20 de noviembre de 2009

Algo más sobre mí y mis hogares

Siempre lo he sostenido: si algún día un locuaz aventurero osa escribir la biografía de un servidor, se verá en serios aprietos. Por ejemplo: no sabrá en que lugar inicié mi vida, de hecho, yo tampoco lo sé, sé en que hospital fui parido, pero después de eso: ¿a dónde fui llevado?

Ojo, no es que no lo recuerde, es que simple y sencillamente no lo sé, no sé donde dí mis primeros pasos, donde dije mi primera palabra, donde me dieron de comer aquella (supongo) suculenta papilla de plátano… el recuerdo de mis hogares arranca por ahí de mis 4 o 5 años de vida. Y es en realidad un recuerdo sumamente confuso y vago.

Confuso porque el orden cronológico está hecho un lío, vago porque recuerdo muy poco de aquellos fugaces hogares. Ahora que lo pienso, quizás, mi desconocimiento y desmemoria se deban a ello: en mi tierna infancia, de algo estoy seguro respecto a mis hogares: todos ellos fueron fugaces.

De los 4 a los 6 años (aprox.) viví en una casa que quedaba frente a un kinder, el único recuerdo que guardo de ella es el perro de los vecinos, era enorme, o al menos, así me parecía, sin duda, del tamaño de un dinosaurio; recuerdo aquella otra casa dúplex que era un verdadero dolor de cabeza para todos nosotros, los deshumanizados vecinos de abajo (nosotros, vivíamos en la segunda planta), al no recorrer la reja, nos dejaban encarcelados en nuestra propio hogar, encima, las llantas de nuestro carro amanecían siempre sin aire. Es una de las pocas ocasiones en las cuales han emanado de mi interior instintos asesinos, deseaba hacerme de una metralleta y descargar todas las municiones del mundo en el piso de aquellos deshumanizados vecinos (eso instintos nacieron probablemente porque un servidor veía innumerables películas de acción en su tierna infancia); recuerdo también dos casas en Veracruz: una de ellas era enorme, verde (no sé si este dato sea verídico o un producto de mi dañada imaginación), infestada de cucarachas y ubicada, para nuestra desgracia, a un costado de la avenida más ruidosa de la ciudad (era imposible dormir con tanto ruido), sin duda, el set idóneo para rodar alguna película de Cronenberg; la otra, era un pequeño departamento ubicado a un costado de la playa, extremadamente caluroso, en mi recámara había un enorme ventanal con vista al mar, a través de él veía todos los días el amanecer (no tenía cortinas), recuerdo que en aquel lugar viví la primera noche en la cual no pude conciliar el sueño, una hazaña inolvidable.

Tras aquella orgía de hogares (hubo otros que no vale la pena mencionarlos), instalado en un plano más sedentario, habité en dos hogares:

El primero de ellos era bastante feo para ser sinceros, pero eso sí, ¡tenía una tina! (ni crean, cuando uno tiene tina en su casa, ésta pierde todo su encanto), recuerdo que en alguna ocasión comprobé que bastaba con un sobre de Kool-Aid para colorear la totalidad de su contenido líquido, el agua se volvió roja, según yo, era sangre… vaya que sí tenía imaginación. Aquella casa contaba con un jardín que nunca lo fue (o, ¿existen los jardines de tierra?), una cocina que se resumía en una triste estufa, un boquete por el cual podría irrumpir el ladrón más obeso del mundo, un barandal completamente oxidado, ¡ah!, también tenía una chimenea, la cual, si mal no recuerdo, se utilizó únicamente en una ocasión. En aquella casa plantamos entre todos un pino que, creo, todavía existe y es alto y frondoso, tuvimos por mascotas un par de patos (uno de ellos, ya envejecido, lo fuimos a donar al entonces conocido como el “Parque Héroes Mexicanos”). No recuerdo como fue la despedida de aquella casa, en realidad, fue un hogar que nunca he extrañado.

El segundo hogar, pese a su enorme defecto (era más frío que una mujer frígida), era un sitio sumamente acogedor, con una linda ubicación, un enorme jardín que mi mamá poco a poco fue labrando… pero, más que el hogar en sí, son los recuerdos de lo que ahí viví lo que nunca olvidaré: ahí, por vez primera, entablé una entrañable amistad con mis vecinos, hacíamos nuestros campamentos en el jardín de mi casa o de la suya; en la avenida ubicada a espaldas de mi casa aprendí tardíamente a andar en bicicleta; “adoptamos” mi familia y yo un par de gatos que pronto se convirtieron en un batallón; ahí nació, creció, murió y nunca se educó nuestra mascota, una perra llamada coqueta; ahí nació, gateó, caminó y habló por vez primera mi sobrino Santiago; ahí sostuve relaciones con algunas de las mujeres a quienes más he querido en mi vida; ahí realicé algunas fiestas, una de ellas, la última, permanecerá imborrable en la memoria colectiva de mis amistades; ahí tomé por primera vez las llaves de un coche para manejarlo; ahí fue a dejarme mi primera novia una noche en la cual me encontraba en completo estado de embriaguez, me dio un muy cachondo beso a pesar de haber vomitado minutos antes de despedirnos, aquello era amor; hasta ahí me dio aventón aquella niña que tanto me gustaba en la preparatoria (yo también le gustaba … pero estábamos bastante pendejos como para darnos cuenta de ello); ahí comimos numerosas carnes asadas, algunas jugosas, otras secas; ahí llenamos la barra de envases de cervezas en una de mis más célebres fiestas de cumpleaños; ahí realicé mi primera y única cena romántica, todo terminó en sexo oral, idiota de mí, olvidé comprar los preservativos; ahí escribí mi primer artículo publicado en un diario; ahí escribí junto a mi entonces mejor amigo una canción sobre el suicidio, proféticamente, una compañera de clases se suicidaría una semana después… ahí dormí por última vez el domingo pasado.

Ahora duermo en una nueva casa, adaptarme arquitectónica y geográficamente a ella no me ha costado ningún trabajo … pero los recuerdos, esos sí me costarán un arduo trabajo, tendré que ir construyendo los cimientos de mis nuevas aventuras en este nuevo hogar.

Mis potenciales biógrafos pueden dormir tranquilos, sé que nunca existirá algún locuaz aventurero interesado en escribir mi muy aburrida biografía, por ello, yo algún día escribiré mi autobiografía, acción que, encima, resulta mucho más entretenida.

1 comentario:

Lily dijo...

Y aquí hablas de tus cochinadas =(