23 de mayo de 2008

Quemar las naves


Lo primero que me ha llamado la atención: el título. Una metáfora explicada de modo un tanto grotesco a medio metraje. Que lejos han quedado aquellos tiempos en los que las películas mexicanas solían llamarse: Allá en el Rancho Grande, ¡Ay Jalisco, no te rajes!, ¡Vámonos con Pancho Villa!... la mexicanidad ha ido desvaneciéndose de los títulos, ya no vende, está en decadencia, somos ahora una sociedad altamente alfabetizada, globalizada, modernizada... hoy en día vende más el hacer énfasis en las altas pretensiones artísticas de nuestros cineastas desde el título: Luz silenciosa (¿?), El cielo dividido, Quemar las naves...

No son los titulares rimbombantes el único rasgo distintivo y predominante en el cine que actualmente se produce en México, la juventud, es otra característica que se encuentra presente en un alto número de películas: De la calle, Niñas mal, Y tu mamá también... y Quemar las naves. En ninguna otra época como ahora, a los cineastas mexicanos se les había dado por narrar temáticas juveniles.

Quemar las naves aborda una trama netamente juvenil: Helena y Efraín son un par de hermanos que viven con su agonizante madre, quien en otra época fuera una afamada cantante. Entre ellos se vive una implícita relación física. Helena dedica todo el día al cuidado de su madre, estudia inglés desde su casa e imagina (mediante recortes de revistas) viajes alrededor del mundo; Efraín, aficionado a la pintura, acude a una escuela privada dirigida por religiosos, en la cual conoce a Juan, un misterioso joven becado con quien inicia una silenciosa relación amorosa.

Las críticas que he leído, describen a Quemar las naves como una película valiente, que aborda temas “espinosos” como el incesto, la homosexualidad... me parecen halagos francamente exagerados. Exagerados porque el director (Francisco Franco) muestra, pero nunca aborda, en su afanosa búsqueda por lograr una cinta sutil, esquiva cualquier compromiso dejando un filme un tanto insípido. Franco se abstiene de hacer juicios sobre los temas que muestra (gracias a Dios), pero se olvida de plantear cualquier cuestionamiento.

Ello se nota en la sobrepoblación de personajes secundarios que poco y nada aportan a la película: Una monjita que anda de calenturienta con el conserje escolar (¿una ácida crítica al celibato?); Un joven estudiante pequeño-burgués que tiene más guaruras que el mismísimo Felipe Calderón (¿una ácida crítica a la prepotencia de las élites pudientes?); una curiosa adolescente, parlanchina e ingenua, que se aloja en casa de Helena y Efraín, que se siente desubicada en medio de los vergonzosos conflictos que viven sus renteros (¿una ácida crítica de la intolerancia hacia las minorías?)... todos estos personajes, y muchos más, están francamente de adorno, no aportan un ápice, ¿cuál es pues su papel?, hacer llevadera la trama, despojarla de compromisos, tornarla light.

No es que Quemar las naves sea un desastre, sus tres personajes principales están relativamente bien trazados, la trama fluye con cierta naturalidad, las situaciones del guión no se sienten forzadas, algunas escenas logran transmitir sensaciones... pero no se logra plasmar lo que se pretende, las buenas intenciones no bastan, los planteamientos se salen por la tangente, lo que debiera ser una cinta intimista es vulgarizado por una multitud de personajes, pareciera que el director nunca se animan a exprimir la temática que tienen en sus narices, y terminan entregándonos un film entretenido... pero ligero y olvidable.

1 comentario:

Lex dijo...

Hola. Yo creo que uno de los problemas de la cinta es el querer integrar subtramas que si bien tienen una coincidencia temática, se sienten incompletas. En parte por la diferencia de tono que contrasta con el drama de la trama principal. Parece que las subtramas están demasiado "by the book". La monja que tendría que "quemar su nave-votos" para escapar con el conserje, el amigo que no puede "quemar su nave-escoltas", y la amiga que lleva su vida como ping-pong, quemando y quemando naves.