26 de agosto de 2008

Impunidad en tercera persona


Amas de casa, analistas, autoridades, comerciantes, periodistas... todos coinciden en que el problema de la inseguridad deviene de la impunidad, de la impunidad del otro, nadie acepta su ilegalidad, pero todos apuntalan la del prójimo.

Reconocemos el problema, pero no lo reconocemos como propio, el mal nos aqueja pero no nos concierne, no nos corresponde resolverlo porque no es nuestro, es del vecino, del diputado, del policía, de los burócratas...

La realidad, sin embargo, nos demuestra que la impunidad se encuentra en todos los estratos de nuestra sociedad: Desde el chavo sinvergüenza que impúdicamente se pasa el alto para quedar bien con la chaviza que atiborra su automóvil, quienes a su vez, celebran la hazaña como si se tratase de un acto heroico; pasando por la ama de casa que cree que hacer fila en el supermercado es para la naquiza, no para ella, y su cuela en la hilera a ley de sus pantaletas; hasta el señor que no devuelve el cambio que de más le ha dado la analfabeta vendedora de gorditas.

La impunidad nos atañe a todos, para combatirla no se requiere de un acto de denuncia, sino de renuncia, lograr que sea una excepción, no una constante, la impunidad tiene que ser percibida como algo anómalo, debe de causar indigestión, los dedos que la señalen acusatoriamente deben ser directos y firmes, no naufragar en un océano de impunidades diarias, ello solo se logrará erradicándola de la primera persona, del yo.

En nuestro país, contagiado por niveles de impunidad sumamente asfixiantes, los ciudadanos parecemos personajes paridos por la prosa de Guillermo Fadanelli, conocemos y describimos los horrores del mundo que nos rodea, pero a sabiendas de que la realidad es tan aplastante decidimos optar por la pasividad, el país está jodidísimo y jamás podremos cambiarlo ¿Para qué hacer algo al respecto?.

Erradicar la impunidad debe ser un acto personal, según la idiosincrasia del mexicano las leyes no deben leerse ni mucho menos acatarse, algún maldito cromosoma es el culpable de que nuestro desdén por las normas sea hereditario e irradicable, por nuestro torrente sanguíneo fluye a borbotones la impunidad, éste cáncer solo podrá eliminarse cuando cada persona se haga responsable de suprimir los muy pesados gramos de ilegalidad que carga en su diario actuar, se debe reconocer y combatir éste mal a nivel personal, ya después nos ocuparemos de culpar a terceras personas.

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