5 de noviembre de 2009

Un bife de chorizo


La semana pasada Guillermo Fadanelli publicó un muy provocativo texto en El Universal, el corpus del mismo puede resumirse con la transcripción del siguiente párrafo: “Joseph de Maistre […] escribió: ‘El hombre debe obrar como si lo pudiera todo y resignarse como si no pudiera nada’. Detrás de la rebelión está el fracaso y el hombre romántico se rebela, porque en su más profunda intuición sabe que ha perdido de antemano la batalla”.

Su instigador artículo no pudo haber llegado en mejor momento, los ánimos de la nación han estado caldeados, el último par de semanas la rebeldía se escuchó con frecuencia y a grandes decibeles en charlas, se difundió por Internet, se plasmó contundentemente en los periódicos, tuvo cabida en muy diversos medios de comunicación, pero a final de cuentas, el viaje del alarido fue breve y sus frutos nulos, el desenlace fue otra batalla perdida por parte de la rebeldía. ¿Tendrá razón Fadanelli?

La reciente aprobación del aumento a impuestos como el IVA, ISR y un largo etcétera, encolerizó a muchos, la ley de ingresos dictaminada por diputados, y aprobada después (con mucho teatro de por medio) por senadores, no fue bien recibida, acogió abucheos y rechiflas, nuestros legisladores se ganaron en la treta algunos de los siguientes adjetivos: “farsantes”, “imbéciles”, “ineptos”, “ignorantes”, “torpes”… pero tan peculiar dispendio de enjundia sirvió para muy poco, los nuevos impuestos pasaron prácticamente sin modificación alguna por la cámara alta.

¿Por qué fracasa el discurso rebelde? La respuesta parece ser en apariencia sencilla, podría argumentarse que el discurso disidente proviene de esferas muy alejadas del poder, ajenas al microcosmo en el cual se toman las decisiones en México; podría sostenerse también que el discurso rebelde no fracasa, o al menos, no lo hace en su totalidad, la rebeldía se sabe estéril de nacimiento, y su intención, por lo mismo, no es la de rendir frutos legislativos sino la de crear conciencia social.

La rebeldía probablemente naufrague debido a su masculino y vigoroso afán de confrontación, el insulto a los legisladores es aplaudido porque provoca alegría y desahoga, es un acto valiente, viril, hilarante y jocoso, una merecida afrenta contra tan impronunciables ciudadanos… pero la arenga verbal se estanca en la masturbación, en el monólogo del grito münchiano que no conduce hacia la construcción y el diálogo.

Extrañé que en la reciente trifulca, además de haber aprendido los múltiples e ingeniosos nombres con los cuales se re-bautizaron a nuestros legisladores, se distinguieran también heroicamente voces de economistas que nos hicieran comprensible al resto de los mortales nuestros problemas económicos como nación, no me conformo con que me digan que el gobierno derrocha dinero irracionalmente y que las empresas evaden impúdicamente impuestos. Que se explayen nuestros economistas, que nos eduquen, que nos indiquen dónde está derrochando inmoralmente dinero el gobierno, cómo evaden las empresas impuestos, y si se puede, que nos digan nombres.

El ánimo rebelde está ahí: en la madre de familia indignada, en el pobretariado inundado de deudas, en los jóvenes twitteros que conforman comunidades en el ciberespacio, en egresados sin chamba… nos hace falta encausar tanta enjundia, pasar del insulto a la propuesta.

Fadanelli sostiene en su artículo: “si uno nunca experimenta el deseo de rebelarse contra una injusticia o una opresión, entonces es que se ha convertido en santo y es la peana de un oratorio y no la sociedad su verdadera morada”. Quizás esa sea la esencia de la rebeldía, un acto tan inocuo, pero necesario, como el ordenar un bife de chorizo en un restaurante vegetariano.

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