Carlos Salinas de Gortari es lo más parecido que tenemos a una deidad (así de mal andamos), su sola presencia acapara múltiples espacios, lujos que muy como pocas celebridades de nuestra flamante vidita política se pueden dar, sus libros se distribuyen rápidamente y pasan pronto a convertirse en best-sellers a la mexicana.
Ahora ha lanzado al mercado, con bombo y platillo, uno llamado La década perdida, en el 2000 había publicado México: Un paso difícil a la modernidad. La nota sobre su lanzamiento ha sido destacada en diversos diarios, ha concedido sendas entrevistas y numerosas voces han opinado al respecto, la euforia suscitada es incomparable, los moneros se regodean deformándolo de múltiples maneras. Carlos Salinas, nuestro novel de titeratura.
Yo, como muchos otros, no leeré el libro, ¿Para qué leer las diatribas de un personaje al que no le creo un soberano rábano?. ¿No resulta acaso surrealista?, En el país en el que muy pocos leen, nuestros políticos mucho escriben (o eso dicen): Roberto Madrazo, La traición; López Obrador, Un proyecto alternativo de nación; hasta Vicente Fox, quien no leía, bien que escribía (o eso dice), A los pinos: Rencuentro autobiográfico y político.
Como no leeré el librito de Salinas, ni me interesan sus pleitos de alcoba con Ernesto Zedillo (quien nunca ha escrito un libro), únicamente evocaré la vida 10 años atrás, desde un recuento superfluo y meramente personal:
En 1998 una película, Titanic, arrasaba en los Oscares y con la taquilla, aquello fue un fenómeno mundial irrepetible, en los diarios de diversas partes del mundo se narraban historias inconcebibles, haya en Italia (según recuerdo), la prensa reseñaba la confesión de una joven que desde el día de su estreno, había acudido diariamente a ver la cinta (27 días consecutivos al día de la nota), en Aguascalientes, los papás de un amigo iban por vez primera al cine a sus casi 25 años de casados, algo que se repetiría en diversos hogares, Titanic, la película que llevó al cine a confesos abstemios cinematográficos. Recuerdo que en la función a la cual acudí, varias quinceañeras salieron de la sala derramando lágrimas... hubiese ido a consolarlas.
El fútbol nos regalaba un mundial extraordinario, Francia 98 fue un deleite, México quedaba como de costumbre a la orilla del camino, Luis Hernández se cansó de fallar oportunidades que pudieron haber liquidado el partido en contra de Alemania, pero empatamos con Holanda que fue la selección que mejor fútbol desplegó en aquella ocasión (un equipazo), Cuauhtémoc Blanco le metía un golazo a Bélgica, estrenaba la polémica cuautemiña, Francia se coronaba con dos goles de Zidane, ambos de cabeza.
Fallecía Octavio Paz, junto con él, desaparecía la revista Vuelta, el primero nuestro único novel de literatura (él sí, escritor de oficio), la segunda merecedora del premio Príncipe de Asturias. Roberto Bolaño escribía una de las mejores novelas que leí en mi vida, Los detectives salvajes.
El congreso se tornaba variopinto, la hegemonía priísta se quebrantaba, el año anterior Porfirio Muñoz Ledo hacía historia al contestar, desde la oposición, el informe presidencial, surgía aquel adefesio apodado el PRIAN, Cuauhtémoc Cárdenas era amo y señor del PRD, en Aguascalientes el PRI también perdía su hegemonía, Felipe González ganaba la gubernatura.
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