4 de febrero de 2010

Como no leer en el urbano

Uno de estos acuosos días abordé un camión urbano … no sabía en la que me metía. Pensé que, aparte de transportarme, el urbano lograría resguardarme, que su techo de lámina, si bien gélido, me protegería de la lluvia, tenue, pero criminalmente incesante. Abordé el urbano y tardé en tomar asiento, no porque no hubiese disponibles, sino porque la totalidad de éstos estaban mojados y humedecería irremediablemente mis nachas recientemente inyectadas, no supe el porqué de aquel inusual charquerío –desgraciadamente, no soy de los que capta las cosas a la primera-, fue hasta que por fin me senté y abrí la Letras Libres (ahora a sesenta pesotes) que lo supe, el urbano goteaba y mojó sin escrúpulos mi costosa revista, observé entonces como el techo del urbano hacía agua por todas partes.

Visto está, las mejoras ofrecidas (y comprometidas) a cambio del recientemente aprobado aumento son una burla a peaje armado. Y visto está (también), aquellos supuestos doctos que pregonan que la plebe intelectualmente subdesarrollada no lee ni siquiera en el urbano, es porque probablemente desde hace tiempo no abordan uno … como no leer en el urbano, lo comprobé esta semana, lo compruebo cada que abordo el maltrecho transporte público que padecemos en esta nación.

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