30 de octubre de 2008

Legalizar la ilusión


El murmullo es cada día mayor y más frecuente, la sumatoria de voces a su favor está arrojando números positivos, la legalización de algunas drogas va ganando adeptos en muy diversos sectores de nuestra sociedad.

Es evidente, sin embargo, que recurrimos al argumento de la legalización más que nada por desesperación, analistas como Jorge Chabat y José Antonio Crespo sostienen que ésta sería un golpe estratégico en la lucha contra el narcotráfico. Un golpe estratégico con vistos de retirada estratégica y honorable.

Si se pretende debatir sobre una probable legalización en el país, el tema debiera de plantearse desde sus causas, no desde sus hipotéticas consecuencias, hay que preguntárnoslos abiertamente: ¿Somos una sociedad que requiere de la legalización de ciertas drogas?

En lo personal creo que no. Los estudios más recientes indican que el consumo de droga se ha incrementado en los últimos años en nuestro país, creo que no hay peor momento para legalizar ciertas drogas que cuando su demanda se está incrementando, sería como abrirle las puertas de una dulcería a un niño rechoncho. No creo que se dispare considerablemente el consumo de sustancias, pero podrían consolidarse como adictos muchos de los ahora simples curiosos.

Creo también que no somos una sociedad lo suficientemente madura como para convivir con droga a la vuelta de la esquina, nuestra afamada irresponsabilidad no sabrá lidiar con un producto con el que se requiere de una plena responsiva, ciertamente, la decisión sobre su consumo es netamente personal, pero las consecuencias de una adición traspasan la frontera de lo personal para tocar fibras familiares, laborales y sociales.

Pero mi principal reticencia en contra de la legalización es por el cómo ésta se está planteando, optar por la legalización como salida única del foso en el cual nos ha sumido el narcotráfico es una ilusión sin sustento alguno, afirmar algo semejante demuestra el enorme desconocimiento que se tiene sobre el crimen organizado en nuestro país.

Quien plantea la posibilidad de asestarle un duro golpe al crimen organizando legalizando la droga tiene una idea muy romántica, a lo Vito Corleone, del lo que es el narcotráfico. Don Corleone era un gángster ejemplar, su negocio radicaba mayoritariamente en el juego mediante centros de apuestas, casinos y su influencia en el senado norteamericano, por ética personal decidió no inmiscuirse en el negocio de las drogas pues éstas podrían afectar la estructura familiar de los consumidores y para la mafia italiana la familia es un valuarte invulnerable.

Las actuales redes del crimen organizado nos resultan enigmáticas, pero no hay que ser un experto para saber que se extienden más allá del narcotráfico: corrupción policiaca, extorsión empresarial, secuestros, territorios controlados… nada de eso desaparecerá con una hipotética legalización, por el contrario, al recortársele parte de sus recursos estas células criminales quizás se vean en la necesidad de incrementar su participación en delitos del fueron común.

Plantear la legalización como el punto de partida desde el cual se pretenden disminuir los altos índices de violencia con los que se vive en el país es una equivocación. No hay que inventar recetas, el horno no está para bollos, no hay que idear a la legalización como el fármaco que nos curará de la fiebre de inseguridad.

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