Probablemente varios lectores recuerden la desafortunada historia de Pepe el Toro en Nosotros los pobres: un carpintero cuya vida era ensombrecida constantemente por las desgracias, quizás la mayor de ellas, era el ser pobre. Su pobreza desembocará en una imparable avalancha de injusticias que llevarán a Pepe el Toro a la cárcel, y al espectador a presenciar una secuencia que ha sido clave en nuestra educación sentimental: a nuestro carpintero van a embargarle su taller y casa, en el colmo de la usura despojan a su inválida madre de su silla de ruedas y la dejan tendida en el suelo, en la nada.
Traigo a colisión la película dirigida por Ismael Rodríguez porque es una prueba fehaciente de que el pueblo mexicano se siente y se sabe pobre. La querella provocada por la enorme desigualdad económica existente en nuestro país se vislumbra desde el título: somos Nosotros los pobres y en la lejanía, apartados de nuestro hábitat se encuentran Ustedes los ricos.
Los consejeros del IFE nos recordaron semanas atrás nuestra condición de pueblo pobre. La puntada de autorizarse un aumento salarial del noventa por ciento, aspirando así a ganar la exorbitante cantidad de trescientos treinta mil devaluados pesos al mes, no fue otra cosa más que un insulto. Las críticas no se hicieron esperar, con la cola entre las patas y apelando a una supuestamente noble, pero en el fondo hipócrita moral, los consejeros se desistieron de tan jugoso aumento, pero como bien sentencia la inefable sabiduría popular: “la intención es lo que cuenta”. De entre el caudal de críticas rescato una pregunta que Antonio Navalón planteaba en El Universal: “¿Valen lo que cuestan?”
La rescato para plantearla a la inversa: ¿Nuestro trabajo vale en realidad lo poco que cobramos por hacerlo?. Lo digo porque viendo el noticiario Solórzano en la red se me revela un bochornoso dato, que si bien ya lo intuía, no podía probarlo: según un estudio realizado por el gobierno federal, en promedio, el trabajo del mexicano es remunerado con cuatro mil quinientos pesos al mes. Según mi calculadora, lo que un consejero del IFE deseaba ganar en un mes, el promedio de los mexicanos lo ganamos tras setenta y cuatro meses de arduo trabajo.
Se confirma así que vivimos en un país azotado por la desigualdad, en el cual se discrimina la labor de la gran mayoría de quienes habitamos el llamado cuerno de la dizque abundancia. No tengo respuesta alguna para el señor Navalón, no sé cuan brillantes sean nuestros consejeros electorales, pero sí sé que el trabajo que desempeña el promedio de los mexicanos, sea como albañiles, barrenderos, operarios, secretarias… son labores que pueden aparentar sencillez pero no por ello dejan de ser motores vitales para el andar de nuestra sociedad y economía.
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