6 de octubre de 2008

Parteaguas No.14


Recientemente salió a la venta la nueva entrega de la revista Parteaguas que como tema central aborda el erotismo. Algunos de sus artículos más interesantes son: La erótica del espacio, de José Luis Jiménez García, sobre la ausencia del erotismo en la arquitectura contemporánea y Arrrrrrooooz de Juan Pablo de Ávila en el cual se disecciona a Mauricio Garcés como el nuevo ícono de la masculinidad mexicana que suplió a Pedro Infante; igualmente atractivos resultan La ciencia detrás del dolor de Miguel Ángel Aguilar Dorado, el cuento La historia de del hombre que llora de Ricardo Arce y como siempre, la opinión de Morris Berman.

En éste número se publicó mi ensayo El perseguidor de faldas que a continuación transcribo:

El perseguidor de faldas:

Existió un libro ficticio, titulado por su imberbe autor como: El perseguidor de faldas. Llegó a publicarse mas no con dicho nombre, su editora, propulsora, y posterior amante, lo consideraba de poco gusto, pocas ventas cavilaban por su subconsciente -ciertamente, estaba en lo correcto-. Su autor en realidad se ufanaba, no de perseguir faldas, sino de ser perseguido por éstas; ni la una, ni la otra: No perseguía faldas, las admiraba; no le perseguían, le correspondían. En todo caso, conjeturaba erróneamente, no eran precisamente las faldas lo que tanto le obsesionaban, sino lo que éstas coquetas prendas le mostraban: Las piernas femeninas.

El libro ficticio terminó por llamarse: El hombre que amó a las mujeres y dio su nombre a aquella película homónima dirigida por François Truffaut, la cual mostraba a un hombre, Bertrand Morane (Charles Denner), quien vivió por amor y para amar a las damas. Su devoción por ellas fue tal, que a su funeral únicamente acudieron mujeres, éstas vestían de falda y mostraban sus piernas, se despidieron de él rindiéndole tributo al que fuera su fetiche.

“Las piernas de las mujeres son compases que circulan el planeta dándole equilibrio y armonía” -solía decir el protagonista-. Desconozco por completo la potencialidad que pudiesen poseer las piernas femeninas como armamento pacifista, no sé cuantas guerras han serenado y cuantas más provocado; pero sus capacidades eróticas son innegables, las piernas son a fin de cuentas el pedestal que sostiene al monumento femenino, las extremidades de mayores dimensiones que invariablemente nos hacen girar la cabeza y aguzar bien la mirada, a nuestros ojos les resultan sumamente atractivas.

El cine ha proyectado infinidad de fetiches en sus pantallas: En Cinema Paradiso eran los besos objeto de censura por parte de un cura, y de deseo por parte del público; en Crash: Extraños placeres las cicatrices, los fierros retorcidos y las víctimas de accidentes automovilísticos obsesionaban a unas cuantas mentes retorcidas; en Matador de Pedro Almodóvar un personaje asesinaba a sus parejas sexuales tras haber concluido el coito... y son muchas, diversas y variadas, las piernas femeninas que han sido capturadas por el cinematógrafo, repasaré a continuación algunas de las que, por muy diversos factores, han quedado grabadas en la mente de quienes admiramos el cine y las piernas.

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Una de las precursoras en mostrarnos su fastuosa dupla de atributos femeninos fue la incomparable Marlene Dietrich en El ángel azul, sus piernas embelesaron a alumnos, a un profesor y al público por igual. La cantante Lola Lola (Dietrich) hipnotizó más que a ningún otro al profesor Immanuel Rath, quien furioso porque la Dietrich provocaba la desatención de sus alumnos inmorales, acude una noche a presenciar el show de Lola Lola, con la finalidad de pescar en in fraganti a los estudiantes, y poder reprenderlos en el momento exacto en el cual cometían su impúdico actuar.

Le bastó con presenciar un show, con una mirada, pero sobretodo, con un cruce de piernas, para que el sentimiento pasara furtivamente del amor al odio. El profesor Immanuel Rath lo dejará todo, su empleo, sus alumnos y su dignidad... su moralidad se derrumbó ante el poder de encantamiento proveniente de una dama.

