31 de mayo de 2009

Sobre la muerte de las lenguas

Leí la noticia en su momento. No me interesó. La muerte de Marie Smith Jones, con ella moría también el idioma Eyak. ¿Quién?, ¿qué idioma?.

Leo en la revista Replicante dos muy interesantes ensayos sobre dicha tragedia, a cargo de Andrés Bacigalupo y Jennifer Chan, que me han puesto a reflexionar sobre el tema. Transcribo brevemente un par de párrafos:
"Su caso sintetiza como pocos la innegable relación entre la destrucción de un hábitat y la pérdida del patrimonio cultural."

"Hoy ese es el panorama de más de 400 lenguas, incluyendo al tuzanteco en Chiapas (cinco hablantes) y al awakateko en Campeche (tres hablantes)"

"No sólo cada lengua es una ventana que abre a un paisaje diferente, sino que el recuerdo y su carnalidad dependen de la intimidad de una lengua con sus matices únicos"

"Pues aunque un pensamiento puede expresarse más o menos de la misma forma en dos idiomas diferentes, un sentimiento en cada lengua es un sentimiento diferente"
Los ensayos no se encuentran disponibles en la versión online de la revista, en detrimento de ello, les recomiendo esta trepidante semblanza sobre Rocco Siffredi a cargo de Pedro Trujillo.

25 de mayo de 2009

Shit (literalmente)

El día de hoy, una paloma cobarde (pues nunca me dio la cara) e impúdica, me vio desde las alturas cara o cuerpo de escusado, y sin más, decidió defecar sobre mí. Para mi fortuna, sus secreciones cayeron sobre mi vestimenta, no sobre mi humanidad (¡imagínense!). No sé si esto sea el preludio de que algo malo me acontecerá en la semana, como no creo en supersticiones, no me preocuopo. Yo solo sé que me han cagado y estuve encabronado.

Más sobre ¿realmente los merecemos?

Como ya ni llorar es bueno, de perdis hay reír, o-que-no-?. Ejemplo de ello es el masticable humor con el que Carlos Monsiváis escribió ayer su artículo: Diles que no se fuguen.

¿Realmente los merecemos?


Dentro de la sociología política existe aquella máxima que dicta que “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”. De ser cierto, los mexicanos vivimos condenados, pues sabido es que tenemos gobiernitos pinchurrientos, y también lo es que como sociedad no estamos dispuestos a superarnos.

Me pregunto que tan cierta es dicha máxima después de haber visto los tres videos sobre la fuga masiva de 53 reos en el Cereso de Cieneguillas. ¿En verdad nos merecemos estos gobiernitos en los que la corrupción viene a ser algo así como una necesidad fisiológica?

Lo que en los videos se puede apreciar es, ante todo, cinismo. Quienes planearon tan coordinada fuga conocían la existencia de las cámaras de seguridad pero poco les importó, ocultar su proceder no fue una de sus prioridades, peor aún, parece que la exhibición fue uno de sus propósitos.

¿Cómo explicar la soberbia actuación de un custodio que simula estar siendo amagado por un reo?, ¿Qué necesidad tenían de disfrazarse de policías cuando en la cárcel parecían estar tan cómodos como en sus casas, bien pudieron haber irrumpido desnudos y nada hubiese cambiado?, ¿Por qué razón a un reo, de repente, como que se le prende el foco y cubre con una chamarra la cámara frente a la que se ha exhibido una cantidad de corrupción tan vasta, que a más de uno se le ha de haber aflojado el mastique, nomás del coraje?

Me hago a la idea de que este teatral montaje va dirigido a la ciudadanía, si se actuó con tal descaro frente a las cámaras fue, precisamente, para que ese descaro fuese exhibido públicamente. El mensaje es contundente: ante el crimen organizado, los ciudadanos tendrán que defenderse a resorterazos o vaya-usté-a-saber como, porque lo que son los gobiernitos que supuestamente deberían de brindarnos seguridad, esos gobiernitos los delincuentes los pueden comprar como si se tratase de teiboleras malbaratadas.

