9 de febrero de 2009

Chutando prioridades


Si algún ingenuo todavía tenía ciertas dudas sobre cuan escaso es el aprecio del cual gozan nuestros partidos políticos -y todo aquello que les rodea- entre la población, en el reciente vendaval provocado por la abrupta interrupción de las transmisiones de los partidos de fútbol tienen un claro ejemplo del tamaño de la apatía que buena parte de la ciudadanía tiene hacia las diversas agrupaciones políticas.


Dicen que la abrupta interrupción de la transmisión de la querella futbolera desencadenó airadas reacciones. Un servidor se sincera, no soy un ferviente seguidor del soccer, y debido a ello, no pude ser partícipe ni testigo de tan singular evento. Pese a ello, no es difícil deducir lo acontecido: miles de mexicanos se encontraban frente al televisor, algunos deglutían Sabritones, otros engullían un balde de palomitas de esas que se-hacen-de-volada-en-el-micro, la gran mayoría de seguro sostenían un envase de caguama en su mano derecha, algunos probablemente estaban enfundados en la playera de su equipo favorito, otros en su defecto, portaban algún pants -ante todo la comodidad en el fin de semana-. Aunque la pasión futbolera llega a estresar a más de uno, ésta es un usual calmante que ayuda a estimular el estrés acumulado a lo largo de la semana. Su pronta interrupción, el tener que padecer las falsas promesas de algún político en lugar del deleite provocado gracias al probable gol de Salvador Cabañas, debió de haber infartado a más de uno. En su búsqueda por el regocijo y la relajación, el aficionado se estrelló con una absurda y burda propaganda política.


Si algo consumimos en grandes cantidades aquí en México, además de tortillas, es sin duda fútbol. No es difícil apreciarlo, somos, por poner algunos ejemplos: el segundo país que más playeras de fútbol consume en el mundo, solamente somos superados por Brasil; semana a semana los raitings más altos de audiencia lo obtienen algunos partidos de fútbol; y en el colmo del fanatismo aciago, no son pocas las anécdotas sobre algún tristemente célebre samaritano que hubo a bien suicidarse debido a la derrota del equipo de sus amores en el clásico de clásicos.


Paradójicamente, uno de los más gratos recuerdos que me ha legado el fútbol se remonta precisamente a una interrupción. Aquel equipo que por desgracia hemos perdido, los Gallos de Aguascalientes, disputaban el campeonato de la primera división “A” en contra de los Venados de Yucatán, eran otros tiempos, no se transmitió el partido ni por televisión ni por Internet -al menos yo no tuve conocimiento de ello-. Todos los hidrocálidos escuchábamos en vilo la transmisión por medio del radio, los comentaristas eran realmente malos por lo cual los radioescuchas debíamos de esforzar al máximo nuestra imaginación, y de repente, ¡zaz!, la transmisión se perdió, los aguascalentenses nos quedamos anonadados y desinformados ¿Cómo nos enteraríamos de la suerte de nuestro equipo cuando éste se encontraba a un paso de la gloria?


Para el político es imposible provocar entusiasmo alguno entre los ciudadanos, obvio, se habla con cierta frecuencia sobre política, en ocasiones muy acaloradamente, pero generalmente se habla para mal. Es difícil encontrar entre nuestros recuerdos alguna conversación en la cual se idolatre a algún político, si acaso se le apoya. ¿Alguien recuerdo cual fue la última vez que vio el póster de algún político adornando las paredes de alguna casa? En casa de un amigo solo tiene cuadros de las chivas rayadas del Guadalajara, y el más importante, el que tiene mil autógrafos lo conservan, ¡claro!, en el mismísimo comedor. Pareciera que entre los mexicanos chutar un balón es más importante que sufragar en una elección.

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