23 de septiembre de 2010

Un festejo culinario


La mañana del 15 de septiembre fui testigo de dos actos contrastantes: por un lado observé desde una ventana, con cierto fervor patrio, la mecánica con la que mi vecina, con ciertas dificultades, colocaba una bandera de México en el faro que alumbra su cochera; por el otro, leía en La Jornada Aguascalientes un texto de Joel Grijalva que me causó cierta indigestión, el articulista narraba como se ha ido desfigurando el concepto de lo mexicano, todo iba de maravilla hasta que, en su afán por abordarlo todo (del tequila a la nanotecnología), se mofaba de mi muy estimada comida mexicana: “Entre al amplísima oferta de comidas nacionales, elegimos la mexicana como nuestra favorita –¿los chinos llaman a su comida comida china, o sólo comida?– ”.

Dicha sentencia capturó mi atención, el autor hacía burla de un supuesto tufo chovinista que consiste en una inocentada como la preferencia culinaria de los paladares mexicanos o el nombre con el que se bautiza vulgarmente a la comida nacional.

Aquella tarde del Bicentenario decidí acudir a la plaza de armas, dar un paseo por el lugar en el que horas más tarde se escenificaría el Grito de la Independencia. La plaza estaba custodiada en su perímetro por un fuerte dispositivo de seguridad, pero era cobijada en su corazón por una multitud de vendedores que ofertaban lo imprescindible: comida mexicana.

En la plaza de armas hervía el aceite y la manteca, atendían con amabilidad personas con un paliacate muy mexicano en la cabeza, alguna niña vestida a la usanza veracruzana ofrecía enchiladas (no me pude resistir)… no recuerdo un solo puesto que no fuera de comida, ni artesanías, ni libros, ni recuerdos del Bicentenario… pura glotonería.

Un par de puestos de hot-dogs y un montón de coca-colas no ensombrecían la fascinación por la comida mexicana ni desnaturalizaban la celebración. Un par de payasos preparaban su show, los niños resoplaban sus trompetas tricolores, los observaba atentamente su madre con una gelatina (también tricolor), un indigente dormía cómodamente en una banca, arrullado quizás por la música de Lola Beltrán.

Me gustan los platillos mexicanos, portan orgullosos los colores de su patria en sus ingredientes: enchiladas rojas bañadas en crema y acompañadas con nopales; tamales oaxaqueños en los que el verdor de la hoja de plátano envuelve la masa y la cochinita pibil; la blancura de la crema de nuez y la granada cubren al chile poblano.

Dentro de la celebración del Bicentenario no existieron requisitos, si en los juegos de la selección mexicana de fútbol la identidad nacional se porta en una playera, en el Grito de Independencia bastaba con la sangre, la multitud era multicolor, los charros se extrañaban, eran escasos los sombrerudos que se dejaban ver en la plaza de armas, abundaban las familias, todas con las pómulos entintados con los colores patrios –único servicio que aún se cobra a un peso–, la gran mayoría de lo presentes traía antojitos mexicanos en la mano.

Me alejé de la plaza de armas, me despedí de la birria, las gorditas estilo Michoacán, los tacos… me persiguió por Juan de Montoro el inconfundible olor de las tripas que siempre se resisten a no ser engullidas. Fui testigo de una multitud de mexicanos que, pese a todo, arribaban para arengarle ‘vivas’ a la patria en su aniversario.

En noviembre de este año la UNESCO proclamará a la comida mexicana, aquella que demerita Joel Grijalva, como patrimonio intangible de la humanidad. La gastronomía mexicana seguirá resguardando y dándole sabor a nuestras fiestas patrias, deleitando paladares extranjeros, nacionales y llenando de nostalgia a nuestros connacionales que tuvieron que emigrar y están condenados a la comida-sin-sabor, su alto contenido en carbohidratos seguirá abultando las panzas de los mexicanos, quienes hemos roto todos los récords mundiales en obesidad. Que entre nuestros héroes patrios se re-dignifique a la honorable comida mexicana como uno de los platillos infaltables dentro del orgullo de ser mexicanos.

22 de septiembre de 2010

Una foto de Karl

Hoy, el periódico en el cual trabajo publicó una foto que transmitió el día de ayer la Agencia de Noticias del Universal. El retrato capta el descanso de cinco niños que, abatidos por la furia del huracán Karl, se resguardan en un refugio. La foto me encantó desde el momento en que la ví, me recordó al afiche de la película El Dulce Porvenir. El fotógrafo de tan bella imágen es Fernando Ramírez, comparto la estampa que captó.