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Dejo la descripción en manos de José de la Colina:
“En otra secuencia del film, Kelly cuenta a un productor de cine la idea para un número de comedia musical, inmediatamente visualizado por el espectador. En él aparece un provinciano (Kelly) que llega a Broadway a conquistar el mundo del espectáculo con sus irrefrenables ganas de bailar, es rechazado por varios empresarios y finalmente uno lo invita a danzar en un cabaret. Allí el joven baila ante un público de gente de mal vivir, su sombrero cae al suelo, él se arrodilla a recogerlo y (aquí viene el momento más bello, inquietante y erótico del film) lo ve sostenido en la punta de un pie femenino que se alza lentamente, por encima de la cabeza de su dueña (Cyd Charisse, con su increíble poder de aparición), una mujer sentada en una silla, de falda acuchillada, vestida a la moda de los veinte, el flequillo acentuando la intensidad oscura de sus ojos. Toda esta escena de presentación de Cyd es realizada con un ritmo lento y expectante, ceremonial, la cámara está acariciando ese cuerpo largo y esbelto, y con el solo gesto de alzar el sombrero con el pie, Cyd está ya danzando...”

La descripción es casi exacta, existe sin embargo un detalle que el escritor omite: La reacción de Gene Kelly. Éste se encontraba en su momento de gloria, era el dueño de la pista de baile, ésta se despejó para que él le diera rienda suelta a su bailoteo, pero al toparse con la pierna erguida de Cyd, le vuelven la humildad y la humanidad al cuerpo, el poseedor de hilarantes pasos de baile se queda quieto y sin habla.

En Cantando bajo la lluvia, la recientemente fallecida Cyd Charisse demuestra como los hombres sucumben, sin importar su status, ante los encantos femeninos, el bailarín y futura estrella no podrá olvidar jamás aquel breve encuentro, quedará por siempre prendado por la perfección de aquellas piernas capaces de dominar a cualquier varón. No es gratuito que para José de la Colina el anteriormente descrito sea “el plano más bello” que en su vida vio, el plano más bello, tenía que contener las piernas más bellas que se han proyectado a través del cinematógrafo.

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No creo recordar a ningún director de cine que tenga una fascinación semejante a la que Luis Buñuel tiene por las faldas y por las piernas, ya sea en sus cintas producidas en México: en Los olvidados, en Subida al cielo, en Susana, en Ensayo de un crimen; o en aquellas filmadas en Europa: en Tristana, en El discreto encanto de la burguesía, en Bella de día... pero es sin duda La ilusión viaja en tranvía la película en la cual el director español ejecuta su metáfora más precisa sobre su obsesión por dichos fetiches.

Buñuel dice en su autobiografía: “Puedo decir que, desde los catorce hasta estos últimos tiempos, el deseo sexual no me ha abandonado jamás. Un deseo poderoso cotidiano, más exigente incluso que el hambre, más difícil a menudo de satisfacer ... imposible resistir a este deseo, dominarlo, olvidarlo. No podía sino ceder a él. Después de lo cual, volvía a experimentarlo, todavía con más fuerza.”. Don Luis jamás desatendió su deseo por las piernas, la fuente de la cual brota la eterna instigación erótica. No es gratuito que Lilia Prado interprete a Eva en una pastorela, la mujer que fue tentada por el diablo, la que incita al hombre para que éste caiga en la tentación... ayudada, en gran medida, por un par de piernas capaces de provocar al Adán más puritano.

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Quizás la imagen más conmemorada de Marilyn Monroe, la que usualmente adorna bares y cafeterías, es aquella en la que el viento del metro provoca, condescendientemente, que su vestido blanco se eleve por los aires, quedando por lo tanto al descubierto sus sugestivas y lácteas piernas. La escena contenida en la película La comezón del séptimo año parió un mito: El de la casta coquetería.

La chica le muestra al espectador, aparentemente sin advertirlo, el relampagueante encantamiento de sus piernas al descubierto, y no solo lo hace, sino que aparentemente se divierte al hacerlo. Resulta ser la mezcla perfecta de la picardía anhelada por una gran cantidad de sementales: Una chica que aparenta una fantasiosa ingenuidad en su comportamiento, pero poseedora (y sabedora) de la atractiva sensualidad innata que alberga en su anatomía.

La Monroe en realidad únicamente pretendía refrescarse un poco, sofocar el agobiante calor veraniego ventilándose exiguamente sus piernas, con la inocencia de una niña, improvisa un creativo –y recreativo dirán algunos- remedio: “El aire del metro”. Su solución inspira, la fugacidad de la secuencia cinematográfica se inmortalizó en la fijeza de los pósters. “¿No es delicioso?” -pregunta Marilyn Monroe-... ¡sí!, ¡delicioso!, no en balde, ha bastado un único fotograma para que te atesores en la eternidad.

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Perfectos instrumentos en el arte de la seducción resultaron ser las maduras piernas de Mrs. Robinson (Anne Bancroft), fueron idóneas para conquistar a un joven e indefenso Benjamin Braddock (Dustin Hoffman) en El graduado. Anne Bancroft ríe, ríe mientras embelesa a su víctima, el recientemente titulado Benjamin Braddock, quien opone ante el acoso una resistencia timorata y abogacil, apenas masculla unas cuantas palabras: “Está usted tratando de seducirme”, acusa retraídamente, la carcajada y la negación son las respuestas que obtiene, un cinismo que no intenta negar lo obvio, simplemente lo enigmatiza, Hoffman ya no intentará frenar a su victimaria, doblará sus manos, cederá, la tensión lo ha vencido.

