10 de febrero de 2010

Mecanografiar


Esta labor aparenta una enorme sencillez, es un proceso tan o más insípido que el fast food, el trabajo consiste en: sentarse, atrapar mientras se divaga un par de ideas errantes (ajenas incluso) y mecanografiarlas con cierto estilo periodístico. Cumplo por estas fechas tres años practicando semanalmente esta altiva labor: intentar resumir en una cuartilla la paradisíaca cotidianeidad que, en ocasiones, no se extiende más allá del microcosmos político. El proceso culmina al ver ese puñado de palabras impresas en las páginas del Página 24.

En los aniversarios se suelen renovar convicciones, son el pretexto perfecto para proponer un brindis y celebrar sonoros festejo, pero también, son momentos idóneos para ejercer la reflexión y la siempre necesaria autocrítica. ¿A qué he jugado a lo largo de estos tres años, en los cuales, he ejercido (sin licencia de por medio) como un malogrado mecanógrafo?

Como en la mayoría de los mecanógrafos, cierta dosis de egocentrismo se ha hecho presente en mí, jamás he creído en mi importancia, pero sí llegue a creer en la de mis palabras, en algún momento llegue a creerme poseedor de una opinión tan buena o importante, que era preciso mecanografiarla y publicarla.

Sin embargo, a lo largo de este periodo he errado muchas veces: mi ortografía y sintaxis deslucen en ocasiones, insignificancias que resaltan mi insignificancia, retratan al crítico mecanógrafo que ha tropezado con la minúscula barrera de la redacción; soy conciente de que en ocasiones, aburro, tardo una eterna cuartilla en mal-transmitir aquello que contundentemente puede resumirse y transmitirse mediante una frase concreta; me he descubierto como un pésimo gurú de los resultados electorales, jamás apuesten a mis pronósticos; pero sobretodo, ha dejado una enorme cantidad de temas en el olvido. Aunque también, he de confesarlo, he mecanografiado un par de artículos de los cuales estoy realmente orgulloso.

Una de las dichas del mecanografiar son las lecciones que, como en todo oficio, deja la práctica. Hay lecciones desgarradoras, quizás la mayor de ellas sea el asimilar (como egocéntrico mecanógrafo) la intrascendencia de tu monólogo textual, el texto publicado es una bala perdida que únicamente hiere al vacío, la concientización y la insurgencia no son mechas que logren incendiarse por obra y gracia de alguna gélida columna mecanográfica.

Una valiosa lección que he aprendido a lo largo de estos tres años, es que la labor del mecanógrafo es siempre pasajera, una opinión caduca más rápido que un litro de leche pasteurizada, gracias a ello, he asimilado que no se mecanografía para concientizar ingenuamente a un puñado de lectores, sino para iniciar un diálogo (quizás, también ingenuamente). El diálogo puede ser impersonal y sordo, pero es probable que se expanda gracias al enorme atractivo del murmullo, la concientización social en cambio, podrá entonarse furibundamente y en voz alta, pero, al ser un producto de la vanidad periodística, no encontrará eco alguno.

Hace relativamente poco tiempo leí un texto de Fernando Rivera Ibarra cuyo título me dejó perplejo, el mecanógrafo en cuestión elaboró un reclamo con un dejo impotencia, comentaba en las páginas de La Jornada Aguascalientes que los políticos, no le leen (“menos nos leen”). No comparto en absoluto aquella posición, nunca he aspirado a que la conciencia moral y social transiten ingenuamente por mis textos, y jamás he aspirado, ni muy remotamente, a convertirme en el Pepe Grillo de algún trasnochado político. Desear la influencia política me parece tan fútil como desear el poder político.

Tres años mecanografiando, no me queda más que agradecer a quienes hacen posible la publicación, y sobre todo, a quienes leen estas líneas tan pobremente mecanografiadas, de pasada, aprovecho para confesarles que seguiré mecanografiando, pues es ante todo, una viciosa labor que disfruto enormemente.

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