9 de diciembre de 2008

Humberto Moreira as Travis Bickle

Quizás ustedes recuerden aquella película que causó cierto impacto en la década de los 70’s: Taxi Driver. En ella su protagonista, Travis Bickle, decide llevar su discurso con tintes evangélicos de las palabras a las acciones, cansado de ver a diario el como una cantidad considerable de escorias humana infectan las calles de Nueva York se decide a limpiar éstas con sus propias manos, armándose hasta los dientes confronta y ejecuta a un grupo de padrotes que explotan las carnes de una indefensa adolescente.

Quizás también hayan escuchado en las noticias que el flamante gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, se ha aventado la puntada de proponerle al Congreso de su entidad la legalización de la de la pena de muerte en contra de los secuestradores que maten o torturen a sus víctimas.

Si no ha visto la cinta y tampoco se enteró usted de la ocurrencia del gobernador coahuilense, al menos debió de percatarse del escandalazo que esta última provocó en los medios de comunicación: moneros, columnistas, bloggers, políticos, abarroteros… un elevado número de mexicanos queriendo ser partícipes del argüende del momento.

Que gasto tan innecesario de saliva y de energías, supongamos por un momento que llegara a aprobarse dicha medida –algo tan improbable como el que México llegue a ganar algún día el Mundial de fútbol-, sus consecuencias sería infructíferas. Que ilusos son, como si en México se capturaran a tantísimos secuestradores, como si nuestro sistema de justicia fuera recto, como si acá se aplicara siempre la ley con estricto apego a la norma escrita. Podríamos tener presente en nuestras leyes la posibilidad de aplicar la pena de muerte y nadie la aplicaría, como tantas leyes que si bien escritas, no se aplican en la realidad este país.

Ante la imposibilidad de proponer soluciones reales recurrimos a la vacilada, la imaginación se nos eclipsó y apelamos al lugar común de la justicia aciaga: la pena capital. No sé que es más triste, el saber que tenemos serios problemas en cuestiones de seguridad, o el ser concientes de que no tenemos ni la más remota idea de cómo resolverlos.

La oleada de violencia que azota al país está trayendo como una de sus lamentables consecuencias a gobernantes y opinólogos que, a sabiendas de que la ciudadanía está desilusionada y se siente impotente, no dudan en tomarle el pelo ofertándole propuestas de humo. Unos hacen de la propuesta un auténtico show business y los otros hacen de la denuncia una arenga mediante la cual pretenden solventar favorablemente viejos diferendos partidistas.

Quizás recuerden ustedes que como introducción traje a la memoria colectiva a aquel personaje cinematográfico llamado Travis Bickle. La ocurrencia de Humberto Moreira nos invita a todos a convertirnos en verdugos, el gobernador coahuilense cree que un festival de sangre nos revitalizará, piensa que el impacto de ver rodar cabezas en la plaza publica nos hará sentir seguros, cavila por su mente un pueblo mexicano sediento de venganza, ve como heroico y patriótico el acto de privar de la vida a un delincuente. Pero estamos lejos de ello, no somos un pueblo de Travis Bickles buscando justicia por medio de armas y balas, sencillamente queremos sabernos y sentirnos seguros.

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