14 de septiembre de 2010

¡Sobreviva México!



Me gusta la foto de mi amiga, me confiesa la historia detrás de aquel retrato fotográfico: ella atravesaba por una etapa amarga de su vida, desubicada, fatigada, sin esperanzas, y por si fuera poco, con el corazón destrozado. Pese a todo, tuvo la capacidad de voltear a la cámara y sonreír para el retrato.

Algo similar parece acaecer en el ánimo de la nación, es inminente la conmemoración del Bicentenario pero el ambiente predominante dista de ser festivo, por el contrario, se debate entre la amargura y la tristeza. Obvio, las fiestas no deslucirán, las plazas se llenarán, nuestros pómulos se entintarán con el verde, blanco y rojo, perneará el olor a pólvora, se ingerirá harto tequila y se gritará a todo pulmón el inefable “¡Viva México!”.

Pero la algarabía no ocultará la sensación de vacío, y razones para ello hay muchas. Por principio de cuentas el gobierno federal ha sido un parco animador de tan importante celebración, una suma de erratas que han culminado en la incapacidad de aportar siquiera un monumento arquitectónico que vigorice y simbolice la conmemoración del Bicentenario. Ayer símbolos del Centenario y hoy referentes de México, el Ángel de la Independencia y el Palacio de Bellas Artes son edificaciones inconcebibles en la presente administración. Reflejo de los cambios que hemos tenido en México en los últimos 100 años: de la época del dictador que todo lo podía a la del presidente que nada lo puede.

Sentimos que el país se tambalea, porque nos tambaleamos junto a él. Más allá de una suma de gobiernos que brillan por su ineptitud, lo que nos asfixia es una ola de violencia que ha desnudado nuestras múltiples carencias: policías corruptos por todas partes, cárceles porosas, un periodismo estéril, una debacle educativa en la que gobierno, sindicato, maestros, padres de familia y alumnos comparten la culpa, una pobreza que parece infinita… en este país nada funciona como debiera, en gran medida, porque somos una sociedad que parece haber perdido la noción de la ética.

Pero ninguna de nuestras carencias está siendo tan dañina como nuestra falta de cohesión social, el país ha sufrido por años una enorme desigualdad y tenemos que lidiar ahora con las consecuencias de ello: un congreso sumamente improductivo; un conservadurismo católico que se empeña en impedir el progreso, choca (y se asemeja) a nuestra izquierda cuya base social es el corporativismo más rancio; la expansión del bullying escolar, en parte, por cuestiones sociales… síntomas de un resentimiento social que va mucho más allá de la explicación simplista de Enrique Krauze, quien culpa al lopezobradorismo de la división que ensombrece al país.

La tragedia acontecida en la guardería ABC, sin duda, el más turbio de nuestros dramas, es un claro ejemplo de nuestra falta de fraternidad. Ni siquiera en nuestras tragedias tenemos la capacidad de mantenernos unidos, los padres de familia de los infantes fallecidos o heridos no se han mantenido unidos, unos acuden con el presidente y otros lo desprecian; unos buscan en el peritaje, otros en el cese de funcionarios y los más se en el cobijo del seno del hogar, la fórmula para poder lidiar con el dolor y la tragedia –al respecto, se pueden consultar los extraordinarios reportajes de Daniela Rea, reportera del periódico Reforma–. Si ni siquiera en las tragedias podemos mantenernos unidos, nos espera un futuro desolador.

Pero también puede apreciarse la luz al final del túnel, los llamados de los Nostradamus mexicanos no tuvieron eco alguno, pese a que no fueron pocos quienes profetizaron (y desearon) una revuelta social en el 2010, la insurgencia jamás llegó. Las guerrillas han permanecido cautas, López Obrador ha anunciado que buscará la presidencia por la vía democrática, el estado más pobre del país apostó por la alternancia, el narcotráfico está lejos de ganar aceptación social y más de cien millones de mexicanos somos concientes de la adversidad pero seguimos respirando en el suelo que nos vio nacer.

Recuerdo la introducción del libro Siglo de caudillos (sí, de nueva cuenta Krauze). Para contarnos los primeros 100 años de nuestra historia como nación independiente, Krauze nos remite a los festejos del Centenario de nuestra Independencia. Las conmemoraciones, visto está, van más allá del anecdotario, el Bicentenario, hoy presente fugaz, será mañana parte de nuestra historia. Espero que como nación tengamos la capacidad de mi amiga, ponerle una buena cara a la adversidad y legar una bella estampa del Bicentenario, recordemos que, pese a todo, México es un país que se sostiene en pie, que sobrevive.