De nuevo la pregunta del millón: ¿Realmente nos merecemos estos gobiernitos? Uno voltea hacia la sociedad, y en ella, fácilmente se pueden apreciar un cúmulo de deficiencias: adolescentes que creen que violar todas las leyes de tránsito los proveerá de hombría, abarroteros que exhiben en sus anaqueles productos caducados, maestros a los que les da flojera preparar sus clases y ponen a sus alumnos a exponer temas que desconocen por completo… pero como lo dije anteriormente, son deficiencias, graves, quizás, pero distan del putrefacto estado en el que se encuentran nuestros gobiernitos.

Creo que el problema radica en que la ciudadanía está sumida en el conformismo, el desfile de corrupción que nos han legado desde hace años y con obscena frecuencia nuestros gobiernitos nos tiene sedados. Tanta corrupción, tanta impunidad, tanto cinismo.

¿Qué puede hacer el ciudadano? Protestar: no le hacen caso; gritar: no lo escuchan; escribir un articulito en algún periódico: no lo leen; denunciar: se ríen de él en su cara; abstenerse de votar: dios creo a los acarreados.

Estamos conformes con nuestros gobiernitos porque éstos, a fuerza de cinismos, han logrado desilusionar a la ciudadanía, simple y sencillamente ya no hay ánimo para la protesta o la revuelta. Bien borrachos, huevones, sumamente ignorantes y hasta panzones, sí, somos una sociedad sumamente deficiente, pero sinceramente, no nos merecemos estos gobiernitos tan pinchurrientos que tenemos.

22 de mayo de 2009

La lección del día # 7 ... Coco Chanel y las rodillas

Leo el artículo que semanalmente publica Carlos Tello Díaz en Milenio. En esta ocasión habla sobre Chanel, y gracias a él me entero de que:
"nunca las sube (las faldas) hasta los muslos, no por razones morales sino estéticas: pensaba que las rodillas son feas"
No hay duda, Coco Chanel diseñaba para mujeres y no para hombres, pues nosotros somos totalmente capaces de tolerar una mugrientas rodillas con tal de poder apreciar unos carnosos muslos femeninos.

20 de mayo de 2009

Divagaciones # 12 ...el ego como ardid publicitario

Me enteré de ello el lunes. Lars von Trier olvidó su modestia (desde hace mucho, creo yo) y no dudo en proclamarse “el mejor director del mundo”. Lo suyo fue un acto de soberbia, pero a la vez, una gran mentira, pues el danés no es ni siquiera un gran director de cine, salvo Europa, el resto de sus películas podrían resumirse como: guiones confeccionados por Silvia Pinal, pero eso sí, con una puesta en escena bastante vanguardista.

Sus declaraciones son una prueba irrefutable su ego, pero sobretodo, son un atinado ardid publicitario. Las duras críticas que recibió su más reciente película fueron prontamente sofocadas por su lenguaraz ocurrencia.

Pero el ego no es algo reservado en exclusiva para los supuestos genios, se le puede encontrar en varias almas: está por ejemplo aquel buen amigo mío, desesperado porque desde hace tiempo no encuentra pareja alguna, mujer a quien conoce, mujer a la que le presume su vida, la estabilidad de su empleo, su carro nuevo, lo estrambótico de sus gustos musicales, la hilaridad de su humor, en resumen, no se cansa de describirse a sí mismo como el hombre ideal; o aquella fémina que contemplé embelezado hace un par de semanas, exhalaba con fuerza el humo del cigarrillo, sorbía su café con la delicadeza con la que una primeriza intenta succionar un pene, cruzaba con fuerzas sus piernas, no temía mostrar a través del escote que vestía la firmeza de sus senos, se percató de mi mirada pero al parecer la sintió tan insignificante como la mirada de un mosquito, se sentía tan superior a mí; también está aquel senil viejecito a quien me encuentro con frecuencia en la tienda de abarrotes, escucho con paciencia (que debo de confesarlo, a veces la pierdo) sus historias, me cuenta que hace varios ayeres él hizo y deshizo cuanto quiso, conoció a un titipuchal de gente importante, se hizo de mucho dinero pero lo perdió todo por culpa de malas amistades y peores gobernantes, quizás el viejecito que tengo frente a mí hoy esté conformado por huesos afectados por la osteoporosis y una piel más agrietada que las carreteras federales, pero en el pasado fue alguien de suma importancia, o al menos, eso es lo que él me cuenta con orgullo.

