22 de octubre de 2008

Vivíamos en un table dance


Los table dance son un paraíso imaginario, un espejismo, un oasis en medio de los desiertos de asfalto, tráfico insoportable y explotación laboral mal remunerada; reductos en los cuales la dura realidad se desvanece de súbito al atravesar por la puerta de entrada: el Cuasimodo que nunca en su vida había acariciado un seno de pronto se encuentra frente a un buffet con una variedad de tetas y pezones tan basta, que pareciera haber cabida para todos los gustos; el asalariado que a duras penas puede pagar las cuentas en su hogar se siente de pronto pudiente, le invita uno o varios whiskys en las rocas a la mujer que se ha sentado en su regazo, ingiere grandes cantidades de alcohol al tiempo que la susodicha le frota su miembro, le susurra al oído lo guapérrimo que está, lo tanto que la excita y el formidable tamaño de su pene.


Pero todo por servir se acaba, el artificio del table dance se evaporará en cuanto se abandone el recinto: Cuasimodo volverá a carecer de atractivo alguno para las miradas femeninas, el asalariado volverá a padecer su miseria crónica, la única persona que le volverá a acariciar su miembro en erección será su esposa aquellas extrañas noches en las cuales la lujuria pueda mas que las diferencias maritales.


Algo similar ha acontecido con la economía mundial, vivíamos en la era del artificio, y el consumismo ha terminado por consumirnos, nos volvimos expertos constructores de castillos imaginarios: Nike, Apple, Armani, Sony… todos ellos perfectos ejemplos de la cultura consumista, la marca por delante de la necesidad.


El cáncer se propagó e impregnó las entrañas de diversas sociedades, el consumo se convirtió en un estilo de vida, ir de shopping al centro comercial o hacerlo desde la comodidad de una PC para muchos se convirtió en una auténtica necesidad, el lujo se volvió moneda corriente. Sí, sociólogos como Bauman y Lipovetsky nos lo venían advirtiendo: las sociedades se estaban volviendo líquidas y vacías, pero, desconocedor de la economía como soy -y como somos la inmensa mayoría de los ciudadanos-, jamás nos percatamos de que ésta vorágine de banalidad nos llegaría a pegar directamente en nuestros bolsillos.


Ahora nos arrepentimos: “¿por qué me compré este inservible Xbox 360?”, “maldita la hora en la que adquirí ese maldito aparato de ejercicios que he utilizado una única vez en mi vida”, “¿cómo es que se me ocurrió comprarme un vestido talla 5 a sabiendas de que soy talla 11, tanta fe que le tenía al té milagroso que anuncia la Maribel Guardia y no bajé ni un mísero kilito?“.


Nuestros bolsillos se consumen y lo primero que buscamos son culpables: la televisión que nos ha impuesto un estilo de vida, el capitalismo, décadas de padecer gobiernos ineficientes, el capitalismo, Felipe Calderón, el capitalismo, López Obrador, el capitalismo, los especuladores de Wall Street y sobretodo el capitalismo. No debe de quedar duda alguna sobre la existencia de verdaderos culpables, aquellos que dizque heredaron el modelo hipotecario de Muhammad Yunus, desprendiéndole lo caritativo para volverlo lucrativo por medio de los créditos hipotecarios subprime, pero sincerándonos, sabemos que la burbuja pronto reventaría en uno u otro lado porque la epidemia del consumismo era una incontrolable fiebre mundial.


Soy muy negativo en cuanto a la crisis que recién inicia, su gravedad, creo yo, es mayor de lo que hasta ahora aparenta. Uno puede leer a economistas connotados como Krugman y Stiglitz y notará con suma facilidad que resumen a la perfección lo que ha acontecido pero resultan crípticos y confusos al momento de predecir el futuro. Sin embargo Don Chuy, quien atiende la tienda de abarrotes que lleva su nombre, resume a la perfección lo que vendrá: “antes vendía una docena de huevos al día y ahora solo dos”. Lo que ocurre es que de consumistas pasamos a no consumir ni siquiera lo indispensable, y esto arrastrará consecuencias catastróficas, la demanda de multitud de productos descenderá drásticamente, los empleos se perderán a raudales y entonces si nos veremos con la soga al cuello y recordaremos con nostalgia la época en la cual vivíamos el día a día como si habitásemos en un table dance.

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