10 de marzo de 2011

La pesadilla de Julio Valdivieso

Las crónicas periodísticas describen aquel magno evento como algo portentoso, fiel reflejo de un partido político que ha aprendido a mantenerse vigente sin la necesidad de rejuvenecerse durante el trance en el cual se invistió de opositor, un partido que recurre sin chistar a la teatralidad ante la ausencia de una plataforma política. Se nos dice que el evento estuvo engalanado con la presencia de la plana mayor del partido (“quienes arribaron en helicóptero”), un cómico conocido como El Vítor, un arribista político rebautizado como Juanito y la pompa de un discurso vacío pero garante de aplausos; ahí donde no hubo ideas se hizo presente el altivismo tricolor encarnado en la voz de su nuevo líder, Humberto Moreira: “En 2012 el PRI va a ganar la Presidencia de la República”.

Dichas palabras no develan novedad alguna, el triunfo del PRI en las próximas elecciones federales parece estar cantado desde hace tiempo. Repasemos brevemente las declaraciones de sus líderes para constatar la confianza que hoy poseen. Peña Nieto declara que están ante una “inmejorable posición para regresar a Los Pinos”, Beatriz Paredes sentencia que “el PRI está hecho para gobernar” y Ernesto Zedillo con júbilo vaticina: “Vamos a ganar”. Los últimos comicios han rodado en torno a una trama: la alternancia en 2000, el probable triunfo de la izquierda en 2006 y en 2012 lo será, sin duda, el regreso del tricolor al poder.

Y es que, en los últimos años, la inercia de los triunfos del tricolor ha resultado tan aplastante, que la posibilidad de que salga avante en los comicios de 2012 se ha pronosticado hasta la saciedad, pero ha sido más bien parco el análisis que se ha derivado de dicho presagio. La inexorabilidad del destino, ¿para qué analizar lo que con resignación estamos asimilando?

¿Qué implicaciones tendría el regreso del PRI al poder?

Como joven, quizás con una añoranza desmedida, aprecio en el regreso del PRI a Los Pinos la sentencia condenatoria que dicta la derrota de mi generación, la generación del cambio que no lo fue, la que irrumpió en el 2000, de cara al nuevo milenio, con la promesa de un nuevo rostro, el cambio político como la pócima mágica que demandaba el país para caminar rumbo al progreso. Pero aquel joven rostro pronto terminó por agriarse y el añorado progreso es una planicie de la cual no se conoce aún el ascenso.

Por supuesto, las limitantes del cambio eran notorias, la carencia de ideas no era un aliciente pero se contaba con un ímpetu desbordante, aquel impulso hizo que se concretara el voto útil: triunfó el PAN en las urnas aunque el verdadero ganador aparentaba ser la ciudadanía. El festejo de aquel resultado era el más claro ejemplo de ello, la multitud tomó las calles para vitorear, aquella noche era variopinta, no se festejaba la victoria de un partido sino la derrota de otro… poco después, seríamos testigos de una frenética debacle. En pocos años el panismo transformó la ilusión en desilusión.

Achacarle la totalidad del fracaso de la alternancia a un partido político es, desde luego, un acto de cobardía. La ineptitud política abarca grandes extensiones, mas no la totalidad de la llanura en la cual se sembraron desmedidas expectativas. Los integrantes de la generación del cambio somos también partícipes del fracaso, con prontitud decayó nuestro ímpetu, integrantes de la era del vacío, limitamos nuestra participación al acto de sufragar, relegando la acción y las ideas –no existe, por ejemplo, una obra cinematográfica, literaria o musical que logre ser un esbozo de los reclamos de la época–. Quizás quienes mejor encarnan nuestro fracaso generacional son los jóvenes que integran la nueva generación votantes; según las encuestas, éstos ya no postran sus esperanzas en el futuro sino en el pasado, y están decididos a sufragar mayoritariamente por el PRI.