Algún ego hemos de poseer cada uno de nosotros, estoy convencido de que alguno he de tener yo, pero lo desconozco o sencillamente me hago el tonto, ¿por qué?, mi hipótesis radicaba en que el egocentrismo se puede apreciar con claridad desde las afueras pero que es difuso y opaco desde nuestros adentros. Después de la ocurrencia de von Trier lo dudo mucho, creo que el ego puede disfrazarse de diversos modos, el ardid publicitario, el llamar la atención, es uno de ellos, uno de los más frecuentes... y no creo que se trate de un acto involuntario.

19 de mayo de 2009

...

vale aquí aquella réplica del católico practicante a la crítica del liberal ateo para el que los católicos eran tan estúpidos como para creer en la infalibilidad del Papa: "Nosotros, los católicos, al menos creemos en la infalibilidad de UNA, y solo una, persona; pero la democracia, ¿no se basa en la idea bastante más peligrosa de la infalibilidad de la mayoría de la población, es decir, la infalibilidad de millones de personas?

Leído en: En defensa de la intolerancia de Slavoj Zizek.

Más sobre tan sonrientes

Leonardo Curzio en El Universal y Abelardo Reyes Sahagún en La Jornada Aguascalientes, se preguntan donde demonios están las campañas y las propuestas. Las campañas no tardarán en carburar, pero las propuestas ... ¿acaso son tan ingenuos como para esperar propuestas?.

18 de mayo de 2009

Tan sonrientes

Sigilosamente, las calles de la ciudad comienzan a teñirse con los diversos tonos de los partidos políticos. Los nombres y los colores se van apoderando de espacios privilegiados en las principales avenidas, los nombre y los colores, porque en realidad, es lo único que le interesa difundir a los diversos partidos políticos: su identidad. Banderas, cumbias, gorras, gritos, lemas, porras… aquello parece más una fiesta que una contienda electoral, quizás lo sea.

Pero existe otro común denominador: la sonrisa de los candidatos. Me bastó con un breve recorrido por las calles de la ciudad para percatarme de ello:

El primer anuncio con el cual me topo es una valla publicitaria, en ella aparecen los rostros de los candidatos del partido político cuya ideología bien podría resumirse en el profundo contenido de su porra: “¡naranja!, ¡naranja!”. Hinchados de soberbia, los candidatos se presentan como los salvadores de la nación, “salvemos a México” es el slogan de la coalición que encabezan, y ellos, por supuesto, se toman muy en serio su supuesto papel de redentores, se sienten seguros de ello, y por ende, nos regalan una espléndida sonrisa.

Avanzo unos cuantos metros y me topo ahora con un espectacular, en él se hace presente un candidato del partido verde. Me desconcierta el lema de su campaña, pues no disimula su descaro: “confía en mí”. Sabido es que los mexicanos tendemos a desconfiar de los políticos, lo que yo desconocía hasta el día de hoy, es que esa desconfianza se podría desvanecer en cuanto un ingenuo político nos pidiera, dizque de corazón, que depositemos nuestra absoluta confianza en él, ¡y claro!, para dejar en claro sus nobles intenciones, nos brinda una encantadora sonrisa.

Continúo con mi trayecto, una luz roja me impide avanzar pero le permite a una manada de jóvenes, enfundados en playeras rojas, repartir los volantes en los que aparece un candidato del partido tricolor. Como la originalidad es algo que se da a raudales entre nuestros políticos, la confianza vuelve a hacer su aparición con el lema: “liderazgo que da confianza”, y como muestra irrefutable de dicho liderazgo, el candidato se presenta sonriendo.

