25 de enero de 2009

¿Cómo nos vemos?


Enrique Krauze publicó en Reforma un artículo que ha sido bastamente citado y comentado. Su preocupación: la imagen que actualmente se tiene de México en el exterior. Cito al historiador: “La revista Forbes asegura en un número reciente que México está a punto de convertirse en un ‘Estado fallido’. Además de falsa, la visión es injusta […] la falsa percepción de México como un ‘Estado fallido’ comienza a permear en los corredores de Washington al grado de que, al hablar sobre los sitios preocupantes del mundo, algunos altos funcionarios nos comparan (off the record, claro) con Pakistán”.

Pienso que sus preocupaciones son desmedidas, cierto, es importante la imagen que se tiene de nosotros en el extranjero, sin embargo, el mayor problema no radica en el cómo nos ven sino en el cómo nos vemos. Hemos sido totalmente incapaces de forjarnos una imagen –idearia, quizás, pero imagen al fin- de nuestro presente como nación. Se nos ha olvidado que la realidad no es un asunto que pueda manipularse para satisfacer los caprichos de las diversas percepciones.

Somos una nación sumamente insegura, nos asemejamos tanto a aquel adolescente que siente como el mundo se le viene abajo cuando se ve frente al espejo y se percata de que le ha salido una nueva y antiestética espinilla. El hecho de que Enrique Krauze haya escrito un artículo necesario, sí, pero con claros atisbos de desesperación, es un claro síntoma de nuestra inseguridad como nación.

Pero –y aquí voy a hacerle el juego a Enrique Krauze-, cuando hablo de inseguridad no estoy haciendo referencia a la oleada de crímenes que está azotando a nuestra nación sino a nuestro eterno complejo para definirnos. Juan Villoro decía atinadamente que un ejemplo de la poca fe que nos tenemos es nuestra porra cuasi-oficial: “¡Sí se puede!, ¡sí se puede!”. El triste saber que para poder debemos de darnos ánimos. No estamos seguros de cual es nuestra realidad, tan frágiles somos que nuestro estado de ánimo depende en gran medida de las noticias del día. Sabemos pues como nos sentimos pero desconocemos por completo quienes somos.

Leo en días recientes el como varios personajes aseguran que la crisis de inseguridad ha puesto en jaque a la población. Debo decir que quienes así lo hacen afirman clavando su vista en los periódicos y no la levantan para ver el México que les rodea. Que no se me malinterprete, no voy a negar la delicada situación por la cual atraviesa nuestra nación, pero de ahí a decir que nuestra sociedad vive en un estado de shock, hay una abismal diferencia.

Cierto, existen crónicas bien documentadas de días temibles en los cuales pueblos y ciudades enteras prefirieron resguardarse en sus casas convertidas en improvisados bunkers ante la amenaza o el rumor de cruentas y pirotécnicas balaceras que se llevarían acabo en dichos territorios. En su defecto, debo decir que las mencionadas situaciones son la excepción y no la regla.

El historiador se puso edulcorado al final de su artículo: “Concluyo con una nota personal. El domingo pasado comí en el centro y vi a las familias mexicanas caminar plácidamente por las calles, como hace siglos. Sé que esa paz tiene algo de ilusorio, pero aquellas caras mexicanas no engañan. No son inquilinos de este país. Llevan generaciones de habitarlo y amarlo. Debemos proyectar esas caras al exterior”. Concuerdo, la vida sigue su curso, la sociedad sabe que hay inseguridad pero no se siente insegura. Bares, cafeterías, escuelas, oficinas, parques, templos… todos ellos repletos a rebosar. La ciudadanía no ha bajado los brazos, sabe que su México está lejos de ser un “Estado fallido”.

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