Así como en la novela El testigo, de Juan Villoro, el personaje de Julio Valdivieso volvía tras su prolongado exilio, animado por la reciente apertura democrática de México, sólo para reencontrarse con un país anclado en las hondas raíces de su pasado. Así despertaremos en 2012 de la embriaguez democrática para volvernos a postrar en los brazos del régimen priista. Algunos analistas, guiados aparentemente por la corrección política, pretenden vender la idea de que es viable una contienda cerrada allá donde sólo se ven vestigios de una holgada victoria electoral del PRI, su argumento: López Obrador gozaba de una amplia ventaja… y no ganó. Cierto, pero pasan por alto que el PRI no es el PRD, que el tricolor cuenta con una sólida estructura asentada en los robustos cimientos que le brindan sus diecinueve gobernadores, que en la Cámara de Diputados impondrán su mayoría y demostrarán su tiranía colocando en el IFE a consejeros electorales de su conveniencia y, claro está, su candidato será apoyado por las huestes de la mafia del poder, cualquier cosa que aquello signifique.

3 de febrero de 2011

En chones y a lo loco


De entre la uniformidad familiar de mi parentela, logra distinguirse una tía poseedora de un don ocasionalmente contagioso pero siempre fascinante: conoce a la perfección la calendarización de todas y cada una de las tantísimas revistas de sociales que circulan en Aguascalientes, sabe a ciencia cierta cuándo amanecerá cada una de estas publicaciones en la cochera de su hogar. En buena medida, su talento para memorizar fechas se debe a que hojear dichas publicaciones se ha vuelto parte de su vida diaria.

Dudo mucho que tan peculiar hobby de mi tía sea una manía suya en exclusiva, para comprobarlo, ante la lamentable inexistencia de datos fidedignos sobre la circulación y el tiraje de los medios impresos a nivel local, me tomaré la libertad de aplicar la frívola sociología del facebook. Una de estas publicaciones, La Sala, posee más seguidores que El Heraldo y La Jornada Aguascalientes, un tercer diario (El Hidrocálido) publica un suplemento dominical de eventos sociales denominado Especialísimo, el cual no posee tantos seguidores como los diarios anteriormente citados. Mi tía, al parecer, no está sola, comparte su hobby con no-pocos aquicalidenses.

La fascinación detonada por este tipo de revistas es un fenómeno extrañísimo, se me dificulta el poder descifrar el origen de su popularidad. Dichas publicaciones no ofrecen información trascendente a sus lectores, están retacadas de propaganda insípida, resultan ineficientes como testimonios fotográficos y retratan eventos cuya trascendencia en una ciudad habitada por plebeyos no logro concebir más allá de un reducido círculo de personas asiduo a los eventos de la crema y nata de nuestra sociedad –al menos en la ¡Hola! se retrata a los de sangre azul–. La única gracia que se desprende de ellas pareciera ser la de la pose, los retratados son invitados a posar para la foto, otorgan su consentimiento, sonríen y dejan plasmada su presencia en tal o cual evento social, en resumen, otorgan un guiño que la sociedad aplaude con su lectura, revelando la fascinación de los hidrocálidos por la apariencia.

En uno de sus ensayos, Carlos Monsiváis sugiere que los lectores de este tipo de publicaciones proyectan sus ilusiones en el consumo asiduo de fotos y notas de “la aristocracia de la sangre y la aristocracia del dinero”. ¿Será ese el caso de mi tía y el de miles de aquicalidenses?

La sociedad hidrocálida vive bajo un yugo dictado por la apariencia, no apelaré a la facilidad del clasismo, dicho fenómeno no es exclusivo de las clases sociales privilegiadas ni de las frívolas revistas que se desviven por retratarlas, el fenómeno se da a raudales: casas deterioradas en su interior pero con un flamante automóvil en el garaje, profesionistas sin un solo centavo en la cartera pero con un iPhone en el bolsillo, bicicálidos que acuden a la rodada los martes pero el resto de la semana se desplazan en su automotor particular… inclusive a la inversa, no son pocos los visitantes que en el marco de la verbena sanmarqueña, me han comentado su extrañeza ante el exotismo y la desmedida extravagancia con la que visten las clases populares en Aguascalientes, tan proclives a mostrarse como cholos –“en el de-efe, la raza solo se preocupa por bailar cumbias”–.

