30 de noviembre de 2009

Aquel gélido mausoleo


Contaré una anécdota: cursaba el noveno semestre de la licenciatura, y en plena clase, la novel catedrática -nunca supe si en un desliz o en un arranque de sinceridad- dijo algo muy parecido a esto: “será cuando comience a egresar la gente que actualmente cursa la licenciatura, cuando la profesionalización de los medios locales irá en aumento”. Aquello me sorprendió, más que nada, porque en aquellos entonces la hoy extinta Licenciatura en Comunicación Medios Masivos cumplía veinte años, ¿acaso los medios locales no habían mejorado con veinte generaciones de profesionistas?. Dejo ahí la anécdota, espero que se entienda su significancia.

La UAA se encuentra, quizás no de moda, pero sí, en boca de muchos: desde sus alumnos y catedráticos marchando por las calles de la ciudad de Aguascalientes; hasta el hueco discurso de los políticamente correctos -que, dicho sea de paso, son una dañina (y populosa) plaga- quienes se llenan la boca emitiendo un discurso con el que supuestamente pretenden defender a la universidad, pero cuya única finalidad, es la de jalar agua para su molino. La batalla es una y es simple: que se le otorgue a la universidad el presupuesto que por ley le corresponde.

He de confesar mi enorme extrañeza ante tan unánime muestra apoyo, pues, para nadie es un secreto, la educación que tenemos en México es uno de nuestros más sonoros fracasos como nación (y miren que tenemos fracasos de sobra): nuestros alumnos se destacan sobretodo por su pereza, nuestras maestros reprueban cuanta cantidad de pruebas de aptitudes les ponen enfrente, las instalaciones de las escuelas son insuficientes y precarias… pensé que a estas alturas, la sociedad (o al menos, quienes se proclaman como voceros de ésta) se habría vuelto más crítica. Sí, presupuesto para la UAA … pero, ¿a cambio de qué?

Debido a la oleada de voces que le han ofrecido todo su apoyo a la UAA, se han visto sofocadas las voces críticas, de la buena crítica, aquella que apunta a las debilidades, no para desprestigiar, sino para que éstas sean fortalecidas. No deja de ser sensible ésta ausencia pues, una buena educación, no se logra exclusivamente en base a la cuantía del presupuesto adquirido.

Estoy convencido de que uno de los mayores problemas de la universidad, es el hecho de que las autoridades universitarias suelen dejar de lado la voz de su alumnado. Si vivimos en un país en el que a los gobernantes le valen sorbete sus gobernados, ¿porqué pensar que rectores y decanos le dedican tiempo y espacio a sus alumnos?, es una cuestión de idiosincrasia. No deja de ser significativo el hecho de que alumnos y autoridades universitarias estén protestando por separado, no congenian, no están unidos… aquello de la “comunidad universitaria” parece ser un mito.

Como exalumno de la universidad fui testigo de un abismo que nos separaba a los alumnos y a las autoridades, el roce del estudiante con las autoridades es nulo, no existen los canales para que se dé el diálogo entre ellos. A raíz de esa separación, las autoridades van perdiendo el tacto acerca de cuáles son las necesidades de sus alumnos, y sus decisiones, podrán no ser las adecuadas para que éstos reciban una educación idónea. He ahí el ejemplo extremo: el decadente caso de la U de G, cuyas cúpulas se peleaban la rectoría hasta con la cubeta porque el presupuesto es mucho y la transparencia poca, lo de menos, claro está, eran sus alumnos.

Recuerdo aquellas, en apariencia, lejanas noches de invierno, bien arropados y reunidos en círculo, mis compañeros de la licenciatura y yo hablábamos, entre otras muchas cosas, de nuestros sueños, a qué nos dedicaríamos cuando recibiéramos nuestros títulos. Nuestros sueños solían ser claros y de altos vuelos –los estudiantes solemos ser perezosos para muchas cosas, pero no para soñar-. Es ese el mayor recuerdo que guardo de la UAA, y es, a la postre, la mejor descripción que podría hacer de ella: la de aquel gélido mausoleo en el cual se resguardan los fallecidos sueños de centenares de jóvenes idealistas.

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