8 de octubre de 2010

Madre e hijo

Mis días aparentemente transitan por la vereda de la inalterabilidad, unos y otros guardan tantos parecidos entre sí que en más de una ocasión los he confundido, en rutinas como la ingesta de alimentos, las horas de sueño y los quehaceres laborales parece írseme la vida entera. Pero la rutina guarda también sus muy gratas recompensas, a unos cuantos metros del lugar en el cual laboro, soy testigo día a día de una escena bellísima: en un gimnasio, una joven madre de familia hace ejercicio en la caminadora, frente a ella se encuentra la carreola de su hijo, me encanta la simbiosis, una mujer que no ha dejado su individualidad para enfundarse en el rol de madre, sino que complementa a la perfección ambas actividades.

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