2 de noviembre de 2010

La ciudad silente

La observé a la distancia, ella estaba sentada en una banca ubicada a las afueras de la clínica número 10 del IMSS, detenía con una mano lo que aparentaban ser unos estudios clínicos, con la otra pretendía cubrir su boca mas no podía, su mano temblorosa y la notoria apertura de sus fauces se lo impedían, sus ojos se notaban enrojecidos y su rostro descompuesto… era obvio, ella lloraba. Historias como la anterior, historias en apariencia exiguas ocurren a diario en la ciudad de Aguascalientes y forman parte nuestra anatomía citadina, son pequeñas tramas urbanas que pasan desapercibidas, historias que se pierden en una ciudad porque, entre otras cosas, carecemos de cronistas.

Se enumeran con cierta frecuencia nuestras carencias: los apocalípticos no dudan en asegurar que seremos una de las primeras ciudades en quedarnos sin agua, los letrados lamentan la ausencia de la literatura aguascalentense en el panorama literario nacional, la izquierda añora que la sempiterna pasividad de una ciudadanía que ante la tempestad ha permanecido siempre ecuánime algún día se desvanezca… yo solamente deseo poder disfrutar de la lectura de un par de cronistas hidrocálidos los fines de semana.

La crónica, amiga inseparable de las costumbres, los hombres y la vida, ha permanecido ausente en la construcción de Aguascalientes, la ciudad tiene más de cuatro siglos de historia pero pocas historias escritas en su haber, no es que no contemos con ellas, nuestra tradición oral es riquísima, hablar con una persona mayor es como abrir un archivero arrumbado que contiene en su interior anécdotas infinitas sobre Aguascalientes, por desgracia, en la ciudad no hemos tenido en el pasado a un Micrós o un Salvador Novo, y tampoco lo tenemos actualmente.

En una entrevista Juan Villoro sostuvo recientemente: “mientras los periodistas engordan (porque cada vez salen menos a la calle) los periódicos adelgazan”. Para Villoro, la calle ha dejado de ser noticia, las encuestas y la estadística han reducido el sentir popular a un cuestionario y un par de fórmulas matemáticas, la crónica, sostiene el escritor, ha sido orillada a refugiarse en revistas y libros. Pero en Aguascalientes no existe una guarida para la crónica, en revistas como Parteaguas y Tierra Baldía el género ha estado ausente, y el único libro de crónicas que se ha editado en los últimos 10 años ha sido La vuelta a Aguascalientes en 80 textos, loable esfuerzo que paradójicamente refleja la ausencia del ejercicio crónico, el libro está saturado de nostalgia y carece de narración.

Desconozco a que se deba esta ausencia de cronistas en la ciudad, quizás sea simple y llano desinterés. En los últimos años el Consejo de la Crónica se derritió y nadie pareció verter una lágrima al respecto; de los múltiples articulistas con los que hoy contamos –en la actualidad, prácticamente la totalidad de los diarios locales cuentan con una robusta sección de opinión– ninguno aprovecha el espacio que se le brinda para contar la anécdota, el chisme o la jocosa banalidad de la semana, nadie osa en convertirse en el gran murmurador de la ciudad; históricamente los escritores de Aguascalientes se han decantado por el cuento y la poesía, tan es así, que el programa editorial primer libro del ICA innova con subgéneros como la historieta, dejando a la crónica en el olvido.

Pero no todo está perdido, en tiempos recientes dos jóvenes, Ángela Piedad y Mónica de Luna, esbozaron algunas crónicas en la prensa local; El Heraldo Aguascalientes es la trinchera desde la cual todos los lunes nuestro único cronista, Carlos Reyes Sahagún, retrata la ciudad de Aguascalientes; y aún con su exceso de nostalgia, el libro coordinado por Salvador Camacho Sandoval presenta algunas crónicas plausibles como la de Con estos ojos… de Gustavo Arturo de Alba, un ejemplo perfecto de la crónica citadina, un texto que refleja la vida urbana, que se ocupa de darle voz a quienes no la tienen.

El pasado viernes se celebró el 435 aniversario de la fundación de Aguascalientes, en las calles, la ciudad y sus ciudadanos parecían ajenos a la celebración, en la Plaza de Armas se montó un escenario que más parecía un spot móvil de una estación de radio que el escenario en el que se conmemoraría un aniversario más de la ciudad, no hubo un ambiente festivo ni en las calles del centro, ni en la barra de bebidas del Yambak bar, ni en los puestos desmontables de los tianguis, ni en el puesto de las deliciosas gorditas Mary… la urbe desatendió el aniversario de su ciudad porque Aguascalientes nunca se ha preocupado por su vida urbana. Rafael Pérez Gay concluyó su libro Paraísos duros de roer con la siguiente sentencia: “la crónica es en género diabólico”… despierten pues los demonios aquicalidenses.

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