Pero durante mi recorrido, fue la sonrisa de un candidato por el blanquiazul la que realmente logró cautivarme, quizás porque su expresión resulta más falsa que un orgasmo fingido. Con él podría resumir la farsa que atestigüé aquel día, el candidato como una marioneta incapaz de poder ocultar su naturaleza, la sonrisa como una pose con la cual pretende darse la apariencia de ser agradable, la falsedad de un aspirante a diputado que se finge preocupado por el pueblo pero que solo se preocupa por sí mismo, la sonrisa como la fachada que pretende ocultar la ambición por el poder.

Como se podrá observar, todos los candidatos posan esbozando una encantadora sonrisa en sus rostros. Más preocupados por su imagen que por sus propuestas, los contendientes no dudan en rebajar la campaña electoral al superfluo nivel de una pasarela, sus publicistas se ocupan de cubrirles las canas y blanquearles los dientes pero no dotan de sustancia alguna a sus parcas propuestas.

No puedo quitar la vista de ese pastiche de sonrisas Colgate, me llaman poderosamente la atención, me parecen incluso irónicas: el país padece de tantas crisis y los candidatos a solventar dichos problemas no lucen preocupados sino bastante jocosos. Sospecho, creo que en realidad se están mofando de nosotros, nos escupen en la cara aquella letra de La Lupita que dice: “lero lero lero lero lero lero lero lero ja ja ja que risa me da(N)”. O entonces, ¿por qué será que todos ellos lucen tan sonrientes?

14 de mayo de 2009

El reparador


Prácticamente a todos nos ha pasado, nos llega de golpe ese amargo momento de desestabilidad en nuestras vidas, y para remediarlo, decidimos cambiarlo todo, cambiar incluso nuestras propias vidas.

Remedios los hay variopintos: algunos van a la estética y se hacen un muy revolucionario corte de pelo, un nuevo look, seguramente, les cambiará la vida; a otro les da por irse de compras, cambian drásticamente su guardaropa,como aquella buena amiga, siempre fodonga, que tras una desilusión amorosa, ahora le ha dado por vestirse con atractivas minifaldas; unos resultan mucho más radicales, se cambian de ciudad, si la vida no les sonríe, seguramente se debe al lugar en el que habitan, otras coordenadas geográficas les han de deparar una mejor suerte; pero lo más in, sin duda, es esa mamarrachada de vender tu vida por Internet.

Así inicia El reparador de Bernard Malamud. La historia de un hombre, que trabaja de reparador, y quien tras el abandono de su esposa, decide reparar su propia vida, huye de las provincias rurales para probar suerte en Kiev ... ¿qué fortuna le deparará?

Un libro atrapante, que te envuelve y te hace adicto a su lectura, que por momentos se vuelve asfixiante pero nunca intolerable, y que sin duda, termina siendo una fastuosa alegoría sobre la libertad. Ampliamente recomendable, de lo mejor que he leído este año.

11 de mayo de 2009

Farabeuf revisted


Farabeuf, la minuciosa crónica de un suplicio, la tortura que cuatro chinos le inflingen a una mujer por medio de la técnica denominada como los “cien cortes”, el cuerpo de ésta mutilado, su pecho rasgado, sus brazos amarrados con fuerza por el dorso, su rodilla izquierda siendo lacerada, ella alza la vista al cielo. Una de las obras cumbre de la narrativa mexicana, escrita por el inolvidable Salvador Elizondo.

Los medios masivos de comunicación en México, los de cualquier índole, pues prácticamente ninguno de ellos se salva, son la versión hipermoderna de Farabeuf. Por sus imágenes, palabras y voces fluyen noticias que describen la agonizante realidad del país, pero la agonía expuesta en ellos no es hecho noticioso sino un acto mórbido, le exprimen hasta la última gota de sangre al cadáver que yace varado en la plaza pública.