Hace un par de semanas leí una curiosa nota periodística: un grupo de aproximadamente doscientas personas le apostaron al aliviane, para ello, decidieron emprender un viaje al interior del metro capitalino, con la notoria peculiaridad de que lo efectuaron… ¡en calzones!. Por supuesto, aquel acto no fue espontáneo sino planeado –todo acto de magia, a fin de cuentas, es un truco–, y se efectuó con un noble objetivo: brindarle a los ajetreados capitalinos un momento de hilaridad para que se relajaran y olvidasen por unos instantes la monotonía de la rutina.

Un acto de semejante naturaleza le hace falta a la sociedad hidrocálida, un impúdico esparcimiento que permita desprendernos de esa falsedad dictada por la apariencia, dejar la pose por unos instantes, despojarnos de la camisa almidonada, dejar caer nuestros jeans, tirar al cesto la fragancia de Carolina Herrera, al carajo con los complejos… mostrarnos cual somos, exponer el abdomen abultado, los senos caídos, la cicatriz prominente y toda la suma de nuestras imperfecciones… que la vanidad aguarde en el ropero, a fin de cuentas, como le dijera Joe E. Brown a Jack Lemmon: “Nadie es perfecto”.

Así que… ¿cuándo nos vamos a maderear en chones?... en una de esas, chance y hasta salimos en la portada de la Blanco y Negro.

7 de enero de 2011

Los soñadores


Debe ser una de las historias cinematográficas más extraordinarias que ha dado el cine en sus más de cien años de vida: La anécdota cuenta la historia de un grupo de amigos unidos por azares del destino e interrelacionados por una profunda pasión cinematográfica, que se conocieron y crecieron en un edificio cuyo único atractivo consistía en la posibilidad de ver películas y discutirlas. Años más tarde, aquel grupo de amigos revolucionaría la forma de ver y hacer el cine. Por supuesto, aquel sitio de reunión no era otro que la afamada cinémathèque francesa.

Las condiciones para ver cine en Aguascalientes, si bien han mejorado, siguen siendo precarias –por supuesto, estamos muy lejos de contar con algo parecido a una cinémathèque-, enumeraré brevemente algunas de las opciones no comerciales: en cuanto al alquiler, contamos con al menos dos videotecas estatales que se caen a pedazos, sus catálogos crecen poco y sin-ton-ni-son, la mayoría de su envejecido catálogo –al menos, los grandes clásicos asiáticos y europeos– está disponible en formato VHS, mismo que ya debería de rejuvenecerse por ser cada vez más inaccesible para el público y por el notorio deterioro de algunas cintas.

Ver cine en la pantalla grande también nos podría conducir a Casa Terán y Los Arquitos, pero en ambos casos las salas de exhibición no pasan de ser cuartos improvisados en los cuales se exhibe con descuido y pereza unas cuantas proyecciones. La opción más interesante en cuanto al confort, calidad de la programación y la difusión que se le da a la misma es, sin duda, la extraordinaria labor realizada por Cinema Universidad, pero pese a su esfuerzo, siguen existiendo dos enormes vacíos: la falta de exhibición de novedades cinematográficas –en las opciones anteriormente mencionadas se exhiben mayoritariamente retrospectivas–, y sobre todo, la ausencia de un debate cinematográfico. Para llenar ambos huecos surge la reciente aparición de los festivales de cine.

Guiado por la curiosidad, acudí a uno de los tres (sí, ¡tres!) festivales de cine que el año pasado se realizaron en Aguascalientes, el del nombre más rimbombante fue el que capturó mi atención, autoproclamándose como el Festival Internacional de Cine en Aguascalientes, y llevándose acabo en las instalaciones de la UAA, el cual presentaba dentro de su programa una propuesta por demás interesante: un debate titulado “El cine en Aguascalientes”. Sin proponérselo, aquel debate arrojó más sombras que luces sobre la pobre realidad existente, no sólo en cuanto a infraestructura, sino también la desorganización y la mentalidad que ensombrecen la precaria situación del cine en Aguascalientes.

