23 de junio de 2008

Los dinosaurios bailan reggaeton


Nunca me ha gustado el empleo del adjetivo calificativo en primera persona, me parece una forma de adulamiento un tanto vulgar, tampoco soy simpatizante del sentimiento de pertenencia, una falsa salida de emergencia de nuestra soledad, pero en ocasiones, ambos son inevitables. Por lo mismo, me gusta decir abiertamente que soy parte de la generación del cambio, aquella que cumplió su mayoría de edad en el año 2000, aquella que sacó mediante su voto útil al PRI de Los Pinos, aquella que representaba un futuro esperanzador para el país... recuerdo a la perfección aquel 2 de julio del 2000, me encontraba en Puerto Vallarta con mis compañeros de la preparatoria, celebrábamos la conclusión de una etapa de nuestras vidas, la piedras rodantes nos congregamos desde muy temprano en el aeropuerto, el lugar en el cual se instalaron las casillas especiales, la larga fila era incontable e incontrolable, todos queríamos ser partícipes de la historia, las boletas pronto se agotaron, el descontento y la desconfianza germinaron de súbito entre la multitud, el interminable currículum antidemocrático de nuestra nación recaía sobre nuestro estado de ánimo como una sombra fatídica, algo estaba mal, alguien quería negarnos nuestro derecho a ejercer el voto.

La tarde transcurrió pausadamente, algunos andaban con el dedo pintado, otros no pudimos votar, tomábamos el sol mientras conversábamos sobre las elecciones, el futuro y otras yerbas, llegó la noche y el júbilo estalló, la transición fue posible, nos iniciábamos en la democracia, el “Ya” sí se cumplió, aquel no fue el triunfo de un partido político, sino el de una nación, y ello se notaba en el ambiente festivo carente de pancartas partidistas, pero atiborrado de felicidad y fraternidad.

Hoy, a casi ocho años de distancia, todo aquello parece perdido, dos encuestas de reciente aparición me tienen preocupado, en una de ellas se sitúa al PRI como el partido con menor índice de rechazo, en la otra, Enrique Peña Nieto figura como el candidato más aventajado en la muy precoz carrera rumbo al 2012.

No me preocupan los nombres, me inquietan las causas y las consecuencias de esto.

El pasado reciente está inundado por la desilusión y por la confrontación artificiosa, la transición hacia el foxismo nos colmó de expectativas, las ilusiones eran desmedidas, y los resultados fueron magros, ni el presidente Fox supo aglutinar a una multitud entorno a su desestructurado proyecto de nación, ni la población se unió entorno a la figura del nuevo presidente para lograr que la transición fuese fructífera.

Recientemente, el dizque encono generado a raíz de las elecciones presidenciales del 2006 le vendió a la sociedad la idea de que existían dos únicas alternativas, la esperanza radicaba en tomar partido, en la radicalización, el mejor argumento no era la construcción, sino la destrucción, el “peligro para México”, y el “traidor a la patria”, la trifulca la extendieron hasta que se rompió el interés, la supuesta confrontación de ideologías ha terminado por hastiar a la población, ahora solo los grupos clientelares son partícipes de dicha farsa.

El PRI estaba desahuciado, nominar a Roberto Madrazo en el 2006 lo mostraba como un partido político arcaico, las nuevas generaciones escasamente se sentían atraídas por sus siglas, quienes así lo hacía, lo hacían por herencia y por tradición, no por convicción. El Revolucionario Institucional fallecía sin oponer la más mínima de las resistencias a su fatídico destino, más allá de la mentada “marea roja”, ni sus discursos, ni sus prácticas, ni la mayoría de sus rostros se renovaron, la derrota fue estrepitosa, los dinosaurios se extinguían, el catastrófico meteorito del 2006 los ponía en peligro de extinción.

Pero la desilusión y el hartazgo han logrado lo inimaginable, el PAN y el PRD, gustosos, le han dado respiración de boca a boca al PRI, si la transición ha fracasado, son nuestra izquierda y nuestra derecha políticas las grandes culpables, su inoperancia y su envidia hundieron nuestra fe en la democracia, vanidosas y egocéntricas, las dizque ideologías practicaron la exclusión, altivamente, se olvidaron de que la política es el arte de construir consensos, soberbios poseedores de la verdad absoluta, se dedicaron a propagar su verdad, pensando siempre en su bien partidista, y nunca en el bienestar de la nación.

Roger Bartra lo señalaba en un ensayo publicado recientemente (Los lastres de la derecha mexicana, Letras libres No. 114): “es necesario comprender que el peligro de una restauración del viejo nacionalismo autoritario sigue presente. La amenaza de un retorno de la derecha priista es un hecho que forma parte de nuestro panorama político. Solamente el fortalecimiento de una derecha liberal y de una izquierda democrática puede evitar que las tensiones políticas propias de la transición nos lleven hacia una restauración del rancio autoritarismo priista. Desde luego, no parece posible un retorno directo al antiguo régimen. Se trataría más bien del fortalecimiento de una tradición política corrupta y burocrática. Mi temor es que estemos ante la posibilidad de una repulsiva regurgitación de las cloacas del antiguo régimen, un fenómeno que no es desconocido en la historia política.” Ni nuestra derecha es liberal, ni nuestra izquierda democrática, el pueblo, cansado de la interminable función de circo, ha optado por ver con buenos ojos la pasividad de un PRI cuya única virtud ha sido el hecho andar nadando de a muertito, en el México contemporáneo, los dinosaurios bailan reggaeton... para llorar.

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