11 de mayo de 2009

Farabeuf revisted


Farabeuf, la minuciosa crónica de un suplicio, la tortura que cuatro chinos le inflingen a una mujer por medio de la técnica denominada como los “cien cortes”, el cuerpo de ésta mutilado, su pecho rasgado, sus brazos amarrados con fuerza por el dorso, su rodilla izquierda siendo lacerada, ella alza la vista al cielo. Una de las obras cumbre de la narrativa mexicana, escrita por el inolvidable Salvador Elizondo.

Los medios masivos de comunicación en México, los de cualquier índole, pues prácticamente ninguno de ellos se salva, son la versión hipermoderna de Farabeuf. Por sus imágenes, palabras y voces fluyen noticias que describen la agonizante realidad del país, pero la agonía expuesta en ellos no es hecho noticioso sino un acto mórbido, le exprimen hasta la última gota de sangre al cadáver que yace varado en la plaza pública.

Tanto la guerra que lidia el gobierno en contra del narcotráfico, como la epidemia de la influenza humana, o cualquier otra tragedia, son una gloriosa oportunidad que los muy pertinentes mass media no desperdiciarán. Narran con lujo de detalle el suplicio que padece el país: las balaceras retumban en las primeras planas, el lamento agonizante de los decapitados tiene su eco en las imágenes televisivas, el conteo de las víctimas se lleva día con día.

El cóctel de defunciones, sangre y tragedia ocupan un horario y lugar privilegiados, la prensa escrita, radio y televisión se encargan de recordarnos a diario nuestro escarnio, las malas noticias son las mejores noticias, las que captan una mayor audiencia, y por ello, se difunden como ninguna otra, se les dedica espacio, frecuencia y tiempo, son reiterativas pero nunca aburridas, se vuelven el palpitar de la nación.

Las noticias se vuelven cotidianas y parte de nuestra cotidianeidad, si lo que los medios de comunicación difunden es cierto, si los acribillados son muchos, si los contagiados son demasiados, entonces, el paisaje periodístico se vuelve parte del entorno. La realidad del noticiero es la realidad del país y Joaquín López Dóriga es el Guía Roji más consultado.

Pero si uno vuelve a Farabeuf, si uno retoma la fotografía del supliciado, se observa allí con claridad que existen otros partícipes en la tortura, actores, que si bien secundarios, son parte del cuadro: los curiosos.

Si los medios masivos de comunicación difunden noticias escabrosas con una obsesión pornográfica, se debe a que existe un amplio público sediento de éstas. Los receptores buscan satisfacer sus ansias de morbo, no son unas indefensas víctimas de los mass media, son sus cómplices.

Así como el automovilista disminuye la velocidad de su automóvil al ver un accidente, no por preocupación sino para ver que es lo que ha pasado; así como la señora baja el sonido del estéreo cuando escucha las sirenas de alguna patrulla, no por civilidad sino para poder apreciar hacia donde se dirigen –más tarde, no dudará en hablarle al conductor de algún noticiero radiofónico para que éste le investigue toditito el argüende-; así es de morboso el mexicano, le atraen los festines rojizos con hedor a hierro. Un claro ejemplo de todo ello: cuando en la ciudad se efectúa alguna balacera, al día siguiente, el periódico se vende como pan caliente.

Los mass media y el mórbido espectador mexicano, la pareja que logra exponenciar el triste espectáculo de las lánguidas noticias: balazos a mansalva, bolsas de valores depreciándose y tapabocas agotados, al mexicano le basta con ello, así se siente lo suficientemente informado como para poder lidiar con la vida. “El rito es nada más mirarlo” –se dice en Farabeuf-, el rito noticioso en México consiste en ello, contemplar el suplicio de nuestra nación, nuestro propio suplico, ¿somos acaso una sociedad masoquista?, ¿no era que algo de ello se sugería en Farabeuf?

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