20 de febrero de 2009

Algo más sobre mí y mi naciente miedo a envejecer

Acudí a ver esa película que se ha vuelto todo un boom y cuya fama crece de boca en boca a velocidades únicamente alcanzadas por los chismes de la farándula: El curioso caso de Benjamin Button. Revisando algunas críticas me encuentro en un foro de cine con el siguiente comentario, el cual, comparto ampliamente:

“¡que embole que me pegué! Creo que mientras Pitt se iba haciendo joven yo en el cine me iba haciendo viejo”

En mi vida he visto películas que me provocan desde risa, lágrimas y bostezos… hasta erecciones. Pero nunca me había ocurrido el que una cinta lograra hacerme sentir viejo, de hecho, nunca antes me había sentido viejo, pero aquel día llegue a pensar que para salir de aquella sala iba a requerir forzosamente de algún bastón, o mejor aún, de alguna linda chica que hiciera las veces de bastón.

Días después de haber visto El curioso caso de Benjamin Button, contemplé con detenimiento mi rostro en el espejo -cosa que nunca hago, me contemplo en ocasiones, pero nunca con detenimiento, no quiero llegar a enamorarme o a horrorizarme de mí mismo- y me percaté algunas cosas: de cómo mi frente la atraviesan tres largas líneas que hacen las veces de arrugas, de cómo mis labios permanecen eternamente resecos, de mis dientes que día con día se vuelven más y más amarillentos, y de como los poros de mis cachetes se notan más que nunca –espero no terminar como Morgan Freeman-.

Pero no se reduce todo a un sentimiento físico, curiosamente, desde que vi el mencionado filme, no he parado de estar enfermo: la cabeza me ha dolido por un lapso de 15 días continuos –ya asesiné una caja completa de Cafiaspirinas-, el brazo izquierdo se me durmió por un período de dos días enteros, la muñeca derecha no paró de dolerme un tercero, un par de días tuve mareos y otro par más el cuerpo cortado, sumando desgracias, agrego el más reciente, llevo ya tres días con un dolor de muelas tan insoportable que no me permite siquiera comer –la aparentemente suculenta arrachera del miércoles me supo a nada-.

¿Qué haré?, ¿buscaré la fuente de la eterna juventud? No, creo que lo mejor será burlarme de mí mismo, saldré a hacer cosas que hace tiempo no intento, no para buscar rejuvenecerme, al contrario, para darme cuenta de que ya no soy el mismo de antes: jugar un partido de fútbol y fatigarme irremediablemente a los veinte minutos, ir a la playa para percatarme de que ya ni sumiendo mi panza puedo ocultar mis longas, emborracharme hasta embrutecerme para confirmar que lo que antes era cool ahora es algo netamente out, tener una cita aburridísima con una mujer de quien exclusivamente me encanten sus senos y percatarme así de que el amor no entra por los ojos por más que mi tentona mano derecha opine lo contrario.

¿Lograré algo con todo esto? No lo sé, pero al menos estoy seguro de que pasaré ratos hilarantes e inolvidables.

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