12 de noviembre de 2009

¿El crepúsculo del deber?


Hace algunos ayeres leí El crepúsculo del deber de Gilles Lipovetsky, confieso que su lectura me dejó indiferente, quizás mi indiferencia se debió a que el contexto de su crítica se ubica en el primer mundo, muy alejado del tercer mundo desde el cual se escriben estas líneas, y por ende, sentí el propósito de su libro totalmente ajeno a la realidad en la cual habito.

Sin embargo, acontecimientos recientes me han hecho virar y vacilar, quizás el llamado “crepúsculo del deber” comienza a brotar en ciertos sectores (socioeconómicos sobretodo) de la sociedad mexicana.

Célebre y (muy) vitoreado se ha vuelto el caso de internetnecesario, espacio virtual en el cual un puñado de privilegiados (en México, no cualquiera mortal tiene acceso a Internet) se organizaron, twittearon la gota gorda, y lograron (es un decir) que se derogara la hipotética implementación de un impuesto a Internet.

Reviso el sitio desde el cual lidiaron su batalla los twitteros, y no encuentro regado en el campo de batalla ningún atisbo de conciencia social, una vez derogado el impuesto los twitteros pasaron ágilmente a la celebración y dejaron en el abandono la lucha. Su lucha, visto está, no era social -nada de computadoras para todos, ni Internet para todos; aquello es una utopía que no vale una batalla- sino individual, no les motivó la urgente necesidad de la sociedad mexicana para acceder a Internet, les motivó su bolsillo, no querían pagar más. Punto.

Sorprende que en un país en el cual abundan las necesidades sociales, la disolución de un hipotético impuesto a Internet sea nuestro magro y único triunfo como sociedad organizada, pero la sorpresa se disuelve si alzamos la mirada y atestiguamos que nuestra próxima batalla social será la derogación de la tenencia -ganada recientemente por los hermanos queretanos-, un impuesto que afecta exclusivamente a ciertos sectores (ya-saben-cuales) socioeconómicos. No se trata pues de una sorpresa, es una norma: la de la conciencia social en primera persona, cuando el afectado es el yo, entonces, la inconformidad logrará hacer ruido siempre y cuando afecte a los sectores sociales privilegiados, y caeremos en consecuencia en ejemplos tan lamentables como el siguiente: si se aumenta el costo del transporte público los twitteros no se inmutan, pero luchan para derogar la tenencia, digo, es que es tan lindo aquello de estrenar un coche último modelo.

Lipovetsky describía en El crepúsculo del deber la decadencia del compromiso social, en la actualidad, el comprometerse con una causa social es un acto que comúnmente se desprecia, se apela mejor a la comodidad de la caridad: el redondeo en los supermercados, el show business televisivo de las donaciones empresariales, el hit de la conciencia ecológica…

Aparentemente algo similar está ocurriendo en México, comprometernos con una causa social nos da una enorme hueva, mejor optamos por cederle al cajero del Oxxo cincuenta centavos, le donamos cien pesos al Teletón, dejamos unos cuantos furibundos mensajes en Twitter… de mientras, a nuestros verdaderos problemas sociales preferimos darles la espalda, un cruel ejemplo de ello: Héctor Aguilar Camín hizo recientemente eco de una desgarradora realidad: la trata de blancas, narró desde su columna en Milenio la historia del rescate de niñas de doce y catorce años que estaban siendo prostituidas en Coatzacoalcos, aparentemente, pocos han alzado la voz ante este acontecimiento.

A últimas fechas he escuchado voces que celebran la democracia twittereana, ven a Twitter como el ciber-templete en el cual se hace eco de la voz de la plebe. Nada más alejado de la realidad, los twitteros son un microcosmo de privilegiados, por sus ciento cuarenta caracteres no se transmite la (parafraseando a Borges) “befa de la plebe”, por el contrario, Twitter parece invitarnos seductoramente a ejercer el crepúsculo del deber desde la comodidad de una laptop.

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