15 de noviembre de 2010

La ley del plomo


Se perpetuó una nueva ejecución en Aguascalientes, el comandante José Luis Marmolejo cayó abatido, tres balazos se incrustaron en su humanidad. Me sincero desde ahora, nunca he sido un asiduo lector de la nota roja, desconozco la suma de las ejecuciones que se han registrado en la entidad en el año y durante el sexenio, no es que lo considere un dato anecdótico ni mucho menos, pero tampoco lo considero un parámetro único e inobjetable para medir la delincuencia, como ciudadanos del siglo XXI asentados cómodamente en un individualismo de tintes egoísta, únicamente nos preocupa aquello que nos afecta directamente.

Reforma publicó la semana pasada a ocho columnas una noticia desoladora, el ejecutómetro (tal cual le llaman) rebasó la cifra de las diez mil muertes relacionadas con el crimen organizado en lo que va del año, la cifra se ha incrementado por cuarto año consecutivo, nada parece frenar la violencia que cual cáncer se ha ido expandiendo indiscriminadamente, llegando a afectar directa e indirectamente a diversos sectores de la sociedad mexicana. Aguascalientes nutre este número, según el recuento del periódico capitalino nuestra entidad aporta una porción mínima de víctimas en este cruento panorama (6 muertos). ¿Cómo debemos leer este dato?, ¿es preocupante o un alivio?

Analizándolo desde una frialdad numérica, la violencia parece estar aglutinada lejos de nuestro entorno. Reforma publica en otra nota que más de la mitad de los homicidios se concentran en quince municipios del país; la revista nexos publica un ensayo de Eduardo Guerrero que focaliza la violencia en seis puntos rojos localizados en cinco estados (Baja California, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y Sinaloa).

La frecuencia de las ejecuciones no es ni remotamente la misma en Aguascalientes que en una ciudad que se ha visto asfixiada por la violencia como lo es Juárez, pero el repudio popular a éstas tampoco lo es. En Juárez han comenzado las protestas de estudiantes, madres de familia y asociaciones civiles; en Aguascalientes predomina la inacción y se tolera la violencia, quizás empezaremos a organizarnos y preocuparnos cuando se haya extendido el problema y sea demasiado tarde para sofocarlo.

Aguascalientes es un claro ejemplo de la pasividad ciudadana. Hace tres años la ciudad se cimbraba con una balacera: las personas se comunicaban por celular previniendo a los seres queridos para que se anduvieran con cautela; las estaciones de radio interrumpían sus transmisiones para narrar en vivo los sucesos; permeaba en las calles cierta estela de angustia y desesperación; los periódicos se agotaban al día siguiente; pero sobretodo, se sentía una condena ciudadana, un rechazo unánime a la violencia.

Las últimas semanas Aguascalientes ha vivido una seguidilla de ejecuciones que no trascendieron más allá de la noticia periodística, en el seno de la sociedad, la violencia se ha vuelto una anécdota: “¿que mataron a unas putas en el violento? … ¡sí!, ¿no te la supiste? … nel, que gacho … simona, dicen que las quebraron porque le pegaron el sidral a un narquillo”… y colorín colorado, la anécdota de este homicidio se ha acabado. Ciertamente, ya no cunde la histeria, dejamos de ser unos primerizos en materia delictiva, perdimos la virginidad y se desvaneció junto con ella el clamor por la justicia y la condena social, si la violencia permanece entre nosotros, subsiste como el alimento con el cual saciamos nuestro morbo.

Las pasadas elecciones fueron una prueba de ello, hace tres años, en las campañas políticas privó el tema de la inseguridad, este año la economía familiar y el progreso dejaron a la seguridad en un segundo plano. ¿Qué opinión tienen nuestros futuros gobernantes de este clima de inseguridad, más allá de afirmar que lamentan lo sucedido?, ¿qué acciones emprenderán los próximos gobiernos en materia de seguridad?

No nos hemos acostumbrado a la violencia, nos hemos resignado a ella. Ante la incompetencia de los distintos niveles de gobierno para brindar seguridad, el ciudadano ha optado por cruzar los brazos y tolerar en silencio las terribles consecuencias de la criminalidad, las balas no nos rozan pero las extorsiones y el robo nos atosigan, no vivimos con histeria pero persiste cierta incomodidad. En un breve paseo que di por la purísima y el centro, no escuché ninguna sola conversación que hiciera alusión al asesinato del comandante, en Aguascalientes y en México nos hemos acostumbrado, nos hemos resignado a convivir con la ley del plomo que ha sido instaurada por los criminales.

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