24 de febrero de 2009

Farsa y miedo


La semana pasada dos noticias nos confirmaron que las huestes del narcotráfico ven en el pueblo mexicano a un pueblo pendejo. Por un lado nos enteramos del pago que le hacen a un montón de pobres diablos –¿alguien piensa distinto sobre los llamados “tapados”?- para que lleven acabo una extraña especie de protestas dizque sociales en las cuales el supuesto pueblo previamente-pagado exige que el ejército se vaya mucho a la tiznada para que los narcotraficantes trabajen a sus anchas junto a sus compadres los policías; por el otro se confirma que la extorsión telefónica es un arma siniestra que emplea con eficacia el crimen organizado para infundir temor en la población, si no nos pueden balacear a todos al menos nos amedrentan psicológicamente. El incremento de este delito en más de un quinientos por ciento en los últimos años es al mismo tiempo inconcebible e indignante.

Debemos de darnos cuenta, pero ya, de que el crimen organizado es un cáncer que está causándole estragos a nuestra menguada nación. Ok, quizás ya nos hemos dado cuenta de ello pero no lo hemos manifestado con contundencia. Y cuando hablo de manifestar, por supuesto que no estoy haciendo alusión a aquel grupo de deschavetados que dicen estar hartos del crimen y que piensan combatirlo con más crimen, no. Lo que pido es que se haga sentir el rechazo popular que se tiene hacia las organizaciones criminales.

El gobierno federal no fue lo suficientemente astuto al momentum de iniciar su guerra contra el narcotráfico, se abalanzó a esta gresca completamente solo, sin el más mínimo apoyo popular. Con el paso del tiempo la prensa fue haciendo eco de lo cruento de las batallas, los oídos y ojos de los pobladores fueron contaminados por las ráfagas de sangre, la sensación de una guerra perdida se apoderó prontamente de la ciudadanía, la estrategia federal fue considerada como fallida, algunos lo argumentan con pruebas irrefutables, otros más se han sumado a las críticas solo para vituperar y no para aportar, hay quienes incluso en un delirio derrotista creen que la culpa de todo este desbarajuste no es del narcotráfico sino del gobierno federal.

Ha llegado el momento en el que la sociedad debe de manifestar públicamente su hartazgo, no como en aquella cursi manifestación en la cual una sociedad teñida de blanco terminó por manifestar absolutamente nada. Ejemplifiquemos: en España, cuando la ETA perpetra algún ataque terrorista, la población inmediatamente inunda las calles, se manifiesta, y no deja lugar a dudas sobre su unánime rechazo al terrorismo.

Dejemos a un lado la violencia. Sí, a los narcotraficantes en México les ha valido un reverendo sorbete el que la población se encuentre celebrando el grito de independencia, ellos llegan, arrogan dos granadas y huyen despavoridos cuan machitos que son. Pero aquel fue un golpe contra el Estado, su objetivo era demostrar la debilidad de éste, los muertos y heridos fueron daño colateral. En cambio, las noticias que he enumerado al inicio de este artículo son afrentas directas en contra de la población.

Lo protesta social, pese a que anteriormente he señalado en éste mismo espacio las enormes deficiencias que posee en México* -donde más que social se tiende a hacer una protesta política- es una herramienta de nuestra sociedad. Mientras más social, más legítima es una protesta. Que el crimen organizado haya decidido emplear, a manera de parodia, la protesta social, es una clara afrenta contra la población, se intentan usurpar nuestra voz. Quizás quienes no se inmiscuyen en dichos menesteres no lo sienten así, pero es así. El narcotráfico pretende crear mediante dicha farsa una falsa impresión sobre el sentir de la población, y ésta solo puede contradecirle si deja en claro sus verdaderos sentimientos manifestándolos públicamente.

Las llamadas de extorsión son igualmente graves, la única intención de éstas es amordazar a la población, mantenerla callada, medrarla psicológicamente, hacerle saber que en este país hay unos narcos bien machotes y armadotes que en cualquier momento pueden hacerle lo que les plazca a unos ciudadanos acobardaditos y desarmaditos.

Repito, estoy convencido de que en esta partida ha llegado el momento de la sociedad civil, ésta debe ser conciente del papel que desempeña, no puede ni debe pretender erigirse como la gran heroína en ésta guerra, tampoco debe de cegarse y lanzarse a la búsqueda de la justicia por mano propia como recurso último pero supuestamente necesario. Llegó el momento de manifestarnos sin pelos en la lengua, de combatir la farsa y el miedo impuestos por el crimen organizado y de demostrarles que no somos un país de pendejos acobardados.

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