7 de enero de 2011

Los soñadores


Debe ser una de las historias cinematográficas más extraordinarias que ha dado el cine en sus más de cien años de vida: La anécdota cuenta la historia de un grupo de amigos unidos por azares del destino e interrelacionados por una profunda pasión cinematográfica, que se conocieron y crecieron en un edificio cuyo único atractivo consistía en la posibilidad de ver películas y discutirlas. Años más tarde, aquel grupo de amigos revolucionaría la forma de ver y hacer el cine. Por supuesto, aquel sitio de reunión no era otro que la afamada cinémathèque francesa.

Las condiciones para ver cine en Aguascalientes, si bien han mejorado, siguen siendo precarias –por supuesto, estamos muy lejos de contar con algo parecido a una cinémathèque-, enumeraré brevemente algunas de las opciones no comerciales: en cuanto al alquiler, contamos con al menos dos videotecas estatales que se caen a pedazos, sus catálogos crecen poco y sin-ton-ni-son, la mayoría de su envejecido catálogo –al menos, los grandes clásicos asiáticos y europeos– está disponible en formato VHS, mismo que ya debería de rejuvenecerse por ser cada vez más inaccesible para el público y por el notorio deterioro de algunas cintas.

Ver cine en la pantalla grande también nos podría conducir a Casa Terán y Los Arquitos, pero en ambos casos las salas de exhibición no pasan de ser cuartos improvisados en los cuales se exhibe con descuido y pereza unas cuantas proyecciones. La opción más interesante en cuanto al confort, calidad de la programación y la difusión que se le da a la misma es, sin duda, la extraordinaria labor realizada por Cinema Universidad, pero pese a su esfuerzo, siguen existiendo dos enormes vacíos: la falta de exhibición de novedades cinematográficas –en las opciones anteriormente mencionadas se exhiben mayoritariamente retrospectivas–, y sobre todo, la ausencia de un debate cinematográfico. Para llenar ambos huecos surge la reciente aparición de los festivales de cine.

Guiado por la curiosidad, acudí a uno de los tres (sí, ¡tres!) festivales de cine que el año pasado se realizaron en Aguascalientes, el del nombre más rimbombante fue el que capturó mi atención, autoproclamándose como el Festival Internacional de Cine en Aguascalientes, y llevándose acabo en las instalaciones de la UAA, el cual presentaba dentro de su programa una propuesta por demás interesante: un debate titulado “El cine en Aguascalientes”. Sin proponérselo, aquel debate arrojó más sombras que luces sobre la pobre realidad existente, no sólo en cuanto a infraestructura, sino también la desorganización y la mentalidad que ensombrecen la precaria situación del cine en Aguascalientes.

Como dije, aquel debate –ideado en realidad como un homenaje al maestro Jorge García Navarro– derivó sin proponérselo en una acalorada discusión, un jovial actor rompió con las formas, tomó el micrófono e increpó, aquel acto que presenciamos los presentes (alrededor de 100 personas) fue una presuntuosa reverencia ante el maestro García Navarro, no un debate. Entonces, aquel evento moribundo resucitó; el ánimo de los ahí congregados se encendió, se desató un verdadero debate sobre el cine en Aguascalientes. Los jóvenes que aspiran a hacer cine en Aguascalientes hablaron, llovieron las quejas: “no hay apoyos”, “ni dinero”… pero tampoco hay ideas. El cine en Aguascalientes está dando sus primeros pasos, y éstos parecen estar errados.

Descuella entre estos primeros pasos errantes una marcada proclividad por el individualismo, algo dañino en un arte que depende de la colectividad. Contar con tres festivales de cine en una ciudad con una cuasi-nula tradición cinematográfica no es sinónimo de una amplia oferta sino de una total dispersión. No soy ajeno a ello, un par de amigos organizaron un pequeño festival de cine hace un lustro, pese a sus esfuerzos la afluencia fue pobre; tiempo después del evento uno de ellos me cuestionó sobre el fracaso de aquel festival, le repliqué que en parte ello se debió a su pretensión protagónica, la convocatoria fue pobre porque se olvidaron de convocar, no se hicieron acompañar de un amplio crew, sino que, por el contrario, lo redujeron al mínimo en su afán por sobresalir, pretendieron erguirse como las súper estrellas de un filme que requería de la colaboración de múltiples actores secundarios.

