excesivo –problema irradicable por naturaleza humana-, existe un problema mayor en su contraparte, la ausencia de una comunidad cinematográfica en Aguascalientes. Retomo de nueva cuenta lo acontecido en el marco del Festival Internacional de Cine de Aguascalientes (repito, rimbombante), el actor jovial retomó el micrófono para reclamar la falta de una amplia convocatoria por parte de los organizadores del festival, pues solo estaban presentes tres actores entre el público que asistió a aquel debate, mientras que los jóvenes cineastas reclamaban con voz entrecortada la ausencia de diálogo. En esos reclamos se expuso lo mejor que brindó aquel debate: la existencia de un ánimo por debatir la realidad del cine en Aguascalientes, ánimo que contrasta con la falta de espacios para llevar acabo dicho debate.

¿Dónde encontrar estos espacios? Como recapitulé en un principio, existen lugares para alquilar y ver cine, no para debatirlo. Partiré de la idea de que el goce cinematográfico no debe depender del Estado, la cinémathèque, por ejemplo, no la erigió el gobierno francés, nació como un humilde cineclub, el cineasta surrealista George Franju, impulsado por su amor al séptimo arte, cimentó el edificio cuyas paredes parirían a uno de los mayores teóricos en la historia del cine (André Bazin), la revista insigne de la crítica cinematográfica (Cahiers du cinéma), la eterna revolución cinematográfica de Godard, el inalcanzable final de Los 400 golpes y las gloriosas filmografías de Chabrol, Resnais, Rivette y compañía.

El más reciente número de la revista Tierra Adentro incluye en sus páginas textos dedicados al cineclubismo en México, una posibilidad que no ha sido explorada en la ciudad –en lo personal, desconozco la existencia de alguno-. A la ciudad le hace falta un cineclub, los jóvenes cineastas, tan dados a pedir, deberían de dedicarse a fomentar aquello que tanto les apasiona, el cine no es únicamente producción, también es apreciación y conjunción, para que fructifique el cine se necesita primero de un lugar que abra sus puertas al convivio y al debate, un sitio en el que se hable de cine, donde se proyecten presentaciones de las producciones locales y en el cual se conserve un acervo de los no pocos cortometrajes que se han realizado en el estado.

Cuando el ánimo cinematográfico amenaza con desbordarse, deben serenarse las aguas, apelar a la humildad y recordarse que siempre se comienza por lo básico. Si se pretende que despegue el cine en Aguascalientes impulsándose la creación de una licenciatura en cinematografía e incluso existen voces que abogan por la demanda desmedida de la creación de una industria fílmica en la entidad (¿de cuál fumaron?), primero deberían de plantarse los pies sobre la tierra. El primer paso es brindarles cultura a los jóvenes que pretenden hacer cine, muchos de ellos verdaderos analfabetas cinematográficos.

Existe la posibilidad de hacer cine, eso debe reconocerse, lo dijeron los productores que acudieron al festival de nombre rimbombante, anteponiéndose al apocalíptico panorama descrito por los jóvenes cineastas hidrocálidos –panorama descrito desde la ignorancia, según las palabras de los propios productores, como verán, percibir analfabetismo en los jóvenes cineastas hidrocálidos no es un capricho mío-. En 2010 se firmaron en México más de 150 largometrajes, según cifras dadas a conocer por la Canacine se vendieron cerca de 200 millones de entradas al cine y la reciente Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumos culturales dada a conocer por Consuelo Sáizar reveló que el cine es la actividad cultural que más atrae a los mexicanos.

Bernardo Bertolucci dirigió Los soñadores, ambientada en Francia, la película retrata las relaciones cinematográficas y sexuales de un grupo de jóvenes estudiantes de cine en la época en la que el gobierno francés remueve a Henri Langlois, entonces director y cofundador de la cinémathèque. Si en Aguascalientes se quiere pasar de soñar a hacer realidad el cine, quienes quieren dedicarse a ello deben de transitar de la queja a poner manos a la obra, dejarse la barba, vestir desalineadamente y gritar a los cuatro vientos que se ha visto toda la filmografía de David Lynch, no hace a un cineasta.