17 de diciembre de 2008

¿Oponerse a qué?

En México la oposición partidista (entiéndase por ello, la de izquierda) vive momentos aciagos, más allá de aquellos sectores que supuestamente tienden al radicalismo o de sus insorteables divisiones internas, es su incapacidad para la negociación y el diálogo lo que la mantiene atascada. Dos aspectos a destacar: su incapacidad para tolerar las ideas, ya no digamos las ajenas sino incluso las divergencias que se suscitan bajo su propio techo; y su imposibilidad para hacer valer una fuerza en el congreso que nunca antes habían tenido.

El ejercicio de la oposición desde las trincheras de la política partidista (sea del color que ésta sea) resulta siempre un albur, usualmente lo que se busca no es la edificación, se busca destruir al rival para intentar reconstruir al país una vez afianzados en el trono. Siendo el protagonismo y la popularidad los ejes de la democracia participativa –en la cual, no en balde, gana quien más votos obtenga-, estamos sometidos a este tipo de comportamientos.

Cuando este tipo de oposición tiene problemas en su funcionamiento, existen otros sectores que debieran de ejercer la crítica objetiva sobre el partido político que se ostenta en el poder: ONG’s, intelectuales, periodistas…

Es este último sesgo al cual le deberíamos de prestar particular atención, pues creo que vive también momentos, si bien no aciagos, si definitorios. Veía el martes pasado el programa televisivo Espiral conducido por Ricardo Raphael y al cual se dieron cita tres periodistas, entre ellos los destacados Jenaro Villamil y Alejandro Páez Varela. El pretexto era comentar sobre un reciente libro titulado Los intocables.

Como su nombre bien lo indica, el libro trata sobre personajes de la vida pública, personajes con una amplia exposición en los medios de comunicación, de lo contrario, el libro no vendería, personajes que a su vez rompen la ley asiduamente y no son castigados, son inmunes, son intocables. El libro no es ninguna novedad, muy por el contrario, dicha actitud de denunciar exclusivamente a personajes de la vida pública se ha vuelto un lugar común dentro del periodismo de oposición, no me cree, vaya usted al Sanborns y verá la cantidad de libros que existen del mismo corte.

¿Sirve esto de algo? A mí en lo personal, sin parecerme una banalidad, sí me parece un periodismo que optando por la popularidad mediática desecha lo sustancioso, no se pude poner en tela de juicio la valentía de quienes denuncian con base al ejercicio periodístico bien ejercido a los Bibriesca, a Mario Marín, a Emilio Azcárraga… sin embargo los periodistas de oposición debieran de hacer algo más que denunciar al corrupto, si creen que su oficio culmina ahí los ciudadanos estamos en serios aprietos, los periodistas debieran también de darle seguimiento a los programas del gobierno, a sus políticas, a sus administraciones… hechos que afectan de manera directa la vida diaria de la ciudadanía.

Al retratar a los protagonistas de la vida pública como antagonistas los periodistas buscan también asirse de cierto protagonismo, nuestro pequeño héroe que con una lap top, una enorme dedicación y un montón de información logra desenmascarar las tropelías de gobernantes tiranos y empresarios embrutecidamente ricos. Cierto, es una labor invaluable, pero no es la única que debe de ejercer el periodismo de oposición, la farándula de la politiquita atrae al ciudadano pero escasamente le afecta, temas que al ciudadano le pasan desapercibidos y que le atañen directamente debieran de ser abordados por los periodistas. Un ejemplo: los intereses obscenos que están cobrando los bancos vía sus tarjetas de crédito, quien puso en la mesa de debate el tema no fue un periodista sino un empresario: Carlos Slim.

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