Oía hace un par de semanas el noticiero matutino que todas las mañanas saluda a la ciudad de la siguiente manera: “Buenos días Aguascalientes”. El locutor y un comentarista hablaban muy amenamente –como si estuviesen embriagándose en una cantina- de deportes, de boxeo, en concreto, de la trágica contienda entre Omar Chávez y el ahora fallecido Marco Nazareth.
La salud de Nazareth se encontraba en estado crítico pero, pese a ello, el titular del programa nunca amagó con ocultar sus presumibles dotes de comediante. “Jaja, se lo tundieron porque le sacó la lengua a Omar Chávez”, quizás no sean éstas las palabras exactas, pero fue alguna imbecilidad por el estilo la perla humorística con la que el conductor abordaba la noticia.
Evoco este aislado ejemplo para ilustrar algo bastante común tanto en medios locales como nacionales. El problema del comunicador que nunca informa, el comunicador para el cual lo importante es el destacar a toda costa.
Escuchar una sustentada crítica musical en la radio mexicana es sumamente improbable, encontrarse con un comentarista deportivo cuyo análisis vaya más allá de la pasión es surrealista… de los programas de chismes, de esos mejor no hay hablar.
Los grandes espectáculos deportivos como los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol son las vitrinas en las cuales se exhibe sin disimulo la pobreza de nuestros comunicadores. Se destaca en ellos una escasa cobertura deportiva, y en contraparte, una interminable marejada de comediantes, más lamentable aún, los comediantes suelen resultar insoportables y los analistas deportivos, salvo muy honrosas excepciones, no parecen tener un amplio conocimiento de la disciplina que analizan.
En México, a la persona que tiene acceso a un micrófono radiofónico o a las cámaras de televisión, es común que se le otorgue el nobiliario título de “líder de opinión”, es también común que poco se le critique, los comentarios del locutor son escuchados con devoción y se difunden de boca en boca como si fuesen una verdad absoluta.
La información que estos “líderes de opinión” difunden es usualmente sepultada por la chabacanería y la frivolidad, cualquier resquicio para el análisis y la reflexión es enterrado por la irrupción de un incallable comunicador. Una gran porción de comunicadores en México no buscan informar sino simplemente entretener.
La semana pasada Gabriel Zaid escribía en Reforma un sobrio artículo titulado Islotes de seriedad, en el cual lamentaba la falta de seriedad en la cultura mexicana. Desde nuestra impuntualidad hasta la corrupción en las cárceles, la ausencia de la seriedad es un bache que impide nuestro progreso como nación.
A varios de nuestros flamantes “líderes de opinión” les hace falta el rasgo de la seriedad. No es que deban de transmitir la noticia seriamente y con excesiva formalidad, es que deberían de darle al procesamiento de la información un tratamiento serio. Retomo la nula seriedad con la que el titular de un noticiero radiofónico aborda una tragedia: un hombre yace convaleciente, su familia vive una tragedia desgarradora, y el “líder de opinión” actúa peor que un payaso y se dedica a hacer chistes infames sobre una noticia en la cual no tenía cabida el humor.
La salud de Nazareth se encontraba en estado crítico pero, pese a ello, el titular del programa nunca amagó con ocultar sus presumibles dotes de comediante. “Jaja, se lo tundieron porque le sacó la lengua a Omar Chávez”, quizás no sean éstas las palabras exactas, pero fue alguna imbecilidad por el estilo la perla humorística con la que el conductor abordaba la noticia.
Evoco este aislado ejemplo para ilustrar algo bastante común tanto en medios locales como nacionales. El problema del comunicador que nunca informa, el comunicador para el cual lo importante es el destacar a toda costa.
Escuchar una sustentada crítica musical en la radio mexicana es sumamente improbable, encontrarse con un comentarista deportivo cuyo análisis vaya más allá de la pasión es surrealista… de los programas de chismes, de esos mejor no hay hablar.
Los grandes espectáculos deportivos como los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol son las vitrinas en las cuales se exhibe sin disimulo la pobreza de nuestros comunicadores. Se destaca en ellos una escasa cobertura deportiva, y en contraparte, una interminable marejada de comediantes, más lamentable aún, los comediantes suelen resultar insoportables y los analistas deportivos, salvo muy honrosas excepciones, no parecen tener un amplio conocimiento de la disciplina que analizan.
En México, a la persona que tiene acceso a un micrófono radiofónico o a las cámaras de televisión, es común que se le otorgue el nobiliario título de “líder de opinión”, es también común que poco se le critique, los comentarios del locutor son escuchados con devoción y se difunden de boca en boca como si fuesen una verdad absoluta.
La información que estos “líderes de opinión” difunden es usualmente sepultada por la chabacanería y la frivolidad, cualquier resquicio para el análisis y la reflexión es enterrado por la irrupción de un incallable comunicador. Una gran porción de comunicadores en México no buscan informar sino simplemente entretener.
La semana pasada Gabriel Zaid escribía en Reforma un sobrio artículo titulado Islotes de seriedad, en el cual lamentaba la falta de seriedad en la cultura mexicana. Desde nuestra impuntualidad hasta la corrupción en las cárceles, la ausencia de la seriedad es un bache que impide nuestro progreso como nación.
A varios de nuestros flamantes “líderes de opinión” les hace falta el rasgo de la seriedad. No es que deban de transmitir la noticia seriamente y con excesiva formalidad, es que deberían de darle al procesamiento de la información un tratamiento serio. Retomo la nula seriedad con la que el titular de un noticiero radiofónico aborda una tragedia: un hombre yace convaleciente, su familia vive una tragedia desgarradora, y el “líder de opinión” actúa peor que un payaso y se dedica a hacer chistes infames sobre una noticia en la cual no tenía cabida el humor.
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