Como dije, aquel debate –ideado en realidad como un homenaje al maestro Jorge García Navarro– derivó sin proponérselo en una acalorada discusión, un jovial actor rompió con las formas, tomó el micrófono e increpó, aquel acto que presenciamos los presentes (alrededor de 100 personas) fue una presuntuosa reverencia ante el maestro García Navarro, no un debate. Entonces, aquel evento moribundo resucitó; el ánimo de los ahí congregados se encendió, se desató un verdadero debate sobre el cine en Aguascalientes. Los jóvenes que aspiran a hacer cine en Aguascalientes hablaron, llovieron las quejas: “no hay apoyos”, “ni dinero”… pero tampoco hay ideas. El cine en Aguascalientes está dando sus primeros pasos, y éstos parecen estar errados.

Descuella entre estos primeros pasos errantes una marcada proclividad por el individualismo, algo dañino en un arte que depende de la colectividad. Contar con tres festivales de cine en una ciudad con una cuasi-nula tradición cinematográfica no es sinónimo de una amplia oferta sino de una total dispersión. No soy ajeno a ello, un par de amigos organizaron un pequeño festival de cine hace un lustro, pese a sus esfuerzos la afluencia fue pobre; tiempo después del evento uno de ellos me cuestionó sobre el fracaso de aquel festival, le repliqué que en parte ello se debió a su pretensión protagónica, la convocatoria fue pobre porque se olvidaron de convocar, no se hicieron acompañar de un amplio crew, sino que, por el contrario, lo redujeron al mínimo en su afán por sobresalir, pretendieron erguirse como las súper estrellas de un filme que requería de la colaboración de múltiples actores secundarios.

Entre el mar de quejas por el cual naufragó aquel debate sobre el cine en Aguascalientes, se asomó una única idea: la creación de una asociación de cineastas. En determinado momento –aquello ya se asemejaba más a una plática informal entre camaradas que al evento de un magno festival- un panelistas le sugirió a uno de los presentes que se encargara de la organización de dicha asociación, y entonces se alzó una voz medianamente indignada, “¡nooo!”, esa es mi idea, mi patente, el crédito me debe pertenecerme… patético destello de un egocentrismo incontenible que no beneficia en lo absoluto, no se ha fundado siquiera la asociación y ya amagan con amafiarla.

Si el individualismo resulta excesivo –problema irradicable por naturaleza humana-, existe un problema mayor en su contraparte, la ausencia de una comunidad cinematográfica en Aguascalientes. Retomo de nueva cuenta lo acontecido en el marco del Festival Internacional de Cine de Aguascalientes (repito, rimbombante), el actor jovial retomó el micrófono para reclamar la falta de una amplia convocatoria por parte de los organizadores del festival, pues solo estaban presentes tres actores entre el público que asistió a aquel debate, mientras que los jóvenes cineastas reclamaban con voz entrecortada la ausencia de diálogo. En esos reclamos se expuso lo mejor que brindó aquel debate: la existencia de un ánimo por debatir la realidad del cine en Aguascalientes, ánimo que contrasta con la falta de espacios para llevar acabo dicho debate.

¿Dónde encontrar estos espacios? Como recapitulé en un principio, existen lugares para alquilar y ver cine, no para debatirlo. Partiré de la idea de que el goce cinematográfico no debe depender del Estado, la cinémathèque, por ejemplo, no la erigió el gobierno francés, nació como un humilde cineclub, el cineasta surrealista George Franju, impulsado por su amor al séptimo arte, cimentó el edificio cuyas paredes parirían a uno de los mayores teóricos en la historia del cine (André Bazin), la revista insigne de la crítica cinematográfica (Cahiers du cinéma), la eterna revolución cinematográfica de Godard, el inalcanzable final de Los 400 golpes y las gloriosas filmografías de Chabrol, Resnais, Rivette y compañía.

El más reciente número de la revista Tierra Adentro incluye en sus páginas textos dedicados al cineclubismo en México, una posibilidad que no ha sido explorada en la ciudad –en lo personal, desconozco la existencia de alguno-. A la ciudad le hace falta un cineclub, los jóvenes cineastas, tan dados a pedir, deberían de dedicarse a fomentar aquello que tanto les apasiona, el cine no es únicamente producción, también es apreciación y conjunción, para que fructifique el cine se necesita primero de un lugar que abra sus puertas al convivio y al debate, un sitio en el que se hable de cine, donde se proyecten presentaciones de las producciones locales y en el cual se conserve un acervo de los no pocos cortometrajes que se han realizado en el estado.