Entre el mar de quejas por el cual naufragó aquel debate sobre el cine en Aguascalientes, se asomó una única idea: la creación de una asociación de cineastas. En determinado momento –aquello ya se asemejaba más a una plática informal entre camaradas que al evento de un magno festival- un panelistas le sugirió a uno de los presentes que se encargara de la organización de dicha asociación, y entonces se alzó una voz medianamente indignada, “¡nooo!”, esa es mi idea, mi patente, el crédito me debe pertenecerme… patético destello de un egocentrismo incontenible que no beneficia en lo absoluto, no se ha fundado siquiera la asociación y ya amagan con amafiarla.

Si el individualismo resulta excesivo –problema irradicable por naturaleza humana-, existe un problema mayor en su contraparte, la ausencia de una comunidad cinematográfica en Aguascalientes. Retomo de nueva cuenta lo acontecido en el marco del Festival Internacional de Cine de Aguascalientes (repito, rimbombante), el actor jovial retomó el micrófono para reclamar la falta de una amplia convocatoria por parte de los organizadores del festival, pues solo estaban presentes tres actores entre el público que asistió a aquel debate, mientras que los jóvenes cineastas reclamaban con voz entrecortada la ausencia de diálogo. En esos reclamos se expuso lo mejor que brindó aquel debate: la existencia de un ánimo por debatir la realidad del cine en Aguascalientes, ánimo que contrasta con la falta de espacios para llevar acabo dicho debate.

¿Dónde encontrar estos espacios? Como recapitulé en un principio, existen lugares para alquilar y ver cine, no para debatirlo. Partiré de la idea de que el goce cinematográfico no debe depender del Estado, la cinémathèque, por ejemplo, no la erigió el gobierno francés, nació como un humilde cineclub, el cineasta surrealista George Franju, impulsado por su amor al séptimo arte, cimentó el edificio cuyas paredes parirían a uno de los mayores teóricos en la historia del cine (André Bazin), la revista insigne de la crítica cinematográfica (Cahiers du cinéma), la eterna revolución cinematográfica de Godard, el inalcanzable final de Los 400 golpes y las gloriosas filmografías de Chabrol, Resnais, Rivette y compañía.

El más reciente número de la revista Tierra Adentro incluye en sus páginas textos dedicados al cineclubismo en México, una posibilidad que no ha sido explorada en la ciudad –en lo personal, desconozco la existencia de alguno-. A la ciudad le hace falta un cineclub, los jóvenes cineastas, tan dados a pedir, deberían de dedicarse a fomentar aquello que tanto les apasiona, el cine no es únicamente producción, también es apreciación y conjunción, para que fructifique el cine se necesita primero de un lugar que abra sus puertas al convivio y al debate, un sitio en el que se hable de cine, donde se proyecten presentaciones de las producciones locales y en el cual se conserve un acervo de los no pocos cortometrajes que se han realizado en el estado.

Cuando el ánimo cinematográfico amenaza con desbordarse, deben serenarse las aguas, apelar a la humildad y recordarse que siempre se comienza por lo básico. Si se pretende que despegue el cine en Aguascalientes impulsándose la creación de una licenciatura en cinematografía e incluso existen voces que abogan por la demanda desmedida de la creación de una industria fílmica en la entidad (¿de cuál fumaron?), primero deberían de plantarse los pies sobre la tierra. El primer paso es brindarles cultura a los jóvenes que pretenden hacer cine, muchos de ellos verdaderos analfabetas cinematográficos.

Existe la posibilidad de hacer cine, eso debe reconocerse, lo dijeron los productores que acudieron al festival de nombre rimbombante, anteponiéndose al apocalíptico panorama descrito por los jóvenes cineastas hidrocálidos –panorama descrito desde la ignorancia, según las palabras de los propios productores, como verán, percibir analfabetismo en los jóvenes cineastas hidrocálidos no es un capricho mío-. En 2010 se firmaron en México más de 150 largometrajes, según cifras dadas a conocer por la Canacine se vendieron cerca de 200 millones de entradas al cine y la reciente Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumos culturales dada a conocer por Consuelo Sáizar reveló que el cine es la actividad cultural que más atrae a los mexicanos.

Bernardo Bertolucci dirigió Los soñadores, ambientada en Francia, la película retrata las relaciones cinematográficas y sexuales de un grupo de jóvenes estudiantes de cine en la época en la que el gobierno francés remueve a Henri Langlois, entonces director y cofundador de la cinémathèque. Si en Aguascalientes se quiere pasar de soñar a hacer realidad el cine, quienes quieren dedicarse a ello deben de transitar de la queja a poner manos a la obra, dejarse la barba, vestir desalineadamente y gritar a los cuatro vientos que se ha visto toda la filmografía de David Lynch, no hace a un cineasta.