3 de febrero de 2011

En chones y a lo loco


De entre la uniformidad familiar de mi parentela, logra distinguirse una tía poseedora de un don ocasionalmente contagioso pero siempre fascinante: conoce a la perfección la calendarización de todas y cada una de las tantísimas revistas de sociales que circulan en Aguascalientes, sabe a ciencia cierta cuándo amanecerá cada una de estas publicaciones en la cochera de su hogar. En buena medida, su talento para memorizar fechas se debe a que hojear dichas publicaciones se ha vuelto parte de su vida diaria.

Dudo mucho que tan peculiar hobby de mi tía sea una manía suya en exclusiva, para comprobarlo, ante la lamentable inexistencia de datos fidedignos sobre la circulación y el tiraje de los medios impresos a nivel local, me tomaré la libertad de aplicar la frívola sociología del facebook. Una de estas publicaciones, La Sala, posee más seguidores que El Heraldo y La Jornada Aguascalientes, un tercer diario (El Hidrocálido) publica un suplemento dominical de eventos sociales denominado Especialísimo, el cual no posee tantos seguidores como los diarios anteriormente citados. Mi tía, al parecer, no está sola, comparte su hobby con no-pocos aquicalidenses.

La fascinación detonada por este tipo de revistas es un fenómeno extrañísimo, se me dificulta el poder descifrar el origen de su popularidad. Dichas publicaciones no ofrecen información trascendente a sus lectores, están retacadas de propaganda insípida, resultan ineficientes como testimonios fotográficos y retratan eventos cuya trascendencia en una ciudad habitada por plebeyos no logro concebir más allá de un reducido círculo de personas asiduo a los eventos de la crema y nata de nuestra sociedad –al menos en la ¡Hola! se retrata a los de sangre azul–. La única gracia que se desprende de ellas pareciera ser la de la pose, los retratados son invitados a posar para la foto, otorgan su consentimiento, sonríen y dejan plasmada su presencia en tal o cual evento social, en resumen, otorgan un guiño que la sociedad aplaude con su lectura, revelando la fascinación de los hidrocálidos por la apariencia.

En uno de sus ensayos, Carlos Monsiváis sugiere que los lectores de este tipo de publicaciones proyectan sus ilusiones en el consumo asiduo de fotos y notas de “la aristocracia de la sangre y la aristocracia del dinero”. ¿Será ese el caso de mi tía y el de miles de aquicalidenses?

La sociedad hidrocálida vive bajo un yugo dictado por la apariencia, no apelaré a la facilidad del clasismo, dicho fenómeno no es exclusivo de las clases sociales privilegiadas ni de las frívolas revistas que se desviven por retratarlas, el fenómeno se da a raudales: casas deterioradas en su interior pero con un flamante automóvil en el garaje, profesionistas sin un solo centavo en la cartera pero con un iPhone en el bolsillo, bicicálidos que acuden a la rodada los martes pero el resto de la semana se desplazan en su automotor particular… inclusive a la inversa, no son pocos los visitantes que en el marco de la verbena sanmarqueña, me han comentado su extrañeza ante el exotismo y la desmedida extravagancia con la que visten las clases populares en Aguascalientes, tan proclives a mostrarse como cholos –“en el de-efe, la raza solo se preocupa por bailar cumbias”–.

Hace un par de semanas leí una curiosa nota periodística: un grupo de aproximadamente doscientas personas le apostaron al aliviane, para ello, decidieron emprender un viaje al interior del metro capitalino, con la notoria peculiaridad de que lo efectuaron… ¡en calzones!. Por supuesto, aquel acto no fue espontáneo sino planeado –todo acto de magia, a fin de cuentas, es un truco–, y se efectuó con un noble objetivo: brindarle a los ajetreados capitalinos un momento de hilaridad para que se relajaran y olvidasen por unos instantes la monotonía de la rutina.

Un acto de semejante naturaleza le hace falta a la sociedad hidrocálida, un impúdico esparcimiento que permita desprendernos de esa falsedad dictada por la apariencia, dejar la pose por unos instantes, despojarnos de la camisa almidonada, dejar caer nuestros jeans, tirar al cesto la fragancia de Carolina Herrera, al carajo con los complejos… mostrarnos cual somos, exponer el abdomen abultado, los senos caídos, la cicatriz prominente y toda la suma de nuestras imperfecciones… que la vanidad aguarde en el ropero, a fin de cuentas, como le dijera Joe E. Brown a Jack Lemmon: “Nadie es perfecto”.

Así que… ¿cuándo nos vamos a maderear en chones?... en una de esas, chance y hasta salimos en la portada de la Blanco y Negro.

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