Cuando el ánimo cinematográfico amenaza con desbordarse, deben serenarse las aguas, apelar a la humildad y recordarse que siempre se comienza por lo básico. Si se pretende que despegue el cine en Aguascalientes impulsándose la creación de una licenciatura en cinematografía e incluso existen voces que abogan por la demanda desmedida de la creación de una industria fílmica en la entidad (¿de cuál fumaron?), primero deberían de plantarse los pies sobre la tierra. El primer paso es brindarles cultura a los jóvenes que pretenden hacer cine, muchos de ellos verdaderos analfabetas cinematográficos.

Existe la posibilidad de hacer cine, eso debe reconocerse, lo dijeron los productores que acudieron al festival de nombre rimbombante, anteponiéndose al apocalíptico panorama descrito por los jóvenes cineastas hidrocálidos –panorama descrito desde la ignorancia, según las palabras de los propios productores, como verán, percibir analfabetismo en los jóvenes cineastas hidrocálidos no es un capricho mío-. En 2010 se firmaron en México más de 150 largometrajes, según cifras dadas a conocer por la Canacine se vendieron cerca de 200 millones de entradas al cine y la reciente Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumos culturales dada a conocer por Consuelo Sáizar reveló que el cine es la actividad cultural que más atrae a los mexicanos.

Bernardo Bertolucci dirigió Los soñadores, ambientada en Francia, la película retrata las relaciones cinematográficas y sexuales de un grupo de jóvenes estudiantes de cine en la época en la que el gobierno francés remueve a Henri Langlois, entonces director y cofundador de la cinémathèque. Si en Aguascalientes se quiere pasar de soñar a hacer realidad el cine, quienes quieren dedicarse a ello deben de transitar de la queja a poner manos a la obra, dejarse la barba, vestir desalineadamente y gritar a los cuatro vientos que se ha visto toda la filmografía de David Lynch, no hace a un cineasta.

29 de diciembre de 2010

Entre el júbilo y el tumulto

Atole en mano y con un burrito de papas con chorizo sobre el regazo, así te reciben los vendedores de ese conglomerado de puestos que, más que conformar un tianguis mercantil, forman parte de una gran familia que come y vive del comercio. Aquella estampa gastronómica no es gratuita, denota dos de las principales características de la Purísima: el carácter cálido y familiar del lugar, y la exposición alucinógena que multiplica la capacidad de percepción de nuestros sentidos.

La estructura sobre la cual se erige la Purísima es la familia, las estructuras desmontables de hierro son un actor secundario en aquella compleja puesta en escena en la que día a día se representa el acto de la vendimia. La Purísima está conformada por puestos tan diversos como aquella pirámide de textil en la que tres generaciones de vendedores ofertan pantalones de mezclilla por cien pesos, y donde puede escucharse al abuelo aconsejar sabiamente a su nieto sobre las complejas relaciones de amor-odio que se sostienen con los proveedores; o aquel puesto de videojuegos prehistóricos en el que el pequeño hijo no es capaz de distinguir entre el Nintendo y el Super Nintendo, pero juega con maestría al PlayStation mientras el padre olvida su rol familiar para investirse en el del cruento gerente que reprende la incapacidad de su “empleado”; o la presencia exótica del avejentado geek que oferta la ostentosa colección de juguetes que en otra época le obsequió su madre, colección que es coronada por un impecable e invaluable Castillo Grayskull. Todos estos puestos, en apariencia disímiles, son escenografías teatrales unidas por un fuerte eslabón familiar que dota a la Purísima de un aire tradicional incomparable.

La Purísima es también una experiencia multisensorial, infinidad de cartulinas fluorescentes marcadas con precios razonablemente accesibles toman por asalto nuestra vista; los vendedores componen una sinfonía con el: “¡Pásele, pásele!”, que hipnotiza los oídos; los sabores del tejuino y la tentación de un duro con salsa recorren los pasillo asimétricos del tianguis; el tacto entra en contacto con el dinero en efectivo en este resquicio en el que el plástico resulta una excentricidad. Adentrarse en la Purísima es un viaje psicodélico por el mercantilismo tercermundista.