El coqueteo que se inició con el sutil levantamiento de una pierna con la clara intención de dejar entrever un par de muslos parcialmente desnudos, concluyó con una Mrs. Robinson completamente desnuda, solamente el intempestivo arribo del marido pudo interrumpir aquella querella entre acosadora y acosado. No obstante, Anne Bancroft no luce desalentada, sabe que su veneno se ha introducido en el torrente sanguíneo del mancebo Dustin Hoffman, sabe que le ha mostrado sus piernas, sabe que los hombres siguen a éstas como las ratas a la música del flautista de Hamelín, sabe que muy pronto regresará, no en balde se despide de él diciéndole: “Espero verte pronto”... y bien pronto que lo volvió a ver.

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Y cuando la vista resulta un impedimento, ¿Cómo se logran contemplar las piernas femeninas?. La respuesta la da Michio (Eiji Funakoshi) en Blind Beast de Yasuzo Masumura: “Los ciegos tenemos ojos en nuestras huellas digitales, conozco tu cuerpo mejor que alguien con ojos”. El placer es alcanzado por medio del tacto.

El escultor amateur Michio descubre el erotismo mediante sus manos, le bastará con palpar la escultura de una mujer para sentirse atraído hacia ella... más tarde logrará hacer contacto con la joven modelo, en teoría, le dará un masaje para solventar la fatiga laboral de ésta. La suavidad y la lentitud de los trazos parsimoniosos que ejecuta con sus manos en contacto con la suave y tersa piel de las piernas de ella, resultan ser los detonantes de múltiples sensaciones: Él se excita y se enamora por lo que ha sentido; ella se sentirá compungida al percibir una intimidante vibra erótica en un masaje de manufactura laboral. Las piernas, no necesitan ser vistas para arrancar suspiros y cariños, basta con sentirlas a través de las manos para quedar extasiados por ellas.

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Eddie Valiant es un detective privado venido a menos, la muerte de su hermano lo ha orillado a adoptar el alcoholismo y el malhumoramiento como curas placebas para mitigar su depresión... ¡ah!, otra cosa más, detesta a las caricaturas, pues fue precisamente un dibujo animado quien le dio muerte a su consanguíneo.

Pero, extrañas paradojas del destino, un Valiant escaso de fondos monetarios se verá obligado a trabajar en un caso caricaturesco, debe descubrir la infidelidad de la esposa de Roger Rabbit, el superestrella de los dibujos animados. Se le pagará para que logre captar fotográficamente a Jessica Rabbit en manos de otro, trabajo fácil, bastará con que acuda a un cabaret en el cual ella actúa como parte de la variedad, y donde supuestamente, se cita frecuentemente con su amante.

El detective acude al lugar, no tiene ni la más remota idea de cómo luce físicamente la señora de Rabbit, apenas ahí la conocerá, no obstante le presupone cierto parecido físico con su esposo, y por ende, con su apellido, espera encontrarse con una afelpada conejita. El creciente bullicio anuncia la eminente aparición de Jessica Rabbit, una opulenta pierna desnuda se asoma entre los telones del escenario, una portentosa y sensual voz inunda los oídos sordos de la concurrencia, la cortina se abre y deja ver la curvilínea figura de la Rabbit. La cara de asombro de Eddie Valiant es impagable, la transformación de su rostro merecía un Oscar, los senos, la diminuta cintura y la pierna desvestida de Jessica Rabbit habían logrado hipnotizar al detective, quien pasmado llega a preguntar: “¿Ella está casada con Roger Rabbit?”.

Jessica y su pierna desnuda se pasean a lo largo y ancho del escenario, los ojos de los espectadores, todos ellos varones, se centran y concentran en su silueta femenina, no les importa que ella esté cantando una típica canción de desprecio por lo masculino, los hombres tienen predilección por el sentido de la vista, no han desarrollado del todo el de la audición. Eddie Valiant está en trance, se ha rendido ante la sensualidad derrochada por una caricatura, resultó ser el erotismo la medicina perfecta para remendar su enfermedad y su animadversión, tanto así que el detective terminará por erguirse como un auténtico héroe para todas las caricaturas vivientes... Jessica Rabbit, en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, demuestra que las piernas femeninas son el brebaje perfecto para sanar cualquier depresión de machos.

