6 de enero de 2009

Optimismo acallado


El optimista es aquel que ve siempre el vaso medio lleno. La adversidad para él no es motivo suficiente como para caer en el abismo del desánimo, por el contrario, es una atenta invitación a un nuevo reto que deberá de afrontarse con entereza. El optimista es el faro que orgullosamente ilumina la isla que yace en las penumbras.

Apenas comienza a dar sus primeros trastabillantes pasos el 2009 y el parte médico que se ha arrojado entorno a este nuevo año es francamente desolador: “lo peor del 2008 es el 2009”, se dice con suma certeza. Su malformación es hereditaria, el 2008 fue un mal padre y éste será un peor hijo. Los expertos emiten entonces sus muy peculiares recomendaciones: no malgaste su aguinaldo, no abuse del uso de sus tarjetas de crédito, apriétese el cinturón, coma apenas lo indispensable para sobrevivir…

Atrapados en las tinieblas provocadas por las crisis financiera y de inseguridad, iniciamos el año temerosos, nos adentramos al 2009 despacio, pasito a pasito, los pronósticos apocalípticos y la incertidumbre nos atosigan. ¿Y los optimistas? Los optimistas son acallados, si alguno de ellos pronostica un futuro ya no digamos halagador sino siquiera esperanzador, es inmediatamente atacado por los tremendistas, sus argumentos –sean verídicos o ficticios- son derribados raudamente por la lapidaria avalancha de la recesión, ante los múltiples signos de catástrofe existentes, no hay querella que pueda ganarse hondeando la pírrica bandera del optimismo.

Si alguien osa sonreír ante el fatídico porvenir que se avecina es mal mirado, lo suyo es visto como un disparate, es como aplaudir en un funeral o sufrir disfunción eréctil en un prostíbulo, sencillamente está fuera de lugar. El optimismo no tiene cabida en este 2009 que tiene que ser forzosa y aterradoramente atroz.

El optimista es pintado como un iluso que no quiere confrontar la realidad, un sujeto que pretende evadir lo inminente elaborando un discurso color de rosa que quizás ni el mismo llegue a creerlo; es ingenuo, edifica castillos en el aire, sobredimensiona las buenas noticias y pasa por alto las malas, ve la tempestad y no se hinca; es un inmaduro, ve caras largas y no para de sonreír, ve bolsillos vacíos y sigue comprando como en épocas de bonanza, ve proyectos frustrados y no deja de planear…

Pese a ello, creo que en momentos como estos requerimos de los servicios de los optimistas. Recuerdo Atrapado sin salida, en aquella película dirigida por Milos Forman y estelarizada por Jack Nicholson hay una escena extraordinaria: McMurphy (Nicholson) les pide a las enfermeras del nosocomio que prendan el televisor para poder ver un partido de béisbol, la respuesta de éstas es negativa pero ante su insistencia ceden y encienden el monitor mas no en el canal que transmite el partido, pese a ello McMurphy luce jubiloso, festeja home runs inexistentes y narra un partido que se desarrolla exclusivamente en su imaginación, su efusividad logra contagiar al resto de sus compañeros quienes disfrutan de un partido imaginario, la ruindad de un manicomio fue derrocada por el optimismo de un loco entrañable. Un pesimista dirá que el final del personaje de Nicholson es sumamente triste, a mí sin embargo me gusta admirar el filme desde la perspectiva del optimista, la alegre rebeldía de McMurphy que termina aleccionando y liberando a aquel personaje apodado “El jefe” en un final inolvidable.

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