Pese a que la Purísima palpita a unas cuantas cuadras del centro de la ciudad, los escenarios no podrían ser más disímiles entre sí, mientras el afamado tianguis es plenamente consciente de su veta popular, y la explota con creces, el centro se cimienta en una gelatinosa vaguedad. Combina establecimientos de prestigio con una cantidad pasmosa de vendedores ambulantes –nunca tantos como en esta época del año–; en el centro pueden encontrarse lo mismo unos tenis Puma con un costo de dos mil pesos, que unos Panam por solo 200 devaluados; de un CD con empalagosos villancicos, a los acordes satánicos interpretados por Deicide.

El centro de la ciudad se sostiene sobre los hombros del tumulto, ningún otro punto de venta acumula tal cantidad de gente. El andador Allende y el mercado Terán son invadidos por una marea incesante de cuerpos humanos. La concurrencia es variopinta, ya sea por un libro de Guillermo Fadanelli en la Educal, por unos pants económicos en Los Mesones o por una corbata para papá en El Danubio Azul. El abanico de posibilidades que ofrece el centro corresponde a la muchedumbre iconoclasta que se congrega en él. El centro es la fortaleza de la diversidad cultural existente en la entidad.

En la amplitud de su oferta radica la magia que distingue al centro, sus calles y comercios son una invitación abierta para quien desee aceptarla. El centro no discrimina, no lo abarca todo (es imposible) pero lo intenta, de la tradición a la vanguardia, de la vejez a la juventud, de la cultura a la contracultura… la diversidad del centro no se aprecia en sus comercios –arquitectónicamente carentes de visibilidad–, sino en la pluralidad de la gente que acude a ellos.

El sentido común insinuaría que el centro comercial Altaria dista de ello, el lugar que oferta la exclusividad vendría a ser un club privado comparado con los brazos abiertos que ofrece el centro de la ciudad, y si bien es cierto que su oferta no es ni remotamente variopinta, aquello dista de ser la guarida del glamour. Ni Hugo Boss, Lacoste, Nike o Pepe Jeans, ninguna nomenclatura multinacional serena el júbilo navideño.

En Altaria la calidez no la brinda el entorno, el vendedor no llega a tocarte el hombro para saber qué es lo que se te ofrece –como sucede en un mercado–, pero la frialdad establecida por los corporativos comerciales y la gelidez de la mole de concreto es abatida por la alegría de la gente. Amigos, familias y parejas van de tienda en tienda destilando un aura festiva. Si en la Purísima se admira el arte de vender siendo transmitido de generación en generación, en Altaria seduce la tentativa del comprar.

Andan los compradorcillos en el centro comercial de altura, llevan de tanto gastar los bolsillos rotos, pese a ello, permanece inquebrantable ese semblante fraternal que portan en el rostro. En su presurosa andanza recuerdan a sus seres queridos, adquieren múltiples obsequios: la falda para la sobrina, el suéter para el abuelo y el pomo de tequila para el compadre. Pero el dinero se agota, las posadas fenecen, la cruda deriva en jaqueca, la ingesta indiscriminada de romeritos se transforman en-unos-cuantos kilitos de más y este humilde servidor debe ocuparse de otros quehaceres. Ni siquiera la magia de la Navidad es capaz de eclipsar la sinceridad de la realidad.

20 de noviembre de 2010

Más sobre en el aula de la juventud perdida...

Por supuesto, en el aula escolar no todo es malo, el día de ayer un alumno –quizás, de quien menos lo esperaba– me sorprendió. Por primera vez en el semestre un estudiante me pidió prestada una lectura (una revista) para leer en casa, para ello hubo que romper esquemas, la lectura en cuestión fue una crónica –subgénero literario que no está incluido en el plan de estudios– en la cual se aborda una temática de moda: el narcotráfico.

En el aula de la juventud perdida


La anécdota me la contó un buen amigo: asfixiado por el estrés inducido por el mal comportamiento de sus alumnos –comportamiento coloquialmente conocido como el desmadre–, un profesor abandonó el aula escolar con tan alto grado de tensión, que camino a casa la derrama innecesaria de bilis provocó que se le nublara el juicio –y al parecer, también la vista– desembocando todo aquel coctel de adrenalina en un accidente automovilístico… al día siguiente, el profesor presentó su renuncia. La anécdota hizo que mi buen amigo y yo nos partiéramos de la risa, pero a su vez, resumió el amargo sentir que, como noveles profesores de preparatoria, nos hemos encontrado al atestiguar el pobre desempeño de nuestros alumnos.