Tanto la guerra que lidia el gobierno en contra del narcotráfico, como la epidemia de la influenza humana, o cualquier otra tragedia, son una gloriosa oportunidad que los muy pertinentes mass media no desperdiciarán. Narran con lujo de detalle el suplicio que padece el país: las balaceras retumban en las primeras planas, el lamento agonizante de los decapitados tiene su eco en las imágenes televisivas, el conteo de las víctimas se lleva día con día.

El cóctel de defunciones, sangre y tragedia ocupan un horario y lugar privilegiados, la prensa escrita, radio y televisión se encargan de recordarnos a diario nuestro escarnio, las malas noticias son las mejores noticias, las que captan una mayor audiencia, y por ello, se difunden como ninguna otra, se les dedica espacio, frecuencia y tiempo, son reiterativas pero nunca aburridas, se vuelven el palpitar de la nación.

Las noticias se vuelven cotidianas y parte de nuestra cotidianeidad, si lo que los medios de comunicación difunden es cierto, si los acribillados son muchos, si los contagiados son demasiados, entonces, el paisaje periodístico se vuelve parte del entorno. La realidad del noticiero es la realidad del país y Joaquín López Dóriga es el Guía Roji más consultado.

Pero si uno vuelve a Farabeuf, si uno retoma la fotografía del supliciado, se observa allí con claridad que existen otros partícipes en la tortura, actores, que si bien secundarios, son parte del cuadro: los curiosos.

Si los medios masivos de comunicación difunden noticias escabrosas con una obsesión pornográfica, se debe a que existe un amplio público sediento de éstas. Los receptores buscan satisfacer sus ansias de morbo, no son unas indefensas víctimas de los mass media, son sus cómplices.

Así como el automovilista disminuye la velocidad de su automóvil al ver un accidente, no por preocupación sino para ver que es lo que ha pasado; así como la señora baja el sonido del estéreo cuando escucha las sirenas de alguna patrulla, no por civilidad sino para poder apreciar hacia donde se dirigen –más tarde, no dudará en hablarle al conductor de algún noticiero radiofónico para que éste le investigue toditito el argüende-; así es de morboso el mexicano, le atraen los festines rojizos con hedor a hierro. Un claro ejemplo de todo ello: cuando en la ciudad se efectúa alguna balacera, al día siguiente, el periódico se vende como pan caliente.

Los mass media y el mórbido espectador mexicano, la pareja que logra exponenciar el triste espectáculo de las lánguidas noticias: balazos a mansalva, bolsas de valores depreciándose y tapabocas agotados, al mexicano le basta con ello, así se siente lo suficientemente informado como para poder lidiar con la vida. “El rito es nada más mirarlo” –se dice en Farabeuf-, el rito noticioso en México consiste en ello, contemplar el suplicio de nuestra nación, nuestro propio suplico, ¿somos acaso una sociedad masoquista?, ¿no era que algo de ello se sugería en Farabeuf?

Más sobre días de no guardar

Algunos estragos provocados por el desmedido pánico puerquino en palabras de Luis González de Alba, Bradly J. Condon y Tapen Sinha, Jorge Chabat y Jorge Camil. Como postre, una nota de El Universal que nos dice que a la ya-de-por-sí basta lista de desamparados desempleados, tendremos que agregarles varios más por culpa, claro, de la fobia puerquina. Oink, oink.

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Y si usted, como yo, ya se aburrió del mentado virus del puerquito, no crea que el panorama mediático mejorará, pues tal parece que el gran tema de la semana será un libro que aparenta ser bastante insulso, pero mejor, lea lo que opina sobre éste Xavier Velasco.

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Yo, para combatir el aburrimiento, me voy a dedicar a buscar las supuestas fotografías eróticas de Rihanna. Acompañado de una cerveza, por supuesto.

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"pero en ese entonces hasta los gatos se acostaban con los ratones" ... acabo de leer esta frase en un artículo de Guillermo Fadanelli, y no paro de reír ... ¿y las fotos de Rihanna?, por desgracia, todavía no las encuentro.

