18 de mayo de 2008

El ritual del caos


En su libro Los rituales del caos, Carlos Monsiváis describe con su muy patentada ironía, las aglomeraciones y los tumultos típicos de un anárquico Distrito Federal: El metro a las horas pico, los festejos a consecuencia de los escasos triunfos la selección mexicana que ocurren en el Ángel de la Independencia... desconozco si el narrador ha visitado en alguna ocasión la feria de San Marcos, pero de haberlo hecho, seguramente habrá empleado las mismas palabras para describir la verbena: Ritual y caos.

La feria es para nosotros los hidrocálidos un rito, una pantalla gigante colocada enfrente del hotel Fiesta Americana se encargó, a lo largo del año, del tortuoso conteo regresivo que culminó el día de la inauguración: Faltan tantos días, tantas horas, tantos minutos, tantos segundos, ¡tantas centésimas de segundo!... sí, hasta el tiempo más ínfimo nos distanciaba de nuestro magno festejo.

A la verbena se le rinde pleitesía, se le da la bienvenida prematuramente, y se le despide con cierta nostalgia (nunca un adiós, siempre un hasta pronto). Es parte del protocolo, año con año resurge con nuevos bríos, exaltando sus novedades, pero en esencia, es siempre la misma, y muy orgullosos estamos de ella.

¿Cómo podríamos describir a la feria? Es que ésta resulta tan variopinta, que resulta difícil la labor de retratarla mediante adjetivos. Afamada por los llamados ríos de alcohol que en ella se ingieren, la festividad lo mismo acoge a familias enteras, que a parejas de enamorados, hombres, mujeres, travestidos, abstemios, alcohólicos, rancheros, fresas, emos, jalisquillos, regios, hidrocálidos... la feria es una capirotada, un cóctel kamikaze, un caos.

El caos al cual se le pretende controlar, el caos que se quiere esquematizar, el caos que –algunos piden- se domestique... domar al monstruo de las mil cabezas. La feria cuenta con variados rostros: La zona de antros se torna cada edición más chic, las tamboras resuenan estruendosas y sin cesar toda la noche, las calles Nieto y Rayón dan resguardo a cientos de jóvenes con cerveza en mano y escaso efectivo en los bolsillos, en el teatro del pueblo los oídos se deleitan con la gratuidad musical deficientemente ecualizada, el casino es el centro en el que se apuestan emociones e ilusiones, la Isla San Marcos presume las novedades estructurales, José Tomás agiganta el serial taurino, el Jardín de San Marcos pretende conservar tímidamente nuestras derruidas tradiciones, el “Travieso” Arce coloca un cierre de oro bastante sui-géneris.

Pero el caos es la esencia de la verbena, desde que uno llega se respira la atmósfera anárquica, encontrar estacionamiento gratuito es como apostarle al doble cero en la ruleta, escasean las áreas para el aparcamiento, y las pocas existentes tienen dueños legítimos e ilegítimos que te cobran una obscenidad por alquilarte su territorio. Pero si algo se destaca como caótico dentro de la feria, es la masa, la multitud, las miles de personas que dizque avanzan al ritmo del pasito tun tun, las manos masculinas tocando traseros femeninos, las femeninas tanteando glúteos masculinos, los factores en ocasiones se alteran, el de atrás derramándole cerveza al de enfrente, las amistades que se extravían entre el tumulto, las parejas también (algunas, quizás, lo hagan deliberadamente).

Y ya en el apretujadero, la trifulca es el punto culminante del caos, la que “vi” el pasado sábado, resume el barullo ya-ni-tan abrileño. En realidad no veía nada, la densidad de visitantes en el área ferial es tan alta, que es difícil tener un campo de visión amplio, pero no es necesario ver, la trifulca se siente, los empujones y la gente huyendo son su lenguaje, los envases de plástico (y algunos de vidrio) volando incansablemente por los aires, gente gritando, personas dizque observando, espectadores de un espectáculo que no se alcanza a contemplar, pero bien que siente, y que, morbosos, se mantienen a la distancia, no huyen, solo se recorren, son precavidos, se distancian del peligro, un feriante ironizaba “¿dónde está la policía?”, éstos, se encontraban a su lado acobardados, sin amagar siquiera con actuar.

No supe en que terminó aquel escándalo, pero no creo que éstos desmeriten la verbena, tampoco me convencen los argumentos moralino-hipocritosos de quienes condenan las sobredosis de alcohol y las numerosas peleas. Briagos los hay en todos los eventos sociales por más nice que estos sean, y los pleitos, se dan al interior de cualquier familia, estos males se dan en la sociedad, no son exclusivos de la feria. Por eso soy uno de los admiradores confesos de la feria, la verbena nos despoja de nuestras máscaras, nos mostramos adictos, almas solitarias en la búsqueda de un poco de amor o de carne, infieles, rijosos... pero también muestra nuestra otra cara, un pueblo cálido, optimista, capaz de relacionarse con el prójimo, que derrocha lo poco que tiene y, pese a todo, un montón de seres felices que se aglomeran en el ritual del caos.

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