Juventud, divino tesoro. Ciertamente, la juventud es la edad del hedonismo pleno, época en la que pueden ingerirse cantidades faraónicas de cerveza sin que el abdomen se inflame; los problemas en las relaciones sentimentales no inmiscuyen hijos y matrimonios sino simplemente un par de cachetadas; la popularidad, tan preciada a esa edad, depende de empeños tan simples como pisar a fondo el acelerador de un automóvil… la única responsabilidad de estos jóvenes privilegiados pareciera ser el estudio. Estudiantes ajenos a la marginación social y al fenómeno de los “ninis”, estudiantes a quienes la órbita de los juvenicidios no les atañe, a estos colegiales no les preocupa la dura realidad que viven otros jóvenes ni la cruenta realidad del país con la cual tendrán que lidiar en un parpadeo.

El Universal publicó el lunes una nota en la cual se revela que el 70% de los alumnos presentan un importante rezago educativo, se señala en la misma que la principal causa de este rezago es la falta de disciplina para estudiar, y lo peor, los alumnos seguirán arrastrando este rezago educativo inclusive a nivel licenciatura, derivándose en la titulación de un montón de profesionistas patito.

En el mismo tenor encuentro la nota publicada el domingo en el diario Página 24, Juan Manuel Trujillo, director de Educación Básica del IEA culpa a los alumnos de provocar parte del vandalismo que se registra en las escuelas (cristales rotos, pintas con aerosol), los alumnos no solo tienen un desdén por el estudio sino que minan la de-por-sí precaria estructura física de las instituciones educativas.

Sé muy bien que no estoy descubriendo el hilo negro, mi planteamiento podría ser incluso juzgado como ingenuo y timorato, lo admito. De James Dean a Lady Gaga, la juventud ha sido identificada con cierto halo de rebeldía, a esa edad resulta difícil no corear el himno de Judas Priest (Breaking the law) o cualquier otro himno que inste a la anarquía. Pero existe un largo trecho entre la rebeldía como ruptura y derrocamiento de un sistema preestablecido y la cómoda desobligación en la cual están postrados el grueso de los jóvenes estudiantes –si la transición democrática falló en México, la culpa va más allá de la probada y sufrida ineficacia de los panistas–.

Alumnos que bajan la tarea de internet creyendo que engañan al maestro –quizás lo logren con más de uno–; estudiantes que dormitan rutinariamente sobre el pupitre pero despiertan el día de la evaluación para estar prestos a ejecutar el ritual del copiado; o lo ocurrido con otra amiga, quien me contaba recientemente que, en el colmo la desfachatez, sus alumnos le exigieron que les diera una juego de copias de sus apuntes pues, de lo contrario, le pedirían al director de la escuela su cabeza… si en el presente y en el futuro nos encontramos (encontraremos) con corruptelas en la vida diaria, en gran parte se debe a que las escuelas son instituciones certificadas en la práctica de triquiñuelas.

Quizás exagero, he caído en las garras del tremendismo; quizás me adentré a la aventura de impartir clases con desmedidas expectativas, a fin de cuentas, la educación preparatoria no es parte de la construcción del ser humano sino un mero trámite de la burocracia educativa; quizás no debiera de preocuparme el descubrir que aquellos jóvenes en quienes ingenuamente supuse que podría encontrar vestigios de rebeldía no saben escribir ni siquiera correctamente la palabra revolución (rebolución, revolusión), después de todo, hace tiempo que la épocas revolucionarias se extinguieron, el centenario de la Revolución pasa medio desapercibido y lo más revolucionario en lo que piensan nuestro jóvenes es el más reciente producto ideado por la billetera Steve Jobs.

15 de noviembre de 2010

La ley del plomo


Se perpetuó una nueva ejecución en Aguascalientes, el comandante José Luis Marmolejo cayó abatido, tres balazos se incrustaron en su humanidad. Me sincero desde ahora, nunca he sido un asiduo lector de la nota roja, desconozco la suma de las ejecuciones que se han registrado en la entidad en el año y durante el sexenio, no es que lo considere un dato anecdótico ni mucho menos, pero tampoco lo considero un parámetro único e inobjetable para medir la delincuencia, como ciudadanos del siglo XXI asentados cómodamente en un individualismo de tintes egoísta, únicamente nos preocupa aquello que nos afecta directamente.