4 de mayo de 2009

Días de no guardar


Felipe Calderón exhortaba a todos los mexicanos a que se encerraran en sus casas, lo hizo el miércoles de la semana pasada, en un mensaje a la nación, transmitido en cadena nacional. Sus palabras textuales fueron las siguientes: “Amigas y amigos, yo quiero exhortarlos a todos, a todos sin excepción, que en estos días de asueto que vamos a tener, en este puente que irá del 1 al 5 de mayo, te quedes en tu casa con tu familia; porque no hay lugar más seguro para evitar contagiarse del virus de la influenza porcina que tu propia casa”.

El mensaje no pudo ser más desafortunado, cuando la gente estaba necesitada de aliento y aire fresco, el Presidente de la República arribaba para prescribirles a todos una fuerte dosis de desaliento y asfixia. En su mensaje, Calderón intentó irradiar tranquilidad pero la medicina que recetó reflejaba dramatismo: en las calles las cosas están muy feas, vaga por ahí un virus del que poco conocemos, quédense mejor en casa.

El ciudadano mexicano, indefenso, lidia por igual tanto con la influenza como con el hastío; el ciudadano mexicano, aprensivo, se congestiona y se sugestiona; el ciudadano mexicano, preocupado, acude al hospital por un simple dolor de cabeza o por algún estornudo extraviado; el ciudadano mexicano, ingenuo, se ha hecho a la idea de que el virus de la influenza es omnipresente; el ciudadano mexicano, contaminado, está contagiado de hipocondría.

Doy dos ejemplos de ello: el miércoles recibí una llamada, del otro lado del teléfono, con cierta preocupación, una amiga me contaba que sus padres llevaron a su hermana al sanatorio, manifestaba algunos de los síntomas, esperaban lo peor; el viernes por la noche, nos encontrábamos reunidos en casa de un amigo, vemos de pronto que sus padres y su hermana bajan las escaleras portando tapabocas, reflejaban preocupación en sus rostros, van rumbo a la clínica, ella manifestaba algunos de los síntomas, también esperaban lo peor; los resultados: negativos en ambos casos, todos contentos. No son casos aislados, una nota publicada en El Universal reflejaba que apenas al uno por ciento de quienes acudieron a algún hospital, porque presentaban algunos síntomas, fue necesario internarlos. Hay una sugestión entre nosotros y la encerrona solo nos hará empeorar mentalmente.

Nada más representativo de todo esto que las estampas de la ciudad: el viernes pasado las calles del centro estaban vacías, la gente brillaba por su ausencia; el sábado la vida nocturna del concurrido boulevard Colosio sucumbió, la arteria lucía oscura y silenciosa; el domingo veo por televisión al delantero del Toluca anotar un gol, no se escucha el júbilo del público, el cronista apenas y se da cuenta de la anotación, no la grita, el jugador alza los brazos y se dirige al centro del campo, no tiene un público con el cual celebrar su hazaña deportiva. Estampas deprimentes de una nación cuyos ciudadanos están deprimidos.

El viernes, Héctor Aguilar Camín escribió un muy atinado artículo en Milenio, en el comparaba las medidas adoptadas por los gobiernos de Estados Unidos y México en contra de la propagación de la influenza humana: allá predomina el raciocinio, saben que hay un virus e invitan a la población a que se cuide; acá, se impone la paranoia, sabemos que hay un virus y se nos instruye a huir de el refugiándonos en nuestras casas.

Desoigamos al presidente Calderón, hagamos de estos supuestos días de guardar unos días de no guardar. No hay peor mal para una nación menguada que el ahogarse en sus propias depresiones y preocupaciones, mantenernos enclaustrados parece tener tan malas consecuencias como el acudir a eventos masivos. Ante la repentina ausencia de los lugares clásicos para socializar, pongámonos creativos -¿o que no nos sentimos orgullosos de la supuesta creatividad de los mexicanos?-: organicemos una carne asada, invitemos a los amigos a deglutir hamburguesas, saquemos del closet los juegos de mesa, vayamos a pescar a la presa, veamos en la pantalla de plasma el evento deportivo del fin de semana… en pocas palabras, distraigámonos un poco, nos hace mucha falta.