11 de febrero de 2009

Los catastrofistas ¿al cesto?


“No es tiempo de demeritar, sino de aportar. Valoramos la crítica que orienta soluciones y el análisis que alerta sobre riesgos latentes, pero debemos rechazar todos el catastrofismo sin fundamentos, particularmente ahora llevado a extremos absurdos que dañan sensiblemente al país, a su imagen internacional, que ahuyenta inversiones y destruye los empleos que los mexicanos necesitan". Estas palabras fueron proferidas por nuestro presidente Felipe Calderón. Un servidor, patriota leal y ejemplar, hubo a bien adoptarlas e intentar ponerlas en práctica.

El sábado, desde temprano, traté de ponerme en contacto con algunos de mis conocidos, ¿el propósito?, que saliéramos a despejarnos un rato, que nos diera un poco de aire, romper con la amarga rutina, celebrar algo, ¿qué?, no importaba, el pretexto era francamente lo de menos, era el esparcimiento el único propósito que tenía en mente, sin embargo, no obtuve respuesta alguna.

Como a eso del mediodía, una severa jaqueca comenzó a doblegar mi estado físico y anímico, el mal que me aquejaba se fue agravando conforme pasaban los minutos, el entorno laboral no era el adecuado, por el contrario, las caras largas que podía ver en todos y cada uno de mis compañeros de trabajo solo me afectaba más y más, en el messenger solo encontraba quejas y más quejas de mis amigos, incluso de quienes habitan en el extranjero, les preocupa la debilidad del peso, ¿leer el periódico online para despejarme?, ni para qué, es una tortura, tanto reporteros como editorialistas se han vuelto catastrofistas, tomé entonces el libro que tenía sobre mi escritorio, pero el dolor de cabeza se había vuelto tan insoportable que me impidió iniciar siquiera su lectura.

Me encontraba prácticamente al borde del delirio cuando recibí una llamada telefónica, un amigo me proponía que acudiéramos a una fiesta, la invitación fue aceptada de inmediato, ¿qué se celebraba?, no me importaba, había que ir, además, mi camarada alegaba que en tiempos de crisis sale más barato emborracharse en una fiesta que en un bar, la fiesta destilaba desde ya cierto tufo a catastrofismo, pero no le dí importancia, era fiesta a fin cuentas.

La jaqueca no me dejaba en paz, fue un mal día para prácticamente todos en el trabajo, todos percibimos que las cosas no marchan bien, así que decidí alejarme de aquel lugar impregnado por la catástrofe y me refugié en mi hogar, me alistaba ahí para acudir a la fiesta cuando de repente recibí otra llamada, y sí, ¡una invitación para otra fiesta!, ¿pues cual crisis?, si la gente sigue yendo a divertirse, por vez primera en el día el panorama se despejaba y la alegría parecía surcar los cielos.

Pasé a casa de mi amigo y nos dirigimos directos y sin escalas a la fiesta, me compré unos Ruffles con queso para ver si mediante su ingesta lograba mitigar el dolor de cabeza, pero nada de eso pasó, la jaqueca se estaba volviendo sumamente insoportable por lo que me dediqué a escuchar pláticas ajenas, a mi lado derecho una muchacha se quejaba amargamente de la vida, doblegada por su incapacidad para tomar decisiones, practicaba la inacción y la pasividad como su estilo de vida, dejaba que el mundo le pasara por encima, todo aquello me pareció sumamente catastrófico por lo que decidí voltear hacia mi lado izquierdo, ahí me encontré a un par de amigos que charlaban sobre sus trabajos, uno de ello parecía estar conforme con su laboro, ¡gran alivio!, al fin alguien que no tiene (¿o no quiere hacer públicas?) sus tragedias personales, pero la otra persona se mostraba preocupada, los recortes de personal estaban a la orden del día en su empresa, nos comentaba como cada junta que tenían con sus jefes era únicamente para recibir más y más malas noticias, la catástrofe pues, me persiguió a lo largo del día y la noche, decidí huir de ahí, quizás mi jaqueca se debía a aquella catástrofe que por más que quise no pude evadir.

Esa es por desgracia nuestra desafortunada realidad, la crisis se ha vuelto omnipresente y es prácticamente imposible escapar de ella. En esta situación, quienes ven en ella una catástrofe no son más que un ejército de personas incapaces de no prestarle atención al tormento que les rodea, al menos, se puede decir de ellos que no se acobardan, que no le dan la espalda a la realidad por más trágica que ésta sea. Felipe Calderón erró por completo, en estos tiempos de crisis no son los catastrofistas quienes deben ir a parar al cesto de la basura, estos al menos con sus histerias logran ponernos a todos en alerta, es ese su aporte, pequeño, pero aporte al fin. Yo de mi parte solo espero que no sean ellos los causantes de mi dolor de cabeza, de lo contrario, padeceré de jaqueca por un largo tiempo.

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