Reforma publicó la semana pasada a ocho columnas una noticia desoladora, el ejecutómetro (tal cual le llaman) rebasó la cifra de las diez mil muertes relacionadas con el crimen organizado en lo que va del año, la cifra se ha incrementado por cuarto año consecutivo, nada parece frenar la violencia que cual cáncer se ha ido expandiendo indiscriminadamente, llegando a afectar directa e indirectamente a diversos sectores de la sociedad mexicana. Aguascalientes nutre este número, según el recuento del periódico capitalino nuestra entidad aporta una porción mínima de víctimas en este cruento panorama (6 muertos). ¿Cómo debemos leer este dato?, ¿es preocupante o un alivio?

Analizándolo desde una frialdad numérica, la violencia parece estar aglutinada lejos de nuestro entorno. Reforma publica en otra nota que más de la mitad de los homicidios se concentran en quince municipios del país; la revista nexos publica un ensayo de Eduardo Guerrero que focaliza la violencia en seis puntos rojos localizados en cinco estados (Baja California, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y Sinaloa).

La frecuencia de las ejecuciones no es ni remotamente la misma en Aguascalientes que en una ciudad que se ha visto asfixiada por la violencia como lo es Juárez, pero el repudio popular a éstas tampoco lo es. En Juárez han comenzado las protestas de estudiantes, madres de familia y asociaciones civiles; en Aguascalientes predomina la inacción y se tolera la violencia, quizás empezaremos a organizarnos y preocuparnos cuando se haya extendido el problema y sea demasiado tarde para sofocarlo.

Aguascalientes es un claro ejemplo de la pasividad ciudadana. Hace tres años la ciudad se cimbraba con una balacera: las personas se comunicaban por celular previniendo a los seres queridos para que se anduvieran con cautela; las estaciones de radio interrumpían sus transmisiones para narrar en vivo los sucesos; permeaba en las calles cierta estela de angustia y desesperación; los periódicos se agotaban al día siguiente; pero sobretodo, se sentía una condena ciudadana, un rechazo unánime a la violencia.

Las últimas semanas Aguascalientes ha vivido una seguidilla de ejecuciones que no trascendieron más allá de la noticia periodística, en el seno de la sociedad, la violencia se ha vuelto una anécdota: “¿que mataron a unas putas en el violento? … ¡sí!, ¿no te la supiste? … nel, que gacho … simona, dicen que las quebraron porque le pegaron el sidral a un narquillo”… y colorín colorado, la anécdota de este homicidio se ha acabado. Ciertamente, ya no cunde la histeria, dejamos de ser unos primerizos en materia delictiva, perdimos la virginidad y se desvaneció junto con ella el clamor por la justicia y la condena social, si la violencia permanece entre nosotros, subsiste como el alimento con el cual saciamos nuestro morbo.

Las pasadas elecciones fueron una prueba de ello, hace tres años, en las campañas políticas privó el tema de la inseguridad, este año la economía familiar y el progreso dejaron a la seguridad en un segundo plano. ¿Qué opinión tienen nuestros futuros gobernantes de este clima de inseguridad, más allá de afirmar que lamentan lo sucedido?, ¿qué acciones emprenderán los próximos gobiernos en materia de seguridad?

No nos hemos acostumbrado a la violencia, nos hemos resignado a ella. Ante la incompetencia de los distintos niveles de gobierno para brindar seguridad, el ciudadano ha optado por cruzar los brazos y tolerar en silencio las terribles consecuencias de la criminalidad, las balas no nos rozan pero las extorsiones y el robo nos atosigan, no vivimos con histeria pero persiste cierta incomodidad. En un breve paseo que di por la purísima y el centro, no escuché ninguna sola conversación que hiciera alusión al asesinato del comandante, en Aguascalientes y en México nos hemos acostumbrado, nos hemos resignado a convivir con la ley del plomo que ha sido instaurada por los criminales.