4 de mayo de 2009

Días de no guardar


Felipe Calderón exhortaba a todos los mexicanos a que se encerraran en sus casas, lo hizo el miércoles de la semana pasada, en un mensaje a la nación, transmitido en cadena nacional. Sus palabras textuales fueron las siguientes: “Amigas y amigos, yo quiero exhortarlos a todos, a todos sin excepción, que en estos días de asueto que vamos a tener, en este puente que irá del 1 al 5 de mayo, te quedes en tu casa con tu familia; porque no hay lugar más seguro para evitar contagiarse del virus de la influenza porcina que tu propia casa”.

El mensaje no pudo ser más desafortunado, cuando la gente estaba necesitada de aliento y aire fresco, el Presidente de la República arribaba para prescribirles a todos una fuerte dosis de desaliento y asfixia. En su mensaje, Calderón intentó irradiar tranquilidad pero la medicina que recetó reflejaba dramatismo: en las calles las cosas están muy feas, vaga por ahí un virus del que poco conocemos, quédense mejor en casa.

El ciudadano mexicano, indefenso, lidia por igual tanto con la influenza como con el hastío; el ciudadano mexicano, aprensivo, se congestiona y se sugestiona; el ciudadano mexicano, preocupado, acude al hospital por un simple dolor de cabeza o por algún estornudo extraviado; el ciudadano mexicano, ingenuo, se ha hecho a la idea de que el virus de la influenza es omnipresente; el ciudadano mexicano, contaminado, está contagiado de hipocondría.

Doy dos ejemplos de ello: el miércoles recibí una llamada, del otro lado del teléfono, con cierta preocupación, una amiga me contaba que sus padres llevaron a su hermana al sanatorio, manifestaba algunos de los síntomas, esperaban lo peor; el viernes por la noche, nos encontrábamos reunidos en casa de un amigo, vemos de pronto que sus padres y su hermana bajan las escaleras portando tapabocas, reflejaban preocupación en sus rostros, van rumbo a la clínica, ella manifestaba algunos de los síntomas, también esperaban lo peor; los resultados: negativos en ambos casos, todos contentos. No son casos aislados, una nota publicada en El Universal reflejaba que apenas al uno por ciento de quienes acudieron a algún hospital, porque presentaban algunos síntomas, fue necesario internarlos. Hay una sugestión entre nosotros y la encerrona solo nos hará empeorar mentalmente.

Nada más representativo de todo esto que las estampas de la ciudad: el viernes pasado las calles del centro estaban vacías, la gente brillaba por su ausencia; el sábado la vida nocturna del concurrido boulevard Colosio sucumbió, la arteria lucía oscura y silenciosa; el domingo veo por televisión al delantero del Toluca anotar un gol, no se escucha el júbilo del público, el cronista apenas y se da cuenta de la anotación, no la grita, el jugador alza los brazos y se dirige al centro del campo, no tiene un público con el cual celebrar su hazaña deportiva. Estampas deprimentes de una nación cuyos ciudadanos están deprimidos.

El viernes, Héctor Aguilar Camín escribió un muy atinado artículo en Milenio, en el comparaba las medidas adoptadas por los gobiernos de Estados Unidos y México en contra de la propagación de la influenza humana: allá predomina el raciocinio, saben que hay un virus e invitan a la población a que se cuide; acá, se impone la paranoia, sabemos que hay un virus y se nos instruye a huir de el refugiándonos en nuestras casas.

Desoigamos al presidente Calderón, hagamos de estos supuestos días de guardar unos días de no guardar. No hay peor mal para una nación menguada que el ahogarse en sus propias depresiones y preocupaciones, mantenernos enclaustrados parece tener tan malas consecuencias como el acudir a eventos masivos. Ante la repentina ausencia de los lugares clásicos para socializar, pongámonos creativos -¿o que no nos sentimos orgullosos de la supuesta creatividad de los mexicanos?-: organicemos una carne asada, invitemos a los amigos a deglutir hamburguesas, saquemos del closet los juegos de mesa, vayamos a pescar a la presa, veamos en la pantalla de plasma el evento deportivo del fin de semana… en pocas palabras, distraigámonos un poco, nos hace mucha falta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigou! tiene asté toda la razón. Yo por eso me fui el sábado a una boda onde me gané el ramo! (tendría que ver que en ese momento fingí un ataque de tos descomunal, que hizo que mis "rivales" se pusieran en retirada?). Jojo, el miedo trunca las oportunidades...
Saludos virulentos!