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A Catherine Tramell (Sharon Stone) le bastaron unos breves segundos para que miles de personas fantasearan con ella, que cruzara sin pudor sus piernas en una secuencia de la película Bajos instintos fue el detonante de un elevado número de erecciones, la escena se transformó en un clásico instantáneo de los clichés eróticos, ha sido citada y parodiada una y otra vez.

Su principal atractivo radica, no en que se deje entrever su sexo, sino en mostrar la reacción de un público ávido por poder vislumbrar sus genitales, las piernas, a fin de cuentas, son el salvoconducto que transporta hacia la entrepierna. En el interrogatorio los detectives, aparentemente más nerviosos que la indagada; el sudor de sus rostros, el silencio de sus labios y la dureza de sus cuerpos les delata; en medio de un cúmulo de preguntas llegan a ser cuestionados: “¿Exactamente qué tienes (tienen) en mente?”, ¿Están fascinados los hombres por las piernas femeninas, o por lo que se encuentran cuando éstas terminan? Sharon Stone parece conocer respuesta, ello la llena de seguridad, nunca se cansa de mover las piernas, juguetea con ellas y con los hombres.

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Que lo diga mejor “Tin Tan”:

Calabacitas tiernas, que inicialmente iba a llamarse ¡Ay qué bonitas piernas!, ha de ser el ejemplo perfecto de la fascinación de los hombres por las mujeres, específicamente, por sus piernas. “Tin Tan”, un pachuco sin oficio ni beneficio, quien carga con una suerte tan mísera que falla incluso al intentar suicidarse, ve de pronto, tras haber sido atropellado, como la suerte le sonríe: Tiene casa, le creen millonario, y, ¡está rodeado de hermosas mujeres!.

Las piernas de sus múltiples coprotagonistas sirven, claro está, para ser contempladas y admiradas, pero también para algo más importante, para darle ritmo a la vida, el film es rítmico gracias a ellas. Trata sobre el montaje de un espectáculo musical, el espectáculo de la vida, la alegría emanada de éste se sostiene gracias a la vivacidad de las piernas de las diversas bailarinas, sus extremidades marcan el ritmo y el son de la existencia de la totalidad de los protagonistas... quizás Bertrand Morane tenía razón: “Las piernas de las mujeres son compases que circulan el planeta dándole equilibrio y armonía”... y “Tin Tan”, mejor que nadie, sabe rendirles pleitesía, les aplaude, las apapacha, las idolatra, les rinde reverencia, las ama... sabe, sin duda, la importancia que las piernas femeninas tienen en esta vida.

Despidámonos en la voz de aquella canción que “Tin Tan” nos enseñó: “Yo ya estoy convencido, de lo que a mí me pasa, que hay algo aquí escondido, y es dentro de esta casa, un espejo que habla, una vida regalada, y mujeres y mujeres, que son mi debilidad. Nada me extrañaría, que el espejo me hablara, ni me sorprendería, que al rato me casara. Pues si es que no te extrañe, hablaremos un rato, tu ya estas enredado, como un vil mentecato, te crees ser empresario, y mueres por las piernas, en otras condiciones, calabacitas tiernas”.

Bibliografía:

Buñuel, Luis, Mi último suspiro, Debolsillo, España, 2001.

De la Colina, José, Miradas al cine, CONACULTA, México, 1997.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo deseos de leer esa revista pero no la encuentro en todo el pinche df, no culpo a los chilnagos pero no sé donde buscarla

algún sitio que sepas en el df que es pude comprar?

tomasinjaja dijo...

Justo acabo de regresar del defecoso y no ví la revista ni en la Gandhi, ni en la Educal, ni en las librerías del Fondo, ni en la feria del Zócalo, ni en ningún otro lado... en la presentación de la revista se dijo que para el próximo año se estrenaría su versión online, supongo que en diche se incluirá también la posibilidad de algún tipo de suscripción.

Slds!

Anónimo dijo...

mmta pos yo vivo en zacatecas que está a una hora de aguascalientes y tampoco la he visto, no sé que pasa con la distribución creo que es asquerosa.

tomasinjaja dijo...

Supuestamente en Zacatecas debería de conseguirse, es lo que tengo entendido, yo no trabajo en el ICA ni contacto tengo con ellos, pero sé que la semana pasada se presentó la revista en el "Centro Cultural Ciudadela del Arte, Sala de la Bóveda I".

Supuestamente en Zacatecas también se distribuye el diario Página 24 para el cual colaboro.

Slds!!!

Sebastián dijo...

Colina escribió un ensayo sobre la figura de Lilia Prado, llamado MI PRADO DE LILIA, está en internet.

tomasinjaja dijo...

Gracias Sebastián, lo buscaré.

Slds!

Anónimo dijo...

la revista está en www.facebook.com/parteaguas
Ahí te dicen cómo suscribirte.